¿Pueden los países menos industrializados beneficiarse de la digitalización pospandemia?

¿Pueden los países menos industrializados beneficiarse de la digitalización pospandemia?

A more connected world can also open many doors for youth populations which, according to the United Nations, are concentrated in developing countries, particularly in Central and South Asia, East Asia, and sub-Saharan Africa. In this 2012 photo, a young Burmese man sits outside with his laptop.

(Laura Villadiego)

Cuando en marzo de 2020, familias de todo el mundo se encerraron en casa para intentar detener la pandemia de covid-19, la mitad ni siquiera tenía acceso a internet. Según la Unesco, apenas un 55% de los hogares a nivel global tenía acceso a la red antes de la pandemia. Y alrededor de 3.700 millones de personas permanecían en un silencio digital.

La mayoría de ellas residen en los países menos desarrollados, una categoría de Naciones Unidas que engloba a los países más vulnerables económicamente —46 en la actualidad— donde sólo un 19% de la población tiene acceso a la red. En los llamados países en desarrollo, el porcentaje se incrementa hasta el 47%, mientras que en los países industrializados, hasta el 87% de las personas están conectadas.

“Los países menos desarrollados son los más vulnerables a las consecuencias humanas y económicas de la pandemia y también son los que están más atrasados en la preparación digital. Sólo una de cada 5 personas en los países menos desarrollados usa internet y en la mayoría de los países en desarrollo mucho menos del 5% de la población compra en la actualidad bienes o servicios en línea”, profundiza un análisis publicado por UNCTAD.

Y, sin embargo, eso no quiere decir que internet no fuera ya una herramienta en auge en los países en desarrollo, explica Grace Natabaalo, investigadora de Caribou Digital, una iniciativa que promueve un mundo digital más justo, inclusivo y ético, según subraya su web. “La digitalización ya llevaba ocurriendo desde hace un tiempo en África, pero no al mismo nivel que en Europa”, asegura la investigadora a Equal Times.

Así, según Natabaalo, en muchos países de África ya se estaba reproduciendo el modelo de ‘economía colaborativa’ para una multitud de sectores que habían adoptado las plataformas de trabajo freelance. “Antes de la covid-19 ya teníamos gente que estaba utilizando estas plataformas digitales, ya sea en el caso de personas para buscar trabajo, o en el caso de los pequeños negocios, para encontrar mercados”, asegura Natabaalo, quien ha liderado un estudio sobre el impacto de la covid-19 en jóvenes profesionales de plataformas digitales en Nigeria, Kenia, Uganda y Ghana.

Y esos impactos de la pandemia no han sido tan diferentes a los vividos en Europa. “Ha habido algunas oportunidades interesantes y muchas dificultades. Los que vendían en línea pudieron vender más al principio de la pandemia, pero eso no duró mucho”, explica Natabaalo.

“Ha habido una aceleración de la digitalización debido a la pandemia de covid-19”, añade Lacina Koné, director general de Smart Africa, una iniciativa lanzada en 2013 por los gobiernos de la Unión Africana para crear un mercado digital único en el continente.

Así, la pandemia potenció nuevos usos de la tecnología aún poco presentes en África, explica Koné, como la ’eSalud’ (eHealth) o la educación telemática, así como el comercio electrónico.

Más allá de África, y según un estudio reciente de la Organización Internacional del Trabajo que analiza el papel de las plataformas digitales en la transformación del mundo del trabajo, Asia ya concentra buena parte de la inversión mundial en este sector, con 56.000 millones de dólares (alrededor de 45.810 millones de euros) en 2019. Por detrás estarían las potencias tradicionales de América del Norte (con 46.000 millones de dólares) y Europa (con 12.000 millones de dólares). Y aunque China se ha convertido en la gran potencia asiática del mercado digital, también se están abriendo oportunidades interesantes en otros países aún en desarrollo, pero con un fuerte crecimiento, del sudeste asiático, según el Banco Mundial. Así, el sudeste asiático es una de las regiones del mundo con un mayor uso de internet, con una media de 3,6 horas de utilización del móvil diarias, el doble de las 1,8 horas de media en el Reino Unido.

Fuera de Asia, América del Norte y Europa los avances son aún limitados; América Latina, África y los Estados Árabes recibieron únicamente un 4% del total de la inversión (en el sector de las plataformas digitales de trabajo). El beneficio económico también está muy concentrado, y el 70% de los ingresos obtenidos (por estas plataformas digitales) acabaron en tan sólo dos países, Estados Unidos (49%) y China (22%), mientras que este porcentaje fue muy inferior en Europa (11%) y en otras regiones (18%).

Un mercado de oportunidades

Sin poder salir de casa, millones de trabajadores probaron por primera vez la experiencia de teletrabajar obligados por los confinamientos que se decretaron con la pandemia. Y eso ha cambiado la filosofía de trabajo en muchas empresas. “Hay una mayor aceptación del trabajo remoto y ahora es más posible que una empresa tenga a un trabajador en otro país”, asegura Mark Coeckelbergh, profesor de Filosofía en la Universidad de Viena, e investigador sobre la filosofía de la tecnología y los medios. Según la consultora McKinsey, aunque más de la mitad de la masa laboral no puede teletrabajar porque sus tareas requieren de presencia física, hay varios sectores, como la recogida y el procesamiento de información, la comunicación, la formación y la terapia, o la codificación de datos que se pueden hacer de forma remota. Y eso podría abrir puertas en países con costes laborales más bajos.

En parte, algunas de estas tareas ya se habían externalizado a países en desarrollo y emergentes. Así, según el informe de la OIT, India es el país que ofrece una mayor cantidad de trabajo en línea, especialmente en el sector del desarrollo de software y tecnología. Otros países importantes son Bangladés, Pakistán, Filipinas y Ucrania. Sin embargo, la pandemia ha reducido la demanda de trabajo en la mayoría de estos países, salvo en India y Ucrania, donde se ha incrementado respecto a 2018.

Un mundo aún más conectado puede además abrir muchas puertas para una población joven, que, según Naciones Unidas, ya se concentra en países en desarrollo, especialmente en Asia Central y del Sur, con 361 millones de jóvenes entre 15 y 24 años; seguida de Asia Oriental, con 307 millones; y del África subsahariana, con 211 millones.

El mayor crecimiento de población joven se dará en los países menos desarrollados, con un incremento del 62% previsto de aquí a 2050, y especialmente en el África subsahariana. África es además el continente con un mayor crecimiento de gente joven. Así, casi la mitad de los jóvenes del planeta serán africanos en 2030, en un continente que, para entonces, tendrá un 75% de población menor de 35 años.

Se trata también de economías que están creciendo rápidamente. Así, según se desprende de un informe de 2020 del Fondo Monetario Internacional, los diez países con un mayor crecimiento económico en 2019 eran países en desarrollo, mayoritariamente de Asia y África, con Sudán del Sur, Ruanda y Libia a la cabeza (si bien los datos para estos proceden de los ejercicios de 2017 y 2018); seguidos de cerca por Etiopía, Nepal, Vietnam y Birmania. “Podemos competir en la arena internacional”, dice Lacina Koné refiriéndose a las empresas nativas de países africanos. “Tenemos suficiente población para desarrollar [productos] y después salir fuera, porque fuera el mercado está bastante maduro”, asegura. Pero para conseguirlo, se necesita un cambio de mentalidad, asegura Koné. “Vamos a necesitar un ajuste de nuestras prioridades para [...] llevar a nuestro continente hacia una economía basada en el conocimiento”.

Romper el modelo neocolonial

A pesar de las oportunidades, la economía digital puede reproducir fácilmente las estructuras coloniales que han dominado las relaciones con los países en desarrollo, reflexiona Mark Coeckelbergh, de la Universidad de Viena. “Me preocupa que las desigualdades y las relaciones de poder existentes se mantengan igual. Hay un riesgo de que las formas de trabajar neocoloniales permanezcan igual”, explica. “Debemos debatir sobre el acceso a la tecnología, pero sobre todo acerca de cómo la tecnología empodera o no a las personas en sus vidas diarias y en su lucha ante trabajos precarios”, añade Coeckelbergh.

Algo que ya ha estado ocurriendo. Así, según el estudio de la OIT, los trabajadores de los países en desarrollo suelen ganar menos que los de los países ricos; en las plataformas de trabajadores autónomos, por ejemplo, ganan un 60% menos, incluso cuando dominan las características básicas y los tipos de tareas que realizan.

La organización de Grace Natabaalo ya ha detectado que, durante la pandemia, ha habido un trato desigual por parte de las plataformas a trabajadores de países ricos y de aquellos en países en desarrollo.

Así, por ejemplo Uber no informó sobre su política de ayuda económica a conductores de Kenia y Ghana. “Había una comunicación continua con ellos sobre sobre protocolos de seguridad pero no sobre estos beneficios”, explica Natabaalo. Bolt, por su parte, ofreció durante la pandemia ayuda a conductores en Europa, pero no en Kenia.

Sólo un cambio de las reglas de juego podrá hacer que realmente los países del Sur se beneficien de una digitalización cuyos impactos a largo plazo aún no están claros. “Internacionalmente, los países con más recursos tienen la obligación de cambiar los regímenes internacionales hacia una mayor solidaridad”, afirma Coeckelbergh. “Para que las cosas cambien en la dirección correcta, se necesita más que una simple revolución digital”.

This article has been translated from Spanish.