El régimen sirio intentó destruirla físicamente, ahora en Líbano Mariam cura sus heridas psicológicas

El régimen sirio intentó destruirla físicamente, ahora en Líbano Mariam cura sus heridas psicológicas

Mariam, a torture survivor from Syria, sits at her desk in the NGO where she works in Lebanon.

(Alicia Medina)

Al atardecer, uno de los placeres de Mariam* consistía en sentarse sobre una alfombra en el jardín de la casa de su familia, al este de Ghouta, arropada por las hojas y el aroma de las flores de jazmín. Junto a su familia bebía maté y escuchaba canciones como Lama Al-Bab o Waraqu Al-Asfar, de la cantante libanesa Fairuz.

Hoy, la sola idea de sentarse en el suelo le genera malestar.

Sentarse se convirtió en un privilegio en la celda de cuatro metros cuadrados que compartió con 24 mujeres durante los ocho meses que pasó en una prisión siria. "Sólo nos sentábamos en el suelo si salíamos de la sala de tortura", dice.

Mariam, de 33 años y oriunda de Damasco, es una de los 1,5 millones de sirios que buscaron refugio en el Líbano tras huir de un conflicto que ya se ha cobrado más de 500.000 vidas. Fue una de las 95.000 víctimas de desaparición forzada del régimen del presidente Bashar al-Assad, aunque consiguió eludir el destino de las 14.000 personas que murieron torturadas en las cárceles del régimen.

Una tarde de febrero de 2013, cuando Mariam regresaba de la escuela donde enseñaba artes aplicadas, los soldados de Assad la arrestaron en un puesto de control.

Días antes, unos combatientes rebeldes habían secuestrado a tres familias alauitas, la secta minoritaria a la que pertenece el presidente. Mariam, de origen sunita, fue una de las personas secuestradas como represalia. Pasó dos largas noches detenida hasta que se produjo un intercambio de prisioneros.

Ella fue la única en su celda a la que negaron la comida por atreverse a "responder" a los soldados. "Me llamaron rebelde", afirma Mariam con orgullo.

En 2011, se unió a la revolución coordinando manifestaciones contra el régimen sirio, y más tarde, cuando las protestas se convirtieron en conflicto armado, colaboró con las fuerzas de la oposición transportando medicamentos y teléfonos. "El papel de las mujeres era crucial, porque ellos [el régimen sirio] no esperaban que participáramos", explica Mariam. En noviembre de 2018, al menos 8.000 mujeres permanecían detenidas en las cárceles del régimen, según la Red Siria de Derechos Humanos (SNHR).

Su segunda detención, de nuevo cuando regresaba del trabajo, fue a manos de las milicias shabiha, partidarias de Assad, formadas tras el levantamiento de 2011. Le golpearon la cabeza con la culata de un rifle y perdió el conocimiento. La milicia la acusó de transportar armas. Mariam asegura que llevaba un kilo de almendras, medicinas y documentos de trabajo. También la acusaron de manejar un tanque. "Cuando me leyeron esta acusación, me reí a carcajadas", recuerda. "Ni siquiera sé manejar un coche o montar en bicicleta".

La tortura como política de Estado

Entre marzo y noviembre de 2013, Mariam permaneció recluida en una prisión administrada por el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas, considerado el más brutal de los cuatro servicios de inteligencia sirios. "Todas sabíamos que jamás saldríamos de allí", recuerda pensar. Un día, cuando la trasladaban a su celda, se le cayó levemente la venda que le tapaba los ojos y pudo entrever un camión con cadáveres, fuera del edificio. "¿Qué van a hacer con ellos?", le preguntó al guardia. "Enterrarlos", contestó.

El mundo pudo vislumbrar el horror de las cárceles de Siria cuando en 2014 el militar desertor "César" sacó a escondidas fotos que mostraban 6.789 cadáveres con señales de haber sido sometidos a palizas, electrocución e inanición. Naciones Unidas calificó como política de "exterminio" este "uso desenfrenado de la tortura".

El peor recuerdo de Mariam es la electrocución. Le tiraban agua encima y luego la golpeaban con bastones eléctricos. También recuerda que la golpearon con alambre de púas, hasta que le desgarraban la piel. Hoy sigue teniendo miedo de la electricidad y cada vez que ve una alambrada de púas.

En la sala de tortura, Mariam solía reírse. Su torturador le preguntaba: "¿Estoy acaso contando un chiste?". Y ella respondía: "Sí, quizá". Su risa era una "respuesta adaptativa al estrés", según los psicólogos. En agosto de 2013, mientras aún se encontraba detenida, su padre murió en el ataque químico a Ghouta. Cuando se enteró de que había muerto, Mariam volvió a soltar una carcajada.

Sus compañeras de celda no daban crédito. "Siempre me decían: ’Aunque te golpeen o te torturen, continúas riendo y te las arreglas para mantenerte optimista, ¿cómo es posible?’", recuerda.

Mariam atribuye su resiliencia a que estaba acostumbrada a "ser golpeada en casa". Para ella, estar detenida era "una injusticia más" en su vida de mujer. Su familia y una sociedad conservadora cortaron en seco sus sueños de convertirse en actriz o en ingeniera, pero ella luchó hasta ser la única de sus cuatro hermanos en obtener un título universitario.

La mayoría de las compañeras de celda de Mariam habían estudiado y estaban casadas, mientras que ella era soltera. Las casadas "tenían miedo de su familia y de sus parientes políticos", explica Mariam, porque después de su liberación, algunas detenidas debían enfrentarse al rechazo social e incluso a los llamados "asesinatos por honor", si se sospechaba que podían haber sido violadas durante su detención.

El régimen sirio ha sido condenado por la ONU por utilizar la violación como un "ataque generalizado y sistemático" contra las detenidas. Mariam solía pedir a sus compañeras de celda "que fueran fuertes y no se sintieran avergonzadas". Pero la sospecha de violación también se cierne sobre las mujeres solteras. "Debido al tiempo que pasé detenida, es posible que nunca llegue a ser madre", explica Mariam, sin atisbo de sonrisa.

En noviembre de 2013, Mariam fue finalmente puesta en libertad. Tras disfrutar de la luz del sol por primera vez en ocho meses, sacó una tarjeta SIM que llevaba escondida en el sostén y telefoneó a su familia. Fue a la casa de su tío en Damasco. Vieron las cicatrices que cubrían su cuerpo. Vio la compasión en sus ojos. "No estaba preparada [para sus preguntas]", comenta. Su madre le preguntó directamente si la habían violado. Enfadada, Mariam respondió: "Puedes llamar a un médico forense para comprobar si fui violada". No quería responder a la pregunta. Después de pasar un mes en su habitación, fingiendo estar dormida para evitar todo contacto con su familia, cruzó la frontera hacia el Líbano por sí sola, buscando paz y seguridad.

El camino hacia su recuperación

A lo largo de una polvorienta carretera del valle de la Bekaa, en el Líbano, a 20 kilómetros de la frontera con Siria, se encuentra el espacio seguro de Mariam. Se trata de la ONG siria Women Now, un centro que ofrece a las refugiadas sirias formación profesional, talleres y apoyo psicosocial.

En mayo de 2014, cinco meses después de su llegada al Líbano, Mariam se apuntó al centro para asistir a un curso de belleza y más tarde a un curso de enfermería. "Obtuve la mejor nota de la clase", cuenta con una sonrisa. Con el tiempo, Mariam empezó a participar en discusiones de grupo con otras mujeres sirias, para hablar de sus problemas. Pero incluso aquí, se sentía juzgada.

"Las mujeres hablaban de mí a mis espaldas, se compadecían de mí". Mariam recuerda cómo, en una de las sesiones, explotó y empezó a gritar: "¡Dejen de hablar de mí! Esto podría haberle pasado a cualquiera de nosotras, ¡no fui al centro de detención por mí misma!".

Un día, una de las psicólogas de Women Now le aconsejó que fuera a terapia. Mariam empezó su tratamiento en 2015, pero hasta la novena sesión no fue capaz de mencionar que había estado detenida. Era la primera vez, después de dos años, que Mariam hablaba de su tortura en detalle.

Cuanto más habla y revive su experiencia traumática la víctima sobreviviente de una tortura, más se desvanece su trauma. Esa es la idea en la que se basa la Terapia de Exposición Narrativa (NET).

La psicóloga libanesa Stephanie Haddad —del Centro Nassim para la Rehabilitación de las Víctimas de la Tortura, con sede en Beirut, centro que ha ayudado a más de 450 supervivientes de torturas— explica que el objetivo consiste en "tratar de pensar en el sentimiento, sin llegar a sentirlo, para hacerlo más lógico". Así que cuando un superviviente recuerda un episodio de tortura, acabará dejando de sentir ansiedad o miedo.

Nancy Jabbour es especialista en la terapia NET y trabaja en Restart —un centro de rehabilitación de víctimas de la tortura con oficinas en Beirut y Trípoli—. Explica que le piden al paciente que dé "cada detalle de lo que vio, oyó, sintió y pensó", como si estuviera recreando la escena de una película. Algunos pacientes son reacios porque no quieren revivir la experiencia, pero Jabbour trata de hacerles ver que es como una herida: "Si la cubres y no la tratas, empeora".

La terapia ayudó a Mariam a enlazar algunos de sus estados de ánimo, como sus repentinos arrebatos de ira, aislamiento y aversión a hablar sobre sus miedos a la electricidad, a las alambradas o a sentarse en el suelo, con su periodo de detención. Haddad explica que los sobrevivientes de la tortura también pueden sufrir "ansiedad, trastornos depresivos, flashbacks, insomnio, falta de apetito y pensamientos intrusivos o suicidas".

El tratamiento logró que Mariam se preocupara menos por lo que la gente podía pensar de ella. "Ahora no me importa", dice, y añade que las "palabras de aliento" de su terapeuta también resultaron cruciales. "Me decía: ’Te ves mejor que en la última sesión, eres más fuerte’".

Al principio, acudía cada semana, luego mensualmente y ahora se reúnen cuando ella necesita apoyo. Mariam asegura que ya no recuerda mucho del tiempo que pasó encarcelada. El objetivo de la terapia no consiste en "borrar los recuerdos, sino adaptarse, para poder recordar sin sentir todos esos sentimientos negativos", explica Haddad. El superviviente se considera recuperado cuando puede concentrarse en el presente y no en el pasado, pero para ello se necesita estabilidad. Y la estabilidad es cada vez más una quimera para la mayoría de los refugiados sirios en el Líbano.

Una época asfixiante para los refugiados en el Líbano

Mariam tiene que abonar una multa de 1.000 dólares USD por no haber pagado su permiso de residencia en los últimos cuatro años. Como muchos refugiados sirios del Líbano, no puede permitirse los 200 USD anuales que le cuesta renovar su residencia. De hecho, en torno al 74% de los sirios carecen de residencia legal en el país y corren el riesgo de ser detenidos.

Amnistía Internacional ha denunciado las "constantes redadas en los campos de refugiados y las detenciones masivas", utilizadas como herramienta para hacer insoportable la vida de los refugiados en el Líbano. El 6% de la población reclusa del Líbano se compone de ciudadanos sirios acusados de "estar ilegalmente en territorio libanés", según el responsable de la Administración Penitenciaria del Líbano, el juez Raja Abi Nader.

La retórica contra los refugiados alcanzó su punto álgido en el Líbano este verano, cuando el conflicto sirio entraba en su noveno año. En junio, el Movimiento Libre Patriótico Cristiano distribuyó panfletos que decían: "Siria ya es segura para el regreso y el Líbano ya no puede más", y se unieron a una serie de partidos políticos que piden la vuelta a casa de los sirios refugiados.

Sólo han llegado 457 millones de dólares de los 2.200 millones prometidos por las Naciones Unidas para aliviar el costo de acoger a 1,5 millones de refugiados. La población del Líbano es de cuatro millones de habitantes y ya acoge a 240.000 refugiados palestinos, según un censo de 2017.

Recientemente, tras una "arremetida contra la mano de obra indocumentada", el Ministerio de Trabajo advirtió que quienes contrataran a sirios sin permiso de trabajo se enfrentarían a multas de hasta 3.300 dólares.

Muchos sirios indocumentados ahora sienten temor a ser arrestados en puestos de control; algunas mujeres, por su parte, dejaron de ir al centro Women Now por miedo a ser detenidas.

Pero después de un tiempo, "se sentían tan estresadas y deprimidas en sus casas que decidieron arriesgarse y venir", comenta Yasmine. Las clases de inglés y las lecciones de informática ayudan a las mujeres a escapar de su dura realidad en los campos de refugiados y de los recuerdos de la tortura en Siria.

Pasar página

Yasmine ha sido testigo de la evolución de Mariam desde que llegó al centro hace cuatro años. Antes era una joven aislada y compungida, que luchaba contra la depresión, la ira y la ansiedad. Aunque no todo es perfecto, hoy sale con amigas y participa en muchos talleres.

Mariam superó el estigma social ligado a los problemas de salud mental, como las 2.000 víctimas supervivientes de tortura que pasan cada año por las oficinas de Restart en Beirut. Pero son una minoría: la mayoría de los supervivientes de tortura se niegan a recibir ayuda por temor a ser estigmatizados.

Mariam trabaja hoy en el departamento de recursos humanos de una organización local sin ánimo de lucro y mantiene a 13 miembros de su familia en Siria con su salario. Siempre sonriente, dice que cuando ella falta, "sus compañeros de trabajo se sienten perdidos".

La psicóloga Haddad afirma que una persona puede considerarse recuperada cuando es capaz de volver a comprometerse con la sociedad, sin verse afectada por sus malos recuerdos. Mariam sueña ahora con construir su propio centro, un orfanato, en Siria.

Pero la perspectiva de volver es poco halagüeña: su nombre está en una lista negra. De los 250.000 refugiados que decidieron regresar a Siria, 1.916 personas, entre ellas 175 mujeres, han sido detenidas, según la SNHR.

Mariam expone que se sentiría "bien" si los perpetradores fueran llevados ante la justicia. Dentro de su celda, rogó a Dios que castigara a sus torturadores. Alemania ha dictado una orden de detención contra el jefe de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas, Jamil al-Hassan. Sin embargo, queda por ver si los altos funcionarios del régimen sirio rendirán cuentas ahora que las fuerzas pro-Assad han reafirmado su control sobre gran parte del país.

La psicóloga Yasmine se niega a creer que "el conflicto ha terminado". Su hermano sigue detenido por el régimen. Dos centros de Women Now en la provincia noroccidental de Idlib, en Siria, cerraron en agosto debido a los bombardeos de aviones de combate sirios y rusos, si bien ya han vuelto a abrir sus puertas.
"Si volvemos, viviremos con miedo a ser detenidos", dice Yasmine.

Sin embargo, Mariam —que tiene dos hermanos desaparecidos en las cárceles de Assad— no pierde el optimismo. "Encontraré la forma de volver a Siria, porque quiero ver a mi madre enferma y a mis sobrinos".

Sentarse en el suelo aún le provoca ansiedad, pero va camino de curar sus heridas.

* Hemos cambiado el nombre real de Mariam por razones de seguridad.

La producción de este artículo ha recibido financiación del Migration Media Award (MMA), un premio financiado por la Unión Europea que reconoce la excelencia periodística en materia de migración.