No puede erradicarse la pobreza sin trabajo decente

 

La mayoría de los informes de la ONU se muestran optimistas en cuanto a la erradicación de la pobreza.

Según el Informe 2012 sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, “Por primera vez, tanto la cantidad de personas que viven en pobreza extrema como las tasas de pobreza cayeron en todas las regiones en desarrollo, incluyendo África subsahariana, donde esas tasas son las más altas”.

En 2008, según indica el informe, en 2008 había 110 millones de personas menos viviendo en condiciones de pobreza extrema que en 2005.

El Banco Mundial confirma que el porcentaje de personas que subsiste con menos de US$ 1,25 al día (cifra que define la extrema pobreza) descendió del 43,1 por ciento en 1990 al 22,2 por ciento en 2008.

Así pues, el primer Objetivo, que apunta a reducir a la mitad el número de personas cuyos ingresos sean inferiores a US$ 1 por día para 2015, podría no ser tan inalcanzable.

Sin embargo, el Banco Mundial no puede ocultar el hecho de que las crisis alimentaria, energética y financiera que se han producido en los últimos cuatro años han empeorado la situación de las poblaciones vulnerables, paralizando la reducción de la pobreza en muchos países.

Lo que es peor, la actual crisis ha incrementado el número de los denominados ‘trabajadores pobres’, aquellos trabajadores y trabajadoras cuyos ingresos se sitúan por debajo del umbral de la pobreza.

Es algo que está ocurriendo especialmente en países industrializados afectados por la recesión.

En Estados Unidos, por ejemplo, tras décadas de lograr éxitos en la lucha contra el hambre, cada vez más familias no pueden comprar con qué alimentarse.

Hay alrededor de 46 millones de americanos – de todos los colores, orígenes étnicos y culturales – que viven en o por debajo del umbral de la pobreza.

Muchos subsisten gracias a las ‘food stamps’, un programa federal para ayudar a los hogares con bajos ingresos a comprar comida.

La cifra ha aumentado en más de 14 millones desde 2008, según informa el diario The Nation.

Las últimas estadísticas de la Comisión Europea indican que uno de cada cuatro europeos estaba amenazado con la pobreza o la privación social en 2010.

Según el informe, “115 millones de personas, es decir 23 por ciento de la población de la UE, fueron clasificados como pobres o en situación de privación social”.

“Las principales causas son el desempleo, la vejez y los bajos salarios, con más del 8 por ciento de todos los empleados en Europa que forman parte de los ‘trabajadores pobres’”.

No hace falta añadir que los más vulnerables, en estos casos, son los padres solteros, los inmigrantes y los jóvenes con trabajos precarios – teniendo en cuenta que la gran mayoría de los nuevos contratos de trabajo son temporales, así como los jóvenes desempleados.

 

Políticas que ocasiona pobreza

A pesar de la situación, so pretexto de la austeridad, los Gobiernos siguen recortando el gasto social, aumentando la edad de jubilación, eliminando empleos en el sector público y ampliando el sector con bajos salarios – medidas todas ellas que inevitablemente contribuyen a incrementar la pobreza.

“El desempleo y la pobreza en el mundo han aumentado enormemente desde el inicio de la crisis económica y financiera en 2008.

Una vez más, tenemos que recordar al mundo que las poderosas élites financieras y comerciales siguen siendo las que dictan las políticas y que el pueblo continúa sufriendo las consecuencias”, afirmó Sharan Burrow, Secretaria General de la CSI, con ocasión del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, celebrado el miércoles.

Conviene señalar que el tema para el segundo decenio del Plan de Acción de la ONU para la Erradicación de la Pobreza (2008 a 2017) es “El pleno empleo y trabajo decente para todos”.

El objetivo formal es concienciar sobre el papel esencial que tienen el pleno empleo y el trabajo decente, incluyendo los mecanismos de protección social, en la erradicación de la pobreza.

No obstante, el trabajo decente implica, ante todo, la defensa y promoción de ciertas normas fundamentales del trabajo, como la libertad sindical y el derecho de negociación colectiva.

Este último derecho reviste particular importancia a la hora de determinar los salarios, y sirve como ‘estabilizador económico’ para asegurar unos ingresos mínimos para las familias pobres, especialmente cuando no se cuente con salarios mínimos, herramientas de protección social y otras prestaciones laborales.

Con todo, las medidas políticas tradicionales encaminadas a garantizar salarios y condiciones de trabajo decentes suelen ser muy débiles en los países en desarrollo.

 

Desigualdad insostenible

Como resultado de ello, aunque la tasa de pobreza parece estar descendiendo a escala mundial, el nivel de desigualdad sigue siendo muy alto, especialmente dentro de los países.

“La concentración de la riqueza en lo más alto forma parte de un incremento mucho más amplio de las disparidades a lo largo de la distribución de ingresos”, comenta Zanny Minton Beddoes, editora económica para The Economist.

“La mayoría de las personas del planeta vive en países donde las disparidades de ingresos son mayores ahora que hace una generación”.

Es particularmente el caso los países más desiguales del mundo, como Sudáfrica, o continentes como América Latina.

No es de sorprender por tanto que el hombre más rico del mundo sea un mexicano, Carlos Slim, con una fortuna valorada en cerca de US$ 69.000 millones. En México, el 51,3 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, subsistiendo con menos de US$ 2 al día.

Estados Unidos tiene 421 milmillonarios, Rusia 96, China 95 e India 48.

Minton Beddoes subraya que estas diferencias de ingresos resultan insostenibles. Aduce que la desigualdad es ineficaz económicamente, sobre todo, porque impide la movilidad social, debilita la demanda, frena el crecimiento y contribuye a la crisis financiera.

Otros estudios revelan que incluso en las economías avanzadas, un incremento de las desigualdades no hará sino contribuir a aumentar la incidencia de ciertas enfermedades como la obesidad o de los suicidios.

Sin mencionar los conflictos y el malestar social.