Turquía da un paso atrás en la violencia contra la mujer

Turquía da un paso atrás en la violencia contra la mujer

Feminist groups protest Turkey’s withdrawal from the Istanbul Convention in the Turkish city after which the treaty is named, on 1 July 2020.

(Marga Zambrana)

Turquía se adelantó a su tiempo en la igualdad de género con una serie de leyes en la década de 1920 y 1930, entre ellas el derecho a voto. Muchas mujeres occidentales se preguntaban hace un siglo por qué valían menos que una turca.

El proyecto radical de una Turquía secular y occidentalizada creado por el fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk, prohibió la poligamia, sacó a las mujeres del harén y las puso en el centro de la vida social. Las liberó de las leyes del Islam, les concedió el derecho al divorcio, a la custodia, a la educación y a la herencia. Llevó a las mujeres a los salones de baile para acabar con la segregación de sexos. Y dio ejemplo de integración con su propia familia: una de sus hijas adoptivas, Sabiha Gökçen, se convirtió en la primera mujer piloto de guerra de la historia en 1937. Cinco décadas después, en 1983, se aprobaría la ley del aborto en Turquía, de nuevo por delante de muchas democracias occidentales.

Contra toda visión orientalista de Turquía, y de un idealizado pasado otomano que las actuales facciones conservadoras y religiosas reivindican, la liberación de la mujer se había pavimentado un siglo antes, en el XIX, con unas sorprendentes reformas de la ley de herencias y de educación durante el Imperio Otomano.

Siguiendo la tradición, en 2011 Turquía fue el primer país de un total de 45, en su mayoría europeos, en firmar, acoger y dar nombre al Convenio de Estambul del Consejo de Europa, el primer acuerdo vinculante que protege a las mujeres y niñas frente a la violencia de género y doméstica (independientemente de la orientación sexual, lo que ofrece salvaguardas para personas LGBTI) sobre la base de la prevención, la protección, la fiscalidad y las políticas integradas. Ankara ratificó la convención en 2012 e implementó su correspondiente ley.

No obstante, Turquía también ha sido el primer país en abandonar el convenio.

“¡No queremos que nos maten!”

El 1 de julio de 2021, fecha en la que se hacía efectiva la salida turca del acuerdo, miles de mujeres se manifestaban en las principales ciudades del país bajo eslóganes como “Que se aplique el Convenio de Estambul. Acabemos con el feminicidio”, o “Turquía es un cementerio gigante para las mujeres”.

En algunas pancartas se mostraban las fotos de la última docena de mujeres asesinadas, entre banderas multicolores, mascarillas lilas, arcoíris, altavoces y tambores. Las manifestaciones de feministas y de activistas LGBTI turcas han sido siempre un espectáculo de fuerza en la Avenida Istiklal, el eje comercial de Estambul. Y son cada vez más feroces desde que el actual presidente, Recep Tayyip Erdoğan, inició su deriva islamista y conservadora hace más de una década.

“Estoy aquí porque no quiero que ninguna mujer muera en Turquía. Si el Convenio de Estambul se cancela, ninguna mujer estará segura aquí”, aseguraba Sibel, una manifestante de 23 años.

“Queremos defender nuestros derechos como mujeres, porque nos los quieren quitar. También por la comunidad LGBTI. Ahora es tan aterrador ser una mujer en Turquía [más en el caso de las no heterosexuales]. Nadie nos protege”, señalaba otra manifestante, Zeynep, de 19 años, que porta una bandera arcoíris sobre sus hombros.

La semana anterior, la policía había atacado con inusitada violencia el Pride Parade en Estambul y en otras ciudades turcas, con 47 detenidos, la cifra más alta que se recuerda, y que coincide con un incremento de los ataques a esta comunidad. Lejos queda ya aquel Pride de 2013, justo después de las masivas protestas antigubernamentales del Parque Gezi, cuando la ciudad turca congregó a 100.000 manifestantes LGBTI, el mayor número jamás alcanzado en un país de mayoría musulmana.

El mismo 1 de julio, la abogada y activista LGBTI turca Yasemin Öz explicaba en París, en el Generation Equality Forum y ante el presidente Emmanuel Macron, las consecuencias negativas de la salida de su país del Convenio de Estambul.

“No había ningún otro ponente de Turquía en la ceremonia de inauguración”, explicó a Equal Times la abogada. En el foro se reunían líderes de Estado, entre ellos la vicepresidenta de EEUU Kamala Harris, el sector privado y ONG locales e internacionales para discutir las estrategias de igualdad de género. “El hecho de que invitaran a una activista feminista y LGBTI en lugar de a un alto funcionario turco es una especie de mensaje diplomático por parte de los líderes internacionales sobre qué lado apoyan”, prosiguió Öz, cofundadora de la Asociación de Gays y Lesbianas Kaos.

El Convenio de Estambul se materializó en Turquía en la Ley 6284 de 2012, “una medida vital para evitar la violencia doméstica”, explicó la abogada.

“Las mujeres no quieren seguir obedeciendo los roles patriarcales impuestos durante siglos. Quieren igualdad. Pero esos roles no se pueden cambiar en un día. Muchos hombres se resisten al cambio y presionan más a las mujeres. Esta presión no debe existir. La Convención de Estambul y los estándares globales de derechos humanos son un mensaje y un mapa que ayudarán a construir la igualdad”, añadió.

El ultimo recurso para evitar la salida del convenio estaba en manos del Alto Tribunal Administrativo de Turquía, ya que por ley se considera que el presidente no tiene poder para desvincular al país de un tratado internacional. Pero según los analistas, el tribunal cedió a una decisión política, lo que indica una nueva interferencia en la separación de poderes.

El retroceso en las políticas hacia la mujer es cada vez más palpable. “Especialmente en los últimos 15 años. Las mujeres han luchado durante décadas y al final han conseguido derechos como el voto, la candidatura [sufragio pasivo], la educación, la propiedad o el trabajo. Pero ahora regresan los días en los que las mujeres son obligadas a mantenerse en el espacio privado”, señaló Nuray Karaoğlu, presidenta de KA.DER.

Su organización apoya la candidatura de mujeres a puestos de poder. El nombre, “kader”, significa “destino” en turco, y fue escogido muy a propósito porque las mujeres que la componen quieren cambiar su destino. Recientemente, el grupo llevó a cabo una encuesta en la calle, la pregunta era: “¿Qué es el feminismo?”. Las respuestas que recibieron navegaban entre el desconocimiento y el desdén: “misoginia”, “las solteronas que piden derechos porque no pueden cuidar de sí mismas”, “los derechos que piden mujeres extrañas que conviven con gatos”.

Las organizaciones feministas temen que, con la salida del Convenio de Estambul, la ley 6284 también peligre, y prevén que la violencia contra las mujeres siga aumentando. De hecho, inmediatamente después de la salida del convenio se empezaron a ver las consecuencias: algunas comisarías y tribunales rechazaron las denuncias de mujeres que habían sufrido violencia de género, asegura la abogada Yasemin Öz.

Los indicios de que esta ley podría llegar a derogarse se produjeron en marzo, cuando el Consejo de Jueces y Fiscales de Turquía decidió que las órdenes de alejamiento acogidas en la Ley 6284 deben evaluarse de tal manera que no ponga en peligro la salud del perpetrador, lo que dejó a las mujeres maltratadas sin protección en plena pandemia en una clara violación de la mencionada ley.

En efecto, las estadísticas indican que la violencia contra la mujer ha crecido en Turquía desde la llegada al poder de la formación de Erdoğan, el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), en 2002.

Entre ese año y 2009 el Ministerio de Justicia declaró que los asesinatos de mujeres se habían incrementado un 1.400 por ciento, desde 66 a 953 víctimas mortales. Ese mismo año, un estudio reveló que un 42% de las mujeres turcas de entre 15 y 60 años habían sufrido violencia física o sexual a manos de sus maridos o parejas.

Según el informe mundial sobre la brecha de género Global Gender Gap Report de 2021, Turquía ha descendido hasta el puesto 133 de un total de 156.

En los últimos años el promedio de feminicidios ha sido de 400 al año. En 2018 se contabilizaron 440 asesinatos de mujeres, una cuarta parte a manos de sus maridos. En 2019, el número fue de 474, el mayor en una década, y la mayoría de los asesinos fueron parejas o familiares.

Las cifras más recientes, según la plataforma We Will Stop Femicide, no están claras. En 2020 se registraron 300 feminicidios en los tribunales, pero otras 171 mujeres fueron asesinadas en circunstancias sospechosas, y en algunos casos los tribunales decretaron suicidio.

Algunos de estos supuestos suicidios han exasperado a la opinión pública. En 2018, Şule Çet, una joven de 23 años, fue violada por su jefe y un amigo de este en la oficina de Ankara en la que trabajaba. Tras la violación, la lanzaron por la ventana del edificio. Los asesinos aseguraron que se había suicidado. El tribunal obvió las pruebas forenses de estrangulamiento, desgarro anal y sedativos de la autopsia de la víctima. Sólo después de que la familia de la asesinada y las organizaciones feministas convocaran manifestaciones en todo el país, los tribunales reabrieron el caso, sentenciando a finales de 2019 a los dos feminicidas a penas de entre 18 años y cadena perpetua.

También en 2018, Ayten Kaya, de 35 años, apareció colgada en su casa en Diyarbakir. El fiscal concluyó que había sido un suicidio y cerró el caso. Pero sus familiares no aceptan esta versión: en la autopsia no constaba el momento de la muerte y su cuerpo estaba cubierto de hematomas que se habían producido tres días antes de que apareciera colgada, justo cuando su marido, un temporero, estuvo en su casa por última vez.

La deriva conservadora: ¿cómo ha llegado Turquía a esta situación?

El presidente Erdoğan ha demostrado después de dos décadas en el poder que juega a varias bandas, un malabarismo que no siempre le aporta beneficios. De la misma manera que en 2011 apoyó la firma del Convenio de Estambul como una señal positiva para Europa, posteriormente ha ido alimentando a sus votantes con populismo y un retorno al conservadurismo islámico. Algunos analistas indican que podría ser una estrategia para desviar la atención de la profunda crisis económica que sufre el país. El AKP, que ya ha perdido la alcaldía de Estambul, necesita el apoyo de las facciones conservadoras y nacionalistas, que ven los derechos humanos como una imposición de Occidente.

En los últimos años, el presidente turco ha urgido a las mujeres a tener al menos tres hijos, acusado a las feministas de no entender que “Dios creó a las mujeres para los hombres”, ha catalogado el control de natalidad como “traición” y al aborto como “asesinato”.

Sus acólitos, tanto en el Gobierno como en la prensa, han señalado que el Convenio de Estambul minaba la “institución familiar turca” y “normalizaba la homosexualidad”, según un comunicado del portavoz turco Fahrettin Altun, quien también asegura que Turquía mantendrá sus propias leyes contra la violencia de género.

Sin embargo, la abogada Öz recuerda que la Convención de Estambul no ha mejorado la situación de la comunidad LGBTI, pero era el único documento legal que prohibía la discriminación contra este grupo.

El empeño de Erdoğan por favorecer un regreso a la tradición familiar islámica se ha traducido en algunas ciudades en “manuales de matrimonio” que defienden que pegar a la mujer es una buena vía para la resolución de conflictos de pareja, que las mujeres no deberían hablar mientras tienen sexo porque “podrían tener niños tartamudos”, y que las niñas de 10 años se pueden casar.

Aunque la mayoría de la población se oponía en principio a la salida del convenio gracias a la intensa actividad de grupos feministas y LGBTI, un estudio demuestra que las palabras de Erdoğan han tenido un impacto no sólo entre sus seguidores, sino también en votantes de la oposición.

Si en julio de 2020 un 63% de la población estaba en contra de la salida del convenio y un 17% la apoyaba, en marzo de 2021 la oposición bajaba hasta un 53% y un 27% la aprobaba.

La mayoría de detractores del convenio se encuentran entre los votantes del AKP, grupos islamistas, pero también entre los nacionalistas de derechas. Según la Constitución de Turquía, “la familia es la mínima unidad del Estado”, motivo por el que estos grupos quieren mantener el control sobre la mujer y los niños.

Estas ideologías religiosas y la propaganda para abandonar el convenio se han divulgado e institucionalizado desde la Dirección de Asuntos Religiosos, el Ministerio de Familia y Servicios Sociales −que describió el incremento de violencia contra la mujer durante la pandemia de covid-19 como “tolerable”− y organizaciones no gubernamentales organizadas por el gobierno. Una de estas, KADEM, la Asociación de Mujeres y Democracia, fundada por la hija de Erdoğan, Sümeyye, apoyó hasta hace poco la convención como una herramienta contra la violencia contra las mujeres, pero se desdijo cuando su padre anunció la retirada del convenio el pasado marzo.

Un mal ejemplo

Con la salida del convenio, Erdoğan no sólo ha dado señales de un retroceso en la política de igualdad de género y los derechos humanos, sino también en su posición en el panorama internacional.

La decisión del líder turco ha provocado condenas severas por parte del presidente de EEUU, Joe Biden, el alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y seguridad, Josep Borrell, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, entre otros.

Pero también ha sentado un precedente negativo para varios países europeos cuyos gobiernos conservadores y populistas abogan por la defensa de la familia tradicional. Entre ellos se encuentran Bulgaria, Eslovaquia y Hungría, que han suspendido la ratificación del convenio, y Polonia, que baraja retirarse. El Artículo 80 del Convenio de Estambul, que regula la retirada del mismo, no se había utilizado hasta el caso turco.

Las feministas turcas, no obstante, no pierden la esperanza. La fundadora de KA.DER, Şirin Tekeli, señaló que “el XXI será el siglo de las mujeres”. “Sólo tenemos una vida y estamos decididas a vivirla ahora”, añadió por su parte la abogada Yasemin Öz.

This article has been translated from Spanish.