El lento y silencioso exterminio de los uigures

El lento y silencioso exterminio de los uigures

Uyghur writer Abduweli Ayup speaks with the owner of a Uyghur bookstore in the Küçükçekmece neighbourhood of Istanbul, Turkey, on 16 March 2019.

(Marga Zambrana)

Si los uigures tuvieran un Richard Gere que diera voz a su sufrimiento, su causa sería tan conocida como la de los tibetanos. Pero ninguna celebridad internacional ha seguido los pasos de Gere para con la minoría túrquica que sufre un potencial genocidio de igual envergadura por parte del Partido Comunista de China (PCCh).

Decenas de miles de uigures han huido de China en los últimos años después de que el presidente chino Xi Jinping iniciara una política doble de sometimiento y asimilación mediante detenciones masivas en campos de reeducación y el desarraigo de uigures que son enviados a trabajar fuera de su región. Investigaciones de medios internacionales como The New York Times y documentos académicos indican que hasta un millón de uigures están encerrados en estos campos de adoctrinamiento. La supresión de su cultura, lengua y lugares de culto es patente en la región autónoma. El objetivo, según Pekín, es luchar contra el separatismo, el radicalismo islámico y el terrorismo.

Con la excusa de que un cierto número de uigures radicalizados se unieron al autoproclamado Estado Islámico (EI) en la guerra de Siria tras pasar por suelo turco, las autoridades chinas han ampliado la acusación al resto de miembros de la etnia, bajo un nebuloso concepto de terrorismo que dista de la definición de la ONU.

La mayoría de los 20 millones de uigures que se calculan (en todo el mundo) profesan el sufismo, una versión moderada del Islam, y su modo de vida es prácticamente secular. Hablan una lengua túrquica que se escribe todavía en alfabeto árabe. Considerados unos de los primeros habitantes de la cuenca del Tarim, la frontera natural de China con Asia Central, la decreciente población uigur constituye ya menos de la mitad de los 20 millones de habitantes de lo que hoy se conoce como la región autónoma noroccidental china de Xinjiang (Turkestán Oriental para los uigures). Otra gran comunidad vive repartida entre Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán, y el resto son refugiados recientes que han emigrado a Turquía, Europa y América.

A diferencia del resto de musulmanes en China, los uigures poseen una arraigada identidad. Tras la caída de la última dinastía Qing, formaron un Estado independiente entre 1933 y 1949, que finalizó con la ocupación de la China maoísta. Y así empezó su actual calvario. Los uigures fueron objeto de abandono económico y de represión durante la Revolución Cultural, cuando se les privó del ejercicio de sus tradiciones. Para aplacar sus ánimos independentistas, Pekín ideó un plan de desarrollo económico y facilitó la llegada de colonos de la etnia mayoritaria china Han a la región.

La influencia de Pekín es tal que la mayoría de Estados asiáticos, entre ellos Tailandia y Malasia; y otros como Egipto, deportan a los refugiados uigures, y una vez en territorio chino desaparecen y pueden enfrentarse a la pena de muerte, alertan defensores de los derechos humanos.

Grupos de derechos humanos como Uyghur Human Rights Project (UHRP) denuncian una situación que califican de genocidio, ya que prácticas como las detenciones arbitrarias, la imposición de transferencias demográficas, trabajos forzados y políticas destinadas a reducir la natalidad, incluidos abortos y esterilizaciones no voluntarias, están consideradas genocidio y crímenes contra la humanidad según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y el Estatuto de Roma.

Desde que el PCCh tomó la región en 1949, Pekín ha impuesto un duro control contra minorías étnicas como la uigur o la kazaja, entre otras, muy diferenciadas de la mayoría china Han por su idioma, religión y tradiciones. La llegada masiva de chinos Han y la represión del régimen han provocado un resentimiento entre algunos grupos e individuos de la comunidad, que han llevado a cabo ataques y protestas como las de 2009 en Urumqi, la capital regional, que se saldaron con decenas de muertos.

Turquía, un refugio para los uigures

Las implacables políticas de Pekín han desatado una diáspora de uigures en los últimos años, y unos 60.000 de ellos han hallado una relativa protección en Turquía, un país cultural y lingüísticamente cercano. Una gran comunidad uigur musulmana conservadora se congrega en la ciudad anatolia de Kayseri, mientras que en Estambul hay vecindarios uigures en barrios como Aksaray, Küçükçekmece o Zeytinburnu, donde regentan sus propios comercios y restaurantes. Los turistas chinos que visitan Estambul suelen acudir a los restaurantes uigures, cuya cocina es una mezcla de la china y la centroasiática.

En uno de estos comederos, los cocineros estiran con maña acrobática los tradicionales fideos uigures, los laghman o los lembu fríos, que acompañados de pedazos de cordero, verduras y su salsa picante de frutos secos y especias, hacen las delicias de una clientela entusiasta. En la puerta, un letrero reza en ideogramas chinos, inglés y turco: “Prohibida la entrada a los chinos”.

No es una broma, pero sí un caso aislado. Tahir, el dueño del restaurante, dice que él mismo colgó el letrero. Y enumera sus motivos. “Los chinos nos maltratan y nos discriminan. A los presos uigures les dan de beber agua con ácido, muchos han muerto por eso. Además, la covid-19 proviene de China, y muchos turistas chinos se han acercado por Zeytinburnu. Algunos restaurantes uigures les dejan entrar. Pero yo no quiero que entren en el mío, no me fío de ellos”, señala el propietario, de 34 años, que no pinta canas, y prefiere usar un nombre ficticio para evitar represalias.

Después de sufrir detenciones e interrogatorios en China, Tahir abandonó su ciudad natal de Karamay en 2016. Huyó a Turquía con su mujer y tres de sus hijos, y tuvo que dejar a dos de ellos por carecer de pasaporte. Desde su huida, su familia en Xinjiang ha sufrido todo tipo de presiones. Tahir intentó hablar con sus padres tras instalarse en Estambul, pero le rogaron que desistiera para evitar poner en peligro sus vidas tras recibir visitas amenazantes de la policía china. “No sé nada de mis otros dos hijos desde entonces”.

A miles de kilómetros, en Noruega, otro intelectual uigur rememora su traumática experiencia en un campo de reeducación. Se trata del escritor, políglota y activista Abduweli Ayup. Nacido en Kashgar en 1973 y educado en EEUU, el poeta fue detenido en 2014 y encarcelado durante quince meses por fundar una red de preescolar para el aprendizaje del uigur.

Este idioma está en teoría protegido por la Constitución china, pero en la práctica las autoridades obligan a los escolares a escoger entre el chino y el uigur. Desconocer el primero les impedirá encontrar un buen trabajo. Escoger el segundo puede llevarles a la cárcel.

“La tortura era parte del interrogatorio”, recuerda Ayup. “Desde luego, no esperaba un trato respetuoso. Pero mucho menos las cosas diabólicas que me hicieron. La primera noche, tres guardias reunieron a unos veinte criminales que estaban encarcelados, me rodearon y me violaron. Pero ya no quiero hablar más de ese tema”, señala bajando la mirada y visiblemente afectado.

Tras ser liberado, en agosto de 2015, el lingüista huyó con su familia a Turquía. El trauma de sus torturas se materializó en tres libros, y en su nuevo hogar siguió escribiendo, enseñando uigur a los niños de su etnia, y abogando como activista. Sus obras pueden encontrarse todavía en la librería uigur de Küçükçekmece.

Detenciones de uigures en Turquía

Después del atentado terrorista del día de año nuevo de 2017, perpetrado por un radical islamista uzbeco en la discoteca Reina de Estambul, la vida de Abduweli Ayup y la de otros muchos uigures en Turquía cambió. Las fuerzas de seguridad turcas llevaron a cabo masivas detenciones de musulmanes centroasiáticos, entre ellos de uigures. “Los grupos extremistas en Turquía usaron a los uigures como protección”, explica Ayup. Según su propia investigación, que ahora realiza desde Oslo, 400 uigures fueron arrestados en Turquía. El escritor asegura haber sufrido interrogatorios y acoso por parte de las autoridades turcas.

La situación política ha cambiado mucho desde que en 2012 el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan visitara la región china e hiciera llorar a los “hermanos uigures” ofreciéndoles su mano protectora. La narrativa de Erdoğan era ya otra en 2016, cuando empezó a señalar la existencia de grupos radicales uigures en su territorio.

El cocinero Tahir ya no se siente seguro en Turquía. En enero de 2017, él junto con diez de sus empleados fueron detenidos por supuestos vínculos terroristas. Durante los quince días de detención sufrieron insultos y maltrato físico a manos de la policía turca, asegura Tahir. En dos ocasiones fueron obligados a subir a un avión con destino a Hong Kong. Al final intervino un patriarca uigur de Kayseri que consiguió liberarlos. El motivo de las detenciones y encarcelamiento de siete: algunos uzbekos relacionados con el terrorista del Reina habían ido a comer a su restaurante en los días previos al ataque.

Según una investigación del Sunday Telegraph, Turquía está enviando a decenas de uigures a China a través de terceros países como Tayikistán, siguiendo las presiones de Pekín.

No obstante, en un comunicado, la Oficina de Presidencia ha asegurado a Equal Times que “Turquía es el hogar de una considerable comunidad uigur, y algunos de ellos se han convertido en ciudadanos turcos. El hecho de que tantos uigures escojan vivir, estudiar y trabajar en Turquía claramente demuestra su sensación de seguridad aquí”.

La mayoría de detenidos uigures (en Turquía) fueron liberados. Sin embargo, el lingüista Ayup ha contabilizado hasta un millar de uigures que han abandonado Turquía para, como él mismo hizo en 2019, encontrar cobijo en Europa.

Desde 2013, miles de uigures se han unido en Siria a grupos radicales islámicos como Al-Qaeda o EI. Extremistas de esta etnia también han llevado ataques con muertos en China, Tailandia o Kirguizistán en el último lustro.

“Es desafortunado que algunos uigures parecen haber viajado a Siria, pero lo mismo se puede decir de nacionales de muchos países europeos. Por lo que no hay una conexión directa entre uigures y terrorismo”, explica Peter Irwin, experto y oficial superior de proyectos de Uyghur Project.

“El Gobierno de China tiende a encuadrar este hecho como una prueba de que los uigures son una amenaza para su seguridad. Esto no tiene sentido, porque en China nunca ha existido violencia organizada entre los uigures. Niveles bajos de violencia, si bien son lamentables, son también una reacción contra la política implacable del gobierno chino diseñada para prohibir las mínimas expresiones de la identidad uigur”, añade Irwin.

Críticas internacionales contra Pekín, futuro incierto para los uigures

El escritor Ayup fue el responsable de filtrar a principios de 2020 los llamados “Archivos de Xinjiang”, supuestos documentos oficiales en los que se detallan las detenciones de uigures en campos de internamiento por el simple hecho de “tener demasiados hijos”, “dejarse crecer la barba” o “solicitar un pasaporte”. Las evidencias de que los uigures son forzados a trabajar en la producción de algodón, incluidas las mascarillas contra el coronavirus, son creíbles. Grupos como Amnistía Internacional han denunciado el acoso que los uigures sufren incluso en la diáspora, y han puesto en evidencia las políticas de Pekín en Xinjiang y provocado reacciones de condena por parte de Estados e instituciones occidentales, incluidos grupos de activistas judíos contra el genocidio.

En el último año, y en plena pandemia de covid-19, EEUU prohibió la importación de tecnología y textiles a once empresas cuyos productos eran presuntamente fabricados por presos uigures recluidos en campos de trabajo forzado e internamiento. La Unión Europea y otros Estados occidentales también han condenado la represión uigur. En septiembre, la marca sueca de moda H&M anuló sus compras con un proveedor de algodón chino sospechoso de obligar a los uigures a trabajos forzados.

Ante estas críticas y evidencias, Pekín ha asegurado en distintas ocasiones que los detenidos uigures estaban recibiendo formación profesional y que los campos de reeducación se reducirán paulatinamente. Pero informes de los expertos independientes del Australian Strategic Policy Institute (ASPI) indican que la realidad es muy diferente, y de hecho los centros para detenidos siguen aumentando.

En septiembre, el presidente Xi reiteró que las políticas que se llevan a cabo en Xinjiang son “totalmente correctas”. En lo que se anuncia como una continuación de la actual política represiva, Xi aseguró que “Xinjiang disfruta de estabilidad social, y sus gentes viven en paz y satisfechas. Los hechos demuestran con abundancia que nuestro trabajo con las minorías ha sido un éxito”.

“Me siento muy esperanzado por las acciones que están tomando algunos países del mundo. Los judíos están simpatizando con nosotros. Activistas de derechos humanos cada vez se involucran más con nosotros. En la diáspora, los uigures aprenden su lengua y sus costumbres”, manifiesta el escritor Ayup.

El cocinero Tahir se muestra más cauto. “No sé si el apoyo internacional será beneficioso o perjudicial para los uigures. Los uigures en China viven en una prisión al aire libre. El mundo lo está escuchando ahora, pero no creo que se estén llevando a cabo actos decisivos contra las atrocidades de China. Pido a la comunidad internacional que defienda a los uigures del Turkestán Oriental”.

“Es cuestión de tiempo que el coste del trato de China para con los uigures sea demasiado alto para continuarlo”, concluye por su parte Irwin. “Hoy son los uigures, pero mañana puedes ser tú quien sufra las políticas de Pekín, y lamentarás no haberlos defendido”.

This article has been translated from Spanish.