Los curanderos tradicionales de Sudáfrica ayudan a las personas LGTBI a aceptarse

Los curanderos tradicionales de Sudáfrica ayudan a las personas LGTBI a aceptarse

Thuli Mbete, a traditional healer or sangoma, pictured here with her two apprentices on 3 November 2022, performs a ritual to help a gay patient in the Rosebank area of Cape Town, South Africa.

(Elodie Toto)
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“No estamos aquí para cambiarte, estamos aquí para entrar en contacto con tus antepasados”, explica Thuli Mbete a un hombre de mediana edad que acaba de entrar en la habitación. Thuli Mbete es sangoma, curandera tradicional de Sudáfrica. Junto con sus dos aprendices, trata a sus pacientes con plantas y métodos naturales, pero, sobre todo –señala– entrando en contacto con el espíritu de sus antepasados difuntos por medio de rituales.

Todos los presentes se sientan en círculo sobre una estera y la sangoma prepara los elementos esenciales para su ritual: unos huesecillos de animales, tabaco y un ndugku (un palo que la protege de los malos espíritus). A continuación enciende una vela y quema un poco de salvia. El ritual va a empezar.

El paciente, un poco incómodo, dice su nombre y explica por qué ha acudido a la consulta: es homosexual y debido a su orientación sexual sufre mucho acoso por parte de su entorno. Al venir aquí sabe que podrá hablar abiertamente sin ser estigmatizado.

“En Sudáfrica puedes ser gay si procedes del entorno social adecuado”, afirma Gerhard, vecino de Pride Shelter Trust, un lugar de acogida para personas LGTBI en dificultades. “El centro ciudad de Cape Town es gay friendly; hay incluso bares temáticos y no es raro ver parejas gays. Pero en cuanto sales de los barrios buenos, la realidad es muy distinta. Ser gay en las barriadas marginales es como firmar tu sentencia de muerte”, constata.

Aunque Sudáfrica es el único país del continente donde el matrimonio entre personas del mismo sexo está permitido, y su Constitución de 1996 fue la primera del mundo en prohibir la discriminación por motivos de orientación sexual, la homofobia y la violencia son una realidad cotidiana.

Esto va desde insultos hasta crímenes de odio, pasando por violaciones y asesinatos. Según la ONG Triangle Project, que lucha por los derechos del colectivo LGTBI, 4 de cada 10 sudafricanos LGTBI conocen a alguna persona que ha sido asesinada debido a su identidad sexual o de género. A día de hoy, muchos siguen considerando la homosexualidad como una enfermedad, por lo que, en cuanto identifican en un ser querido una orientación sexual o de género diferente a la mayoría, intentan que reciba “tratamiento”.

“La homosexualidad sigue siendo un tabú para mucha gente. Muchas personas me llaman para que cure a sus hijos gays”, explica Thuli Mbete. Ella misma se considera homosexual, por lo que siente que tiene que explicar a los padres la situación en la que se encuentran sus hijos.

“A menudo piensan que su hijo está poseído por espíritus malignos, así que les pongo en contacto con sus antepasados para explicarles que su hijo es perfectamente normal. Aprovecho para recordarles que las personas LGTBI forman tradicionalmente parte de nuestra sociedad. Siempre han formado parte de nuestra cultural, no son una anomalía, pero, a raíz de la colonización, eso se ha olvidado. Y a mí, como soy curandera, me escuchan”.

Un legado de la colonización y del apartheid

Pero no todos tienen esa suerte. “Entre los crímenes de odio se producen muchas violaciones de conversión, donde una o varias personas violan a un miembro del colectivo LGTBI con el fin de reconducirlo por ‘el camino recto’ de la heterosexualidad”, explica la reverenda Sharon Cox, activista desde hace una década en Triangle Project. “En la mayoría de los casos, las víctimas son mujeres gays. Y por si fuera poco, cuando cuentan lo que les ha ocurrido, es raro que la policía las tome en serio y se haga justicia. Por eso algunas víctimas caen en depresión e incluso se suicidan”, lamenta.

La estigmatización de la homosexualidad se produjo, en principio, a raíz de la colonización holandesa (a partir del siglo XVII) e inglesa, que instauró las posturas homófobas de las diferentes ramas de la religión cristiana, convirtiendo la homosexualidad, y cualquier otro comportamiento no heteronormativo, en pecado.

Los sangomas, por su relación con los antepasados y con la naturaleza, fueron identificados con la brujería. Con el apartheid, la homosexualidad se convirtió en crimen, al igual que ciertas prácticas ancestrales, y los sangomas tuvieron que ocultarse.

“Para convertirte en sangoma tienes que recibir una llamada de tus antepasados, algo que ocurre casi siempre en sueños. Mi abuela recibió esa llamada pero no pudo seguirla porque sabía que habría represalias. No obstante, transmitió sus conocimientos a su hija, mi madre”, lamenta Gogo Ndoni Yezwe, una de las aprendices de Thuli Mbete.

Según la Ley de Supresión de la Brujería, su abuela podía enfrentarse a 20 años de cárcel por ejercer su don, una pena sin duda disuasoria pero que no consiguió que la práctica desapareciera. En 1994 se abolió el régimen del apartheid, y unos años más tarde los sangomas volvieron a ejercer abiertamente. En 2007, en virtud del Traditional Health Practitioners Act, fueron reconocidos legalmente como practicantes sanitarios tradicionales y volvieron a ser socialmente respetados.

Los sangomas son también aliados en la prevención sanitaria

Su importancia es tal, que en 2013 la viceministra de Sanidad, Gwen Ramokgopa, declaró: “Reconocemos que en nuestro país numerosos hospitales y centros de atención primaria han estado colaborando con practicantes sanitarios tradicionales para luchar contra enfermedades infantiles, como la diarrea y los vómitos, el VIH/SIDA y la tuberculosis, enfermedades mentales y muchas otras”.

Se calcula que en 2019 había en Sudáfrica 8 médicos formados en medicina occidental por cada 10.000 habitantes. En comparación, Bélgica cuenta con 6 por cada 1.000 habitantes, es decir, casi 10 veces más. Así pues, los sangomas ayudan a los sudafricanos a acceder a un tratamiento.

Según el Grupo de Curanderos Tradicionales LGTBI de Sudáfrica, el 80% de la población recurre a los sangomas. “Recurren a nosotros porque hablamos [lenguas sudafricanas como] zulú, xhosa, tsonga, etc. Muchos médicos solo hablan inglés o afrikáans, por lo que no pueden comunicarse con la población”, explica Mbete. “Consultar a un sangoma es reconectar un poco con tu africanidad. La gente se da cuenta de que la medicina occidental no es necesariamente mejor que la nuestra. Nosotros nos tomamos el tiempo de escuchar a las personas y les damos consejos; consideramos que eso forma parte de la atención que les brindamos”.

Y esa es la óptica desde la cual el hombre de mediana edad vino a consultar a la sangoma. Comienza el ritual. Tras una serie de cánticos ceremoniales, Thuli Mbete vuelca los huesecillos sobre la esterilla y empieza a interpretarlos junto con sus aprendices. Todos eructan profusamente: la presencia de los espíritus a su alrededor interfiere con su sistema digestivo –explicarán después–, aunque eso no parece inquietar en absoluto al paciente.

A través de la disposición de los huesos, Thuli Mbete ve en seguida que el hombre padece migraña, cosa que este confirma. Ella dice que percibe con fuerza el espíritu de la abuela del paciente, que es quien le protege y podrá guiarle. Comienza la conversación y el hombre se abre. La sangoma y sus aprendices le escuchan. Una hora más tarde, el hombre se marcha diciendo sentirse más ligero.

Pero no todos los sangomas son aliados. Gogo Ndoni Yezwe, la aprendiza, recuerda: “Siendo adolescente consulté a un sangoma que me dijo que podía cambiarme, curarme. Afortunadamente, por aquel entonces contaba con el apoyo de mi abuela, que fue quien me crio, así que no entré en depresión. Pero eso ocurre, hay sangomas que piensan que las personas LGTBI no deberían existir. No obstante, gracias al boca a boca encontré a otro sangoma que me dio las respuestas que buscaba y conseguí aceptarme”.

This article has been translated from French by Guiomar Pérez-Rendón