Explotación minera de los fondos marinos: las asociaciones advierten de los peligros para la biodiversidad

Explotación minera de los fondos marinos: las asociaciones advierten de los peligros para la biodiversidad

The Subsea Collector robot is a prototype vehicle designed to collect polymetallic nodules at a depth of 4,000 meters. These nodules, which lie on the ocean floor, contain high concentrations of metals, used in the electrical battery industry, and are of particular interest to mining companies, such as the Canadian start-up The Metals Company (Deep Green).

(Bjarke Ingels Group/The Metals Company)

Níquel, cobalto o manganeso son metales presentados como el “petróleo del siglo XXI”, y son utilizados para fabricar, entre otros, las baterías de los coches eléctricos y de los teléfonos móviles. Ya considerablemente explotados en las minas terrestres, son objeto de una creciente demanda para garantizar la transición energética, pero podrían agotarse rápidamente, lo que generaría una crisis de suministro. Una perspectiva que incita a diferentes agentes del sector a interesarse por los fondos marinos, que se supone contienen grandes cantidades de estos metales preciosos.

“Las empresas mineras intensifican su labor para convencer a los responsables políticos de los posibles beneficios que aportaría la explotación minera a grandes profundidades”, señala Matthew Gianni, cofundador de la organización Deep Sea Conservation Coalition (DSCC), una organización creada en 2004 para proteger los fondos marinos. Sin embargo, el acceso a estos materiales requiere incursiones en las profundidades de los océanos, donde subsisten “ecosistemas que apenas conocemos”, asegura Louisa Casson, activista de Greenpeace Reino Unido, a Equal Times.

Entre las diferentes formas de depósitos existentes, existe una que es de particular interés para estas empresas: los campos de nódulos polimetálicos que se encuentran en varias llanuras abisales. Del tamaño de una patata, estos nódulos descansan por millares en el fondo del océano a una profundidad de entre 4 y 5 kilómetros. También existe un área geográfica que llama especialmente su atención: la fractura de Clarion-Clipperton (o CCZ) en el Océano Pacífico. Según un estudio, publicado en 2019 en la revista Nature, esta zona contiene 247 millones de toneladas de níquel y 226 millones de cobre.

Ya se están llevando a cabo en este lugar varias operaciones de prospección, lo que hace que crezca el temor a la destrucción de ecosistemas únicos. “Estas regiones son algunos de los ecosistemas más tranquilos y aislados del planeta, son lugares donde los sedimentos finos caen a razón de un centímetro cada 1.000 años. Este entorno de baja energía es el hábitat de poliquetos, crustáceos, esponjas, pepinos y estrellas de mar, erizos de mar y peces de aguas profundas, así como de innumerables especies microbianas y diminutas criaturas que viven en los sedimentos”, describe el artículo de Nature.

Por otro lado, los montes marinos son el hábitat de especies de tiburones que pueden vivir varios cientos de años y que son particularmente vulnerables a las perturbaciones externas. Asimismo, se sabe que el 85% de las especies que residen en ciertos respiraderos hidrotermales están presentes solo en este tipo de ecosistema. Según un informe, publicado en mayo de 2020 por Deep Sea Mining Campain y MiningWatch Canada, “las pruebas científicas se acumulan demostrando que la explotación minera de los nódulos en el Océano Pacífico tendría repercusiones sobre generaciones enteras, causando daños irreversibles”.

La actividad de los robots extractores, además de acarrear perturbaciones con el ruido y la luz, también podría provocar nubes de sedimentos que subirían a la superficie a través de las columnas de agua.

Un fenómeno que podría afectar a las poblaciones de peces, lo que preocupa a los agentes del sector de la pesca. En 2019, el Consejo Consultivo de la Flota de Larga Distancia (LDAC, por sus siglas en inglés), un organismo de la Unión Europea que representa a las partes interesadas en el sector, aprobó una resolución para apoyar una moratoria sobre licencias comerciales de explotación de minería de aguas profundas, recordando particularmente la necesidad de respetar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 14 de las Naciones Unidas, relativo a la conservación y explotación de los océanos.

Por último, la actividad podría amplificar el cambio climático al interrumpir el almacenamiento del “carbono azul” en el fondo de los océanos, un carbono absorbido naturalmente por los animales y plantas marinas que a su muerte queda atrapado en las profundidades del mar.

Una autoridad impugnada

Aun cuando las nuevas tecnologías permiten prever que esta actividad se desarrollará en un futuro más o menos cercano, los costos siguen siendo elevados. Las herramientas necesarias para explotar las profundidades marinas siguen siendo muy diferentes de las que ya se utilizan en las estaciones de explotación petrolera en alta mar, cuya actividad consiste solo en perforar. En los fondos marinos, la extracción de metales requiere de procesos diferentes, desde la aspiración de los nódulos hasta la fractura de la corteza oceánica.

“Se plantea la cuestión de la viabilidad de las inversiones”, explica Andrew Friedman, director asociado del proyecto minero de The Pew Charitable Trusts. “Hemos estado discutiendo el potencial de la minería submarina durante casi 20 años, pero hasta la fecha nadie ha hecho una prueba a escala comercial”.

A la espera de poder tomar una decisión, las operaciones de prospección se multiplican. Los permisos son concedidos por la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA), fundada en 1994 bajo los auspicios de las Naciones Unidas. La ISA, compuesta por 167 miembros y la Unión Europea, ha concedido hasta ahora 21 permisos de exploración, 18 de los cuales se encuentran en la fractura de Clarion-Clipperton.

Entre los titulares de estas licencias se encuentran empresas como UK Seabed Resources (filial de la estadounidense Lockheed Martin) o la canadiense DeepGreen (The Metals Company) e institutos de investigación como Ifremer.

Para regular esta actividad, la Autoridad debe establecer un código de explotación minera. El texto debía negociarse en 2020, pero la pandemia de la covid-19 obligó a la institución a cancelar su 26ª sesión, retrasando la redacción de este texto crucial, pero difícil, ya que la Convención de las Naciones Unidas sobre el derecho del mar (CNUDM) establece desde 1994 que el fondo marino es patrimonio de la humanidad. Una disposición que implica que el océano no pertenece a nadie e impide a los países reclamar territorios en alta mar.

Estas dificultades son tanto más importantes cuanto que se cuestiona la autoridad de la ISA. En su informe [Deep trouble, the murky world of the deep sea mining industry->https://www.greenpeace.org/static/planet4-international-stateless/c86ff110-pto-deep-trouble-report-final-1.pdf?_ga=2.204537872.1443877500.1629214682-391331374.1627913454] (Problemas de fondo, el turbio mundo de la industria minera en aguas profundas), Greenpeace denuncia la actitud del organismo que supuestamente protege el fondo marino. “La autoridad actúa como si ya hubiera admitido que la explotación de las profundidades marinas va a convertirse en realidad”, lamenta Louisa Casson. “Nunca ha rechazado una solicitud de licencia”. La ISA también está en la mira de la coalición DSCC, que denuncia la opacidad de su proceso de toma de decisiones y pide su reestructuración.

Sin embargo, la situación podría evolucionar rápidamente. El pasado mes de julio, el Estado insular de Nauru utilizó una controvertida disposición de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar para acelerar las negociaciones mineras. Para justificar su solicitud, Nauru se basa en declaraciones de DeepGreen, en la que afirma que recuperar metales de los fondos oceánicos abisales es el “camino más limpio hacia los vehículos eléctricos”. Un análisis ampliamente cuestionado por los científicos.

Con esta solicitud Nauru activa la regla de “dos años” que estipula que la ISA debe, en 2023, autorizar a DeepGreen a explotar el fondo marino en un área de la fractura CCZ de acuerdo con la legislación vigente en ese momento, lo que deja solamente 24 meses a la autoridad para regular la actividad. “Esta regla de dos años es crucial”, explica Louisa Casson. “Si la ISA no establece una verdadera legislación, no podremos regular adecuadamente esta actividad en el futuro”. Por su parte, Matthew Gianni manifiesta su inquietud: “Si Nauru y DeepGreen obtienen una licencia provisional, otros podrían activar la regla de ‘dos años’, creando un desorden total en la asignación de licencias”.

El rompecabezas de la regulación de las aguas profundas

Las preocupación de los científicos es aún mayor debido a esta falta de marco regulatorio, ya que grandes potencias como Estados Unidos o Australia desearían dejar de depender de China para el suministro de metales preciosos. En efecto, China controla gran parte de las reservas mundiales, así como las cadenas de producción.

También forma parte de un contexto, es decir, las aguas profundas, donde es difícil controlar las actividades. Las aguas internacionales, que representan más del 60% de los mares y océanos del mundo, se rigen por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. El texto, promulgado en 1982, regula la explotación de los fondos marinos, pero no menciona la gestión de las columnas de agua y la preservación de la biodiversidad. Si bien la comunidad internacional aún tiene que ponerse de acuerdo sobre un nuevo tratado para proteger los fondos marinos, la inseguridad jurídica que aún prevalece en torno a esta área complica la elaboración de un código de la minería, cuanto más cuando las principales potencias mundiales ya tienen dificultades para regular actividades como la pesca ilegal (denominada INDNR) o el tráfico ilegal.

En caso de llevarse a cabo la explotación minera, algunos están pensando en crear reservas protegidas, además de desarrollar herramientas tecnológicas de bajo impacto. Sin embargo, Pierre-Marie Sarradin, investigador del Ifremer, subraya: “No puede protegerse lo que se desconoce, o lo que no se conoce suficientemente. ¿Cuáles son las áreas que deben protegerse, cuáles son los ciclos reproductivos de los organismos allí presentes? Antes de proponer soluciones efectivas es necesario responder a estas preguntas”.

Ante estas incógnitas, varios científicos y ONG piden una moratoria sobre la minería de aguas profundas. A la par de empresas tales como Samsung, BMW, Google o Volvo, que han publicado un comunicado en el mismo sentido. El que otras empresas tecnológicas como la estadounidense Tesla o la china BYD ya hayan decidido prescindir de estos materiales para construir las baterías de sus coches eléctricos deja avizorar otra vía posible. “Nos preguntamos cómo ir allí para explotar estos recursos incluso antes de preguntarnos si no podríamos prescindir de ellos”, resume Pierre-Marie Sarradin. La milenaria tranquilidad de los fondos abisales sigue preservándose frágilmente, pero ¿por cuánto tiempo más?

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz