Trabajadoras en locales de baile y alterne de Taiwán se organizan para conseguir solidaridad y apoyo financiero

Trabajadoras en locales de baile y alterne de Taiwán se organizan para conseguir solidaridad y apoyo financiero

Chi Yang* applies makeup, as she prepares for an evening entertaining client at her regular hostess bar in Taipei’s popular red-light district on 7 June 2020.

(Naomi Goddard)

Chi Yang* ha trabajado durante los últimos cinco años como camarera en un club de Linsen North Road, en el popular barrio rojo de Taipéi. Allí, esta joven de 25 años y sus compañeras reciben a clientes que les pagan por cantar, beber y cenar con ellos en habitaciones privadas, donde las relaciones sexuales son ilegales pero no infrecuentes. Aunque Yang solo trabaja a tiempo parcial para complementar sus estudios de Diseño de Moda, para ella fue un alivio poder volver a trabajar a finales de mayo, después de que el club permaneciera cerrado durante las seis semanas que duró el cierre forzoso de los locales de baile y los bares de alterne impuesto por el Gobierno durante el pico de la pandemia del coronavirus. “Le dije a mi madre que, si el cierre se prolongaba hasta junio, no podría enviarle dinero”, explica Yang, cuya familia depende económicamente de ella.

El 8 de abril una camarera dio positivo en la prueba de la COVID-19, tras lo cual el Gobierno taiwanés ordenó el cierre temporal de los locales de solaz para adultos de todo el país, alegando la necesidad de imponer normas de distanciamiento social. No obstante, en un país donde el sector servicios representa aproximadamente el 60% del PIB y el 60% del empleo nacional, este fue el único segmento que se vio afectado por la decisión del Gobierno: salvo cierres localizados, los pubs, restaurantes, cines, peluquerías y demás comercios permanecieron abiertos durante toda la pandemia.

Taiwán ha sido muy elogiado por su éxito a la hora de evitar la propagación del coronavirus, y actualmente solo registra siete muertos y 451 casos activos. Sin embargo, el cierre forzoso de los locales de baile y los bares de alterne ha suscitado controversia. “Ha perjudicado directamente a las trabajadoras más vulnerables”, afirma Chen Hong-Pei, portavoz del colectivo de trabajadoras sexuales Collective of Sex Workers And Supporters (COSWAS).

“Es [una manifestación del] estigma público hacia los locales de solaz para adultos. El Gobierno asumió que poca gente se manifestaría en favor de las camareras y las trabajadoras sexuales”, añade Chen.

En Taiwán, el estatuto jurídico del trabajo sexual es ambivalente. Desde 2011 se ha permitido que los gobiernos locales designen zonas rojas en sus regiones administrativas, lo que significa que, oficialmente, solo las trabajadores sexuales y los clientes que ejerzan y consuman fuera de estas zonas podrían verse sancionados. No obstante, hasta la fecha, ninguna de las 22 autoridades locales de Taiwán ha establecido una zona de comercio sexual, porque nadie quiere afrontar los riesgos políticos relacionados con la aplicación de la ley. Y, sin embargo, en el país hay varios barrios rojos con trabajadoras sexuales que ejercen en salones de masaje, karaokes, casas de té, en los denominados “hoteles del amor” y en línea. Las autoridades suelen hacer la vista gorda, como consecuencia de lo cual las camareras y las trabajadoras sexuales se encuentran en gran medida desprotegidas y en el limbo.

Las más vulnerables son las trabajadoras sexuales migrantes, algunas de las cuales llegan a Taiwán de forma voluntaria desde países vecinos como Vietnam, Tailandia, Filipinas y China, mientras que otras son víctimas de la trata y obligadas a ejercer la prostitución en contra de su voluntad. En el Informe sobre la Trata de Personas que publica Estados Unidos, Taiwán viene siendo desde 2009 un país del Nivel 1 (que denota el pleno cumplimiento de las normas mínimas de protección contra la trata de personas), pero sigue preocupando la existencia de trata con fines sexuales, principalmente de trabajadoras migrantes. En los últimos años se han investigado un centenar de casos. No obstante, a pesar de tener que soportar unas condiciones de trabajo pésimas, no cabe esperar que las camareras extranjeras ni las trabajadoras sexuales migrantes vayan a denunciar su situación por miedo a tener problemas con las autoridades y, en última instancia, a ser deportadas.

La presión económica provocada por los cierres ha obligado a muchas camareras a buscar el denominado “trabajo de comunicación”, en el que o bien encuentran clientes de forma independiente a través de plataformas o bien trabajan con un agente que las pone en contacto con hombres con los que se reúnen en bares, restaurantes o habitaciones privadas. A diferencia del trabajo en los bares o locales de baile, las mujeres tienen que trabajar en entornos desconocidos y, a veces, inseguros, como el domicilio de un cliente. Además, en el trabajo de comunicación las expectativas de tener relaciones sexuales son mayores, puesto que en los bares y locales de baile los agentes protegen a las camareras y todo funciona bajo la atenta vigilancia del dueño del establecimiento.

En el trabajo de comunicación “las camareras tienen que asumir más riesgos porque los clientes saben que no están protegidas por los dueños de los bares ni por los agentes. Una vez recibimos una llamada de una camarera que había sido agredida sexualmente mientras realizaba trabajo de comunicación; el cliente había intentado violarla”, señala KB*, una agente que organiza el trabajo de las camareras.

KB admite que algunos clientes se aprovechan de la situación actual, intentando pagar menos de lo acordado por el trabajo de las camareras, o incluso tratando de no pagar nada. Además, muchas camareras que anteriormente se habían negado a realizar servicios sexuales, ahora los aceptan para poder ganarse la vida. Algunos agentes les imparten una formación general antes de que empiecen a trabajar, para enseñarles a protegerse. No todas las camareras aceptan realizar servicios sexuales, y precisamente las que no los aceptan tienen que aprender a escapar de forma segura cuando los clientes insisten en mantener relaciones sexuales con ellas. Por otra parte, las trabajadoras sexuales siempre tienen que exigir a los clientes que utilicen un condón. Durante la pandemia, las trabajadoras sexuales de los salones de masaje han tenido que utilizar mascarilla durante los actos sexuales.

Algunas camareras dicen que sus ingresos se han reducido hasta un 80% durante la pandemia, mientras que otras no han ganado nada en absoluto. El dinero que ganan las camareras varía, ya que las mujeres taiwanesas más jóvenes suelen ganar más que las camareras de más edad o que las trabajadoras migrantes. En cualquier caso, los ingresos semanales oscilan entre los 4.000 y los 25.000 dólares taiwaneses (de 135 dólares USD, 119 euros; a 850 USD, 745 euros). Muchas de las mujeres de la industria son madres solteras o el principal sostén de sus familias, y suelen tener préstamos y deudas que pagar. Esto las somete a una importante presión para asumir más trabajo, trabajos más peligrosos y jornadas laborales más largas.

Las trabajadoras sexuales no reciben ayudas

Aunque el Gobierno de Taiwán ha proporcionado apoyo financiero por valor de millones de dólares a las empresas y a los trabajadores que se han quedado sin ingresos o sin empleo debido al coronavirus, muchas camareras no han podido acogerse a ninguna de las ayudas. Mei-Hua Chen, profesora del departamento de Sociología de la Universidad Nacional Sun Yat-sen explicaba en un reciente artículo publicado en el Taiwan Insight sobre el impacto del coronavirus en las trabajadoras sexuales: “La mayoría de los bares de camareras, locales de baile y demás establecimientos de alterne evitan contratar directamente a las mujeres y las subcontratan a agentes independientes para maximizar beneficios. Además, los agentes suelen trabajar como socios comerciales que se llevan [un porcentaje por organizar] a diario el trabajo de las camareras y las trabajadoras sexuales”.

Dado que la mayoría de las camareras no disponen de los documentos necesarios para demostrar que están trabajando, no tienen siquiera derecho a la pequeña transferencia puntual de 10.000 TWD (335 USD, 302 euros) que el Gobierno ha concedido desde el 6 de mayo a los trabajadores de bajos ingresos del sector de la economía informal que carecen de seguro laboral. Ann Lee*, de 27 años, es una de las pocas camareras cuya solicitud de ayuda ha sido aceptada. Explica que recibió 20.000 TWD (680 USD o 596 EUR) en concepto de ayuda, pero no por las repercusiones que el cierre impuesto por el Gobierno ha tenido en su trabajo de camarera, sino porque su “familia es demasiado pobre”.

Las repercusiones económicas del cierre de los locales también están causando problemas de salud mental. “Cada vez son más las camareras y trabajadoras sexuales que intentan suicidarse o automutilarse”, señala Sophie Lin*, otra agente que anteriormente había trabajado como camarera durante tres años.

“De hecho, muchas de ellas ya padecen trastornos mentales”, observa, refiriéndose al hecho de que las mujeres que trabajan como camareras suelen ser tratadas como parias por sus familias y sus comunidades.

Lin conoce bien los efectos devastadores de una salud mental deficiente. Su madre padece una grave enfermedad mental, por lo que Lin no solo es el principal sostén de la familia sino que además es la principal cuidadora de su madre. Pero ella trata de no obsesionarse con las dificultades y, junto con Yang y Lee, ha estado ayudando durante la pandemia a las camareras y a las trabajadoras sexuales a través de una página de Facebook llamada Diary of the Serving Ladies (Diario de las damas encargadas de servir) organizada y dirigida por un grupo de camareras y agentes.

“Ayudamos a las camareras a solicitar ayudas y también redactamos comunicados de prensa para solicitar medidas al Gobierno. Estamos demasiado ocupadas como para sentirnos angustiadas o deprimidas por nuestros propios problemas”, declara Lin. Desde marzo, añade, el grupo ha ayudado a más de 70 camareras y trabajadoras sexuales de todas las edades a solicitar ayudas. Algunos agentes y gerentes de bares de camareras también han acudido a ellas en busca de ayuda, y también se han asociado con otros grupos de la sociedad civil para defender los derechos de las camareras y las trabajadoras sexuales.

“Es una nueva era para mediar en los problemas del trabajo sexual en Taiwán. Los jóvenes de hoy en día tienen estudios superiores y han participado en diversos movimientos sociales”, explica la profesora Chen, cuyo trabajo se centra en los derechos de las trabajadoras sexuales

“En esta época de pandemia, saben que tienen que subvertir por sí mismos el tradicional estigma sexual mediante acciones colectivas, puesto que casi ningún colectivo va a hablar en su nombre”, continúa.

En Taiwán los locales de baile y los bares de alterne han ido reabriendo gradualmente, pero el estigma público hacia las mujeres que trabajan en estos establecimientos sigue siendo fuerte. “La sociedad en general sigue sin sentir simpatía por las camareras y las trabajadoras sexuales en Taiwán”, comenta Yang. “El trabajo en equipo me motiva para seguir hablando con el público acerca de nuestro trabajo y para ayudar a establecer un entorno más seguro y mejor protegido para quienes trabajan o están planteándose trabajar en este sector”.

La profesora Chen es optimista en cuanto a que esta generación de mujeres jóvenes, capacitadas y activistas van a conseguir avances en el fomento de los derechos de las trabajadoras sexuales. “Veo nuevas oportunidades para este colectivo”, afirma. “Ante la crisis, han empezado a conectar entre sí”.

*Chi Yang, Ann Lee, Sophie Lin y KB son pseudónimos.