Armenia, heridas sin cerrar un año después de la guerra

Armenia, heridas sin cerrar un año después de la guerra

At the Tavush cemetery, near the border with Azerbaijan, a family mourns a soldier who died during the 2020 conflict.

(Lorena Sopena)

El 10 de noviembre de 2020 finalizó la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. Ambas naciones, antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso, se enfrentaron durante 44 días en Nagorno Karabaj, un territorio en disputa desde el siglo pasado (de mayoría armenia −y bajo control de las tropas armenias desde 1994−, pero situado en territorio azerbaiyano; y que la comunidad internacional reconoce como parte de Azerbaiyán), y que ha llevado a ambos países a escaramuzas y a los conflictos armados de 1992-94 y 2016.

En la última contienda, Bakú contó con el respaldo de la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan, país este último demandado por Armenia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por enviar, presuntamente, mercenarios sirios. Las acusaciones cruzadas incluyen la denuncia ante la Corte Internacional de Justicia de la supuesta colocación de minas (por parte de Armenia) terminada la guerra y la petición de que Azerbaiyán libere a los prisioneros del conflicto armado.

A pesar de los temores de un riesgo de escalada allende las fronteras armenia y azerbaiyana, no se llegó a mayores. La UE es el mayor socio comercial de Bakú y el crudo una de las principales exportaciones, de modo que mantener el flujo de los oleoductos que pasa cerca de Nagorno Karabaj fue prioritario.

El conflicto terminó con una derrota del lado armenio y la firma del armisticio entre los líderes armenio, azerbaiyano y ruso (cuyo país medió en el alto el fuego). Armenia aceptó ceder buena parte de Nagorno Karabaj (territorio habitado por unas 146.000 personas y autoproclamado independiente en 1991, si bien ningún país lo ha reconocido) a Azerbaiyán. Según fuentes de ambos países, en los combates murieron en torno a 4.000 soldados del lado armenio y unos 3.000 del lado azerbaiyano, sin contar las bajas civiles y los miles de heridos.

Aunque la guerra acabó, sigue habiendo escaramuzas periódicas en la frontera entre ambos países. Tampoco cesan los discursos de exaltación nacionalista. Si en Azerbaiyán la victoria ha levantado la moral, en Armenia las heridas del conflicto aún escuecen. Pero, de momento, ninguna parte quiere recuperar la opción militar.

Una juventud truncada y perspectivas laborales poco claras

En la capital armenia, Ereván, se encuentra el centro de rehabilitación Armenian Wounded Heroes (héroes armenios heridos) donde exsoldados, la mayoría de ellos entre los 20 y 30 años de edad, lidian con sus heridas de guerra. Esta generación nació durante o poco después del conflicto de inicios de los 90. Muchos de los que se encuentran aquí (de entre los más de 10.000 heridos del conflicto) han perdido uno o varios miembros, algunos la movilidad de sus piernas. Es el caso de Sayn, quien el día en que nos recibe ha comenzado a trabajar el descenso por las escaleras con sus dos nuevas prótesis. Este muchacho de 20 años era soldado profesional antes del conflicto. Ahora se plantea −con vistas al término de su rehabilitación− volver a la ciudad de Ararat (Armenia), donde nació, para trabajar en el campo junto a su familia.

“Perdí una de mis piernas en un ataque de dron qué mató a 17 personas”, explica Samuel, otro de los heridos, de 27 años. Él fue voluntario en el frente, no estaba movilizado. Desde la amputación vive con su mujer entre Stepanakert, capital de Nagorno Karabaj (de donde es originario) y Ereván, donde asiste a rehabilitación cada dos semanas mientras espera recibir una prótesis con la que podrá volver a andar.

Este joven, que trabaja en el Ministerio de Exteriores de lo que queda de la autoproclamada república de Artsaj (como llaman los armenios a Nagorno Karabaj), afirma que “la paz con Azerbaiyán es posible, pero no a corto plazo”.

Vardan, originario de Ereván, fue llamado a luchar cuando estaba haciendo el servicio militar en territorio armenio. Asegura que “aunque no estuviera obligado, habría ido igualmente”. Con 19 años, luchó con las tropas armenias para repeler los ataques de Azerbaiyán sobre Nagorno Karabaj. El 60% de los fallecidos en el frente tenían entre 18 y 25 años. La mayor parte de sus conocidos también cambiaron sus hogares por los cuarteles mientras duró la contienda.

Actualmente no se siente preparado para luchar en el frente, “ni física ni mentalmente” y por ahora seguirá trabajando en la empresa de logística en la que está contratado, pero si fuera necesario, en unos años volvería a luchar en el frente para defender a Armenia, nos dice.

Levon (nombre ficticio para preservar su identidad), también de la capital armenia, fue otro de los chicos que con tan solo 19 años estuvo en el frente. Antes de ir a luchar estuvo haciendo el servicio militar durante dos meses. Durante la contienda estuvo en la unidad de francotiradores. Resiente que los azeríes contaran con más recursos, como los drones, y asegura que lo más duro es la “primera vez”: “la primera hora de combate, el primer cadáver, el primer amigo fallecido”. “Sales pensando que vas a morir”, rememora.

La fe cristiana, uno de los pilares de la identidad armenia, le ayudó a seguir adelante. “En la guerra sientes la presencia de Dios por todas partes”, asevera.

Luchó hasta el final del conflicto de Nagorno Karabaj y finalmente pudo regresar a casa en noviembre, después de estar más de dos meses fuera. “Armenia ha sufrido mucho con el genocidio y las guerras. Aun así, los armenios no perdemos la fuerza ni la esperanza y siempre estamos preparados para luchar por nuestra tierra y por nuestra vida”.

Muchos jóvenes armenios se debaten ahora entre vivir en Armenia o emigrar a otros países, principalmente a Estados Unidos o Rusia, donde tendrán más oportunidades que en el país transcaucásico, ya que uno de los problemas de Armenia es su mala situación económica y el elevado desempleo. El salario mínimo, por otra parte, ronda los 300 dólares USD (unos 260 euros).

De un pasado complejo a un futuro que pende del diálogo

La guerra también perjudicó a los civiles que sufrieron bombardeos en diferentes partes de Nagorno Karabaj. Los que vivían en territorios que tras el tratado de paz pasaban a estar bajo control azerí (algo más de dos tercios de Nagorno Karabaj), perdieron sus hogares. Algunos de ellos llegaron a quemar sus casas (que en muchos casos habían construido con sus propias manos en los años 90) porque preferían verlas destruidas antes que permitir que un azerbaiyano viviera en ella.

Una de quienes que se vieron obligadas a huir de Artsaj por la guerra fue Ruzanna, habitante de Stepanakert. “Vivimos bajo los bombardeos durante un mes”, cuenta. Aunque pudo conservar su hogar, prefirió partir hacia la capital armenia. “Todo cambió ante mis ojos, todo es triste, muchos refugiados [de las zonas bajo control azerbaiyano] llenaron Stepanakert. Es incluso difícil moverse por la ciudad”, nos explica.

El conflicto y sus consecuencias fueron algunos de los grandes temas de campaña durante las elecciones parlamentarias anticipadas del pasado 20 de junio en Armenia, que ganó con holgura Nikol Pashinián. Esta victoria le permitió mantener su puesto de primer ministro al frente del país a pesar de ser identificado como responsable último de la derrota frente a su vecino. “Es el único que puede ayudar al pueblo armenio. A pesar de haber cometido errores ha aprendido de ellos”, aseguró Arin, una de las votantes en los comicios.

Pashinián y su Gobierno tienen ahora múltiples dosieres candentes: a la respuesta sanitaria a la covid-19 y la frágil situación económica (agravada por la guerra), se une la cuestión fronteriza con Azerbaiyán, sin visos de poder resolverse en un futuro cercano.

En lo que se refiere a Nagorno Karabaj, las zonas recuperadas por Azerbaiyán como Shushi (Shushá para los azerbaiyanos) avanzan en las labores de reconstrucción, y Turquía se mantiene como socio para infraestructuras estratégicas. Por su parte, Ilham Alíev, presidente azerbaiyano, ha indicado su disposición a conversar con Pashinián para normalizar las relaciones bilaterales, pero descarta un estatus especial o autonomía para los armenios que viven en Nagorno Karabaj.

This article has been translated from Spanish.