Ideología y energía, los dos factores detrás del realineamiento geopolítico de Hungría

Ideología y energía, los dos factores detrás del realineamiento geopolítico de Hungría

Unveiled in 2014, this controversial monument commemorates the Nazi occupation of Hungary during World War II. Critics, who regularly deposit personal belongings, documents of people deported to concentration camps and stones in front of the monument, argue that the statue’s design whitewashes Hungary’s role in the Holocaust.

(Ricard González)

En 2014 se inauguró un alegórico monumento en el centro de Budapest dedicado a la ocupación alemana durante la II Guerra Mundial. Un águila de bronce con unas afiladas garras –los nazis– se abalanza sobre una estatua del arcángel Gabriel –la “inocente Hungría”–. La obra suscitó una fuerte polémica, pues los críticos consideraron que blanqueaba el papel del Estado húngaro en la muerte de decenas de miles de judíos húngaros. Su inauguración coincidió con el periodo en el que el partido gobernante, el nacionalista Fidesz del primer ministro Viktor Orbán, imprimió un giro radical a su política exterior para alejarse del europeísmo y situarse en la órbita del Kremlin. Sus dos principales motivaciones fueron de tipo económico e ideológico.

“Tradicionalmente, el nacionalismo húngaro siempre ha mirado hacia Europa, y concretamente hacia Alemania, mientras solía ver a Rusia como una potencia no civilizada. Por eso, el hecho de que Orbán prefiriera aliarse con [Vladimir] Putin en lugar de [Angela] Merkel representó una gran sorpresa”, comentó a Equal Times el historiador húngaro Ferenc Laczo. La relación con Moscú se agrió sobre todo después de la invasión soviética de 1956, que sofocó a sangre y fuego el experimento de liberalización del sistema propugnado por la cúpula del partido comunista húngaro.

Aunque Orbán gobernaba el país con una “supermayoría” desde 2010, el cambio de alianzas no se efectuó hasta 2014. Entonces, el premier húngaro firmó una serie de contratos de colaboración con Moscú, entre ellos, la ampliación de la central nuclear de Paks, un proyecto valorado en 12.500 millones de euros (unos 16.000 millones de dólares USD de finales de 2014). Desde entonces, Orbán y Putin se han visto con regularidad, y su ministro de Exteriores, Péter Szijjarto, fue condecorado por el Kremlin con la medalla del Orden de la Amistad en diciembre pasado.

La guerra de Ucrania ha introducido un elemento de tensión en las relaciones entre Moscú y Budapest, pero no parece haberlas deteriorado.

Inmediatamente después del inicio de las hostilidades, Orbán realizó un suave viraje con la vista puesta en las elecciones generales del 3 de abril. El premier húngaro se alejó de Putin para instalarse en una calculada ambigüedad, que él define como “neutralidad”. A la vez que apoyó las primeras sanciones de Bruselas a Rusia y acogió a los refugiados ucranianos, se negó a armar a Kiev, o incluso a dejar que los cargamentos de armas occidentales pasaran por territorio húngaro. Además, acusó –sin fundamento– a la oposición de pretender arrastrar al país a una guerra contra Rusia.

Su estrategia funcionó a la perfección, y no solo revalidó por cuarta vez consecutiva su “supermayoría” –más de 2/3 del Parlamento–, sino que amplió su ventaja con la oposición, que atribuyó los resultados al abrumador dominio mediático del Gobierno. En Vamoszabadi, un pueblo de unos 2.000 habitantes fronterizo con Eslovaquia, el mensaje de Orbán caló. “Es horrible lo que les pasa a los ucranianos, y debemos ayudarlos. Pero no debemos meternos en la guerra. Por eso votaré a Orbán”, argumentó Bea, dependienta del único colmado del pueblo, antes de acudir a las urnas.

Dependencia energética de Rusia

Según los expertos, el realineamiento geopolítico de Orbán está motivado por dos factores: la ideología y los intereses energéticos. Laczo describe a Orbán como un camaleón que sabe leer bien cómo cambia la dirección de los vientos políticos. En los años noventa fue liberal, una década después, democristiano, para abrazar finalmente un populismo de extrema derecha marcadamente euroescéptico tras su victoria de 2010: “Fue su reacción ante la dura crisis económica de 2008. El orden liberal quedó muy desprestigiado en Hungría. Había también una gran decepción entre los húngaros respecto a los beneficios esperados de la integración en la UE. Él construyó un nuevo proyecto en base a esta nueva realidad”.

Desde un punto de visto ideológico, la alianza con Putin parecía natural para esta última versión de Orbán. El presidente ruso era visto por la ultraderecha europea como un referente por su defensa de los valores tradicionales y el patriarcado, por su hostilidad a los derechos de las personas homosexuales y al multiculturalismo, y por el hostigamiento a los movimientos islamistas en Siria. Además, el líder ruso se había dedicado a estimular la emergencia de grupos de extrema derecha, ya fuera promocionándolos a través de sus medios de comunicación internacionales, como Russia Today o Sputnik, o incluso financiando las campañas de algunos de ellos. El Brexit en Reino Unido y la elección de Donald Trump en EEUU convencieron a Orbán de que se hallaba del lado correcto de la historia.

Ahora bien, desde un primer momento, el mandatario húngaro justificó ante la ciudadanía el viraje hacia Moscú en una rebaja de sus facturas de la luz y el gas.

En febrero, Putin llegó a declarar que Hungría pagaba por sus importaciones de gas natural una quinta parte del precio de mercado internacional. No obstante, algunos medios húngaros desmintieron esa cifra e informaron de que Budapest pagaba realmente el precio de mercado. “Los términos del acuerdo no son públicos, por lo que no se puede saber con exactitud. Pero todo apunta a que Hungría paga precios de mercado pero con un desfase de varios meses”, sostuvo el analista energético Martin Jirusek. Si la factura que pagan los ciudadanos es más barata, debe ser por una subvención del Estado, explicó.

Sea como fuere, la apuesta de Orbán ha provocado una enorme dependencia energética de Rusia. “Hungría compra prácticamente todo su gas a Rusia, que representa un 40% de su ecuación energética. Pero no es el único país europeo con una cifra parecida. Donde sí está atado de manos es en el sector nuclear”, añadió Jirusek. Según el analista, si bien la decisión de fiar toda la política energética a Moscú pudo parecer rentable –a corto plazo–, el hecho de crear una dependencia tan grande de un solo país es arriesgado, como se ha comprobado ahora. Ya en su momento, las instituciones europeas recelaron del acuerdo con la empresa estatal rusa Rosatom, pues ni tan siquiera hubo concurso público.

La alianza con Putin, que hace años intenta desestabilizar las democracias occidentales con ciberataques y campañas de desinformación, profundizó las grietas entre Bruselas y Budapest a causa de las violaciones del gobierno de Orbán de principios democráticos como la independencia judicial. No obstante, desde el inicio de la guerra, Hungría nunca ha estado completamente sola a la hora de oponerse a las medidas para frenar a Moscú. Por ejemplo, otros países, como Malta o Chipre, se han negado a enviar armas a Ucrania.

En la cuestión del embargo al gas o al petróleo ruso, Estados miembros con una elevada dependencia energética de Rusia, como Alemania o Italia, se habían resistido a aplicar las sanciones más gravosas. Sin embargo, el descubrimiento de atrocidades contra civiles ucranianos y la presión de los países Bálticos ha hecho variar su posición.

Mientras en el embargo al gas natural ruso hay varios países todavía contrarios, en el caso del petróleo ruso, ahora ya solo lo bloquea Hungría de manera frontal. “En estas decisiones de política exterior, se requiere unanimidad. Hungría puede bloquear la toma de decisiones ella sola”, apuntó Pol Morillas, director del grupo de reflexión CIDOB. “Una carta que podría jugar Orbán es condicionar su cambio de postura a poner término a cualquier sanción económica [por violar el Estado de Derecho]. Eso representaría todo un dilema para la UE: ¿Financiar a Orbán o renunciar a la unidad europea contra Rusia?”, vaticinó.

De momento, Orbán no ha optado por esta estrategia negociadora, sino que pide compensaciones económicas por el coste que supondría para Budapest renunciar al petróleo ruso, que representa el 65% de su consumo de este combustible.

El ministro de Exteriores húngaro, Szijjarto, situó las inversiones necesarias para hacer frente a la medida en unos 15.000 a 18.000 millones de euros (de 18.700 a 22.500 millones de dólares). No obstante, sus exigencias a corto plazo son más modestas, según informa Reuters. Además, Hungría, junto a la República Checa y Eslovaquia, se beneficiarían de una extensión en la aplicación del embargo, que para el resto de países empezaría a finales de este año. De acuerdo con la Comisión, el coste de poner fin a la dependencia energética de Rusia será muy costosa para los 27, y se requerirán inversiones por valor de 210.000 millones de euros (262.000 millones de dólares) durante la próxima década.

Como muestra de las tensiones entre Bruselas y Budapest, la UE aún no ha aprobado las ayudas dentro del paquete de recuperación poscovid que corresponderían a Hungría. Pero, además, en abril la Comisión Europea inició un proceso sancionador inédito para bloquear fondos ordinarios a Budapest a causa de sus violaciones al Estado de derecho. Se calcula que el castigo podría ascender a unos 40.000 millones de euros (unos 50.000 millones de dólares). Con Orbán envalentonado tras su victoria en las urnas se anticipa un choque de trenes. De hecho, el pasado martes, modificó la Constitución y declaró el estado de emergencia, lo que le permitirá gobernar por decreto.

Para frenar cualquier sanción de la UE, Orbán podía contar hasta hace poco con el respaldo de Polonia, inmersa en parecidos conflictos con Bruselas. Sin embargo, el eje euroescéptico Varsovia-Budapest experimenta una grave crisis a causa de sus posiciones antagónicas respecto a la guerra de Ucrania. “Internamente, Orbán se ha visto reforzado, pero a nivel internacional está más solo que nunca”, apostilló Morillas. El único apoyo que parece mantener el premier es el del ala derechas del Partido Republicano de EEUU, que el 20 de mayo celebró una convención internacional en Budapest. Ante Orbán, dos posibles caminos: ceder ante Bruselas, o mantenerse en sus trece a la espera del retorno de un aliado a la Casa Blanca.

This article has been translated from Spanish.