El desempleo juvenil en los países árabes, entre los más altos del mundo, una tarea urgente y pendiente por abordar

El desempleo juvenil en los países árabes, entre los más altos del mundo, una tarea urgente y pendiente por abordar

Despite a December 2021 ministerial decree that partially lifted a ban on Palestinian refugees working in union-regulated professions, Palestinians’ access to employment in Lebanon remains very limited. Young people from Palestinian communities often find themselves deprived of economic opportunities or forced to work informally. Pictured here, a young man works at a bakery in a Palestinian camp in Beirut, 18 February 2022.

(Clément Gibon)

“Mi trabajo ahora consiste en buscar trabajo, porque me paso el día respondiendo a ofertas de trabajo”, señala exasperada Nour Shaheen, una joven licenciada palestina de 24 años. Dos años después de haber terminado su carrera de Economía en la Universidad de Al-Quods Bard College de Jerusalén Este, Nour se suma a los millones de jóvenes de los países árabes que no consiguen encontrar trabajo.

En 2022, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha señalado que los Estados árabes registran “el índice de desempleo juvenil más elevado y el que aumenta de forma más rápida del mundo”, que se estima en un 24,8% para los jóvenes de 15 a 24 años, frente a cerca del 15,6% a nivel mundial. Este promedio se ve considerablemente afectado por el elevado índice registrado entre las mujeres jóvenes (42,5%).

“Las mujeres jóvenes que trabajan siguen enfrentándose a graves obstáculos a la hora de acceder a un empleo decente y productivo debido a las prácticas discriminatorias, los estereotipos de género y unas políticas deficientes en materia de conciliación familiar y laboral. Las mujeres jóvenes soportan una carga doble por el hecho de ser jóvenes y mujeres”, explica Ruba Jaradat, directora regional de la OIT para los Estados Árabes, a Equal Times.

Lo cierto es, en todo caso, que los contextos de los países árabes y el índice de desempleo entre los jóvenes de 15 a 24 años varían mucho de un país a otro: mientras que en Jordania y Palestina rondaba el 40% a finales de 2021, en Omán apenas alcanzaba el 14% y en Qatar el 0,5%.

En un contexto en el que casi una de cada tres personas tiene menos de 15 años y una de cada dos tiene menos de 30, y donde la población crece casi dos veces más rápido que la media global, este fenómeno del desempleo corre el riesgo de acelerarse y de presionar cada vez más a las economías nacionales.

Según un informe de la OIT y la Comisión Económica y Social para Asia Occidental (CESPAO), antes de la pandemia la región ya necesitaba crear nada menos que 33,3 millones de puestos de trabajo para 2030 con el fin de reducir el índice de desempleo regional al 5% y estar en condiciones de asimilar el gran número de jóvenes que irían incorporándose al mercado laboral.

Además de las especificidades nacionales y las diferencias de género en términos de acceso al empleo, también hay que tener en cuenta los datos geográficos. Por lo general, los índices de desempleo tienden a ser más elevados entre los jóvenes que viven en zonas rurales. Nour no consiguió encontrar trabajo en su pueblo natal, Al-Eizariya (también conocido como Betania), en Cisjordania, por lo que tuvo que marcharse y alquilar un piso en la ciudad más cercana, Ramallah, para poder acceder a ofertas de trabajo.

“Estaba deprimida porque tuve que abandonar mi entorno familiar para buscar un trabajo en la ciudad. Pero, incluso mudándome, no conseguí encontrar nada. Es muy frustrante y decepcionante. Tengo la impresión de que mi única opción para conseguir trabajo es marcharme de Palestina”, confiesa a Equal Times.

La “generación covid” y el fenómeno de fuga de cerebros

Por lo general, el problema del desempleo juvenil en los países árabes no es nada nuevo. Además de la falta de diversificación económica y de la elevada prevalencia del trabajo informal (más de un 60% de media, y hasta un 85% entre las personas de menos de 25 años), lo que se cuestiona es la excesiva dependencia en el sector público.

El Banco Mundial estima en un informe (El desafío del empleo: Replantearse el papel de la Administración pública en los mercados y los trabajadores de la región de Oriente Medio y el Norte de África) que casi la mitad de los trabajadores de Irak están empleados en el sector público, mientras que en Jordania y Egipto esta proporción es de apenas una de cada cuatro personas.

El contexto político, junto con las diversas perturbaciones socioeconómicas y los conflictos de la región, son también factores que impiden a los gobiernos aplicar políticas para la creación de empleos estables y decentes para su población joven. Rony Haddad, un joven de 26 años licenciado en Administración de Empresas, en la rama de Banca y Finanzas, por la Universidad Antonine del Líbano, considera que la razón principal por la que no encuentra trabajo es la crisis económica que afecta al Líbano.

“Casi todos los días envío mi currículum para postular a las ofertas que encuentro, pero, tras el cierre de numerosos bancos, se ha vuelto muy difícil encontrar trabajo. Por eso tuve que optar por trabajar en sectores que no tienen nada que ver con mi formación”, declara.

Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que la pandemia de covid-19 ha afectado especialmente a los jóvenes. Además de las numerosas empresas que han tenido que cerrar y despedir a trabajadores, algunos estudiantes se han visto obligados a interrumpir su formación. El impacto ha sido triple: para los jóvenes que ya tenían un trabajo, para los estudiantes que todavía se estaban formando, pero también para quienes se encontraban en la transición entre sus estudios universitarios y su primer trabajo.

Ruba Jaradat describe así un fenómeno de “generación covid” en el que la pérdida de aprendizaje podría dificultar particularmente la integración de los jóvenes en el mercado laboral. En 2021, en la mayoría de los países árabes el índice de desempleo juvenil era, de media, 3 puntos porcentuales superior al nivel registrado antes de la pandemia. Según las cifras facilitadas por la OIT a Equal Times, el número de jóvenes que ni estudian ni trabajan (lo que en español se conoce por el término ninis) registró entre 2019 y 2020 un aumento de 871.000 personas. En total, más de 22 millones de jóvenes de menos de 25 años se encontraban en esta situación en Oriente Medio y el Norte de África a finales de 2021.

Por tanto, Nour podría ser uno de los estudiantes para quienes la pandemia podría tener consecuencias a largo plazo en términos de acceso al empleo. “Me gradué durante la pandemia, en un momento en que mucha gente se quedaba sin trabajo. Durante unas prácticas que hice justo después de graduarme pude constatar que la mitad de los empleados, incluso los que llevaban muchos años allí, estaban siendo despedidos”, explica a Equal Times.

“La competitividad que existe en el acceso al mercado de trabajo es especialmente dura porque hay menos oportunidades de trabajo y porque las personas que postulan ya tienen experiencia laboral”, añade.

Entre el desempleo prolongado, la persistencia del trabajo informal y el verse obligado a aceptar trabajos poco cualificados y mal pagados, las consecuencias de la pandemia de covid-19 para las generaciones jóvenes están siendo múltiples.

Al no aplicarse ninguna reforma, la frustración de los jóvenes desempleados se está convirtiendo en una fuente de conflicto e inestabilidad social” –confirma Ruba Jaradat– que podría desembocar en levantamientos populares similares a los que se han producido en diversos países árabes a lo largo de la última década.

La incapacidad de los gobiernos para ofrecer empleos estables a su población joven también explica el superávit de talentos sin explotar y la importante fuga de cerebros que está teniendo lugar. Sin perspectivas de futuro, nada menos que dos tercios de los jóvenes libaneses licenciados querían abandonar el país en 2021. En Irak y en Jordania, cerca de la mitad de los jóvenes de entre 18 y 29 años manifestaron igualmente en 2021 su deseo de emigrar al extranjero.

La creación de nuevos puestos de trabajo constituye, por tanto, la principal preocupación de al menos la mitad de la población de estos dos países. Ruba Jaradat constata, sin lugar a dudas, que la incapacidad de los gobiernos de la región para responder a las necesidades de la población joven corre el riesgo de transformar el dividendo demográfico de la región en una maldición.

El camino a seguir: desarrollar el sector privado y mejorar la transición profesional

Según varias organizaciones internacionales, como el Banco Mundial o incluso la OIT, los países de la región deberían centrarse en el desarrollo del sector privado, que aparece sumamente infrarrepresentado en las estadísticas de empleo debido a las dificultades que tiene para crear puestos de trabajo estables y decentes. Las estructuras jurídicas y las políticas de competitividad siguen protegiendo a unos pocos actores bien establecidos en el entorno económico (el sector público y las grandes empresas), en detrimento de las pequeñas y medianas empresas. Este año, el crecimiento de la productividad laboral del sector privado ha sido negativo en varios países, desde el Líbano hasta Jordania.

Al mismo tiempo, también convendría mejorar la transición del sector educativo al profesional. Según Ruba Jaradat, existe un desajuste de competencias.

Pese al aumento de la inversión en educación durante estos últimos años, la formación profesional no consigue dotar a los graduados de unas competencias que se ajusten a las necesidades del mercado laboral.

Muchos estudiantes siguen formándose para trabajar en el sector público, pese a que este está completamente saturado. Al mismo tiempo, si bien en las últimas dos décadas la región ha conseguido suprimir empleos “poco cualificados”, no ha logrado compensar esta pérdida mediante los denominados “empleos altamente cualificados”, indica el Banco Mundial. La región se encuentra por tanto con un excedente de estudiantes con competencias vinculadas a profesiones administrativas, a los servicios, a la venta y a la artesanía, cuando lo que el mercado laboral en realidad necesita son competencias especializadas vinculadas a puestos de dirección e ingeniería.

La falta de competencias y de experiencia profesional es, así pues, un problema importante denunciado a menudo por los jóvenes que buscan trabajo. “Al terminar mis estudios carecía de experiencia laboral en el ámbito de mi formación. Y nadie me va a contratar si no tengo al menos un año de experiencia”, afirma Rony Haddad. “Las universidades deberían colaborar con las empresas, o con algún otro ámbito vinculado a la asignatura principal que los alumnos estudian, para ayudarnos a adquirir experiencia”, añade.

Conscientes de estos problemas, algunos países de la región ya han puesto en marcha iniciativas para hacer frente al desempleo juvenil. En mayo de 2022, 18 Estados árabes se reunieron en Ammán (Jordania) para debatir problemáticas tan amplias como el aprendizaje, las cualificaciones, la inclusión social y la transición profesional de los trabajadores jóvenes. Entre las principales medidas debatidas cabe señalar la voluntad de fomentar la colaboración entre los ministerios y el sector privado, así como de reforzar la exposición de los jóvenes al mundo laboral a través de prácticas y contratos para la formación y el aprendizaje.

This article has been translated from French by Guiomar Pérez-Rendón