Las redes sociales facilitan que los musulmanes de la India se conviertan en el “conveniente chivo expiatorio” del coronavirus

A finales de marzo de este año apareció en Twitter una nueva etiqueta que se convirtió en tendencia. #Coronayihad, que culpa a los musulmanes de la propagación de la COVID-19 en la India, había aparecido más de 300.000 veces en Twitter a principios de abril y posiblemente lo vieron 165 millones de personas, según Equality Labs, un grupo digital de derechos humanos con sede en Estados Unidos.

Aunque la India registró su primer caso confirmado de COVID-19 el 30 de enero, “solo cuando el incidente de Jamaat pasó a ser de dominio público se empezó a constatar la difusión por toda la India de [desinformación] agresiva de carácter colectivo”, señala Rakesh Dubbudu, fundador de Factly, un sitio web de verificación de datos con sede en Hyderabad.

Dubbudu se refiere a una reunión de fieles musulmanes organizada por el grupo predicador islámico Tablighi Jamaat en su sede de Nueva Delhi a principios de marzo. La congregación contó con más de 2.000 devotos, entre ellos 250 extranjeros procedentes de países con casos activos de COVID-19. Desde que los participantes regresaron a sus hogares en diferentes regiones del país se han publicado informes que los vinculan a más de 1.000 casos de coronavirus en 17 estados.

La consiguiente “estigmatización de la comunidad musulmana [ha sido] prominente, flagrante y virulenta”, manifiesta T Sundararaman, doctor y coordinador mundial de People’s Health Movement, una red internacional de activistas de base del sector sanitario.

La idea de que la congregación de Jamaat contribuyera a duplicar los casos de virus en la India perfila “una imagen muy engañosa –afirma–, puesto que, en el grupo de personas a las que se les hizo el test había una proporción muy elevada de integrantes de este grupo”.

Sundararaman explica que, al realizar pruebas solo a un determinado grupo demográfico, las autoridades identificaron casos positivos de COVID-19 con síntomas leves o nulos que, de lo contrario, no habrían tenido que someterse al test. “Si hubieran analizado otros grupos similares a este, como, por ejemplo, otras congregaciones religiosas que se organizaron en aquel momento, los resultados de las pruebas habrían sido parecidos”, asegura Sundararaman.

“El término coronayihad no solo culpa a la comunidad islámica del virus, sino que también implica que dicha comunidad tiene sus miras puestas en la mayoría: los hindúes de la India”, afirma Hatem Bazian, cofundador y profesor de Teología y Derecho Islámico del Zaytuna College, la primera universidad musulmana de artes liberales en Estados Unidos.

Además de la infame etiqueta, han salido a la luz una serie de videos falsos que vinculan a los musulmanes indios con la propagación del coronavirus. En uno de los vídeos aparecen niños musulmanes lamiendo sus platos, en lo que debía ser una reunión comunitaria. El vídeo advertía a los espectadores que los musulmanes hacían eso para propagar el virus entre el público. No obstante, Factly descubrió que el vídeo se había grabado en 2018 y que lo que mostraba era la tradición musulmana de la secta Dawoodi Bohra de no desperdiciar comida.

Dubbudu ha identificado entre 8 y 10 vídeos parecidos, traducidos a varios idiomas indios, en los que prima la idea recurrente de presentar a los musulmanes “tratando de propagar el virus”. Este tipo de contenido se ha publicado y compartido millones de veces en múltiples plataformas de redes sociales como Twitter, Facebook, TikTok y WhatsApp.

“Si clasificáramos la información errónea más viral que se ha difundido en el mundo sobre la COVID-19, algunos de estos vídeos figurarían definitivamente entre los diez primeros”, declara Dubbudu.

El fundador de Factly admite que no es posible rastrear los vídeos hasta su fuente original, aunque la gran distribución de este tipo de contenidos se produce en páginas y grupos específicos en plataformas de redes sociales “cuya ideología favorece al contenido”.

Islamofobia generalizada

La violencia religiosa ha sido una característica recurrente a lo largo de la historia de la India. Como explica un informe del Pew Research Center: “El año en que el país obtuvo su independencia de Gran Bretaña [1947], el subcontinente indio fue dividido según criterios religiosos en el Pakistán musulmán y la India hindú. El propósito de la separación era aplacar las tensiones religiosas, pero, sin embargo, se produjo una convulsión de violencia que dejó más de 1 millón de muertos y 10 millones de desplazados”.

Desde entonces se han producido brotes esporádicos de violencia, en los que se enfrentan sijs y cristianos, así como hindúes y musulmanes. Uno de los incidentes más notorios tuvo lugar en 2002, siendo Modi ministro de Gobierno del estado de Gujarat, cuando la muerte de 59 peregrinos hindúes en un incendio en un tren desató una orgía de violencia contra los musulmanes que resultó en la muerte de entre 1.000 y 2.000 personas. Modi ha sido acusado de no actuar eficazmente para detener la violencia, y de consentirla implícitamente.

Bajo su actual liderazgo como jefe del partido nacionalista hindú de derechas Bharatiya Janata Party (BJP), la comunidad musulmana de la India ha sido objeto de continuos ataques. La Oficina Nacional de Registro de Delitos de la India no cataloga los delitos de odio basados en la religión, como tampoco lo hace ningún otro organismo independiente, pero según un informe del sitio web indio de noticias Scroll, entre 2014, cuando el BJP llegó al poder, y 2018, cuando se escribió dicho informe, se produjo en la India un aumento del 90% de los delitos de odio religioso. La mayoría de dichos delitos han estado dirigidos por los hindúes, que constituyen cerca del 80% de los 1.300 millones de habitantes de la India, contra la comunidad musulmana, que, por su parte, representa casi el 13% de la población.

Desde 2017 se han producido diversos linchamientos de grupos minoritarios de la India, en particular de musulmanes. Los ataques se han visto estimulados por la prohibición nacional del sacrificio de vacas (consideradas sagradas por la mayoría de los hindúes) a partir de aquel mismo año. Los musulmanes se han convertido en el blanco de los “vigilantes de vacas” hindúes, puesto que la mayoría de las industrias cárnicas y del cuero son de propiedad musulmana.

Sumado al sentimiento de persecución que padece la comunidad musulmana, el año pasado el Gobierno indio revocó el estatus de autonomía de Cachemira, el único estado de mayoría musulmana del país. Pero el acto de discriminación musulmana más reciente y provocador ha sido la enmienda de la Ley de Ciudadanía, que vulnera explícitamente la Constitución secular de la India al permitir que los inmigrantes indocumentados procedentes de Pakistán, Bangladés y Afganistán, que constituyen minorías religiosas, tengan acceso a la nacionalidad india, siempre y cuando no sean musulmanes.

Para los críticos, esta ley sirve para deslegitimar a los ciudadanos musulmanes y para institucionalizar aún más la discriminación y la marginación del mayor grupo minoritario religioso de la India. Además, los planes para introducir un Registro Nacional de Ciudadanos obligarán a todos los indios a demostrar su nacionalidad antes de una fecha límite (todavía no anunciada) para garantizar su inclusión. La fase inicial en el estado nororiental de Assam (el estado con mayor población musulmana después de Cachemira) ya ha dado lugar a la privación efectiva de la nacionalidad a 1,9 millones de personas.

Tras su promulgación en diciembre de 2019, indios de todos los credos se unieron a los musulmanes de todo el país para protestar contra la enmienda de la Ley de Ciudadanía, pero en los estados gobernados por el BJP se toparon casi siempre con una violenta fuerza policial. El 24 de febrero de este año, en varias partes del noreste de Delhi, los residentes musulmanes fueron obligados a abandonar sus hogares y quemados, linchados e incluso golpeados hasta la muerte por turbas hindúes con escasa intervención de la policía. Las propiedades, instituciones educativas y mezquitas musulmanas de los alrededores fueron destrozadas y expoliadas, dejando un balance de 47 muertos y más de 200 heridos graves.

Resurgimiento del nacionalismo hindú

Algunos observadores consideran que la creciente islamofobia en la India es un derivado y, en muchos sentidos, un foco del resurgimiento del nacionalismo hindú. El BJP mantiene estrechos vínculos con Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), un grupo paramilitar que el historiador Benjamin Zachariah describe como el “movimiento fascista ininterrumpido más antiguo del mundo”, para el cual la creación de una “nación hindú” es uno de los fundamentos de su ideología.

En una atmósfera ya impregnada de abierta islamofobia, culpar a la comunidad musulmana de la India de la propagación del virus no ha hecho sino intensificar su persecución. “Encaja en la actual imaginación islamófoba, donde los musulmanes no son considerados seres humanos normales sino que algo siniestro late en su espacio, sus cuerpos y su compromiso con la sociedad”, comenta Bazian, que también es profesor en la Universidad de California, Berkeley, y fundador del Proyecto de Investigación y Documentación sobre la Islamofobia.

Bazian anticipa que los dirigentes del BJP consolidarán aún más este odio hacia la comunidad musulmana apuntando a sus empresas, instituciones y a la libertad de movimiento, tanto durante la pandemia de coronavirus como después. “La India se va a enfrentar a una importante recesión económica como el resto del mundo”, insiste.

“Gran parte del sufrimiento económico se trasladará seguramente a la comunidad musulmana, responsabilizándola del virus. Esta población constituye ahora un conveniente chivo expiatorio”.

Algunos de los temores de Bazian ya han demostrado ser ciertos. En las últimas semanas, la India ha sido testigo del boicot de empresas de propiedad musulmana y de actos de violencia cometidos por vigilantes que trataban de impedir el coronayihad.

Sundararaman opina que este tipo de intolerancia violenta, y la política divisoria que la permite debilita la lucha de la India contra la COVID-19: “El efecto secundario de la estigmatización en este caso es que golpea no solo a los estigmatizados sino también a los estigmatizadores”, señala el doctor. Explica que, si el mensaje de las autoridades es que los que propagan la enfermedad (en este ejemplo, los musulmanes indios) son los culpables, entonces habrá quienes también se muestren reticentes a notificar contagios para tratar de protegerse a sí mismos y a sus comunidades de posibles reacciones violentas.

Thenmozhi Soundararajan, directora de Equality Labs, considera que gran parte del discurso de odio contra los musulmanes, que se ha visto avivado en las redes sociales, podría haberse evitado con una mejor regulación. “Lo que realmente les facilita [a los tweets de odio] convertirse en tendencia es la falta de medidas por parte de plataformas como Twitter y Facebook”, expresa. “Los directores ejecutivos Mark Zuckerberg y Jack Dorsey tienen el poder para frenar el uso del lenguaje [islamófobo] en sus plataformas. Pero no están dedicando recursos para detener el genocidio invasor”.

Otros expertos consideran que la alfabetización digital ciudadana es a la larga una solución más práctica que la censura para detener la propagación de la desinformación. Sin embargo, Dubbudu, que también dirige una línea de asistencia telefónica que verifica las noticias falsas para Factly, considera que gran parte del odio que vincula la comunidad musulmana a la propagación de la COVID-19 en la India ya ha “causado daños” irreparables.

Los activistas concuerdan en que solo los líderes de la sociedad civil, personalidades electas y destacadas figuras religiosas pueden ejercer suficiente influencia pública para frenar el discurso de odio contra los musulmanes. Bazin duda que esto constituya todavía una posibilidad: “El fanatismo acuñado de cara a las urnas, se convierte en la única vía para mantener y conservar el poder político”, dice refiriéndose a la política antimusulmana del BJP, que sigue siendo un aspecto central para sus campañas. “Esto es lo que está sucediendo en la India”.