Del analfabetismo a multiplicar formaciones en línea en un campo de campo de refugiados de Mauritania

Del analfabetismo a multiplicar formaciones en línea en un campo de campo de refugiados de Mauritania

Young people at the Mbera Connectivity Centre, where they learn IT skills.

(Save the Children)
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Al sureste de Mauritania, a apenas unos 50 kilómetros de la frontera con Malí, se encuentra el campo de refugiados de Mberra. En 2012 cuando comenzó la guerra en Malí, miles de personas huyeron a la vecina Mauritania buscando la seguridad que no les daba su país. Una década después, los refugiados siguen llegando al campo. Aunque la guerra acabó oficialmente hace años, la actividad terrorista latente en la región hace que miles de personas huyan cada año hacia los países vecinos para poder vivir en paz.

Mauritania, a pesar de ser uno de los países más pobres del mundo, acoge, según datos de ACNUR de julio de 2022, a 89.790 refugiados y 4.541 solicitantes de asilo, de los cuales 79.656 se encuentran en el campo de Mberra. Esto le convierte en uno de los campos de refugiados más grandes de África del Oeste y en el segundo en acoger al mayor número de refugiados malienses.

En este campo, buena parte de la población es menor de edad: se estima que unas 40.000 personas son menores de 18 años, y que la mayoría de ellas está en edad escolar (alrededor de 34.000). No obstante, solo en torno al 30% de los más pequeños acude a clases de primaria, y un porcentaje aún mucho más bajo (en la franja de 12 a 17 años) a secundaria. Así, según los datos de ACNUR, para el curso escolar de 2020-2021, solo unos 5.570 niños seguían la escuela primaria y 410 la secundaria (unas cifras apenas impactadas por la pandemia de coronavirus).

A pesar de que es una constante que los niños refugiados tienen menos probabilidades de ser escolarizados que el resto –la tasa mundial de niños refugiados escolarizados en 2020 ascendía a un 77% en educación primaria, y a menos del 32% en secundaria– en Mberra esa tasa es pésima, situándose entre las más bajas del mundo.

En el caso de las niñas, la desigualdad es notoria: solo 3 de cada 10 estudiantes son niñas.

Los menores refugiados pueden educarse –teóricamente– en el campo o integrarse en el sistema escolar mauritano, y esto gracias a una medida reciente del gobierno de este país que autorizó dicha posibilidad. Las escuelas creadas por ACNUR Y UNICEF en el campo de refugiados siguen el currículo maliense donde la enseñanza se realiza en francés pero, para integrarlos en el país de acogida, se imparten igualmente clases de árabe.

Vulnerabilidad e insuficientes recursos materiales y humanos

La baja escolarización de niños y adolescentes en el campo de Mberra se debe tanto a la falta de infraestructuras como a las carencias en recursos humanos: solo hay 8 escuelas y faltan profesores. “Si todos los alumnos [potenciales] se presentasen en las escuelas, no podríamos acogerlos”, resume Apollinaire Gerard, jefe de proyecto del Centro de conectividad. Además, buena parte del cuerpo docente lo conforman los propios refugiados. En total, tan solo el 23% de los profesores tiene una formación oficial reconocida por el gobierno de Malí, lo que también repercute en la calidad de la enseñanza, según se desprende de un estudio facilitado por la ONG Save the Children España a Equal Times.

Por otra parte, dado el contexto de vulnerabilidad y las altas tasas de pobreza, muchas familias no ven prioritario llevar a sus hijos al colegio.

Cuando los niños acaban la educación primaria, o incluso antes, comienzan a ayudar a sus familias, ya sea trabajando o realizando tareas domésticas (en el caso de las niñas). “Muchas familias son ganaderas y viajan con el ganado a diferentes pueblos donde hay pastos. Aunque se encuentren inscritos en el campo, los ganaderos viajan con sus hijos, por lo que la escolarización es difícil”, explica Apollinaire.

Las niñas suelen abandonar la escuela antes que los niños, ya que, en caso de no poder escolarizar a todos los hijos, los padres tienden a priorizar la educación de los varones. Por otro lado, existen numerosos casos de matrimonio infantil y de embarazos precoces que hacen que las niñas abandonen tempranamente la escuela contra su voluntad.

Las escuelas coránicas, llamadas madrazas, ocupan un lugar muy importante en la cultura musulmana en esta región. Los niños de entre 5 y 8 años acuden a éstas a aprender el Corán. En algunas, también se enseña árabe y matemáticas. Este sistema educativo es suficiente para muchas familias musulmanas, que no ven el interés de llevar a sus hijos a las escuelas oficiales. De ahí que muchos niños no entren en la escuela primaria hasta haber acabado la escuela coránica o directamente no se les escolariza en las escuelas del campo gestionadas por Naciones Unidas. El problema de las madrazas es que generalmente solo enseñan el Corán. Si los estudiantes no aprenden francés, que es la lengua administrativa en Malí, esto hace que posteriormente sea difícil su integración en el sistema escolar de su país de origen (o el de sus padres) y que puedan encontrar trabajos que demandan una alta calificación.

Para mejorar la salud de los niños y la tasa de escolarización, ONG como Save the Children apoyan a los comedores escolares para que los centros puedan ofrecer una comida al día a sus alumnos. Esto incentiva a los padres a que sus hijos vayan regularmente a la escuela. Y es que, el aumento de los precios de los alimentos desde finales de 2021, ha hecho que algunos alimentos básicos como el aceite suban un 44%, según Famine Early Warning Systems Network. Así, las familias más vulnerables ven cada vez más difícil poder alimentar a sus hijos.

Como también se les pone cuesta arriba costear el material escolar. Esto se hizo todavía más patente durante la pandemia. La irrupción del coronavirus hizo que tuviesen que improvisarse cursos a través de la radio, las redes sociales y WhatsApp, pero menos del 20% de los hogares disponía de radio, televisión o un teléfono inteligente con acceso a internet en el campo de Mberra.

Cursos en línea y tecnologías, un pasaporte de futuro

En materia de enseñanza son principalmente ACNUR y UNICEF quienes gestionan y han creado las escuelas dentro del campo. Estas dos organizaciones han puesto en marcha junto con Save the Children España un centro de informática llamado Centro de conectividad que permite a los refugiados tener acceso a internet y formarse en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).

El Centro de conectividad es una gran sala con ordenadores de libre acceso a internet que permite a los jóvenes, pero también a los adultos, tener acceso al mundo exterior y al aprendizaje en línea. Igualmente, Save the Children junto con ACNUR Y UNICEF, forma a profesores, monitores de alfabetización y a los consejeros pedagógicos sobre el uso de las tecnologías en la enseñanza. Por su parte, un centenar de alumnos de secundaria recibe cada semana clases de informática en este centro. Esto les permite tener acceso a un ordenador y a la 3G en un entorno donde los cortes de electricidad, la falta de ordenadores y de teléfonos inteligentes o la falta de medios económicos para tener acceso a la red es la norma. En este contexto, los jóvenes se muestran muy interesados en las tecnologías y en internet y acuden a menudo a este centro. Saben que su currículo mejorará y tendrán muchas más oportunidades laborales si manejan las TIC.

“Gracias a este centro he descubierto el mundo de la informática. Antes no sabía ni encender un ordenador. Ahora puedo buscar información, preparar mis clases y hacer formaciones. He obtenido algunos certificados de cursos en línea internacionales en temas como derechos humanos o migración”, comenta Mohamed Ali Ag Mohamedoun, profesor de francés e historia en el Instituto del campo de Mberra.

Al mismo tiempo, en el centro se fomentan las formaciones en línea gratuitas de diversas organizaciones. En un área donde no existen universidades y la más cercana se encuentra a varios días en coche, poder acceder a formaciones universitarias gratuitamente es una oportunidad de aprendizaje invalorable para estos jóvenes.

Por ejemplo, acceden a plataformas como la estadounidense Coursera, que ofrece cursos gratuitos de las principales universidades del mundo, lo que les permite desde el campo de refugiados formarse a distancia para poder tener un futuro mejor.

“Tengo 13 certificados, algunos de ellos relacionados con el mundo del trabajo y otros temas como la gestión política del agua, derecho humanitario o desarrollo. Estoy convencido de que el Centro de conectividad es una oportunidad salvadora para nosotros los refugiados”, asegura Mohamed Issa Ag Oumar.

“Algunos jóvenes no han visto nunca un ordenador”, informa Apollinaire Gerard, de ahí que los jóvenes del pueblo más cercano, Bassikounou, a unos 20 kilómetros del campo de refugiados, se desplacen a este centro para poder acceder a un ordenador y a internet. En los dos años que lleva abierto el Centro de conectividad, se ha conseguido que cientos de refugiados puedan aprender informática y tener acceso a internet. El éxito es tal que varias instituciones estudian la posibilidad de abrir otro Centro de conectividad en la ciudad de Bassikounou, de modo que la población mauritana pueda tener similar acceso y oportunidades.

This article has been translated from Spanish.