Surcamos las aguas claras de la Bahía de Todos los Santos en dirección a Playa Grande, en Isla de Maré, territorio en el que vive una comunidad quilombola dedicada especialmente a la pesca. Antes de arribar, dos grandes chimeneas que expulsan un denso humo negro nos dan la bienvenida. En la orilla nos espera una mujer que derrocha presencia, se trata de Selma Jesús de Souza, de 60 años.
Por el camino, Selma saluda con deferencia a los vecinos con los que se va cruzando. Más que lideresa ella se define como “orientadora social” para su comunidad. También es pedagoga y, además, estudiante de maestría en la Escuela de Enfermería de la Universidad Federal de Bahía (toda una primicia para este centro –por ser la primera mujer quilombola entre su alumnado–).
En Brasil, el término ‘quilombo’ hace referencia a la comunidad rural afrodescendiente que vive en reductos, y cuyas raíces se hunden en la esclavitud. También viene asociado a un pasado de resistencia colectiva frente a la opresión que ejerció la esclavitud a lo largo de varios siglos. El Estado brasileño otorgó al quilombo una categoría jurídica propia en 1988, intentando garantizar con ello la propiedad de la tierra en la que vivían estas comunidades, sin lograrlo, de modo que los conflictos relacionados con el derecho a la tierra se mantienen vivos.
Según los datos oficiales de la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH) presentados en un informe de 2019, las personas afrodescendientes representaban un 56,8% de la sociedad brasileña (en un país cuya población ronda los 213 millones de habitantes).
Selma nos presenta la sede donde promueve un trabajo comunitario que aporta mejoras vitales, sociales y medioambientales a su pueblo y a su territorio: la fabricación de placas de aislamiento acústico de fibra de caña silvestre, que también es utilizada para la construcción de muros. Este proyecto comenzó en 2009 con el acompañamiento de la organización sin fines de lucro SOMMAR.
Las placas ecológicas son el resultado de un estudio académico a cargo de la profesora Célia Grahem, de la Universidad Federal de Maringá, del estado de Paraná. Al visitar Isla de Maré ésta se dio cuenta de la posibilidad de utilizar los residuos de caña silvestre que eran descartados por los artesanos de la isla. Las placas permiten el aislamiento acústico y mejoran los ambientes en teatros, auditorios y restaurantes. Al mejorar el sonido ambiente, impactan positivamente en la salud de los profesionales de la educación.
Nada más poner un pie en la isla, se descubren las principales actividades económicas de la población: desde la pesca y el marisqueo a la artesanía funcional, actividad que consiste básicamente en la producción de cestas para diversos usos, elaborados con caña silvestre como materia prima. No obstante, la pesca está amenazada por las empresas petroquímicas del puerto de Aratu (al este), a 25 minutos en lancha desde Playa Grande.
Sentada en el sofá de la sede, donde cuelgan carteles que resaltan mensajes de resistencia, Selma explica que en los últimos años, los grupos sociales y comunitarios se enfrentan a la desatención y a violaciones de derechos básicos garantizados constitucionalmente (para poder vivir en condiciones dignas y justas). Son mujeres quilombola como Selma quienes activan incentivos económicos e impulsan a las nuevas generaciones a mantener viva su economía a través del cuidado del medioambiente. Frente a la adversidad, una herramienta: la creatividad. Las mujeres están al frente de toda actividad que redunde en beneficio de la comunidad.
Por ejemplo, en este proyecto de placas ecológicas, fueron ellas quienes se organizaron para construir la fábrica donde se instalaría el proyecto. El espacio es reducido y cuentan con poca maquinaria, de modo que al día producen 22 placas, lejos del objetivo ideal, pero salvo que reciban apoyo inversor, esa será su producción.
Bajo el calor intenso y entre la vegetación atravesamos varios barrios de Playa Grande. En las escuelas locales han colocado huertos destinados al autoconsumo, y eso desde hace algunos años. Varios grupos de mujeres, reunidas en sus barrios, trabajan para ofrecer un futuro diferente y mejor a las nuevas generaciones: el proyecto Yabás (‘Reina Madre’, en lengua yoruba), en desarrollo, dará formación y herramientas de empoderamiento ciudadano. Está destinado a los niños, niñas y adolescentes de Isla de Maré.
Selma también participa en proyectos con mujeres, adolescentes y niños que se centran en la salud y el bienestar de la comunidad. “Todas las actividades sociales son dirigidas y ejecutadas por otras mujeres del territorio”, afirma Selma con orgullo. Hace un tiempo inició un curso de confección de bolsos, para apoyar a otras mujeres de la comunidad a obtener ingresos adicionales –en paralelo a empleos tradicionales como el marisqueo, que requiere mucho esfuerzo y tiene consecuencias a largo plazo para la salud–.
Como efecto directo de la contaminación, Selma recalca que algunas frutas ya no se encuentran en el territorio, como los plátanos y los mangos, que antes se producían en la isla y se llevaban al continente para venderlos en los mercados. Mientras caminamos por caminos secos a la orilla del mar, esta lideresa asegura que la infertilidad del suelo está ligada a la contaminación que genera el puerto de Aratu (y toda su actividad química) y señala que son frecuentes las emisiones de gases acompañados de un olor muy fuerte.
Vía telefónica, otra lideresa de Isla de Maré –que prefiere reservar su nombre debido a las amenazas que recibe por las denuncias y acciones que se han tomado en la isla– explica que el número de personas con cáncer ha ido creciendo en los últimos años, traduciéndose en un goteo de fallecimientos. Y esto como consecuencia de la emisión de contaminantes de las empresas químicas y petroquímicas instaladas en la Bahía de Todos los Santos.
Con sus acciones cotidianas, estas mujeres tejen resiliencia. La planificación en conjunto “parece un trabajo de hormiga”, implica mucho esfuerzo y en horarios escalonados para poder atender las diferentes iniciativas, concluye Selma.