A pesar de los estereotipos, cae la religiosidad entre la juventud árabe

A pesar de los estereotipos, cae la religiosidad entre la juventud árabe

In a region where religion and politics are intimately linked, one of the reasons for this decline in religiosity and the waning trust in religious institutions may be the disappointment with Islamist parties, in light of their poor performance since the so-called Arab Spring. Mass prayers are held in Tahrir Square, Cairo, shortly after the fall of Hosni Mubarak in 2011.

(Ricard González)

Tras la enésima polémica relacionada con las caricaturas del profeta Mahoma, esta vez con el presidente Emmanuel Macron como protagonista, diversos medios se hicieron eco de “protestas en el mundo islámico”, junto con las declaraciones exaltadas de varios dirigentes de países de mayoría musulmana. Aunque algunas manifestaciones sucedieron fuera del mundo árabe, la controversia sirvió para alimentar el estereotipo del mundo árabe como una región muy conservadora, donde la religión lo impregna todo. Sin embargo algunos indicios sugieren que, bajo una superficie agitada, una corriente de fondo se mueve en sentido contrario, sobre todo entre los jóvenes.

Quizá el estudio más completo que apunta en esta dirección sea el Arab Barometer de 2019, una macroencuesta anual elaborada desde 2006 por una red transnacional de instituciones en la que participaron más de 25.000 personas de once países árabes. Según el estudio, el porcentaje de personas entrevistadas que se declaró “no religiosa” aumentó de un 8% a un 13% en un solo año. El incremento aún es más sustancial entre los menores de 30 años, pues se eleva al 18% respecto al 11% del año anterior. En algunos países, la proporción de jóvenes “no religiosos” alcanza unas cotas sorprendentes: casi la mitad en el caso de los tunecinos, un tercio de los libios y una cuarta parte de los argelinos.

Según Georges Fahmi, un investigador egipcio del European University Institute de Florencia, estos datos son coherentes con sus observaciones empíricas: “Es una tendencia que se manifiesta de diversas formas. Desde chicas que se quitan el velo islámico, hombres que dejan de rezar, o lo hacen solo los viernes, pero continúan considerándose musulmanes. Ahora bien, también los hay que han perdido la fe del todo, y afirman ya no creer en Dios”.

Además, diversas revueltas acaecidas durante los dos últimos años y protagonizadas sobre todo por la juventud destacaron por no atesorar un sesgo islamista —Argelia—, o incluso, por ser muy críticas con los dirigentes islamistas del país —Sudán—, o con las dinámicas sectarias de las élites políticas —Irak y Líbano—.

Estas movilizaciones han sido mucho más masivas que cualquier protesta alrededor de la cuestión de las caricaturas. De hecho, el Arab Barometer registra también una marcada caída del apoyo entre el conjunto de la población a los partidos islamistas, que es ahora del 20% respecto al 35% de 2013, e incluso de la confianza hacia los líderes religiosos. Hace siete años, la mitad de los encuestados declara confiar “mucho” o “bastante” en los clérigos, mientras que ahora esa cifra se ha reducido a un 40%.

En una región con una íntima relación entre religión y política, una de las causas de esta erosión en la religiosidad y la confianza en las instituciones religiosas podría radicar en el sentimiento de decepción por la pobre actuación de los partidos islamistas después de la llamada Primavera Árabe, que hizo caer diversos dictadores. “El islamismo político ha fracasado en su intento de ofrecer un proyecto coherente inspirado por el islam… Esto ha dejado a muchos de estos jóvenes frustrados, y les ha llevado a dudar que la religiosidad sea un indicador de ser una buena persona. Es algo que he oído muchas veces en Egipto por parte de mujeres que se quitaron el hiyab”, comenta Fahmi, que pone como ejemplo el atribulado Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto o el del partido Ennahda en Túnez.

“El aumento de los atentados yihadistas, muchos de ellos en países árabes, también es un factor a tener en cuenta. Sobre todo los más jóvenes, no entienden que se pueda matar en nombre de la religión, y eso los aleja de ella”, sostiene el pensador islámico tunecino Salaheddin Jourchi, que considera que las diversas crisis que padecen los países árabes —económica, social, política, de valores— explica la falta de confianza hacia todas las instituciones establecidas. “Hay también una crisis de discurso por parte de las autoridades religiosas, que no conectan con la juventud y sus inquietudes”, añade. Las nuevas generaciones árabes están más abiertas al mundo que las anteriores, sobre todo gracias a internet y las redes sociales. Este hecho provoca que sus expectativas vitales se alejen de un discurso oficial esclerotizado.

¿Un proceso de secularización en ciernes?

Es un lugar común entre analistas y académicos señalar la Revolución Islámica de Irán de 1979 como un punto de inflexión respecto a la posición de la religión en la vida pública en Oriente Medio y el norte de África. El ascenso del ayatolá Jomeini marcó el proceso de reislamización progresiva en toda la región, es decir, de aumento del conservadurismo religioso. Ahora bien, este no fue el único factor. Cabe añadir también la derrota estrepitosa en la guerra contra Israel en 1967 de los regímenes árabes laicizantes y, sobre todo, el incremento de los precios del petróleo, que financiaron la exportación del islam rigorista de las petromonarquías del Golfo a través de la construcción de mezquitas y el envío de imanes cargados de libros y material formativo. Además, la economía de estos países, con Arabia Saudí a la cabeza, atrajo a millones de trabajadores de otros países árabes. Pasados unos años, estos volvieron a sus países de origen impregnados de una mentalidad mucho más conservadora.

“A pesar de su decepción, una mayoría de jóvenes practica menos, pero no reniega de la religión. Más bien, quiere una reforma. Y una demostración de esto es el renacimiento de las congregaciones espirituales sufíes”, asegura Jourchi.

De hecho, ni tan siquiera en Túnez, un país donde el porcentaje de jóvenes que se declara “no religioso” —un 46%— es parecido al de EEUU, los agnósticos o ateos pueden desvelar públicamente sus creencias sin temor a algún tipo de represalia. “Creamos esta página de ‘librepensadores’ para poder crear grupos de debate y de discusión privados en los que expresarnos sin miedo al qué dirán. Nos sorprendió descubrir que éramos tantos”, explica Karisma, una mujer tunecina que se define como “agnóstica y liberada”, cofundadora de la página Association des Libres penseurs de Tunisie (y que emplea este alias por motivos de seguridad).

La Constitución democrática de Túnez aprobada en 2014 es ambigua, o incluso contradictoria, respecto al papel de la religión en la vida pública. Al mismo tiempo que garantiza la libertad de conciencia, su artículo primero declara que el islam es la religión del país y el sexto que el Estado debe “proteger lo sagrado e impedir que sea atacado”. Ello se traduce a menudo en sentencias que vulneran la libertad de expresión o conciencia. Por ejemplo, la bloguera Emna Charqui fue condenada a seis meses de prisión el pasado verano por “incitar al odio religioso” tras haber publicado un mensaje en una red social en el que instaba a seguir las normas de prevención frente a la pandemia de coronavirus, en tono irónico, imitando el estilo y gramática de los versos coránicos.

De acuerdo con la interpretación dominante del Corán, la apostasía está prohibida, y los sectores más fundamentalistas incluso consideran que debería castigarse con la pena de muerte. “Como en Libia la sharía o ley islámica es fuente de derecho, uno puede ser denunciado por declararse ateo. Ante esta situación, los tribunales dan siempre la oportunidad de retractarse públicamente”, explica Karakuz (alias), un libio ateo de la región de la Tripolitania. “En general, la gente sabe que no crees en Dios, pero te deja hacer siempre y cuando no tengas un comportamiento provocativo, como publicar las caricaturas de Mahoma. Pero, más que de los tribunales, el peligro viene de los grupos salafistas”, añade.

Aunque los datos apuntan a que el péndulo de la religiosidad empieza a cambiar de dirección, nadie se atreve a pronosticar si la tendencia va a continuar. De mantenerse, en cuestión de décadas podría llegarse a un proceso de secularización parecido al experimentado en los países occidentales desde el siglo XIX. “El fracaso del islamismo político podría llevar a una liberalización o secularización, pero también a la adopción de ideas fundamentalistas”, advierte Fahmi. Karisma detecta una polarización entre los jóvenes en Túnez: crece el número de “irreligiosos”, pero a la vez, también hay más extremistas. Por su parte, Michael Robbins, director del Arab Barometer se muestra cauto a la hora de hacer predicciones: “Es posible que los jóvenes vuelvan a la religión cuando crezcan y formen familias. Es demasiado pronto para saberlo, pero continuaremos monitoreando este fenómenos en futuras encuestas”.

This article has been translated from Spanish.