En medio de una “ola de activismo en el deporte”, Australia empieza a reconocer el racismo en su fútbol

En medio de una “ola de activismo en el deporte”, Australia empieza a reconocer el racismo en su fútbol

Between 2005 and 2015 Héritier Lumumba (pictured here playing for the Melbourne Demons) became a cult figure playing for Collingwood, the biggest sporting club in Australia, but he is now suing his former club because of the racism he says he endured during his time there.

(Michael Dodge)

En un caso que sienta precedente, un exjugador de fútbol australiano ha demandado a su club y a su liga por el supuesto racismo que sufrió durante su carrera profesional. Héritier Lumumba, de 33 años, ha presentado una demanda contra su antiguo club de fútbol Collingwood y la liga Australian Football League (AFL), en una de las causas judiciales más importantes por discriminación racial de la industria del deporte australiano.

Lumumba, nacido en Río de Janeiro de madre brasileña y padre congoleño-angolano, afirma que sus compañeros de equipo le impusieron un mote racialmente ofensivo y que tuvo que soportar en el club “las bromas y aberraciones propias de la mentalidad racista”.

El jugador se suma así a varios deportistas de alto nivel de todo el mundo que han denunciado el racismo en los últimos años, como el quarterback de la NFL Colin Kaepernick, la campeona de tenis Naomi Osaka y el campeón de Fórmula 1 Lewis Hamilton.

En un país obsesionado por el deporte, el fútbol australiano es el rey. Se trata de un deporte de contacto y libre movimiento, como una mezcla de fútbol gaélico y rugby, que atrae a 70.000 personas cada semana, y cuyos derechos de televisión se calculan en miles de millones de dólares.

El fútbol australiano tuvo su origen en Melbourne en 1858 y es uno de los deportes profesionales más antiguos del mundo. Los historiadores sostienen que, al idear las reglas, su inventor se vio influenciado por un deporte practicado por los indígenas australianos en el que se recurría mucho a las patadas y los saltos por encima de otros jugadores. No obstante, el porcentaje de jugadores profesionales descendientes de las Primeras Naciones nunca ha superado el actual 11% (en comparación con el 2,8% de la población en general) y los primeros jugadores de color sufrieron grave desprecio y discriminación racial. Entretanto, quienes ocupan las posiciones de poder en el deporte siguen siendo mayoritariamente hombres blancos de edad avanzada.

Entre 2005 y 2015 Héritier Lumumba se convirtió en una figura de culto del Collingwood, el club de fútbol más importante de Australia. En un deporte en el que las apariciones en los medios de comunicación son la norma, Lumumba hizo las cosas de manera diferente.

Fue uno de los primeros en adoptar Twitter, conoció al Dalai Lama y se convirtió en el primer embajador multicultural de la liga. Todo ello al tiempo que ayudaba al Collingwood, con sede en Melbourne, a ganar un título de la Premiership en 2010 y era nombrado uno de los mejores jugadores de la liga ese mismo año.

Pero en un documental de 2017 titulado Fair Game (Juego limpio), Lumumba reveló que durante el tiempo que pasó en el Collingwood tuvo que lidiar con insultos y bromas racistas. Admite que inicialmente lo toleró en un intento por encajar en la mentalidad blanca del club: “Quieres sentirte incluido, así que haces cualquier cosa para demostrar que no eres un alienígena, que eres normal, que eres un ser humano”, afirmaba en el documental.

En 2013, el jugador Harry O’Brien volvió a llamarse Héritier Lumumba en reconocimiento del apellido de su padre. Un año más tarde, después de hablar más abiertamente sobre el racismo en el deporte, abandonó el club de fútbol. “Es muy fácil que te etiqueten de hombre negro resentido. Es muy fácil que te etiqueten de loco”, añadía en Fair Game. “Llegas a un punto en el que te hartas, y lo que quieres es rendirte o hacer algo al respecto”.

Una “ola de activismo deportista”

Durante este año se ha visto a multitud de estrellas del deporte mundial utilizar sus plataformas para denunciar el racismo y apoyar al movimiento Black Lives Matter. Este movimiento se ha inspirado en el quarterback de los San Francisco 49ers, Colin Kaepernick, que se arrodilló durante el himno nacional de Estados Unidos en protesta por la brutalidad policial y el racismo en EEUU en 2016. También aprovecha una profunda vena de protestas en el deporte que se remonta al boxeador Muhammad Ali, que se negó a ser reclutado para luchar en la Guerra de Vietnam en 1966, y a Jackie Robinson, que se incorporó al béisbol profesional en 1947, por ejemplo.

Brendan Schwab, director de la asociación mundial de jugadores World Players Association (WPA), declara que los futbolistas australianos se sienten identificados con los deportistas que se pronuncian en favor de la justicia en todo el mundo.

“Vivimos tiempos muy polarizados y desiguales, y los deportistas se sienten obligados a utilizar sus plataformas para conseguir que se produzca un cambio social generalizado. Los movimientos ‘Me Too’ y ‘Black Lives Matter’, por ejemplo, han tenido un profundo impacto en el deporte en los últimos 24 meses”, recalca.

“Cuando analizamos esta ola de activismo de los deportistas que estamos viviendo en 2020, encontramos dos elementos determinantes: el derecho de los deportistas a acceder, disfrutar y trabajar en el mundo del deporte sin sufrir discriminación alguna, y que el deporte se mantenga fiel a la retórica de ser una forma de hacer el bien”, añade.

El director ejecutivo de la asociación que representa a 85.000 deportistas profesionales manifestó que el fomento de la justicia racial forma parte del movimiento global de deportistas que promueven el cambio social, un apoyo que se manifiesta con más fuerza en los deportes que cuentan con sindicatos. Un ejemplo reciente lo constituyen las importantes medidas de justicia social que consiguieron los jugadores de la National Basketball Association (NBA) tras convocar una huelga salvaje durante las finales, en protesta por los disparos que Jacob Blake recibió por parte de un agente de policía en Kenosha, Wisconsin, el pasado mes de agosto. Entre las medidas figuraban “aumentar el acceso al voto, promover la participación ciudadana y abogar por una reforma significativa de la Policía y la justicia penal” y, en particular, obligar a los propietarios de los equipos a convertir los estadios en centros de votación para las elecciones presidenciales de 2020.

“Existen plataformas sólidas en favor del cambio social porque esos actores se mueven en un entorno sindicalizado de mucho éxito, en el que se reconoce su libertad de asociación y, por lo tanto, pueden disfrutar de su libertad de expresión. La NBA consiguió resolver los boicots mediante acuerdos de justicia social encaminados a lograr un mayor acceso al proceso político en Estados Unidos a través del deporte”, señala.

Schwab destacó otras luchas en el deporte, como la de las futbolistas que luchan por una mejor remuneración, la de los deportistas que se rebelan contra los abusos sexuales cometidos en el pasado en los ámbitos de la gimnasia, la natación y el fútbol, así como la de los aficionados que consiguieron obligar al multimillonario propietario del recién nombrado Washington Football Team a cambiar de nombre y abandonar un apodo que muchos nativos americanos consideraban profundamente ofensivo.

El racismo en el lugar de trabajo es una cuestión laboral

Según documentos judiciales presentados el mes pasado, Lumumba alega que su antiguo club y la AFL incumplieron sus obligaciones cuando fue “sometido a abusos raciales o conductas racialmente ofensivas”. El club “no tomó medidas suficientes para proporcionar y mantener un entorno de trabajo seguro, por ejemplo, protegiendo al demandante del abuso racial o la conducta racialmente ofensiva”, señalan los documentos del tribunal.

Sus alegaciones han sido rechazadas por altos funcionarios y entrenadores del Collingwood pero respaldadas por antiguos compañeros de equipo, entre ellos dos jugadores indígenas.

Sally McManus, delegada de la principal central sindical de Australia, la Australian Council of Trade Unions (ACTU), explica a Equal Times que el caso de Lumumba pone de manifiesto la obligación legal de la AFL para con sus jugadores.

“La AFL tiene las mismas responsabilidades para con los jugadores que cualquier otro empleador tiene con respecto a los trabajadores de su lugar de trabajo. Nadie debería tener que enfrentarse a abusos raciales en ningún contexto, pero, cuando se producen en el trabajo, los empleadores tienen la responsabilidad de intervenir y garantizar que los responsables rindan cuentas”.

“La AFL tiene un enorme poder cultural y debería apoyar a las personas que defienden e intentan mejorar la vida de los jugadores y la seguridad de su lugar de trabajo”.

A principios de este año, la Organización Internacional del Trabajo publicó un informe que revela que los deportistas profesionales se enfrentan con frecuencia a una discriminación generalizada, en particular por motivos de género y origen étnico. Para combatir dicha discriminación y otros problemas, la WPA y sus más de 100 asociaciones de jugadores redactaron en 2007 una Declaración Universal de Derechos de los Jugadores, un marco que consolida el deporte como un trabajo y que, como tal, los deportistas tienen derecho a un lugar de trabajo exento de discriminación.

Por admisión propia el año pasado, la AFL no consiguió proporcionar tal cosa a uno de los mejores jugadores de su historia, Adam Goodes. El jugador estrella se vio obligado a jubilarse de manera anticipada debido al racismo, en forma de abusos directos, comentarios reaccionarios en los medios de comunicación y abucheos incesantes por parte de simpatizantes de equipos contrarios. Por desgracia, este tipo de discriminación abierta no es en absoluto exclusivo de la AFL: en toda Europa, los jugadores de fútbol negros y de diversos orígenes étnicos se enfrentan a un aumento de los abusos racistas, como escuchar chillidos de monos y saludos nazis desde las gradas, así como a diversos tipos de acoso en línea.

Un documental de alto perfil que relata la historia de Goode llevó a la liga a disculparse sin reservas: “Adam, que representa mucho de lo bueno y único de nuestro deporte, fue sometido a un trato que lo apartó del fútbol. El juego no consiguió estar de su parte y denunciar el hecho”, expresó la liga en una declaración de 2019.

Schwab afirma que la liga le falló a Goodes porque carecía del marco necesario para hacer frente a los abusos. La liga se centró en defender la reputación del deporte y si los abucheos de las multitudes eran racistas, no en preguntarse si un jugador estaba siendo denigrado o discriminado racialmente en su lugar de trabajo.

“La comisión de la AFLT en aquel momento simplemente se hizo la pregunta equivocada y por tanto llegó a la respuesta equivocada, lo que supuso un desgaste considerable para la reputación de la liga y un gran agravio personal para un campeón del fútbol”, apunta Schwab.

“A menudo se hace recaer sobre los deportistas la responsabilidad de demostrar que han sido discriminados. Pero si la discriminación no se menciona, o es cultural, o indirecta, o se siente pero no se ve, entonces, sin lugar a dudas, es muy difícil que los deportistas se contenten con ese marco.

“El deporte debe reconocer que es un gran negocio; por lo tanto, tiene el deber proactivo de respetar los derechos humanos internacionalmente reconocidos y garantizar en todo ámbito deportivo el disfrute de tales derechos y la prevención o eliminación de la discriminación”.

Tolerancia cero con el racismo

El racismo que Goodes sufrió también fue un catalizador para que Lumumba abandonara el Collingwood. Tras la broma racista sobre Goodes por parte del presidente del Collingwood, Eddie McGuire, en su programa de radio, Lumumba criticó a su jefe en Twitter.

“No importa que seas maestro de escuela, médico o incluso el presidente de mi club de fútbol: no voy a tolerar el racismo, ni deberíamos tolerarlo en tanto que sociedad. Estoy muy decepcionado con los comentarios [de McGuire’s] y me da igual el cargo que tenga. No estoy de acuerdo con lo que salió de su boca esta mañana en la radio”.

McGuire no era ajeno a la controversia, ya que había sido el presentador de un popular programa de fútbol que ocupaba con frecuencia los titulares por sus chistes racistas y machistas. En 2019, McGuire defendió a su colega y presentador Sam Newman por aparecer con la cara pintada de negro para burlarse de uno de los más grandes jugadores indígenas, Nicky Winmar.

Tras criticar a su jefe, que también era una de las figuras más poderosas del deporte y los medios de comunicación australianos, Lumumba pasó de ser un líder en el club a ser considerado como “alguien que tenía que protegerse de sí mismo, en lugar de tratar de identificar el papel que el entorno había desempeñado como detonante del conflicto”, dijo en Fair Game.

Cuando se emitió el documental, Chelsea Bond, catedrático de estudios sobre Aborígenes e Isleños del estrecho de Torres en la Universidad de Queensland, escribió que no trata de “las capacidades de Lumumba ni de los hombres negros en el deporte o la sociedad australiana, sino que nos habla de la toxicidad de la masculinidad blanca y de la omnipresencia y aceptación del racismo en la vida australiana, en particular en el lugar de trabajo”.

Un temporada más tarde, tras una serie de lesiones, Lumumba decidió retirarse del deporte como parte de un “viaje de descolonización” personal.

En agosto de este año, Robbie Muir, exjugador indígena, recibió disculpas sin reservas por parte de la liga y de su club después de haber sufrido percances durante años, como, por ejemplo, que le hubieran “escupido, orinado, arrojado botellas y atacado turbas de hinchas racistas” durante su carrera en las décadas de 1970 y 1980.

Unos de los mayores retos para el deporte, afirma Schwab, va a ser cómo aborda el pasado y consigue la reconciliación y la reparación para las víctimas históricas de la discriminación. “Cuando hablamos de que se está avanzando, lo decimos desde una posición de privilegio. La cadencia del progreso ha sido lenta y se deriva de la lucha.

“El deporte solo podrá avanzar si afronta el pasado. Si no lo consigue, su aceptación social se verá profundamente cuestionada. Y el acceso a la justicia, la reparación, la reconciliación y la compensación resultará sumamente complicado no solo para la AFL sino para el deporte a escala mundial”, concluye.