Entre la guerra y el reciente terremoto, el personal sanitario del noroeste de Siria acumula traumas y agotamiento

Entre la guerra y el reciente terremoto, el personal sanitario del noroeste de Siria acumula traumas y agotamiento

Patients and health workers in a dialysis unit in Idlib, funded by the NGO Mehad (formerly UOSSM), 27 February 2023.

(Abd Almajed Alkarh)

En los pasillos del centro especializado en diálisis Avicenne, en la ciudad de Idlib, al noroeste de Siria, las idas y venidas son incesantes. En una sala, los pacientes se someten a sesiones de diálisis, alineados en una docena de camas, cubiertos con gruesas mantas en una habitación decorada con paramento de piedra, bajo la atenta mirada del personal de enfermería. El centro está abierto las 24 horas del día y es uno de los ocho centros de diálisis de la provincia de Idlib, una de las regiones sirias más afectadas por el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió Turquía y Siria el 6 de febrero de 2023 causando más de 50.000 muertos. De este número, fallecieron en Siria 4.500 personas y resultaron heridas más de 8.500.

“Aun antes del terremoto, no podíamos ofrecer suficientes sesiones de diálisis a nuestros pacientes”, comenta con inquietud el doctor Taher Abd el-Baqi, médico del centro. “Desde hace un mes, nuestra capacidad es totalmente insuficiente, y los pacientes siguen llegando. Prevemos realizar entre 1.800 y 2.000 sesiones de diálisis al mes. Las listas de espera son cada vez más largas y no tenemos equipos suficientes”, explica el médico.

Según cifras recopiladas por la OMS en el tercer semestre de 2022, la provincia de Idlib, donde se hacinan 3,2 millones de personas (entre las que se cuentan 1,4 millones de desplazados que viven en campamentos), solo disponía de 36 máquinas de hemodiálisis. La necesidad urgente de diálisis se ha visto agravada por el “síndrome de aplastamiento” que afectó a cientos de personas tras el terremoto, incluidos niños. “Cuando se comprimen las extremidades durante largas horas, se bloquea el flujo sanguíneo, lo que provoca graves daños renales y problemas cardíacos. Algunos niños tuvieron que ser amputados, cuando podrían haberse salvado sus miembros si hubieran sido rescatados antes”, lamenta Fayez Jarad, pediatra del Hospital Infantil Avicenne en Idlib, apoyado por la ONG Sams, que recibe a sus pequeños pacientes en pequeñas y rudimentarias camas de madera. “A pesar de su gran capacidad de reacción, los socorristas no disponían de equipos pesados para actuar en el crucial período de 72 horas posterior al terremoto”.

Un sistema sanitario al borde del colapso

El terremoto acabó en la provincia de Idlib con un sistema sanitario ya agotado por diez años de guerra y bombardeos, a los que se sumaron las recientes epidemias de coronavirus y cólera. De las poco más de 200 estructuras sanitarias de Idlib, casi medio centenar resultaron dañadas por el seísmo. Y desde 2012, según la ONG Médicos por los Derechos Humanos, 142 instalaciones sanitarias de la región han sido bombardeadas por las partes en conflicto, en su gran mayoría por el régimen sirio y su aliado ruso. Ya antes de la guerra, la gobernación de Idlib estaba muy desatendida por el Gobierno central y los servicios sanitarios estaban poco desarrollados.

Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el personal médico es la falta de equipos. Según el citado estudio de la OMS, a finales de 2022, en el noroeste de Siria había 64 aparatos de rayos X, 5 escáneres de tomografía computarizada y un solo aparato de resonancia magnética. “Solo tenemos un tomógrafo en el hospital de Bab el-Hawa, que es el más grande del noroeste de Siria”, advierte el doctor Osama Salloum, cirujano del hospital de Bab el-Hawa, fronterizo con Turquía.

“En nuestros quirófanos, los equipos de anestesia están anticuados, existe una enorme escasez de incubadoras neonatales y el terremoto ha provocado un gran número de partos prematuros”.

Para compensar estas carencias, antes del seísmo podían trasladarse cada mes entre 20 y 30 pacientes graves a hospitales del sur de Turquía, en Antioquía, Alejandreta o Gaziantep. Pero hoy ya no es posible hacerlo. “Estos hospitales han sufrido daños considerables, y se da prioridad a los pacientes de Turquía. Desde el terremoto, no ha podido enviarse a ningún paciente al otro lado de la frontera”, explica el doctor Salloum. Como la provincia de Idlib no cuenta con equipos de radioterapia, la vida de cientos de enfermos de cáncer también corre peligro. “No les queda sino esperar la muerte”, se lamenta el cirujano.

El suministro de medicamentos también se vio interrumpido durante varias semanas, ya que muchas de las fábricas farmacéuticas del sur del país quedaron parcialmente destruidas. Hubo que esperar hasta el 11 de febrero, cinco días después de la catástrofe, para que siete camiones de la OMS cruzaran la frontera turco-siria. En esta región de Siria, donde más del 90% de los habitantes depende de la ayuda humanitaria, solo pudo cubrirse el 26% de las necesidades médicas en 2022.

La ayuda internacional llega más lentamente a la región desde 2020, cuando los rusos vetaron la decisión de la ONU de limitar la ayuda transfronteriza a un único cruce, Bab el-Hawa, a diferencia de los cuatro anteriores. Ahora, la ONU debe renovar el uso del paso fronterizo cada seis meses. La próxima cuenta atrás terminará hasta el 10 de julio.

Muchas trabas para que llegue la ayuda humanitaria

Tras el terremoto, el régimen sirio accedió finalmente a abrir otros dos pasos fronterizos durante tres meses: Bab al-Salam y Al Ra’ee, tras arduas negociaciones con la OMS. “Si Bab el-Hawa no se renueva este verano, la ayuda humanitaria al norte de Siria podría reducirse en un 50%, y las consecuencias serían dramáticas. La ayuda que llega de las zonas del régimen cubre menos del 5% de las necesidades”, especifica el doctor Zaher Sahloul, presidente de la ONG estadounidense Medglobal, que brinda ayuda a los hospitales de la región de Idlib.

El grupo yihadista sirio Hayat Tahrir al Sham (HTS), que controla la gobernación de Idlib desde 2018, niega la posibilidad de dejar entrar la ayuda procedente de las regiones controladas por el régimen, por miedo a tener que depender de ella en el futuro. Existen rutas comerciales entre Turquía y el norte de Siria, pero si los medicamentos pasaran por allí, los camiones humanitarios podrían ser bloqueados durante días en la frontera y gravados por el grupo HTS. También correrían el riesgo de ser bombardeados por la aviación rusa.

La ayuda internacional también ha disminuido considerablemente en el curso de los últimos tres años. En 2022 solo se desembolsó el 48% de los fondos prometidos por los donantes internacionales. Y la ayuda transfronteriza al noroeste de Siria representó solamente el 12% de la respuesta humanitaria en el país durante 2022.

“Muchos donantes se retiraron cuando el grupo HTS tomó el poder, y luego, en 2021, redirigieron sus fondos a Ucrania”, explica Abdulkarim Ezkayez, epidemiólogo del King’s College de Londres, quien ejerció en Siria hasta 2016. A juicio del médico, el grupo yihadista no interviene en la gestión de la ayuda humanitaria.

“El Gobierno de Salvación Nacional establecido por HTS cuenta con un ministro de sanidad, pero dispone de pocos medios y prerrogativas. La coordinación de la ayuda médica con la ONU y las ONG locales corre a cargo de la Dirección de Sanidad de Idlib, integrada por médicos de la región, no está politizada y tiene legitimidad sobre el terreno”, indica Abdulkarim Ezkayez, también coinvestigador del programa británico de investigación en Siria, el R4HSSS.

La Dirección de Sanidad, surgida de los comités locales de coordinación tras la revolución siria de 2013, existe oficialmente desde 2015. Ha puesto en marcha varias campañas de vacunación en la región, contra la polio, el coronavirus y, desde el 7 de marzo, ha iniciado una vacunación contra el cólera, dirigida a 1,7 millones de personas. “Con HTS estamos acostumbrados, la situación sigue siendo aceptable, la burocracia es elástica, depende de las circunstancias y de la urgencia”, señala Ahmad Jamal al-Arraj, médico de una clínica móvil de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Carencia de médicos especialistas y depresión entre el personal sanitario

La región de Idlib también carece de recursos humanos. El número de trabajadores sanitarios sigue siendo “aceptable” en la gobernación de Idlib, con 11,3 trabajadores sanitarios por cada 10.000 habitantes, según la OMS, mientras que el estándar internacional es de 22 profesionales sanitarios por cada 10.000 habitantes. Sin embargo, lo que más falta hace son especialistas. “Falta de todo: anestesistas, reanimadores, neurocirujanos, cirujanos ortopédicos, oncólogos, etc.”, enumera Ziad Alissa, cofundador de la ONG Mehad (antigua UOSSM), que ha formado a 30.000 médicos en la región desde 2013, primero en medicina de guerra y luego en otras especialidades.

Del mismo modo, la provincia solo cuenta con un reducido número de psicólogos y psiquiatras, cuando la necesidad es enorme. “Constatamos muchos choques postraumáticos en niños, ansiedad en los hombres y depresión en ambos sexos. Estos trastornos no suelen ser la primera preocupación de la gente, pero cuanto más tardan en tratarse, más empeoran”, afirma el doctor Ahmad al-Abda, uno de los pocos psicólogos de Idlib.

Se siguen formando nuevos médicos en la Universidad Libre de Idlib o en facultades privadas de la región, pero el nivel no siempre está a la altura. “Les falta práctica, y a veces pueden añadir mayor presión al sistema sanitario en lugar de aliviarlo”, afirma el doctor Salloum, del hospital de Bab el-Hawa.

Ya no hay médicos extranjeros en la región, sino ONG médicas extranjeras como Sema, Mehad o Sams, que vienen durante unas semanas al año para formar a los facultativos. Y una organización de la diáspora, el Consejo Sirio de Especialidades Médicas (SBOMS), ofrece desde 2016 formación especializada tanto en formato presencial como en línea. “El programa de formación está supervisado por 23 comités científicos, realiza exámenes y concede certificaciones a los médicos. Desde 2019, se han formado tres grupos de médicos”, explica Abdulkarim Ezkayez.

El terremoto podría provocar un éxodo de nuevos médicos, sobre todo de aquellos que trabajan en los hospitales fronterizos. Su rotación ya era bastante elevada antes del seísmo. “La mayoría de los médicos de Bab el-Hawa viven en ciudades fronterizas con Turquía y van y vienen a Siria todas las semanas”.

“El terremoto les afectó mucho, algunos murieron, otros resultaron heridos o perdieron familiares. He visto a compañeros llorar mientras estaban operando. Algunos de los médicos aún no han regresado”, comenta el doctor Salloum, con impotencia.

El deterioro de la salud mental del personal sanitario es preocupante, advierte. “Antes del terremoto, más de 70 trabajadores sanitarios de Bab el-Hawa ya sufrían depresión y agotamiento”, prosigue. En 2017, la OMS formó efectivamente a médicos no especialistas para que diera apoyo psicológico, pero no fue suficiente para atender la enorme demanda. “Para hacer frente a un día a día muy difícil, los médicos tienden a no tomar antidepresivos, que son tabú en Siria, sino que desarrollan adicciones a diversas drogas: metanfetamina, captagon o incluso tramadol en altas dosis”. Según la Dirección de Sanidad de Idlib, más de 15 sanitarios han muerto recientemente por sobredosis”, afirma el doctor Zaher Sahloul.

Pese al cúmulo de desastres, la mayoría de los médicos de Idlib están decididos a quedarse. Con una poblada barba blanca y un estetoscopio colgado al cuello, el doctor Taher Abd el-Baqi termina su ronda en el centro de diálisis de Idlib y quiere conservar el ánimo. Señala que en cuanto empezó la guerra podría haberse marchado a Arabia Saudí, donde hizo su especialización, pero decidió no hacerlo. “No es racional quedarse aquí, sé que mis hijos habrían tenido una mejor educación y más oportunidades en el extranjero. Pero éste es mi destino, no puedo abandonar a mi pueblo. Mi consuelo es que estoy en el camino de la libertad, la humanidad y la justicia”.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz