Caleidoscopio antillano, frustraciones en punto de ebullición

Caleidoscopio antillano, frustraciones en punto de ebullición

In this 30 November 2021 photo, people walk past a roadblock made of burnt vehicles and debris in the locality of La Boucan in Sainte-Rose, Guadeloupe. Unrest in the French overseas territory began with a protest over compulsory Covid-19 vaccinations for health workers, but quickly ballooned into a broader revolt over living conditions, and spread to next door Martinique.

(AFP/Christophe Archambault)

Manifestaciones, huelgas, cortes de carreteras, barricadas... Desde noviembre de 2021, las Antillas francesas se han visto sacudidas por un potente movimiento social. El Estado está en el punto de mira: gendarmes y gendarmerías sufren cada vez más ataques, a menudo con munición real, y en ocasiones con armas de guerra. La aduana y una tienda de armas fueron saqueadas, y un supermercado y varios comercios fueron incendiados. También se ven restos de vehículos calcinados esparcidos por las rotondas. París respondió con el envío de agentes del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN). Esta nueva crisis, que trae a la memoria la prolongada huelga de 2009, presenta tres ejes.

El detonante ha sido el rechazo a la vacunación obligatoria del personal sanitario y la lucha contra la imposición del certificado covid que, en palabras de los lugareños, “nos amarga la vida”. En una región marcada por el escándalo de la clordecona, la situación no tardó en relacionarse con la sensación de que “nos quieren envenenar”. La clordecona, un pesticida que se utilizó para el cultivo del banano de 1972 a 1993, provoca cáncer de próstata y, supuestamente, cáncer de mama y de ovarios, así como prematuridad en el parto y trastornos del desarrollo en bebés. París hizo durante mucho tiempo caso omiso de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), formuladas ya en 1979, por lo que más del 90% de los guadalupeños y martiniquenses están actualmente intoxicados por esa sustancia.

La reciente subida del precio del combustible y de las bombonas de gas, que aquí todo el mundo utiliza para cocinar, también ha avivado el debate sobre la “carestía de la vida”, confiriendo al movimiento la apariencia de un levantamiento similar al de los ‘chalecos amarillos’.

El tercer factor, y telón de fondo de toda la polémica antillana, es el relato trascendental que estructura la sociedad local: “¡Estamos colonizados!”. Una idea no exenta de paradojas que engloba, por una parte, la dificultad para aceptar la relación con Francia tras la departamentalización, y, por otra, el resentimiento visceral hacia los békés (los criollos blancos).

Más aún si se tiene en cuenta que los beneficios obtenidos por el sector local de la gran distribución –propiedad en gran parte de un grupo fundado por una familia beké– son percibidos como una muestra de la “tendencia a aprovecharse” (o pwofitasyion, en creole): la explotación de una situación heredada. La situación de oligopolio de la gran distribución, contra la que el poder legislativo se niega a intervenir, contribuye a encarecer los precios de los productos alimentarios: los mismos productos cuestan hasta un 38% más en las Antillas que en la Francia metropolitana, según cifras oficiales, y a veces llegan a costar un 100% más, lo cual no puede justificarse únicamente por los gastos de transporte.

Reivindicaciones

A las barricadas sindicales, que no bastaron para desencadenar un movimiento a gran escala, les siguieron rápidamente las “barricadas clandestinas”, realizadas por la “calle”, es decir, los vecinos de los “barrios”, que no tardaron en convertirse en los actores principales del conflicto. En Guadalupe, la “República Autónoma de La Boucan” mantuvo hasta el final la barricada de Sainte-Rose, paralizando todo el sector de la construcción de la isla.

De este caos, más o menos organizado por los sindicatos, surgió una lista de reivindicaciones comunes: abolición de las vacunas obligatorias y del certificado sanitario, bajada de los impuestos que gravan la gasolina y el gas, lucha contra la carestía de la vida y creación de empleo juvenil. En la periferia, grupos de jóvenes encapuchados aprovecharon la situación para saquear tiendas o incluso extorsionar a automovilistas en barricadas salvajes.

Frédéric Dumesnil, alias Bwana, un “hermano mayor” de Baie-Mahault, mediador implicado en el ámbito de las asociaciones locales, considera que esta explosión de violencia era inevitable: “Llega un momento en que la gente se harta de caminar bajo el sol para manifestarse y celebrar reuniones relacionadas con todo lo que no funciona. Parece como si estuviéramos en un país tercermundista: problemas de agua potable, uno de cada dos jóvenes en el paro… El propio [presidente Emmanuel] Macron lo manifestó al principio: ‘¡Estamos en guerra!’”.

Los jóvenes de las barricadas afirman: ‘Nunca se preocuparon de nuestra salud con la clordecona, ¿y ahora, de repente, se preocupan tanto que nos obligan a vacunarnos?’. Y luego, cuando los peces gordos del BTP [construcción y obras públicas] son los que bloquean el país, en cuestión de tres días hay negociación, diálogo, soluciones… Pero cuando somos nosotros, ¿nos mandan al RAID y al GIGN?”.

Jean-Yves X., que solicitó permanecer en el anonimato, tiene cerca de cuarenta años y rastas que le caen por la espalda. Al frente de una empresa con nueve empleados, ha conseguido salir adelante, aunque evidentemente no ha sido fácil: orgulloso de sus raíces, y deseoso de trabajar con productores caribeños y africanos, este empresario se topó primero con la barrera administrativa franco-europea, que aísla a las Antillas francesas de su entorno regional. También es complicado conseguir un préstamo bancario: las entidades locales son extremadamente medrosas, salvo cuando se trata de préstamos al consumo, y los pequeños empresarios no confían demasiado en su discreción. El apoyo por parte de colectivos locales es, al parecer, muy restrictivo y está estrechamente vinculado al clientelismo…

Jean-Yves X. empezó con poco, trayendo en canoa aceites esenciales de la vecina Dominica, pidiendo ayuda a amigos pescadores del Norte. Poco a poco, la empresa se desarrolló haciendo débrouya (“apaños”, en creole): arreglos de coches de segunda mano, un viejo elevador… En un primer momento el taller se limitó a un estudio, luego ocupó dos locales, y por último se trasladó a una antigua guardería convertida en almacén. Tardó diez años en poder contratar a una química y desarrollar un verdadero valor añadido. Una fase que pocos superan: “Esa sensación de estar al final de la cadena, de no generar realmente valor alguno, de limitarse al consumo, provoca un sentimiento de degradación y una flagrante falta de reconocimiento que se percibe aquí”, señala el ingeniero Boris Dupoux, muy activo en el desarrollo del espíritu empresarial local.

Mala gestión

Las autoridades locales también son parcialmente responsables, y las quejas más citadas en las barricadas son la falta de transparencia en la redistribución de los fondos públicos, la cantidad de ayudas nacionales y europeas que no se comprometieron –y que, por tanto, se perdieron–, y la catastrófica gestión de la red de suministro de agua. “Los problemas en la distribución del agua se derivan de los 40 años de mala gestión por parte de las autoridades locales, junto con las multinacionales del sector, como la Générale des eaux”, nos explica Harry Durimel, alcalde ecologista de Pointe-à-Pitre. Al presentar una denuncia siendo director de una asociación ecologista, se dio cuenta de que “las autoridades habían firmado un protocolo que comprometía a los poderes públicos a no denunciar a la empresa cuando esta se marchara una vez finalizado su contrato de explotación. Y la empresa se marchó dejando las tuberías podridas...”.

En Guadalupe, más aún que en Martinica, donde las precipitaciones pueden alcanzar hasta los diez metros al año, los cortes de agua pueden prolongarse varios meses seguidos debido al mal estado de la red. Y los cientos de miles de euros que los abonados han pagado por el mantenimiento de la misma se han evaporado…

Élie Domota, exdirigente de la Union générale des travailleurs de Guadeloupe (UGTG) y exportavoz del Lyannaj Kont Pwofitasyon (LKP), estima que los acontecimientos actuales recuerdan a los de mayo de 1967 en Guadalupe (gendarmes y manifestantes se enfrentaron durante las huelgas convocadas a raíz de una agresión racista), “cuando los empleadores declararon: ‘Cuando los negros tengan hambre, retomarán el trabajo’... El ministro de Ultramar, Sébastien Lecornu, ha venido a decirnos que los que no quieran vacunarse podrán acudir a un psicólogo para que les explique por qué están equivocados. En una entrevista declaró que nuestro rechazo a la vacuna era ‘cultural’, como si los guadalupeños no fueran capaces de entender los debates científicos. Al igual que sucedió con la clordecona, el Gobierno nos está mintiendo. Lo único que pedimos es que nuestros médicos puedan recetar la ivermectina, y que podamos elegir entre tratamiento y vacuna, como sucede en los países vecinos del Caribe. Se nos dice: ‘¡Es la ley de la República!’. Pero ¿por qué no aplican las leyes de la República relativas al tratamiento y la distribución del agua?, ¿relativas al nivel de clordecona en el agua?, ¿relativas al transporte urbano?, ¿relativas al cumplimiento de las normas antisísmicas en los edificios públicos? ¿Por qué la única ley que se aplica en Guadalupe es la de la vacunación obligatoria?”.

En los últimos años se ha acentuado la sensación de que ya nada funciona. Además del suministro de agua, el sistema de educación pública lleva mucho tiempo en ascuas, entre repetidas huelgas, confinamientos varios y el actual movimiento social.

La universidad puede agradecer a la covid-19 el haber detenido temporalmente su implosión, puesto que el funcionamiento “a distancia” parece silenciar los ajustes de cuentas públicos que tan habituales se han vuelto en los medios de comunicación locales. La legendaria degradación del hospital de Pointe-à-Pitre ha sido ampliamente documentada: goteras en el techo apañadas con cubos, inundaciones y moho, infestación de insectos, un incendio en 2017 y, sobre todo, una flagrante falta de personal. Las repetidas huelgas de personal acabaron propiciando la construcción de un nuevo centro, que lleva ya dos años en marcha.

La recogida de residuos se ve frecuentemente paralizada debido a los numerosos incendios que se producen en los centros de recogida; la última huelga de personal se prolongó durante los dos pasados meses de julio y agosto; y la prefectura denuncia una calamitosa gestión financiera y técnica, con una crítica implícita –y no desmentida– a la elección de los responsables designados por las autoridades locales. La seguridad social acaba de reanudar su trabajo tras 50 días de huelga debido a un conflicto con la dirección, acusada de discriminación y racismo. Los empleados llevan años quejándose de la calidad de los servicios prestados por su institución, situación vinculada a la constante disminución de personal.

Rojo Verde Negro

RVN es el nombre de un grupo de activistas que desde 2020 se ha hecho famoso por retirar las estatuas de la emperatriz Josefina y de Pierre Belain d’Esnambuc, símbolos del colonialismo europeo en Martinica, y por saquear la tienda de una destilería acusada de exhibir símbolos esclavistas. También organizó una tala anticipada en una plantación de bananos, con objeto de denunciar el acaparamiento de las tierras agrícolas por parte de los békés, y rebautizó simbólicamente el municipio de Schœlcher, presentado en el tradicional relato franco-antillano como el artífice de la abolición de la esclavitud, y denominándolo, en su lugar, Women, en referencia al esclavo Romain (Women en creole), que, desafiando la prohibición del uso de tambores en su plantación, desencadenó el movimiento popular que condujo a dicha abolición el 23 de mayo de 1848.

Un DJ allegado al ámbito del RVN denunció la supresión de todos los eventos culturales populares –esas válvulas que históricamente han permitido que las sociedades criollas no exploten, como el carnaval– en nombre de la crisis sanitaria, manteniéndose únicamente las destinadas a los “exógenos”: Raid des alizés, Transat Jacques Vabre… De ahí la animosidad contra esta enésima manifestación del tan denunciado colonialismo.

Aunque las causas más profundas del actual movimiento cuentan con un apoyo global –más del 60% de la población se sigue negando a que la “pinchen”–, el formato que este ha adoptado está provocando molestias: el bloqueo sistemático de las principales carreteras es incomprensible; este nuevo confinamiento de facto exaspera; y, sobre todo, la violencia de los jóvenes, encapuchados y a veces armados, resulta preocupante.

El tejido económico se compone de decenas de miles de pequeñas empresas que emplean a un total de casi 100.000 personas en ambas islas. Estos empresarios se ven muy afectados por la naturaleza del movimiento, y los repetidos bloqueos, en particular el del puerto, se viven a menudo como una injusticia.

Un padre de familia guadalupeño, que trabaja en el Hospital Universitario (CHU), constata que incluso a sus hijos se les está impidiendo hacer deporte: ahora tienen que hacerse una prueba PCR antes de cada sesión de gimnasia. Aunque después vayan a mezclarse con otros jóvenes que están vacunados pero que no se han hecho la prueba, pese a que ellos también pueden ser portadores y transmitir el virus... Desde hace dos años, el acceso a las instalaciones y clubes deportivos se ha convertido en una auténtica carrera de obstáculos para los jóvenes, en un contexto en el que la obesidad está aumentando de manera preocupante.

Se trata de una referencia simbólica a la inquietante pirámide de edad, donde el grosor se observa en el segmento de 50 a 65 años, mientras que la fuga de jóvenes es especialmente marcada a partir de los 20 años: uno de cada dos jóvenes se marcha a estudiar, y muchos de los que no habían dado ese paso se marchan más tarde para buscar trabajo, o para huir de un entorno laboral insatisfactorio. Más del 90% afirma después que quiere “volver a su tierra”, pero no lo hace en vista del contexto...

This article has been translated from French by Guiomar Pérez-Rendón

El presente artículo se publicó originalmente en Le Monde diplomatique. Lo reproducimos ahora en Equal Times con la autorización de la Agence Global.