Los nuevos riesgos y desafíos que trajo el coronavirus al personal humanitario

Los nuevos riesgos y desafíos que trajo el coronavirus al personal humanitario

Young refugees putting up posters in the Moria camp, on the Greek island of Lesbos, on 3 April 2020, to raise awareness of the protective measures to fight against the coronavirus.

(Moria Corona Awareness Team)

En la pequeña isla de Lesbos, 21.000 personas se hacinan, sin electricidad ni agua potable, en el campamento de Moria, concebido en su día para acoger a 3.000 refugiados. El lugar reúne todos los criterios para que el nuevo coronavirus se propague a toda velocidad, si llega a penetrar en el campamento. “Lo ocurrido a principios de marzo fue un auténtico escándalo y un desastre”, dice Thomas van der Osten-Sacken, un cooperante alemán que lleva ayudando, a título personal, a la asociación griega Stand By Me Lesvos, desde 2017. Además de la falta de medios humanos que encontró a su llegada a Grecia, destaca la ausencia de reacción política frente a los ataques perpetrados en los últimos meses por la extrema derecha contra refugiados, cooperantes y periodistas.

Al comenzar la pandemia, cada país reaccionó de manera distinta. Pero el caso de Lesbos, que ha sido el centro de una campaña internacional bajo la etiqueta #SOSMoria, reclamando “medidas inmediatas para poner a salvo a los refugiados”, deja patente el abandono demostrado por la comunidad internacional en un primer momento. Más que nunca, los países afectados por el virus han apartado la vista de otros problemas mundiales.

Hasta tal punto que Jens Laerke, portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, tuvo que recordar en su discurso del 20 de marzo, que “el mundo debe seguir apoyando a los más vulnerables, en particular mediante planes de respuesta humanitaria y asistencia a los refugiados”.

Esto permitió que cambiara un poco la situación en Lesbos. “El Gobierno griego va a comenzar a evacuar a la parte continental o a los hoteles de la isla a varios migrantes en situación de riesgo. Se trata de una respuesta directa a la crisis del coronavirus y una medida bienvenida”, reconoce Osten-Sacken. Lamentablemente, también ha congelado todas las solicitudes de asilo desde el 1 de marzo y las condiciones de alojamiento que se ofrecerán a los refugiados no garantizan plenamente su dignidad.

Las ONG se han visto obligadas a redefinir su organización logística sobre el terreno. Stand By Me Lesvos colabora con agrupaciones de refugiados ya existentes, fundadas por farmacéuticos o ingenieros. “Imprimimos carteles, circulamos por el campamento con altavoces informando sobre la enfermedad”, explica Osten-Sakcen. “También estamos montando lugares para lavarse manos, al menos cuando salen y entran al campamento. Además, intentamos juntos resolver el grave problema de la basura, un problema que casi hemos dejado atrás”.

La asociación y los refugiados también han intentado poner en marcha medidas de distanciamiento social. “Pero estos consejos suenan cínicos cuando se dan en un campo de refugiados superpoblado, con una situación sanitaria deplorable”.

Los campos de Grecia parece que, por el momento, no se están viendo afectados. Aunque dos refugiados, recién llegados a Lesbos, dieron positivo a comienzos de mayo de COVID-19, las autoridades señalan que estos no habrían estado en contacto con los refugiados de los campos, actualmente en confinamiento hasta el 21 de mayo. “Hace unas semanas temíamos un desastre mayúsculo, pero hoy somos bastante positivos”, concluye Osten-Sacken.

Proteger a sus equipos: la condición sine qua non para continuar trabajando sobre el terreno

La situación es distinta en Yemen, un país sumido desde 2015 en una guerra que ha causado más de 100.000 muertes, según la ONG ACLED. La organización Médicos Sin Fronteras (MSF), que trabaja allí, puso en marcha unos convoyes de carretera entre Dubái y Saná, la capital de Yemen, para abastecer a sus equipos sobre el terreno con medicamentos y material médico. Pero, como en otros países, las fronteras se han cerrado. “Estamos intentando establecer un puente aéreo para abastecer a nuestros equipos en Saná”, explica Caroline Seguin, directora de operaciones de MSF-Francia en todo Oriente Medio.

La prioridad de MSF sigue siendo proteger a sus equipos sobre el terreno. “No curaremos a nadie si no lo conseguimos”, dice. Pero MSF también está padeciendo la carrera mundial para comprar equipos de protección individual y no logra adquirir suministros.

Les queda el mercado local, pero “los precios están desorbitados”, se exaspera Seguin, “y nos negamos a participar en algo que se está convirtiendo en una extorsión. Aún conservamos un pequeño stock sobre el terreno, que nos permite mantener nuestras actividades al menos durante unas semanas más”.

Sólo con esta condición podrá la ONG cumplir su otro objetivo, mantener sus actividades actuales, conocidas como “life saving”, porque salvan vidas. En algunos países, como Jordania, MSF ha dejado de realizar operaciones quirúrgicas de reconstrucción, consideradas menos urgentes. En Yemen, los equipos sobre el terreno ya sólo estaban realizando operaciones “vitales”.

Paralelamente, como numerosas empresas, muchas ONG han empezado a teletrabajar, como, por ejemplo, parte del equipo de la asociación francesa Grdr Migration – Citoyenneté - Développement, que opera en África occidental, en los países comprendidos entre Túnez y Guinea Conakry, así como en Francia. Los empleados de esta pequeña ONG, con un presupuesto anual de cinco millones de euros, trabajan en la medida de lo posible desde casa. Incluso si la conexión a internet es irregular, como sucede en Guinea-Bissau, donde trabaja y vive Assane Coly, originario del vecino Senegal: “Siempre nos las arreglamos para enviarnos los documentos, al cabo de un rato”, afirma sonriendo.

El Instituto Bioforce, con sede en Lyon, Francia, es un caso aparte. Especializado en formación de personal humanitario, ha sido capaz de cambiar por completo al teletrabajo. Ha cerrado los dos centros que tenía en Lyon y Dakar (Senegal), pero continúa ofreciendo cursos a través de internet. Bioforce ha puesto su granito de arena en el edificio de la prevención, ofreciendo un módulo de formación gratuita en línea. En dos o tres horas, este módulo explica de forma muy sencilla las particularidades del virus, la forma en que se propaga y las medidas para frenar el contagio. “Normalmente, se necesitan tres meses para establecer este tipo de cursos, aquí lo hemos hecho en diez días”, explica Rory Downham, supervisor de la iniciativa.

La mayoría de los cooperantes permanecen sobre el terreno, a pesar del miedo a contraer la enfermedad

A pesar de la amenaza del coronavirus, la mayoría de los cooperantes permanecen sobre el terreno. “Es cierto que algunos voluntarios decidieron marcharse de Lesbos ante la atmósfera deletérea, pero se fueron a principios de marzo", dice Osten-Sacken, “así que el coronavirus no tuvo nada que ver; pero ahora resulta imposible renovar los equipos, ya que las fronteras están cerradas y cada nueva llegada representa una amenaza potencial, porque puede ser una persona portadora del virus”. Sin embargo, a la asociación griega no le faltan brazos: “Los propios refugiados son nuestros voluntarios”, subraya Osten-Sacken.

En cuanto a MSF, “los cooperantes están al final su misión, exhaustos, sin haber descansado desde hace mucho. Llevan más de un mes en total autonomía y con más trabajo del habitual”, dice Seguin. Por eso, la organización está tratando de organizar una evacuación conjunta con Cruz Roja Internacional. Pero esto significa perder más brazos: en estos momentos resulta imposible traer al país a personal de relevo.

“No creemos que la situación mejore en las próximas semanas. Incluso si lográramos traer a cooperantes, tendríamos que esperar quince días a que pasen la cuarentena”, añade.

La ONG también ha visto disminuir su número de sanitarios yemeníes, puestos en cuarentena preventiva por tratarse de personas de riesgo, por tener más de 60 años o sufrir hipertensión o diabetes. El trabajo se acumula sobre las espaldas de los sanitarios restantes, a sabiendas de que su sistema sanitario no podrá protegerles eficazmente si contraen la enfermedad o la transmiten a su familia. “Evidentemente, están muy preocupados”, lamenta Seguin. “Estamos preparando mascarillas para que puedan protegerse, ellos y sus familias”.

Por fortuna, sólo hay constancia oficialmente de un caso de enfermedad por coronavirus en Yemen. Pero no cabe duda de que puede haber más, ya que el país carece de capacidad para hacer test a un gran número de personas. “Ya vimos lo ocurrido en otras epidemias, de difteria, sarampión, cólera...”. El cólera lo padecieron 1,3 millones de personas en Yemen, según Oxfam, el mayor brote registrado de la enfermedad. “Si el coronavirus se propaga, va a ser muy, muy complicado”, añade Seguin. “Y todo esto con bombas cayendo”.

Consecuencias en cascada que debemos temer

La preocupación de los cooperantes va más allá de los efectos del coronavirus sobre la salud. “Durante la epidemia de ébola en África occidental, murieron más personas por otras enfermedades [no tratadas a causa de la epidemia] que por el ébola”, recuerda Jeremy Konyndyk, del Centro para el Desarrollo Mundial. El cierre de las fronteras y la recesión económica mundial amenazan con quebrar el suministro de medicamentos para la diabetes y el sida. Los recursos financieros utilizados para la prevención de otras enfermedades y sus factores podrían redirigirse a la urgente lucha contra el coronavirus. De hecho, los programas de desarrollo a largo plazo ya se han detenido, como el que estaba llevando a cabo Grdr en Guinea-Bissau para la rehabilitación de hábitats precarios.

Todavía resulta difícil cuantificar estas burbujas que van a romper, durante un período de tiempo indefinido, la continuidad de la ayuda y de programas que siguen siendo esenciales. Pero tendrán repercusiones a largo plazo (la OMS teme, por ejemplo, 500.000 decesos adicionales ligados al VIH/sida).

También hay que temer nuevas crisis humanitarias vinculadas a la explosión de la pobreza. A la destrucción de puestos de trabajo locales en los países menos desarrollados hay que añadir la disminución de las remesas de dinero enviadas por los trabajadores migrantes desde el extranjero, que al ser más precarios, son los primeros afectados en caso de crisis económica. Según el Banco Mundial, se prevé que los ingresos de remesas disminuyan casi un 20%, “acabará desapareciendo un salvavidas económico vital para muchos hogares vulnerables”, dice la organización.

Para hacer frente a esta situación, las ONG, que siguen avanzando a ojo, piden a las instancias decisorias que mantengan al máximo los programas actuales y lanzan campañas de donación en todo el mundo. Según cálculos de la revista The New Humanitarian, las necesidades inmediatas de las principales organizaciones humanitarias ascienden ya a 5.000 millones de dólares (4.600 millones de euros).

Se avecinan desafíos hercúleos, que pondrán a prueba el funcionamiento de las organizaciones humanitarias internacionales. Pero también podrán aprender de ello, como ya lo han hecho en otras epidemias. “Básicamente, supone un enorme desafío de coordinación”, añade Konyndyk. “Obligará a los socios locales e internacionales a trabajar entre ellos de una manera más eficiente, más comprensiva, más respetuosa y equilibrada, como nunca antes lo habían hecho”.

This article has been translated from French.