Las tormentas de arena, una catástrofe mundial cada vez más frecuente acentuada por la degradación del suelo

Las tormentas de arena, una catástrofe mundial cada vez más frecuente acentuada por la degradación del suelo

A woman and her daughter walk through the town of Guwahati, in the state of Assam, India, in May 2021 during a sand and dust storm, a common weather phenomenon in northern India, but one that has intensified over the past 20 years.

(David Talukdar/NurPhoto via AFP)
News

Es un muro de arena anaranjada de cientos de metros de altura, impulsado por poderosas ráfagas de viento de una media de 50 nudos, que puede engullir una ciudad y sumirla en la oscuridad total en cuestión de minutos. Las poblaciones de Níger, Chad, Malí, Sudán, así como de Irak, Irán, Kuwait e incluso Texas y Arizona conocen bien este espectacular fenómeno, que los meteorólogos denominan haboob (que significa “viento fuerte” en árabe), una de las manifestaciones más virulentas de las tormentas de arena y polvo.

En Níger, Katiellou Gaptia Lawan, director de la Dirección de Meteorología Nacional, convive de octubre a abril con estas nieblas secas de polvo en suspensión y, durante los meses del monzón, con los haboobs: “La gente está acostumbrada. Casi todos los años tenemos haboobs, pero cada vez son más frecuentes. Y cuando estas murallas de arena se aproximan, parece como si llegara el apocalipsis”. Las tormentas de arena se originan a casi 1.000 km al este de Niamey, en el centro de la depresión de Bodélé, un antiguo lago de agua dulce ubicado en el Chad, que se ha secado por completo y que constituye la mayor fuente de emisión de polvo de la superficie terrestre. Las tormentas se forman a partir de dos ingredientes: sedimentos sensibles a la erosión, presentes en un entorno seco, y vientos fuertes.

Los investigadores calculan que cada año ascienden a la atmósfera cerca de 2.000 millones de toneladas de polvo, una cuarta parte de las cuales llega a los océanos. La mitad de la masa alzada proviene del desierto del Sáhara, y una cuarta parte procede del desierto de Taklamakán en China y de Gobi en Mongolia, así como de Oriente Medio. También hay cuencas regionales en América del Norte y del Sur y en el sur de África y Australia donde se observan importantes tormentas a nivel local. Estos ciclos de polvo interactúan con otros procesos biogeoquímicos a escala mundial, a nivel climático, oceánico y de la biodiversidad. Por ejemplo, el polvo del Sáhara fertiliza los bosques de la Amazonía. Los ciclos varían también con el tiempo, en función de la región y de la actividad humana.

“En los últimos años estas tormentas se han multiplicado e intensificado en determinadas zonas de Oriente Medio y de Asia central y nororiental”, afirma Nicholas Middleton, geógrafo de la Universidad de Oxford y trotamundos especializado en desertización y tormentas de arena.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) vaticina que Irak podría sufrir 300 tormentas de polvo anuales de aquí a 2025, el doble que hace diez años.

El informe elaborado por el Banco Mundial señala que, a la largo del último siglo, las emisiones anuales de polvo en Oriente Medio y el Norte de África han aumentado entre un 25% y un 50%.

“En estas tormentas de polvo se observan variabilidades naturales”, explica Carlos Pérez García-Pando, científico especializado en el estudio de las masas atmosféricas en el centro de observación meteorológica Barcelona Dust Regional Center y titular de una cátedra de Tormentas de Polvo financiada por el grupo asegurador Axa. “En algunas regiones su frecuencia se está reduciendo porque el viento está disminuyendo, aunque no sabemos realmente por qué. Una de las hipótesis es la desaceleración del vórtice polar, que podría estar relacionada con el cambio climático. En otros lugares se produce la situación inversa. Las imágenes de satélite muestran un enorme aumento del polvo debido a la sequía y a temperaturas extremas, que es lo que se está observando en Oriente Medio”.

Así mismo, la desecación de lagos o mares, como el mar de Aral o como sucede en Irán, y la construcción de embalses o presas artificiales, como es el caso en Ouarzazate, en Marruecos, favorecen las tormentas de polvo. Al impedir que el agua fluya, los ecosistemas mueren y la vegetación también, por lo que el suelo y la arena quedan totalmente expuestos a la erosión. Los cortes de agua provocados por el hombre se deben en gran medida a las necesidades agrícolas.

La falta de precipitaciones, además de reducir la humedad ambiental, es también un factor agravante, como ocurre, por ejemplo, en el sur de Brasil. Al igual que lo es el éxodo de las poblaciones rurales, como sucedió en Siria antes de la guerra debido a la sequía, que hace que las tierras abandonadas y desatendidas se vuelvan más erosivas.

Consecuencias económicas y sanitarias

Las tormentas de arena pueden paralizar toda una economía, provocando accidentes de tráfico, inmovilizando aviones e interfiriendo en los radares y sistemas electrónicos, con consecuencias en la agricultura que todavía no se han evaluado correctamente, y con graves repercusiones sanitarias a largo plazo.

La exposición a partículas de polvo de apenas unas micras puede provocar conjuntivitis y trastornos dermatológicos. Su inhalación puede provocar asma, enfermedades respiratorias como la silicosis y enfermedades cardiovasculares como bronquitis y enfisema. En el Sahel, los brotes de meningitis bacteriana están claramente relacionados con las tormentas de arena que se producen durante la estación del harmatán, de diciembre a marzo.

En las tierras áridas de América, la “fiebre del valle” o coccidioidomicosis, una enfermedad infecciosa causada por un hongo, también está asociada a las tormentas de polvo: las esporas del hongo se volatilizan en la atmósfera e infectan las vías respiratorias.

La ONU calcula que África del Norte y Oriente Medio pierden cada año unos 13.000 millones de dólares de PIB debido a las tormentas de arena y polvo. “Pero esto es una subestimación en toda regla, porque no se están evaluando las consecuencias en la productividad agrícola, la pérdida de fertilidad del suelo, ni las consecuencias para la economía derivadas del cierre de puertos y aeropuertos, ni para la salud”, señala Ibrahim Thiaw, secretario general de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD).

En la región iraní de Zabol se calcula que las tormentas de polvo acarrean un coste de 21 millones de euros anuales en concepto de daños físicos y pérdida de horas de trabajo productivo. “Este tipo de evaluaciones económicas son poco frecuentes”, afirma Nicholas Middleton. Zabol es víctima del polvo proveniente de lagos poco profundos y pantanosos que se extienden a lo largo de la frontera entre Irán y Afganistán, cuyas aguas son desviadas para el riego y el uso doméstico. “Para mejorar la calidad del aire de Zabol, lo mejor sería que se estableciera un acuerdo entre Irán y Afganistán para regular el uso del agua en la región”, afirma el geógrafo británico.

Restablecer los suelos

Las previsiones siguen siendo complicadas. “Hay mucha incertidumbre. El viento es un parámetro fundamental para entender las emisiones de polvo, pero nuestros modelos climáticos no nos permiten predecir el comportamiento del viento”, explica Pérez García-Pando. “Tampoco sabemos muy bien cuáles van a ser los efectos del cambio climático y de las sequías, cada vez más severas, en las depresiones meteorológicas ni en las cortezas biológicas de las zonas semiáridas que estabilizan la superficie del suelo, ni, en definitiva, en las tormentas de arena”, añade el investigador.

Para mitigar las consecuencias de estas tormentas, en ciertas partes del mundo donde se dispone de la tecnología necesaria, concretamente en Corea del Sur y América del Norte, existen sistemas de detección precoz coordinados por los centros meteorológicos locales que, al igual que para los terremotos, se ponen en marcha tres días antes de que se produzca el fenómeno.

En el Sahel, si bien los centros meteorológicos pueden predecir las nieblas secas con precisión y con varios días de antelación, en el caso de los haboobs resulta imposible. “Es como predecir las tormentas eléctricas. Es más difícil de explicar y de entender. Necesitaríamos herramientas vía satélite”, indica Katiellou Gaptia Lawan.

Aunque no podemos evitar estas tormentas, podemos mitigarlas. “Para hacer frente a este fenómeno mundial, la respuesta debe ser global. Tenemos que ir a la raíz del problema, que es la degradación del suelo, la desertificación y la pérdida del recubrimiento vegetal. El fenómeno de las tormentas está vinculado a una perturbación ecológica, y para abordar esta cuestión no hay más solución que garantizar la fijación del suelo, restaurar los ecosistemas y restablecer la vegetación. También hay que reducir los riesgos y evaluar adecuadamente las consecuencias ambientales de las presas que merman los ecosistemas”, alega el secretario general de la CNULD.

Plantar árboles, combinar plantas y especies adaptadas a su entorno natural, estabilizar las dunas: las técnicas son conocidas, pero se trata de un trabajo a largo plazo para ir recuperando el suelo metro a metro, hectárea a hectárea. La Grande muraille verte (Gran muralla verde) es una iniciativa ambiciosa para luchar contra la desertificación en el Sahel. “Pero no es solo en África. Se necesitan programas de rehabilitación a gran escala en muchas partes del mundo. Y se necesita la participación del sector privado, puesto que, al ser parte del problema, tiene que ser parte de la solución”, subraya Ibrahim Thiaw.

El objetivo de los programas de restauración de tierras en países de todo el mundo supera los 1.000 millones de hectáreas de terreno. “En China, los programas de restauración de vegetación en zonas áridas mediante plantaciones de árboles han logrado modificar el recubrimiento y la dureza del suelo, y en los últimos 20 años se está observando efectivamente una disminución de las tormentas de polvo”, concluye Pérez García-Pando.

This article has been translated from French by Guiomar Pérez-Rendón