Cédric Herrou: “En la lucha, cada uno hace lo que sabe hacer. Juntos nos volvemos un poco más inteligentes”

Cédric Herrou: “En la lucha, cada uno hace lo que sabe hacer. Juntos nos volvemos un poco más inteligentes”

Cédric Herrou, in 2016, in the market of his home village of Breil-sur-Roya.

(Steven Wassenaar/Hans Lucas via AFP)

Después de comprar una granja aislada en las montañas del norte de Niza, a pocos kilómetros de la frontera italiana, para cultivar olivos y criar aves de corral, Cédric Herrou, que por aquel entonces solo aspiraba a una vida campesina solitaria, está siendo testigo de la situación de los migrantes que intentan llegar de forma clandestina a Francia a través del pequeño valle enclavado donde él tiene su casa. A partir de 2016 se implicó durante varios años, junto con otros voluntarios, para proporcionar ayuda a hombres, mujeres y familias perseguidos por las fuerzas del orden en los alrededores de su propiedad. Cédric proporciona alojamiento a cientos de ellos y organiza sus trayectorias evitando los controles policiales para que puedan solicitar asilo de forma segura.

A raíz de estas actividades, Cédric Herrou está en el punto de mira del Estado francés y se ha enfrentado a varios procesos judiciales y al acoso de la policía, que lo ha detenido varias veces y estuvo vigilando su granja. Pero este francés de 42 años, que se define como un simple “campesino” y ciudadano, se mantiene firme a la hora de defender los derechos de los migrantes ante los tribunales y los medios de comunicación y de denunciar que el Estado está incumpliendo sus obligaciones legales, a saber: garantizar el derecho de asilo, ayudar a las personas en peligro, proteger a los menores, etc. En marzo de 2017, el Estado francés fue condenado por vulnerar gravemente el derecho de asilo. En julio de 2018, tras una larga batalla legal, el Consejo Constitucional ratificó el “principio de fraternidad”. Considera que se puede ayudar a un extranjero, con un “fin humanitario”, sin reclamarle la documentación y reduce el alcance de la acusación de “delito de solidaridad”.

Un año después, aunque el flujo de migrantes procedentes de Italia está disminuyendo, otros se han quedado en el valle. Con el objetivo de pensar a más largo plazo, Cédric Herrou participó con Marion Gachet Dieuzeide en la creación de una comunidad Emaús, un movimiento de acompañamiento para la integración bastante desarrollado en Francia, pero con una mayor orientación a las actividades de recolección. Así pues, el primer proyecto de vocación agrícola de la historia del movimiento Emaús se creó en Breil-sur-Roya.

En octubre de 2020 Cédric Herrou publicó un libro que repasa la trayectoria de su compromiso: Change ton monde (Cambia tu mundo), de la editorial Les liens qui libèrent. Equal Times le entrevistó en Bruselas en abril de 2022, durante un encuentro con asociaciones belgas.

Usted ha visto varias veces a las fuerzas del orden actuar contra los inmigrantes en el valle donde usted vive. ¿Cuál de los acontecimientos que ha presenciado le ha marcado o impactado más?

Han pasado tantas cosas… Es el cúmulo de acontecimientos impactantes, es el maltrato en general. El problema es cuando el prefecto, el representante del Estado, da órdenes que son completamente ilegales. Un día, mientras me encontraba detenido en comisaría, había cerca de cuarenta niños esperando a ser acogidos por los servicios de asistencia social a la infancia. Es el deber de Francia cuando se trata de menores, y, en ausencia de los padres, la persona legalmente responsable en este caso es el Fiscal de la República. Sin embargo, los niños fueron trasladados a Italia… ¡de forma completamente ilegal!

Cuando al Estado le da igual la ley y no la respeta, nuestra indignación no surge solo contra ese “racismo estatal”, sino también por el hecho de que el Estado no respete sus obligaciones. A mí se me exige respetar la ley, pero nuestros representantes no la respetan. Ahí es donde se ve que estamos llegando a los límites de la democracia.

En 2022, ¿qué valores (o derechos) cree que corren mayor peligro en Francia en el clima actual?

La propia democracia. En Francia la democracia está en decadencia. Eso es lo que más noto, por encima de los demás es valores, porque la democracia abarca todas las demás nociones: libertad, fraternidad, etc.

Usted empezó a ayudar a los migrantes prácticamente por su cuenta. Poco a poco hubo personas que empezaron a apoyarle y a colaborar con usted. Ahora ha creado una “comunidad” agrícola. ¿Qué ha aprendido durante todos estos años sobre la fuerza de lo colectivo?

Es cierto que al principio estaba un poco solo, pero después me ayudó una joven activista, Lucile, porque también hacía falta una mujer en la casa para tranquilizar a las mujeres y a las niñas migrantes, que a menudo sufren abusos o son violadas por el camino. En un momento dado Lucile se marchó y luego tomaron el relevo otras voluntarias, como, por ejemplo, Marion [Gachet]. Lo interesante es que los migrantes que paraban en mi casa asumían espontáneamente una función: unos cocinaban, otros se encargaban de la recepción nocturna, de la recepción diurna y de la gestión de la lavadora. Y después, cuando la persona decidía marcharse, encontraba a alguien que la reemplazara y lo formaba.

Lo que he aprendido de esto es humildad e inteligencia, porque hay que reconocer que a veces uno no es lo suficientemente inteligente para opinar por sí mismo sobre temas complejos, y cuando somos varios nos volvemos un poco más inteligentes. Hay que saber escuchar y eso es lo que más aprendemos al estar en contacto con otras personas.

Por lo demás, durante mi batalla judicial, con mis apoyos, juntos, conseguimos que se cambiara la ley que me incriminaba, ¡lo cual es bastante fuerte! Hay abogados, activistas comunitarios, artistas… Hemos utilizado muchas herramientas, desde una joven que hizo una tesis en sociología, hasta una película [Libre de Michel Toesca]. Hemos utilizado las herramientas más amplias posibles para hacer todo esto, ya sea un festival, conferencias, escritos, cine, educación, y cada uno hace lo que sabe hacer. Los enfermeros y enfermeras proporcionaron cuidados, los abogados asesoraron jurídicamente, los cineastas hicieron películas y cada uno hizo suya esta lucha.

¿Y usted qué ha podido hacer?

Yo lo que quizás sepa hacer es estar loco y no tener miedo.
De hecho, no era tanto yo, era más “mi casa”. El catalizador no era “yo”, el individuo, sino el lugar. Es incluso la propiedad privada, un lugar donde la policía no puede entrar porque sí, y quizás esa sea la gran diferencia con Calais: el tema de la propiedad privada. Si lo piensas, es de locos. El derecho de propiedad se respeta más que los derechos de las personas. Se puede violar el derecho de asilo, pero no se entra en un espacio privado.

Durante esta lucha usted tuvo que tratar mucho con la justicia francesa. ¿Qué opina usted de la justicia? ¿Está instrumentalizada o sigue teniendo poder para hacer valer los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución y los tratados internacionales?

La justicia tiene el poder para garantizar el respeto de los derechos fundamentales. No puedo juzgar la justicia únicamente por mi caso, porque se trata de un caso político. La Fiscalía utilizó la institución judicial para hacer un alegato político, para demostrar que la intención del Gobierno francés era utilizar mi caso para evidenciar que la migración era peligrosa, que el migrante era peligroso. Convirtieron a la persona migrante en “tóxica”, transmitiendo el mensaje: “Si te acercas a ella, si la ayudas, vas a la cárcel”.

La justicia es como todo: hay gente buena y gente instrumentalizada. Pero creo que, por lo general, la situación en Francia no está mal, hay situaciones peores. Al fin y al cabo hemos ganado, hemos conseguido que la ley evolucione, lo cual es muy positivo.

En su jardín situado en un remoto valle alpino se han instalado conflictos lejanos. ¿No es esa la prueba de que no están tan lejos y de que los europeos deberían exigir más cuentas respecto a la actuación de los políticos en la escena internacional?

Tenemos una parte de responsabilidad en la migración (si bien es cierto que no toda la migración), sobre todo a través de la venta de armas. Francia es uno de los principales vendedores de armas del mundo, lo cual me parece completamente absurdo: vendemos a dirigentes que luego maltratan a las poblaciones. ¡Hace apenas dos años vendimos armas a Putin!

Y, por otra parte, tenemos tratados comerciales que empobrecen, que roban a determinados países. Gracias a la PAC [política agrícola de la Unión Europea], por ejemplo, en Senegal se pueden comprar pollos franceses a menos de 2,50 euros. Los senegaleses no pueden competir con el pollo que viene de Francia. Nos cargamos a los productores extranjeros con nuestras subvenciones a la exportación. Nos aprovechamos, despojamos a los países de sus minerales preciosos a cambio de una autopista, una estación de tren y tres farolas… La migración es el resultado de nuestra política capitalista, que acentúa las desigualdades y reduce a cenizas el reparto de la riqueza mundial. No podemos dar respuesta sin transformar nuestro sistema económico. Pero me temo que vamos a ser muy pocos los que estemos dispuestos a pagar por nuestras compras un precio justo para que los trabajadores que producen los bienes importados en Europa puedan ganar un salario decente.

Antes de todo esto, yo no sabía dónde estaba Eritrea. A menudo se me presentaba como un activista a favor de los migrantes, pero en realidad no es eso, sino que hay un problema al lado de mi casa, una problemática humanitaria, un maltrato. A menudo digo que, por ejemplo, si los maltratados hubieran sido los “zurdos”, entonces estaría ayudando a los zurdos. No lucho por un objetivo concreto, sino por vivir de manera coherente con lo que pienso. No tengo un ideal de vida futura, lo que cuenta es el “ahora”.

¿Puede hablarnos de su proyecto actual, la comunidad Emaús Roya? ¿Cómo surgió y por qué?

Por mi casa han pasado muchas personas, y algunas se han quedado. No siempre es fácil para ellas, a veces entran en depresión, pasan por una crisis postraumática vinculada a la migración, echan de menos a su familia… Yo estaba rodeado de policías en ese momento, y soy agricultor, pero no podía decir “sí” a los jóvenes que estaban allí aburridos y que querían ayudarme con los trabajos agrícolas porque no quería que se me acusara de “trabajo oculto”. Así que llegamos a la conclusión de que teníamos que crear una estructura asociativa para dar una ocupación a estos jóvenes y alejarnos de la dimensión caritativa. Porque no hay nada peor para destruir a alguien que hacer caridad. Se puede ayudar realmente a alguien psicológicamente permitiéndole ser actor de su propio bienestar.

Entonces nos interesamos por el sistema de funcionamiento de los compañeros de Emaús, que suele dedicarse a la recuperación de residuos. Fuimos a verlos para decirles que queríamos hacer lo mismo que ellos, pero de otra manera, haciendo agricultura y perteneciendo al movimiento. El estatus de Organismo de Acogida Comunitaria de Actividad Solidaria (OACAS) permite a las 120 comunidades Emaús declarar a personas aunque estén indocumentadas, puesto que les proporcionan un alojamiento “incondicional”. Esto significa que las personas pueden darse de alta en la URSSAF [Tesorería de la seguridad social y subsidios familiares], cotizar en la seguridad social y realizar una actividad legal. No estamos hablando de trabajo, sino de “actividad”. La comunidad se autofinancia sin subvenciones estatales, vivimos de nuestro trabajo. La asociación proporciona alojamiento a los compañeros, así como comida y cuidados, y ellos participan en la vida de la asociación. Empezamos en julio de 2019, comprando una finca de 500 m², con 200 m² de espacio habitable, donde ahora alojamos a 13 personas: 4 niños y 9 adultos.

Las comunidades Emaús, concebidas por el Abbé Pierre, son un movimiento revolucionario. Y aunque nos convirtamos en Emaús, digo yo que no por eso vamos a quedarnos callados ante las injusticias.

This article has been translated from French by Guiomar Pérez-Rendón