Sin diversidad humana no hay diversidad biológica

La idea de que lo humano es un peligro para la naturaleza está profundamente arraigada en la mentalidad de algunas personas. Sin embargo, se basa en una visión etnocéntrica de lo que significa término “humano”. No todos los seres humanos destruyen la Tierra. Son los estilos de vida consumistas y el modelo económico de crecimiento infinito los que se hallan en la raíz de la crisis climática y el declive de la biodiversidad. Otras sociedades humanas mantienen una relación completamente diferente con la naturaleza y no entrañan, como las sociedades occidentales, esta profunda disociación entre lo humano y la naturaleza. Es en este sentido que el famoso antropólogo francés y discípulo de Claude Lévi-Strauss, Philippe Descola, afirma: “La oposición entre la naturaleza y la cultura no es universal”.

En una entrevista para el sitio web de noticias francés Reporterre Descola constató que: “No solamente [...] los seres humanos están presentes en toda la naturaleza, sino que la naturaleza es producto de una antropización, incluso en regiones que parecen muy poco afectadas por la acción humana”.

De hecho, estudios recientes han demostrado que grandes zonas consideradas como “salvajes” sobre la Tierra, como la Amazonia, las llanuras africanas, las selvas de la India, etc., han sido en gran parte modeladas por las sociedades humanas a lo largo de miles de años.

Sin embargo, esta visión que separa la naturaleza de los seres humanos y según la cual la naturaleza solo puede ser salvada si es virgen de toda actividad humana ha sido el principio fundamental del movimiento ambientalista nacido en Estados Unidos a finales del siglo XIX.

Este principio ha dado lugar a un modelo de conservación de la naturaleza denominado “conservación fortaleza”, ya que encierra la naturaleza en una “burbuja”, es decir, el área protegida.

Este enfoque racista ve a los habitantes originales del territorio, es decir, los pueblos indígenas y las comunidades locales, como perjudiciales y considera que no saben cómo gestionar su medio ambiente.

Son deportados y las violaciones de los derechos humanos tales como la tortura, la violación o el asesinato son habituales si intentan regresar a sus tierras en busca de alimento, visitar sus sitios sagrados o cosechar plantas medicinales.

Sin embargo, no todos los seres humanos están sujetos a estas expulsiones. Muchas áreas protegidas invitan al turismo masivo y suelen organizar batidas para trofeos de caza, la explotación forestal y la minería. Según este modelo de conservación de la naturaleza, la población local no puede cazar para alimentarse, pero se acoge con los brazos abiertos a los turistas que vienen para practicar la caza deportiva.

Esta es otra forma de colonialismo, el colonialismo verde, considerado por muchos pueblos indígenas como una de las mayores amenazas que pesan sobre ellos.

En lugar de considerar a los pueblos indígenas y a las comunidades locales como socios clave, esta forma de conservación de la naturaleza damnifica, aliena y destruye a los mejores aliados del medio ambiente.

Proteger el 30% de la Tierra, pero ¿protegerla de quién?

Es importante poner en tela de juicio la solución milagrosa a la crisis actual propuesta por algunos gobiernos, con Francia a la cabeza, y organizaciones. Afirman que si se protegiera el 30% de la Tierra para 2030, podríamos salvar la biodiversidad y mitigar el cambio climático. Lo que olvidan mencionar es que esta medida destruiría la vida de millones de personas, concretamente la de alrededor de 300 millones según un estudio reciente. Representaría el mayor acaparamiento de tierras de la historia.

Expulsados de sus territorios, los pueblos indígenas y las poblaciones locales se verían privados de su capacidad de autosuficiencia, reducidos a la pobreza y acabarían por sumarse al hacinamiento urbano.

¿Y para obtener qué resultados? No existe ninguna prueba científica de que las áreas protegidas sean realmente eficaces para la protección de la biodiversidad. Peor aún, no se necesita ser un experto en biodiversidad para entender que si seguimos consumiendo y produciendo como lo estamos haciendo, proteger el 30%, el 40% o el 50% de la Tierra en otros países no pondrá fin a la crisis climática.

A este panorama se suma el hecho de que estamos asistiendo a una financierización de la naturaleza, la cual se ha convertido en un capital. Las soluciones basadas en la naturaleza, incluyendo las compensaciones de carbono, son un ejemplo perfecto: es aceptable seguir contaminando, siempre que usted plante algunos árboles en algún lugar del planeta. En otras palabras, se paga por contaminar.

Si queremos salvar la biodiversidad, debemos abordar las verdaderas causas de la explotación de los recursos naturales con fines de lucro y el creciente sobreconsumo impulsado por los países del Norte.

Ante todo, en lugar de crear áreas protegidas, debemos reconocer los derechos territoriales de los pueblos indígenas y darles los medios para proteger sus territorios. Los pueblos indígenas son los mejores guardianes de la naturaleza: el 80% de la biodiversidad se encuentra en sus territorios. Asegurar la protección de las tierras indígenas debe ser el principal mecanismo para preservar la biodiversidad.

Dentro de cuatro meses, deberá celebrarse la COP15 para la biodiversidad biológica, donde se tomará la decisión de validar la aprobación de la meta del 30%. Más de 230 organizaciones y expertos, entre los que se encuentra Survival International, han firmado una declaración conjunta destinada a los gobiernos y organizaciones, advirtiendo de la catástrofe que supondría esta meta si se aprobara en estas condiciones. Esperemos que se atienda a este llamamiento, por los pueblos indígenas, por la naturaleza y por toda la humanidad en su conjunto. Sin diversidad humana, no hay diversidad biológica.

This article has been translated from French.