¿Puede la Unión Europea ser líder de la transición ecológica y arrastrar al resto del mundo?

¿Puede la Unión Europea ser líder de la transición ecológica y arrastrar al resto del mundo?

If Europe succeeds in delivering a just transition that “leaves no one behind,” as Ursula von der Leyen has repeated on several occasions, “this could help trade unions all over the world show that just transition and carbon neutrality are achievable,” says the European Trade Union Confederation. Pictured, the former Zollverein mining complex in Essen, Germany, in 2017.

(EC-Audiovisual Service/Ina Fassbender)

La Unión Europea se ha puesto en modo verde. Desde diciembre pasado, la nueva presidenta de la Comisión ha situado la lucha contra el cambio climático en lo alto de su lista de prioridades. En menos de cien días, Ursula Von der Leyen ha presentado las líneas generales de su Pacto Verde para una transición ecológica, cuyo objetivo es alcanzar la neutralidad de emisiones contaminantes para 2050 en el continente.

Que Europa se comprometa a reducir sus emisiones es una buena noticia para el planeta, que sigue dando muestras de calentamiento. Sin ir más lejos, 2019 fue el segundo año más cálido jamás registrado (después de 2016), 1,1 °C por encima del período 1850-1900, considerado como representativo de las condiciones preindustriales.

Tomada en conjunto, la Unión Europea es la mayor economía del mundo y el tercer mayor emisor de dióxido de carbono del planeta –incluyendo al Reino Unido, que está en proceso de salir del bloque–, por detrás de China y EEUU. Pero, incluso suponiendo que la UE consiga cumplir con sus objetivos, sola no podrá parar la crisis climática mundial.

Bruselas quiere convencer al resto del mundo de que la transición industrial verde es posible, y para ello sus líderes están usando un lenguaje efectista. Sin ir más lejos, Von der Leyen ha llegado a equiparar el Pacto Verde como el “momento del hombre sobre la luna de Europa”.

Tampoco es casualidad que los líderes de los países de la Unión Europea se reunieran en una cumbre en la que trataron de acordar un compromiso por la neutralidad climática, justo un día antes de que terminara la Cumbre por el Clima (COP25) de Madrid. Polonia fue el último cabo suelto en la declaración: dijo que apoyaba el objetivo, pero que de momento no podía comprometerse a alcanzarlo. Los otros 27 países sí se subieron al carro y aprobaron un texto en el que se comprometían al objetivo de neutralidad en 2050.

Este mensaje se dejó oír alto y claro en Madrid. “Ciertamente tuvo un impacto. Muestra que la UE se toma el clima en serio”, explica Wendel Trio a Equal Times, que asistió a esa cumbre y es director de Climate Action Network Europe, la mayor red de asociaciones ecologistas del continente.

El año 2020 puede ser clave en el destino del planeta. ¿Por qué? En gran parte, porque en la Cumbre por el Clima de Glasgow del próximo mes de noviembre (la que será la COP26) todos los países deben renovar (y quizá aumentar) los compromisos adquiridos en los Acuerdos de París de 2016, según el calendario pactado entonces. Hace cuatro años, los Gobiernos europeos acordaron reducir sus emisiones en un 40% respecto a 1990. Ahora Europa se propone reducir sus emisiones al menos en un 50% para 2030, y en un 100% para 2050.

Primer paso: poner orden en casa

Si la Unión Europea quiere ser un ejemplo para el mundo, primero tiene que demostrar que va en serio. La primera señal llegará en junio, cuando la Comisión Europea publique su evaluación sobre los planes nacionales para la transición climática que todos países europeos tienen que enviarle. En esos documentos, cada Estado plasmará su estrategia para hacer que los objetivos climáticos se conviertan en realidad.

También en junio, los líderes de los Veintisiete se reunirán en Bruselas para reafirmar sus ambiciones. Será entonces cuando Polonia decida si se compromete con el objetivo de la neutralidad climática para 2050 y si los líderes aumentan su compromiso más allá del 50% de reducción de emisiones para 2030. Algunos países como Dinamarca, Holanda, Francia, España y Portugal han mostrado su voluntad de llegar incluso al 55% como objetivo, pero otros como Rumanía y Bulgaria son muy escépticos.

Para convencer a Polonia (y a los demás), la Unión Europea ha lanzado un plan de inversiones para todo el continente, que pretende generar hasta 1 billón de euros (1,12 billones de dólares USD) de gasto verde durante la próxima década. Esa cifra no se corresponde a inversiones públicas sino al dinero que la Comisión pretende movilizar, gracias a proyectos financiados en conjunto con los Estados miembros, y a la generación de inversiones privadas a través de avales públicos para que proyectos verdes reciban préstamos ventajosos.

La parte de ese plan de inversiones que más expectativas despierta es el fondo de transición justa, que incluye 7.500 millones de euros en ayudas directas a las regiones más contaminantes –como las mineras– para reconvertir su economía, y que incluirá partidas dedicadas a la formación de los trabajadores que vayan a perder su empleo. Para recibir dinero europeo, las regiones que soliciten ayudas tendrán que elaborar un plan de transición.

“El fondo de transición justa puede ser una importante herramienta para responder al desafío, a la vez que se incluye la dimensión social” en las políticas para la transición ecológica, afirma Ludovic Voet, secretario confederal de la Confederación Europea de Sindicatos (CES).

Voet se muestra optimista en cuanto a los planes de las instituciones europeas, aunque critica que solo los Estados europeos que reclaman ayudas tengan la obligación de elaborar un plan de transición. “Para nosotros debería ir primero la estrategia y luego el dinero. Y no una estrategia enviada solo para recibir dinero”.

Si Europa tiene éxito en conseguir una transición “que no deje a nadie atrás”, como ha repetido Von der Leyen en múltiples ocasiones, Voet cree que el Viejo Continente puede tener un efecto positivo para el clima y los trabajadores de todo el mundo. “Si la idea tiene éxito [en Europa], eso puede ayudar a los sindicatos de todo el mundo a mostrar que la transición justa y la neutralidad climática son abordables”, concluye.

Además del “brazo financiero”, el Pacto Verde incluye medidas para reducir las emisiones del transporte, proteger la biodiversidad del continente, y reducir la contaminación del agua, el aire y el suelo.

El plan, que de momento es poco más que una hoja de ruta, no está libre de críticas. Por ejemplo, Franziska Achterberg, directora de políticas alimentarias europeas de Greenpeace, cree que hay ciertos puntos que no son lo suficientemente fuertes: “No están preparados para enfrentarse a las grandes industrias. No hablan del sobre-consumo de carne y lácteos y tienen mucho cuidado con lo que dicen sobre los coches”.

Segundo paso: convencer al dragón asiático

Si la UE revisara al alza sus ambiciones climáticas en junio, enviaría un mensaje importante al mundo y, sobre todo a China, el mayor emisor de CO2 del planeta (aunque de media, cada habitante chino contamina la mitad que uno estadounidense). Y si Pekín avanzara hacia la neutralidad climática, eso podría tener un importante efecto para convencer al resto de líderes mundiales antes de viajar a Glasgow.

“Si antes de la COP26 la UE consigue que China se sume, eso realmente cambiará las percepciones, porque ya no será la UE sola apostando por ello, sino Europa y China trabajando juntos y demostrando fe en los Acuerdos de París”, resume Quentin Genard, director de E3G, un think tank especializado en temas climáticos y radicado en Bruselas.

Para convencer a China, elabora Genard en un artículo, Europa tiene que mostrar que su plan para la reconversión industrial es creíble. Si bien Pekín defiende que su política medioambiental ya es “ambiciosa”, en una carta escrita de manera conjunta con representantes de Brasil, India y Sudáfrica, los chinos pedían durante la COP25 más compromiso por parte de los países “desarrollados”: que cumplan con sus compromisos climáticos antes de pedir a los países en desarrollo que aumenten sus ambiciones. “Hemos implementado políticas climáticas y contribuciones que reflejan nuestra mayor ambición posible, más allá de nuestras responsabilidades históricas. El momento de actuar es ahora, y no el año próximo o más allá”, advertían.

Para conseguir convencer a Pekín de que camine hacia la neutralidad climática, Von der Leyen tiene el mes de septiembre marcado en rojo en su calendario, cuando Alemania pretende organizar una cumbre entre China y la UE en Leipzig.

Wendel Trio se muestra confiado de que el mensaje verde calará en Pekín, si Bruselas hace los deberes en casa antes. “Solo unas semanas antes China organiza una cumbre mundial sobre biodiversidad. Quieren que se les reconozca cada vez más como un respetable actor internacional”, afirma Trio.

El tercer peso pesado en el punto de mira es Estados Unidos, segundo mayor emisor de CO2 del mundo. Aunque su presidente Donald Trump retiró al país del Acuerdo de París en 2017, no todas las señales que llegan desde ese país son negativas. Algunas de las mayores empresas de esta potencia, que están entre las mayores del mundo, se han comprometido a hacer más por el planeta.

Quizá una de las compañías que ha mostrado más ambición es Microsoft, que quiere ser negativa en términos de emisiones para 2030, y que compensará toda la polución que ha emitido desde su creación en 1975. Para ello, además de reducir sus propias emisiones, Microsoft desarrollará una cartera de tecnologías de eliminación de y captura de CO2 y programas de plantado de árboles y reforestación. No es la única: Google defiende que ha sido neutral en sus emisiones desde 2007, y Apple dice que toda la energía que consume procede de fuentes renovables.

También hay ciudades de Estados Unidos, como Nueva York y San Francisco, que han declarado en 2019 la emergencia climática. Y el estado de Nueva York aprobó también una ley que le obliga a ser completamente neutral en términos de emisiones para 2050, un movimiento similar al Pacto Verde de la Unión Europea.

Una victoria de los demócratas, más progresistas y sensibles a la cuestión climática, en las elecciones de Estados Unidos de noviembre, podría hacer que soplen vientos más favorables para que el país apruebe su propio Pacto Verde y que vuelva a comprometerse con el cumplimiento de los Acuerdos de París. Además, las elecciones podrían tener un impacto en el ambiente de la COP de Glasgow, que tiene lugar solo una semana después de esa cita con las urnas.

En la última cumbre de Madrid, 73 países ya se comprometieron a aumentar sus ambiciones climáticas en 2020 y a alcanzar la neutralidad en carbono en 2050. Si China o Estados Unidos se suman a ellos en noviembre de este año, la balanza podría decantarse hacia el lado verde.

¿Y si la vía diplomática no funciona?

Si bien la vía diplomática parece la más efectiva para que el mundo haga frente al calentamiento climático, Frans Timmermans –vicepresidente de la Comisión Europea y responsable del Pacto Verde Europeo– advertía en la pasada COP de Madrid que, si el resto del mundo no se compromete con los Acuerdos de París, Europa “no dudará en proteger sus industrias”. La UE cuenta, principalmente, con tres ‘superpoderes’.

El primero es la creación de estándares. Como la UE es el mayor bloque comercial del mundo, los requisitos que Europa pone a cualquier producto respecto a su diseño o su consumo de energía tienen un efecto multiplicador en el globo. Por ejemplo, si la UE exige que una aspiradora consuma menos energía, es posible que ese fabricante venda aspiradoras más eficientes en todo el mundo, ya que crear dos líneas de producción tiene un coste que las empresas a menudo prefieren evitar.

“Exigir el cumplimiento de regulaciones medioambientales estrictas como condición de acceso al mercado de la UE, con 500 millones de personas, debería ser un fuerte incentivo para que todos los países adapten y cambien sus procesos de producción”, explica el economista Simone Tagliapietra, del think tank Bruegel.

Otra herramienta con fuerza es la inclusión de cláusulas medioambientales en los acuerdos de libre comercio que firma la UE con el resto del mundo. Algunos de los que ya incluyen la exigencia del cumplimiento de los Acuerdos de París son los últimos dos acuerdos firmados, aunque todavía no ratificados, con Vietnam y el bloque de Mercosur.

Esas condiciones no son la panacea ya que, tal y como explica el think tank interno del Parlamento Europeo, esas cláusulas no pueden invocarse en una disputa ante la Organización Mundial del Comercio. Si una de las partes incumple sus compromisos climáticos, se crearía un panel de expertos que evaluaría la cuestión y emitiría una serie de recomendaciones. La Comisión reconoce que uno de los mayores incentivos para cumplir estas cláusulas es la presión de la opinión pública y el daño a la reputación internacional del país que lo incumpla.

Una tercera acción que estudia la UE sería un impuesto en frontera que compense los gastos adicionales que los productores europeos tendrán para respetar el medio ambiente, si las industrias del resto del mundo no lo hacen. A la vez, sería una medida que evitaría que las empresas europeas se trasladaran a países con estándares climáticos más laxos.

Sin embargo, esto parece complicado ya que podría ser incompatible con las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Las dificultades también serían técnicas: “¿Cómo vas a definir el contenido de emisiones de carbono de los productos? Tienes que hacerlo país por país, porque cada Estado tiene diferentes maneras de producir. Los países saben que esto sería muy difícil en la práctica”, resume Wendel Trio.

La cumbre de Glasgow de noviembre puede pues marcar un punto de inflexión en la lucha contra el calentamiento global, pero esa reunión solo marca el final de un camino de trabajo diplomático que tendrá lugar durante todo el año.

This article has been translated from Spanish.