Ma Jun: “Antes preocupaba que la transparencia pudiera conducir a tensiones sociales”, ahora ayuda a mejorar el medioambiente

Ma Jun: “Antes preocupaba que la transparencia pudiera conducir a tensiones sociales”, ahora ayuda a mejorar el medioambiente

"We had realised that we had no choice but to change our production model. China now burns half the world’s coal and it would likely have doubled the amount before peaking. Neither China nor the world could afford that," says Ma Jun from his office in Beijing.

(Adrián Foncillas)

El pequinés Ma Jun, de 53 años, es el padre del activismo medioambiental en China. La degradación de los paisajes de su infancia le empujó a un camino inexplorado y de sus viajes surgió El problema del agua en China, obra germinal e inspiradora del movimiento. Eran los tiempos del desarrollismo a cualquier precio y de las chimeneas humeantes de fábricas como símbolos de progreso. Estudió en la Universidad de Yale y entendió que la confrontación judicial contra los infractores no serviría en China. Su inaudita receta fue la transparencia en un país que sublima la opacidad: su Instituto de Asuntos Públicos y Medioambientales recopila y publica los datos actualizados de emisiones de millones de compañías chinas. Las empresas antes le cerraban la puerta cuando les intentaba convencer de que invirtieran en controles de polución y ahora le piden consejo para reducir sus emisiones y salir de la lista de infractores.

Ma fue nombrado por la revista Time en 2006 como una de las cien personas más influyentes del mundo, ejerce de referente global y ha recibido el Premio Goldman del Medioambiente y otros prestigiosos galardones. Por los ventanales de su oficina se distingue uno de esos cielos azules que una década atrás eran inusuales en Pekín y ahora abundan. Los compromisos de Pekín —anunciados en septiembre de 2020— de alcanzar el pico de emisiones en 2030 y la neutralidad de carbono en 2060 certifican el cambio de paradigma en China.

¿Esos compromisos con vistas a 2030 y 2060 son humildes o ambiciosos?

Llegaron en un momento muy crítico. Estados Unidos había salido del acuerdo de París, había una pandemia global y existía la inquietud por la recuperación económica. Todos los asuntos climáticos habían perdido relevancia y entonces China formuló sus promesas a pesar de todos esos inconvenientes. Es un reto ambicioso porque China todavía está inmersa en los masivos procesos de industrialización y urbanización. El lapso de 30 años entre el pico de las emisiones y la neutralidad de carbono es mucho más corto [proporcionalmente] que en Europa y Estados Unidos [teniendo en cuenta que esos procesos de industrialización y urbanizaciones son muy recientes en China]. Disponemos de menos tiempo y el volumen es extremadamente grande, alrededor de 10.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono [al año].

¿Cómo puede China reducir sus emisiones?

Queremos modificar el mercado basándonos en la información y la ley. Gracias a la mejora de la transparencia, cada día recibimos 3,5 millones de datos en nuestro archivo y seguimos a más de 9 millones de compañías en China para desarrollar una evaluación dinámica. Algunas de las mayores compañías globales y nacionales están usando nuestro sistema de datos para controlar sus cadenas de suministros en China. También algunas de las mayores instituciones financieras lo consultan antes de otorgar créditos o aprobar inversiones. Estas soluciones de mercado tienen un gran potencial.

China negó durante años el cambio climático y acusó a sus críticos de pretender frenar su desarrollo. ¿Cuándo cambió la actitud?

El Gobierno empezó a modificar sus políticas y gestión en la década pasada. El cambio más radical llegó en 2013, cuando monitorizó y reveló la concentración de las PM2,5 [las partículas contaminantes más pequeñas y peligrosas] tras la mayor crisis de contaminación. Demostró que quería afrontar el problema, permitió que la gente entendiera que no era neblina sino contaminación y que tenía que encontrar soluciones. Y desde luego, que no era suficiente con saber qué días debían ponerse mascarillas o encerrar a los niños en casa.

Empezamos a monitorizar y revelar las emisiones de las mayores compañías casi en tiempo real, cada una o dos horas. Fue la primera vez que se hacía en el mundo y ayudó a que fuéramos más proactivos. Se entendió que no era un problema a largo plazo sino que estaba afectando ya a la salud de las personas. Eso alisó el camino para que Xi Jinping [presidente chino] y [su homólogo estadounidense, Barack] Obama, firmaran los primeros acuerdos y preparó el escenario para el Acuerdo de París. En China existe un ímpetu ecologista y por eso permaneció en el acuerdo tras la salida [del sucesor de Obama, Donald] Trump. Y luego llegaron los compromisos de recortes de emisiones. Nos habíamos dado cuenta de que no había más remedio que cambiar nuestro modelo productivo. China ahora quema la mitad del carbón del mundo y habría doblado la cantidad antes de llegar al pico. Ni China ni el mundo lo pueden asumir.

¿El cambio llegó desde el Gobierno o por la presión del pueblo?

Es un caso clásico de presión popular que moldea las políticas públicas. Durante un tiempo, el daño medioambiental era la principal razón de que la gente saliera a la calle a protestar. La gente se preocupó más por su salud y su calidad de vida y ya no quería una planta química u otra industria contaminante en el vecindario. Las fábricas se quejaban de que las grandes marcas sólo compraban lo más barato y, si invertían en depuradoras y sus competidores no lo hacían, perderían su mercado. Pero las multinacionales empezaron a comparar los registros contaminantes de los suministradores y sus violaciones. GAP, H&M, Uniqlo, Marks & Spencer, Walmart… todas exigieron que resolvieran el problema si querían continuar con el negocio.

¿Por qué se decidió usted por el activismo medioambiental cuando nadie lo hacía?

Crecí en esta ciudad y de pequeño me bañaba en el río con mi padre. Y, años después, ese río estaba tan degradado que no podías acercarte. Teníamos cultivos muy cerca del centro de la ciudad, me gustaba jugar con los insectos… amaba todo aquello.

Pero lo que realmente hizo que empezara a prestar atención fue trabajar en la prensa, lo que me dio oportunidad de viajar por China. Me sorprendió e impactó la degradación de los recursos acuíferos en muchos lugares. Eran unos paisajes muy diferentes de aquellos poemas que recitábamos cuando éramos pequeños o que tenía en mi cabeza. Y eso lo escribí en el libro China’s Water Crisis, publicado en 1999. Muchos lectores me animaban a fundar una organización medioambiental y familiarizarme con el sistema legal. Fui becado en la Universidad de Yale para investigar sobre las políticas medioambientales en Occidente y en China y comprendí que la magnitud y complejidad del problema exigía la participación de la gente. Pero para ello era necesario que tuviera acceso a la información y en ese momento era muy difícil conseguirla. Por eso fundé esta organización en unos tiempos en que la información era muy sensible. El primer año apenas contábamos con un registro de 2.000 violaciones. Después lo ampliamos a 120 ciudades y en diez años hemos visto un enorme progreso en la transparencia. Nos ha beneficiado la tecnología, no sólo para recoger la información sino para compartirla a través de las redes sociales.

¿Cuál es la situación medioambiental en China?

Hemos visto mejoras. Las del aire son muy significativas, hay más días azules. En cuanto al agua, aunque en menor grado, también son impresionantes. Pero aún tenemos grandes retos como el agua subterránea o la contaminación del suelo, muy seria y persistente. Las costas están muy contaminadas y la biodiversidad de los ecosistemas de agua dulce están bajo una gran presión. El número de peces ha caído un 90 % en el río Yangtsé en los últimos 30 años. En este momento hay una moratoria de pesca de diez años. Y tenemos los problemas de la basura, el plástico, el cambio climático… Tenemos grandes retos pero con las soluciones de tratamiento de datos estamos dando alguna esperanza para resolverlos. No solo exponemos a los infractores sino que estudiamos su problema y creamos soluciones.

¿Fueron duros los comienzos en aquella China que veía las fábricas como un símbolo de desarrollo?

En los primeros años, la presión a veces era tan fuerte que no estábamos seguros de que pudiéramos continuar nuestro trabajo el siguiente día. No solo aquellas fábricas que habíamos incluido en la lista de infractores protestaban de forma airada sino que también los gobiernos locales nos provocaban momentos difíciles. Alegaban que estábamos socavando las inversiones y frenando el desarrollo económico. En diez años cambió mucho la mentalidad y la nueva Ley Medioambiental de 2015, que incluyó un capítulo sobre la transparencia y la participación ciudadana, fue un hito. Antes preocupaba que la transparencia pudiera conducir a tensiones sociales. Un funcionario ministerial nos dijo después que habíamos expuesto un número altísimo de problemas y que el cielo no se había desplomado sobre nuestras cabezas. El Gobierno se ha dado cuenta de que nuestro modelo es más eficiente y menos disruptivo para la economía.

¿Qué diferencia la lucha medioambientalista en China y en Occidente?

En Occidente funcionan los litigios judiciales [contra los infractores] pero el sistema chino los desincentiva. Debía encontrar otro camino que se ajustara a nuestro contexto y aposté por la transparencia, los datos, las soluciones consensuadas... En Occidente se hizo antes de la revolución tecnológica y era un proceso muy caro que muchos países en vías de desarrollo no podían permitírselo. Tuvimos la suerte de que nuestro inicio coincidió con la revolución tecnológica en China. Primero fue internet y sitios web, después móviles y aplicaciones. Eso nos dio una oportunidad de oro para bajar enormemente el coste y popularizar el acceso a la información. Me hace muy feliz que esas soluciones, basadas en lecciones y experiencias aprendidas en China, también son atendidas ahora por países vecinos como Vietnam o India.

Ha triunfado la receta de transparencia en un país muy opaco.

Íbamos muy detrás de Occidente y ahora en algunos aspectos vamos por delante. Muchos se sorprenden cuando ven el volumen de información en nuestras aplicaciones. Tenemos 4.000 estaciones para medir la contaminación del aire, un mapa con millones de compañías y su desempeño medioambiental… Puntuamos y clasificamos a las empresas. Hay un consenso social muy grande para limpiar el medioambiente si queremos asegurar la salud de nuestra gente. Hay consenso real, es un área muy especial. La transparencia medioambiental sigue creciendo y espero que pueda convencer a todas las partes, y también al gobierno —que transparencia y participación pública podrían ayudar a nuestra sociedad—.

This article has been translated from Spanish.