El teletrabajo llegó para quedarse: oportunidades y desafíos (para todos y para ellas)

El teletrabajo llegó para quedarse: oportunidades y desafíos (para todos y para ellas)

Couple teleworking at home (October 2020).

(Sandrine Mulas/Hans Lucas via AFP)

La mayoría de los expertos lo tienen claro: el teletrabajo, y diferentes formas híbridas que combinan la presencialidad con el trabajo a distancia, han llegado para quedarse. Durante la pandemia, trabajar desde casa se convirtió en necesidad, y esa situación de emergencia ha supuesto un aumento sin precedentes del número de personas que trabajan desde sus casas. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), solo en América Latina y el Caribe al menos 23 millones de personas transitaron por el teletrabajo (y unos 560 millones en todo el mundo). Y esta acelerada expansión deja un escenario tan repleto de oportunidades como de desafíos.

En la Unión Europea, el teletrabajo atañe ya al 18% de los trabajadores (al 20% si consideramos la eurozona). Están a la cabeza Finlandia, Luxemburgo e Irlanda, con los porcentajes más altos. Por su parte, Alemania ha establecido la obligatoriedad de que los centros de trabajo ofrezcan la posibilidad de trabajar desde casa siempre que no existan razones operativas para no hacerlo.

Esto tiene una cara muy positiva, como explica Carolina Vidal López, secretaria confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo del sindicato español Comisiones Obreras (CCOO): “Es una forma de organización del trabajo que puede ser beneficiosa tanto para las empresas como para los trabajadores”. En el Estado español, donde teletrabajan 1,7 millones de personas, la valoración media del teletrabajo entre los empleados supera el 8 sobre 10, según el Instituto Nacional de Estadística.

Muchos trabajadores prefieren trabajar desde casa; pero el riesgo es que esta transición se haga de una forma desordenada en la que no se coloquen en el centro los derechos de los trabajadores (y de las trabajadoras más concretamente).

Un informe técnico realizado conjuntamente por la OIT y la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirma que el trabajo a distancia tiene tanto beneficios como riesgos para la salud de los trabajadores. Por un lado, trabajar desde casa ayuda a equilibrar la vida laboral y la personal, posibilita un horario más flexible, facilita realizar actividad física, reduce el tráfico rodado y el tiempo invertido en desplazamientos; pero, por otra parte, también puede suponer un aumento de las horas de trabajo y una asunción por parte de los empleados de costos operativos de los que deberían hacerse cargo las empresas (desde la conexión a internet al consumo energético y otros).

“Teletrabajo sí, pero requiere condiciones y derechos. Tenemos que reforzar la negociación colectiva porque trabajar desde casa no tiene las mismas implicaciones en áreas como la salud laboral o las inspecciones de trabajo [dado que se complica la posibilidad de hacer inspecciones con vistas a verificar las condiciones en las que el trabajador se desempeña]. Además, el trabajo a distancia no es posible en algunos sectores”, sostiene Vidal López.

La acelerada expansión de esta modalidad laboral en tiempos de pandemia ha supuesto un desafío para los sindicatos.

“El teletrabajo se expandió en un momento de la pandemia en que no podíamos desplazarnos, y se nos pidió que habilitásemos un espacio en las casas, para que no se detuviese la economía. Ahí comenzamos a ver la rápida expansión de herramientas virtuales que hasta hace poco percibíamos como algo casi futurista. El foco específico era mantener los ingresos de la economía, pero hay cosas que no se analizaron en ese momento”, opina Jordania Ureña, secretaria de Políticas Sociales de la Confederación Sindical de las Américas (CSA).

Ureña enumera algunos de los riesgos del teletrabajo. “En muchos casos, los trabajadores tuvieron que asumir un sobrecosto: las empresas no pagaban el costo de internet ni facilitaban las comodidades que un trabajador debe tener, como una buena silla de oficina. En ocasiones, incluso se argumentó que el trabajador no estaba gastando en pasajes para transportarse, y quisieron cortarle el presupuesto”. Surgió entonces la necesidad de una regulación, que en América Latina abanderaron países como Argentina, Chile y México.

¿Avance o retroceso para las mujeres?

Otro riesgo que no tardó en emerger es la separación cada vez más difuminada entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre. Trabajando en casa, a menudo perdemos el control sobre el tiempo, y esto tiene consecuencias diferenciadas por el género: “En el caso de las mujeres, esto evidencia las brechas, las desigualdades, porque por una parte la jornada se extiende, pero por otra se multiplica, por el rol social asignado a las mujeres como cuidadoras; y si estamos en pandemia, esto supone que hay una elevada posibilidad de tener enfermos en casa; y si no hay clases escolares, es la mujer quien mayoritariamente atiende y hace todo lo que conlleva un hogar, mientras al mismo tiempo intentas trabajar”, explica Ureña.

El teletrabajo –o deberíamos llamarlo, con más exactitud, trabajo a distancia, como recuerda la sindicalista–, “es positivo en tanto lo es toda forma de organización del trabajo que se adapte a las necesidades de la producción y las necesidades del trabajador”. Sin embargo, la secretaria confederal de CCOO subraya que “no se trata de una medida de conciliación, sino de organización del trabajo”.

La expansión generalizada, acelerada y desordenada del trabajo a distancia que provocó la emergencia pandémica conlleva, cree Vidal López, “dos riesgos que pueden ser graves para las mujeres: por un lado, devolvernos a casa; por otro, que se erradique la posibilidad de una verdadera corresponsabilidad” de las labores de crianza y cuidados.

“No basta con teletrabajar, tenemos que conciliar”, concluye la sindicalista.

En el caso de España, datos recientes revelados por CCOO muestran que más mujeres que hombres se están pasando al trabajo a distancia: 883.000 mujeres frente a 799.000 hombres, pese a que los varones suponen el 52% de las plantillas. Para Vidal López, esto se explica porque “la mayor parte de quienes tratan de conciliar son mujeres, como se evidencia con las estadísticas sobre la reducción de jornada”.

No obstante, si la tendencia general es a un aumento del teletrabajo en todo el mundo, esa tendencia se ve ralentizada en algunos países por elementos culturales. Es el caso de España, donde el porcentaje rondó el 10% (de la población asalariada) en el tercer trimestre de 2021, según un reciente informe de CCOO. “El trabajo a distancia está más desarrollado en otros países de Europa porque en España el presentismo es una forma de control: no se confía en la responsabilidad de las plantillas”, explica la sindicalista.

En países donde la conexión a Internet es precaria, como sucede en el continente africano, un problema adicional es que las mujeres cuentan, de media, con peor conexión que los hombres, lo que puede traducirse en un aumento de la desigualdad entre géneros.

En muchos países de América Latina, la pandemia visibilizó no sólo las dificultades para una verdadera conciliación de la vida familiar y laboral, sino también las carencias materiales que amplificaron las desigualdades sociales. “En un hogar puede haber una computadora y cuatro o cinco personas que la necesiten; esta es una de las causas del aumento de la deserción escolar durante la pandemia”, apunta Ureña. Los jóvenes, además, han tenido que enfrentar un escenario de enorme incertidumbre.

Al mismo tiempo, en muchos casos, las empresas pretendieron que, en plena pandemia y con el impacto profundo y frontal que ésta conllevó para nuestra cotidianeidad, nuestros vínculos afectivos y nuestra salud mental, siguiéramos siendo igual de productivos que en circunstancias normales.

En definitiva, y si bien el teletrabajo se ve como “una salida muy tentadora” que es apetecida por una gran parte de las y los empleados, “el peso sobre los trabajadores se incrementa y genera muchas consecuencias en lo físico y en lo emocional, así como también en lo económico”, analiza la secretaria de CSA.

Como todo fenómeno social complejo, la extensión del teletrabajo es una cuestión ambivalente, con luces y sombras. En esa línea, las investigaciones de Kalina Arabadjieva y Paula Franklin, del Instituto Sindical Europeo, sugieren que los cambios que impone el teletrabajo requieren de un marco legislativo que proteja la capacidad de los trabajadores para separar el tiempo de trabajo de su vida privada; en este sentido, el “derecho a la desconexión” es un tema fundamental, pero no el único. La protección legal del teletrabajo podría llevar a un cuestionamiento de los roles de género aún vigentes, pero anticuados –según los que el hombre ocupa el espacio público y la mujer, el privado– y con ello, también, a una nueva mirada sobre el trabajo doméstico no remunerado.

This article has been translated from Spanish.