Inmigrantes africanos negros: los nuevos explotados en la economía tunecina

Inmigrantes africanos negros: los nuevos explotados en la economía tunecina

Emmanuel severed a phalanx while working on a machine at his job in Tunisia. Photo taken in Sfax, 16 February.

(Matthias Raynal)

Llegó a Túnez a principios de 2016. Jeremias* nos recibe con mucha desconfianza. Este marfileño de unos treinta años dice haber sufrido represalias después de aparecer en un reportaje televisivo a cara descubierta. Se atrevió a denunciar el racismo que padece en su país de adopción, en un importante canal internacional en lengua francesa. Al poco perdió su trabajo como carpintero y fue arrestado por la policía. “¿Tú eres el que quiere ensuciar el nombre de nuestro país? ¡Te vas a enterar!”, le espetó el agente, antes de detenerle. Le pusieron en libertad tres días después, gracias a la movilización de la sociedad civil. Bajo su gorra, que nunca se quita, Jeremías tiene unos rasgos finos, ojos almendrados y un hilo de voz que denota su timidez. En el café de Sfax donde nos encontramos, tengo que aguzar el oído para poder escuchar todo lo que dice. Porque este ingeniero en tecnología agrícola tiene mucho que contar.

Trabajaba como aprendiz en Costa de Marfil cuando estalló la crisis económica de 2013. Su compañía tuvo que despedir a parte de la plantilla y él se quedó sin trabajo. Apareció entonces un intermediario que le ofreció “un empleo” en Túnez. “Le di 1.000 euros para venir aquí”, lamenta. Hoy, Jeremias sabe que le tendieron una trampa y que el trabajo al que le destinaron poco tenía que ver con sus habilidades. Se convirtió en un “simple trabajador agrícola”. “Tenía que alimentar a 280 vacas con otro marfileño y encargarme del mantenimiento de la granja. De seis de la mañana a diez de la noche”, explica. Se alojaba en un local diminuto en la misma granja. “Dormíamos en el suelo, encima de varias mantas”. Después de cuatro meses, llegó la liberación: “Hice la maleta, le pedí al patrón que me devolviera el pasaporte y me marché”. Le propuso quedarse por 400 dinares al mes (128 euros o 138 dólares USD), pero para Jeremías “no valía la pena” y decidió marcharse a descubrir la ciudad.

“Como no tenía dinero, busqué un barrio de gente negra. Llegué a La Poudrière (una zona industrial del centro de la ciudad) y encontré trabajo como albañil”. Las condiciones son mejores, pero siguen siendo difíciles.

“Nos encargan hacer todo lo físico, diciéndonos que los ’negros’ tenemos más fuerza”. A los tunecinos les pagan más, reciben 35 dinares (11 euros o 12 dólares) mientras Jeremías y sus compatriotas tienen que conformarse con 20 dinares al día (5 euros). Encadena demasiadas horas de trabajo y se le acumula el cansancio.

Muchos migrantes del África subsahariana son víctimas, como él, de este tipo de explotación, que en algunos casos roza la esclavitud moderna. Este es el destino de casi todos los trabajadores de Sfax, una ciudad industrial a 300 kilómetros al sur de Túnez. Sfax, corazón económico del país, alberga desde hace unos años una creciente población de subsaharianos, que trabajan en la industria y la agricultura. Desde la revolución de 2011, todo Túnez está sujeta a los nuevos flujos migratorios Sur-Sur. Se trata de un inmenso reto para esta tierra que tradicionalmente exporta mano de obra. Según el sociólogo Mustapha Nasraoui, “[Túnez] jamás estuvo preparada para recibir inmigrantes laborales. Los recién llegados se integran como pueden en el mercado laboral, sumiéndose en ‘lo informal de lo informal’”. En Sfax, los migrantes son la nueva fuerza laboral esclava de la economía tunecina.

Trabajos forzados

La mayoría son marfileños, como muestran las cifras de Terre d’Asile-Túnez consultadas por Equal Times, una asociación que tiene dos centros (uno en Túnez y otro en Sfax, llamados Maisons du Droit et des Migrations) en los que atienden, informan y ofrecen asistencia a inmigrantes con problemas de residencia. Las tres cuartas partes de sus beneficiarios (77%) son de Costa de Marfil, porque ellos no necesitan visado para vivir en Túnez y, sobre todo, porque se han creado redes de trata de personas entre estos dos países. “En Abidján, están muy bien organizadas, funcionan como agencias de contratación”, describe Joaquín*, que lleva años como activista en defensa de los derechos de los inmigrantes de Sfax.

Conoce todo el engranaje de los canales de reclutamiento a través de los cuales llegan a Túnez la mayoría de los trabajadores marfileños. Deben pagar una “comisión” en el país de origen al intermediario que les encuentra el “empleo” y compra el billete de avión. “Aparte, un reclutador cercano al empleador en Túnez toma el dinero para el billete y la comisión. De hecho, reciben por ambas partes. Es todo un negocio”. El inmigrante llega al aeropuerto, le trasladan directamente al lugar donde va a trabajar y le confiscan el pasaporte.

“El trabajador piensa ‘Bah, acabo de llegar, seguro que esta persona sólo quiere protegerme’, pero el pasaporte se lo quedan en prenda porque, según el trato cerrado entre el tratante y el patrón, el trabajador no recibirá salario alguno durante varios meses, como reembolso de la suma pagada por el patrón por su contratación. Pero el trabajador no sabe todo esto al principio”. Durante este período llamado de “contrato” es cuando más les explotan, explica Falikou*, presidente de una asociación de ayuda a los marfileños que trabajan en Sfax.

Lo equipara al “trabajo forzoso”, “es como la cárcel”. Las condiciones de vida son “extremas”. Los trabajadores duermen en los olivares o en las granjas donde trabajan, en construcciones diminutas, apenas equipadas, que normalmente se utilizan como almacén. “En invierno hace mucho frío. El viento se cuela en las viviendas. No hay calefacción, no hay nada. Ni siquiera agua caliente para lavarse”.

Falikou patea la ciudad durante toda la semana. Carece de horario o de días libres. Se dedica a resolver los “problemas” de la comunidad. Su teléfono jamás deja de sonar. A veces actúa como mediador improvisado, resolviendo conflictos entre inmigrantes o negociando el pago de salarios. Los malos pagadores abundan. El procedimiento legal es largo y tedioso, “contactamos directamente con el patrón y, si no quiere ceder, acudimos a la policía”. Ha logrado resultados, una media docena de veces.

En los talleres y las granjas de Sfax, los inmigrantes están contratados ilegalmente. ¿Pero cómo si no? La ley tunecina es estricta. “Las posibilidades de regularización son mínimas”, protesta la Asociación para el Liderazgo y el Desarrollo de África (Alda). “Nada prohíbe la contratación de extranjeros en Túnez, pero se aplica el llamado principio de preferencia nacional, según el cual, para darle trabajo a un extranjero, tienes que probar que esa competencia no existe localmente. Y es muy difícil argumentar que no encuentras un trabajador agrícola en Túnez”.

El trabajador del África subsahariana prácticamente no tiene posibilidad de obtener algún día un contrato y un permiso de residencia. Según el sociólogo Vincent Geisser, “el derecho laboral tunecino es una máquina de fabricar irregularidades”. Ante esta realidad, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reclama a Túnez que revise su marco jurídico y le recuerda que el país aún no ha ratificado varios convenios internacionales sobre la protección de los derechos de los trabajadores migrantes.

Sin embargo, algunos agentes económicos parecen haber tomado conciencia del problema. Aunque pueda parecer contradictorio, Túnez necesita mano de obra extranjera, a pesar de ser un país en desarrollo con una elevada tasa de desempleo (casi el 15% en el cuarto trimestre de 2019). “La inmigración es un plus para nuestra economía”, proclama Hamadi Mesrati, secretario general adjunto de la rama sfaxiana de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT). Desde 2019, dirige un espacio reservado a los migrantes en el que los recibe, les da a conocer sus derechos y trata de ayudarles.

La central sindical abrió cuatro centros de contacto como este en 2019, en Túnez, Sousse y Médenine. La UGTT pronto lanzará una estructura sindical dedicada a la defensa de los trabajadores extranjeros. En un estudio del Centro Tunecino de Vigilancia e Inteligencia Económica se cuantificaron con precisión en 2012 las necesidades de mano de obra de la economía tunecina y los sectores afectados: agricultura, industria, construcción y obras públicas, así como el turismo. Ese año quedaron 120.000 puestos de trabajo sin cubrir en las empresas tunecinas, excluidas la agricultura y la administración.

En ese mismo sentido, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) está preparando un estudio “para mostrar los beneficios concretos que la economía tunecina podría obtener si incorporara al sector estructurado a los migrantes presentes en el territorio nacional que ahora trabajan en el sector informal”, dice Paola Pace, encargada de Negocios de la OIM en Túnez. Se espera que el informe se publique en junio.

Alda reconoce la necesidad de hablar de “cifras” para convencer a la sociedad tunecina, pero pide que no se haga ninguna distinción entre los migrantes útiles y los que no aportarían nada. En su opinión, no debe descuidarse la dimensión humanitaria. Los inmigrantes clandestinos, sin protección legal o social, bajo la amenaza constante de ser denunciados a la policía y expulsados, se encuentran a merced de sus patrones.

Accidentes de trabajo

Emmanuel* muestra su mano, a la que le falta una falange. Una máquina para cortar tubos metálicos le arrancó parte del dedo. Acusa a su patrón de haberlo abandonado a su suerte durante los dos meses de convalecencia, pero hoy ha vuelto al taller donde trabajan más de 50 personas, “casi todas negras”. “No tenía más remedio”, suspira. El jefe de la empresa pagó la operación que permitió reconstruir su dedo cortado, pero ni un dinar más. Emmanuel tuvo que mantenerse a sí mismo. “Me dijo que el tratamiento costaba el doble de mi salario”.

Las historias como la de Emmanuel, abundan. Un joven perdió tres dedos; a otro, más afortunado, sólo le faltaba uno; otro corre el riesgo de quedar discapacitado después de una fractura de pie mal tratada. “Cuando se contrata a alguien en una fábrica y tiene que utilizar una máquina para la que no ha sido entrenado, se está corriendo un gran riesgo y ocurren muchos accidentes laborales”, dice Falikou. “Lamentablemente, esta gente, contratada bajo cuerda, carece de seguro. Cuando se produce un accidente, el patrón lleva al empleado al hospital para ser atendido pero, si es grave, se retira, lo abandona, porque sabe que después será un problema para él. Sucede todo el tiempo.

“No hay cifras, no hay censo, pero en Sfax todo el mundo conoce al menos a una persona que resultó herida. La historia de estas víctimas de la explotación económica se cuenta a menudo parcheada, sin entrar en detalles. Sus edades, sus nombres, caen en el olvido. Y lo mismo ocurre con los muertos, que también ha habido en Sfax. Al menos dos desde 2018, según una fuente de Terre d’Asile Túnez; pero ni siquiera en los casos de fallecimiento se lleva un recuento preciso.

Falikou preside su asociación desde sólo unos meses, pero ya está agotado. “Este problema sólo puede resolverse desde la raíz, pero es un auténtico tema tabú. Mientras el trabajo de los extranjeros no sea legal, la explotación continuará. Ahí es donde radica el problema. [...] Es muy difícil para las autoridades tunecinas, según nos explican. Hay una alta tasa de desempleo y permitir que los extranjeros trabajen podría estar mal visto, provocar revueltas, manifestaciones...”. El marco jurídico apenas ha evolucionado en más de 30 años. “El Estado tiene que avanzar. Debemos reformular los textos”, explica Hamdi Ben Nasser, miembro de Terre d’Asile Túnez.

Jeremías, por su parte, está buscando soluciones alternativas. Ha decidido convertirse en su propio jefe “para dejar de ser explotado, de trabajar para alguien que solo te da las migajas y no tiene en cuenta tus habilidades, y finalmente ser autónomo”. Montó una empresa de asesoramiento agrícola, pero sus dificultades no acabaron ahí. “No puedo abrir una cuenta bancaria. Ponen tantos obstáculos, que es muy complicado para los extranjeros”. A día de hoy, sigue esperando su tarjeta de residencia.

This article has been translated from French.

*Nombre ficticio.