Ni el nacionalismo de las vacunas ni el mercado acabarán con la pandemia. Sí lo hará la cooperación internacional

“Para el virus, somos [toda la humanidad] un único rebaño. Para derrotarle tenemos que actuar como una comunidad”. Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS)

Los científicos están haciendo un trabajo brillante desarrollando vacunas contra el virus del SARS-Cov-2 a una velocidad sin precedentes, pero las grandes farmacéuticas siguen teniendo la sartén por el mango y dejan a los gobiernos que discutan sobre lo que son, para empezar, unos suministros insuficientes. El nacionalismo de las vacunas se está asomando en toda su crudeza, con devastadoras consecuencias para los países más pobres y a la larga para todo el mundo.

El argumento moral y humanitario para un acceso justo a la vacunación es obvio, al igual que el argumento de la salud pública –si las vacunas son escasas en un lugar, habrá más casos, lo que supondrá una oportunidad para que el virus siga mutando, como hacen todos los virus de ARN–. Esto significa que podrían surgir nuevas variantes que difieran lo suficiente del virus original como para que las vacunas existentes no funcionen contra ellas. Si dichas variantes se propagan mucho, la gente ya vacunada volverá a tener un alto riesgo de contraer una enfermedad grave o incluso de morir.

En épocas normales, las vacunas no constituyen grandes fuentes de dinero para las empresas farmacéuticas, ya que pueden ganar mucho más con las medicinas que los pacientes toman a diario durante largos períodos de tiempo que con las vacunaciones de una o dos inyecciones. Las vacunas para los gérmenes que no se están propagando ahora y que probablemente nunca salgan a la luz no generan nada de dinero. Y como ahora las farmacéuticas privadas se encargan prácticamente de todas las últimas fases del desarrollo de las vacunas, eso significa que la preparación de las vacunas era muy limitada cuando surgió la pandemia. Otros coronavirus como el SARS y el MERS ya nos habían advertido sobre el peligro de esta familia de virus y la OMS los puso en su lista de prioridades para desarrollar vacunas. Pero como no había ningún coronavirus grave circulando, excepto los brotes ocasionales y limitados del MERS, no quedaba nada claro que hubiera un mercado para una vacuna de este tipo.

Por tanto, aparte de un pequeño estudio sobre el MERS financiado con fondos públicos y privados, así como algunas investigaciones universitarias sobre los virus financiadas por el gobierno, las fuerzas del mercado impidieron el desarrollo de las vacunas –y de los medicamentos antivirales– para los coronavirus.

Después de que surgiera la covid-19, todo cambió. Se han inyectado enormes sumas de dinero público en empresas y además de las vacunas ya aprobadas se están desarrollando y evaluando decenas de vacunas más, muchas de las cuales se aprovechan de los trabajos universitarios preexistentes. Así, las farmacéuticas se benefician de las investigaciones universitarias financiadas con dinero público, de las ayudas del gobierno y, por supuesto, de las ganancias sobre las ventas –aunque algunas empresas se están comprometiendo a suministrar las vacunas a precio de coste mientras dure la pandemia–. Sin embargo, eso resulta difícil de calcular, pues las empresas insisten en que los contratos con los gobiernos sean secretos. En un caso, Sudáfrica está pagando el doble por inyección que la Unión Europea, al parecer porque el país africano no subvencionó el desarrollo de la vacuna. Otras, como las empresas que están produciendo la nueva vacuna de ARN mensajero, sacarán enormes ganancias de las ventas.

La iniciativa COVAX existe para proporcionar un acceso equitativo a las vacunas. Alrededor de 190 países la están financiando para que pueda comprar y distribuir de forma equitativa 2.000 millones de dosis para finales de este año. Los países más ricos tienen derecho a recibir dosis mediante COVAX, pero muchos no están solicitando sus cuotas asignadas para dejar libres los suministros para las naciones más empobrecidas. Canadá ha causado una gran indignación al reclamar 1,9 millones de dosis en la primera ronda de distribución y ahora tiene un pedido de suficientes vacunas como para inmunizar casi diez veces a toda su población. Ese es el caso de muchos países ricos: como los pedidos se realizaron antes de que supiéramos qué vacunas funcionarían, varios países pidieron de más por si acaso solo una era eficaz.

Sin embargo, muchas vacunas funcionaron, así que ahora tienen más de las que necesitan y se espera que –una vez su población esté vacunada– cedan el excedente de los contratos de venta a países con carencias. Pero no queda del todo claro si eso significa toda su población o solo los ciudadanos con el mayor riesgo de morir. Si se trata de toda la población, los países ricos podrían estar vacunando a gente de bajo riesgo mientras en los países pobres sigue muriendo gente de alto riesgo sin vacunar por la covid-19.

Además, los países ricos pueden declinar sus cuotas de asignación de la COVAX porque adquieren sus propias vacunas por separado –ocurre que, muchos han podido pujar más alto que la COVAX para ser los primeros en obtener los suministros de las farmacéuticas, por lo que los grupos iniciales y limitados de vacunas se los están quedando sobre todo los ricos–.

A menos que la producción se acelere notablemente, es posible que los ciudadanos de los países más empobrecidos no reciban la vacuna hasta 2024. Se necesita un esfuerzo urgente a nivel mundial para acelerar la producción y distribución, también de las nuevas vacunas y combinaciones de vacunas que pueden ser necesarias para enfrentarse a las nuevas variantes de la covid, las que ya están surgiendo y probablemente muchas otras más en el futuro. Por suerte, incluso en los casos donde las vacunas ya existentes están teniendo malos resultados para frenar los síntomas suaves o moderados de algunas nuevas variantes, se espera que tengan buenos resultados para frenar la hospitalización y los fallecimientos.

También están surgiendo algunas pruebas de que determinadas vacunas no solo protegen al individuo ya vacunado, sino que también reducen la transmisión, ayudando a frenar la propagación del virus, aunque hasta la fecha ninguna inhibe claramente todas las transmisiones.

El combate contra la especulación con la pandemia

La producción y la distribución de las vacunas son complejas y en todas las regiones están surgiendo grandes problemas relacionados con las cadenas de suministro. Además, todo se complica debido al secretismo de los contratos, incluidos los precios, y a los contratiempos en la producción y la distribución. Y también al mayor de los secretos –las fórmulas de las vacunas en sí, celosamente guardadas por las grandes empresas farmacéuticas que controlan su propiedad intelectual–.

El mundo reaccionó con indignación en los primeros días del brote cuando China ocultó información y se negó en un principio a publicar la secuencia genética del virus, alegando incluso durante tres semanas cruciales que no se transmitía de persona a persona. Es posible que las cosas fueran muy diferentes hoy en día si el régimen chino hubiera sido transparente al principio. Todavía tenemos que observar el mismo nivel de indignación por el secretismo de las grandes empresas farmacéuticas. Si una empresa no pretende sacar beneficios de la pandemia, ¿por qué no da acceso libre a la fórmula, para que pueda despegar la capacidad de producción, también en los países en vías de desarrollo? Si las empresas se están beneficiando de la pandemia mediante la escalada de precios, los gobiernos tienen que tomar una postura clara y fuerte, pues todo el dinero público asignado a la investigación es el que ha hecho posibles las vacunas. La propiedad intelectual derivada del erario público se está utilizando con ánimo de lucro privado.

Las fuerzas del mercado nunca conseguirán controlar esta pandemia. De hecho, parece que es todo lo contrario. Asimismo se está cuestionando la posible influencia que tuvo el sector privado de la patología para impedir la distribución de las pruebas rápidas de antígenos, fundamentales que la sanidad pública detecte y detenga la transmisión del virus. Estas pruebas cuestan solo una fracción del precio de las también cruciales pruebas de diagnóstico por PCR, que están generando un enorme incremento de los beneficios para las empresas privadas que suministran las complejas pruebas de laboratorio, y que se utilizan por millones cada día en todo el mundo.

Depender solo de las pruebas de PCR no es suficiente. Se necesita la mezcla adecuada de estrategias de prueba, y, sin embargo, voces importantes del ámbito de las pruebas de PCR comienzan a mostrarse contrarias a las pruebas rápidas de antígenos. El lucro privado no debería formar parte de esa ni de ninguna decisión sobre cómo controlar la pandemia.

Mientras el mundo centra su atención en las vacunas, la financiación de las investigaciones sobre los tratamientos de la covid-19 está rezagada y hay que invertir miles de millones de dólares más. Las mismas fuerzas del mercado que han retrasado las inversiones en otros antimicrobianos de vital importancia, como los nuevos antibióticos tan necesarios, también han demorado las inversiones en los medicamentos antivirales.

Por supuesto, la ciencia no puede controlar la pandemia por sí sola. También son cruciales la distancia social, las mascarillas, la salud y seguridad laborales con los derechos fundamentales de los trabajadores, la protección social (incluidos los subsidios por enfermedad y aislamiento), así como la higiene y las inversiones en la asistencia sanitaria y en otros sectores.

Los gobiernos deben hacer frente a las poderosas corporaciones que están deformando la respuesta mundial ante la pandemia, así como a los especuladores de la pandemia; y no solo monopolios tecnológicos como Amazon, sino también empresas en el sector de la sanidad que dan prioridad a las ganancias antes que a la salud mundial. Millones de vidas están en juego y los gobiernos tienen que abordar el reto con valentía.