El último baile del stambeli en Túnez

El último baile del stambeli en Túnez

Riadh Ezzawech, in the ‘zawiya’ (a small Sufi shrine) dedicated to the Sufi master Sidi Ali Lasmar.

(Ricard González)

Desde los 12 años, Riadh Ezzawech ha consagrado su vida a la práctica y difusión del stambeli, un género musical que nació con la llegada a Túnez de miles de esclavos arrancados del África Subsahariana hace varios siglos. En estas últimas cuatro décadas, muchas cosas han cambiado, y pocas lo han hecho en una dirección favorable al stambeli, que hoy se encuentra en serio peligro de extinción. Evitar tal destino se ha convertido en una obsesión para Ezzawech, un músico que ha recorrido los escenarios del mundo dando a conocer el stambeli, al que algunos comparan con el jazz por sus raíces africanas y su carácter mestizo.

Al principio, la pasión de Ezzawech por el stambeli se asemejó a uno de aquellos amores románticos e improbables. Nada encaminaba a aquel hijo de un musulmán devoto de clase media capitalina a la práctica de un arte asociado a los descendientes de esclavos y a sus ritos animistas. “Mis padres se pusieron enfermos cuando les dije que quería ser músico de stambeli. Para ellos era algo vergonzoso. Pero no lograron evitarlo”, explica con una sonrisa gastada. Aunque no era miembro de la comunidad negra, los maestros del stambeli acabaron adoptando a Ezzawech como un miembro más y le enseñaron todos sus secretos. Y es que el stambeli es, o ha sido, más que un ritmo musical.

Aparte del maestro, que toca un instrumento de cuerda llamado gombri, una figura clave es la de la arifa. “Ella no solo recitaba las canciones, sino que ejercía de mediadora dentro de la comunidad. Además, cuando la gente tenía algún mal, acudían a ella, y las sesiones de stambeli solían ser parte de la cura”, recuerda con nostalgia Ezzawech. La medicina moderna ha puesto fin a la figura de la arifa, pero no a los giros frenéticos y repetitivos de los bailarines que intentan entrar en trance y conectar con una realidad más allá de la física.

Es a través de esta vertiente espiritual que el stambeli conectó con el sufismo, la versión más popular del islam y que se caracteriza por el culto a los hombres santos como mediadores entre los fieles y Dios. De hecho, el stambeli se halla hoy íntimamente vinculado al sufismo, pues con el paso del tiempo aquellos esclavos de ritos animistas se islamizaron. Por eso, más que pensar en el stambeli como una trasposición de un arte del África central en Túnez, debe ser considerado como el fruto de siglos de fusión cultural.

Gentrificación y desidia frente al apogeo en los países vecinos que lo promocionan

Así se explica que la sede de la asociación que Ezzawech creó en 2016 para la enseñanza y difusión del stambeli sea en la zawia –un pequeño santuario sufí–, dedicada al maestro sufí Sidi Ali Lasmar. Sidi Ali Lasmar reposa en una de las estancias de la zawia, situada cerca de la antigua muralla que rodeaba la medina de Túnez y a la que acuden los fieles en busca de ayuda desde hace más de cinco siglos. Sin embargo, como sucede con el género musical, la existencia del propio templo está en peligro por el proceso de gentrificación que padece una parte de la medina de Túnez.

Después de la independencia, el edificio pasó a manos del Estado, que lo vendió a un inversor privado a pesar de su valor como patrimonio cultural y religioso. Desde entonces, la comunidad ha pagado religiosamente a éste un alquiler mensual. Pero tras la reciente muerte del propietario, las cosas han cambiado.

“Su hijo pretende venderlo a un promotor libio que quiere construir un edificio de varias plantas. Nos pide 120.000 dinares –unos 40.000 euros–. Si no lo compramos antes, lo venderá en noviembre. ¿De dónde puedo yo sacar todo ese dinero? El Ministerio de Cultura nos ignora”, dice angustiado Ezzawech que, además de liderar la troupe musical Sidi Ali Lasmar, se encarga del mantenimiento de la zawia y ha iniciado una lucha contrarreloj para salvarla. En teoría, correspondería al Estado la responsabilidad de preservar el santuario, pero este no ha mostrado ningún interés, como tampoco nunca lo ha hecho por el stambeli.

Habib Bourguiba, el padre de la independencia, aspiraba a convertir Túnez en un país laico, y menospreciaba toda expresión cultural asociada a “supersticiones”. Posteriormente, a causa de un asentado racismo estructural, el Estado no ha tratado este género musical como parte del patrimonio cultural tunecino, sino más bien como algo ajeno.

“No se ha implementado ninguna medida para promover el desarrollo personal o artístico de los grupos de stambeli, ni tampoco se han asignado fondos para la preservación de esta herencia cultural”, reza un informe realizado por la ONG tunecina Art Solution en 2016, y cuyas conclusiones se mantienen vigentes aún hoy.

El stambeli tunecino comparte historia y algunas características con otras músicas y prácticas del Norte de África, como el diwan argelino, el makeli libio, o el más conocido a nivel internacional, el gnawa marroquí. Sin embargo, una diferencia entre el stambeli es que en la gnawa la mayoría de sus canciones son en árabe, mientras que el stambeli conserva muchas letras de las diversas lenguas de los países de origen de los esclavos, que ni los músicos actuales ya llegan a comprender. “Entendemos el sentido general de las canciones, pero muchas palabras no”, asevera Ezzawech.

Otra gran diferencia entre ambas músicas es su relación con el Estado. “La gnawa es la expresión musical de folclore marroquí que tiene más proyección internacional; más que, por ejemplo, el shabbi. Y es que la gnawa es la que más se potencia a nivel oficial”, explica Mónica Carrión, una española que ha trabajado casi una década en Marruecos con la fundación cultural Alfanar. El gnawa cuenta con un festival que se celebra cada año en la ciudad costera de Essaouira, y que se ha convertido en un acontecimiento de dimensión internacional. Pero no es el único, ya que en el festival de jazz fusión de Chellah participan también grupos de gnawa en sesiones compartidas con grupos de jazz venidos del mundo entero. “Todo este movimiento ha hecho que se recupere el interés por la gnawa en el país. Está de moda, sobre todo entre los jóvenes”, apostilla Carrión.

Para algunos miembros de la comunidad negra en Túnez, el stambeli tiene un valor que traspasa el mundo de la cultura. “El stambeli es una forma de resistencia porque explica nuestra historia, quiénes somos, a una sociedad en la que el racismo es un problema muy real”, comenta Rania Belhaj Romdhane, una activista negra que pertenece a Mnemty (“Mi sueño”, en árabe), la principal ONG tunecina contra el racismo. En 2018, sus esfuerzos se plasmaron en la aprobación de una ley que castiga la discriminación racial, pionera en la región.

Sin embargo, Huda Mzioudet, una investigadora especializada en la comunidad negra en Túnez, matiza esta visión. “Creo que el stambeli está perdiendo poco a poco su estatus como fuente de orgullo para los tunecinos negros debido a que no es la única forma de expresión artística con la que aquellos se identifican... El hecho de que haya sido ‘secuestrado’ por los tunecinos ‘blancos’, y se lo hayan apropiado, les hace sentir alienados”, sostiene Mzioudet. “[No obstante], el stambeli continúa siendo un motivo de orgullo para los negros de Túnez [capital] que son seguidores del sufismo”, añade.

A todos los obstáculos mencionados a la promoción del stambeli, se suma el desinterés de los jóvenes por aprender un arte que en Túnez genera pocos ingresos y que no llevará a la fama. “Muchos chicos que se interesan por el stambeli te preguntan cuánto cobrarán por concierto. En mi generación, ganábamos la voluntad, cuatro duros. No lo hacíamos por el dinero”, lamenta Ezzawech. A pesar de estar debilitado por los efectos de una enfermedad, no piensa dar su brazo a torcer. Al menos, no todavía.

This article has been translated from Spanish.