14 de noviembre: contra la austeridad y la absurdidad

 

Hoy, millones de trabajadores y trabajadoras por toda Europa participarán en una jornada de acción contra la austeridad y la desregulación.

Habrá huelgas generales en España, Portugal, Grecia e Italia, y huelgas a nivel de sectores y empresas en otros Estados miembros.

Los trabajadores también se manifestarán en las calles de Francia, Polonia, República Checa, Rumania y Eslovenia.

Otros Estados miembros publicarán declaraciones de solidaridad acompañadas de acciones puntuales.

Aquí en Bruselas, los sindicatos entregarán el “Premio Nóbel especial de la Austeridad” al Presidente de la Comisión, José Manuel Barroso.

Los trabajadores de Europa tienen toda la razón al oponerse a una Europa de austeridad y flexibilidad.

Y es que, efectivamente, lo que la elite financiera y política de Europa ha hecho desde el comienzo de la crisis financiera de 2009 sobrepasa todos los límites de la imaginación.

Según el pensamiento formal de la Comisión y el Consejo, no son los mercados financieros, sino el gasto público y los salarios, los que se dispararon de forma descontrolada y provocaron la crisis.

Y así es como las víctimas de la crisis pasan a ser las responsables de la misma.

Sin embargo, lo que realmente ha sucedido es justo lo contrario: la crisis no fue provocada por un creciente gasto público ni por unos salarios que devoraron los beneficios.

La crisis la provocaron los estúpidos flujos de capital, que generaron unas burbujas inmobiliarias y financieras insostenibles en muchos Estados, coronadas por el legado de las enormes deudas del sector privado.

Cuando las burbujas reventaron, las economías colapsaron y los Gobiernos de turno no tuvieron más remedio que recurrir al gasto deficitario para sufragar los agujeros en los presupuestos públicos resultantes del fuerte incremento de los subsidios de desempleo y de la caída de los ingresos fiscales.

Al final, aumentar los déficits públicos, aunque estuviera acompañado de un mayor porcentaje de deuda pública, fue el disyuntor que salvó a Europa de otra Gran Depresión en 2009 y 2010.

 

Políticas desastrosas

Por otra parte, esta reinterpretación de las causas de la crisis no se ha limitado a un ejercicio puramente intelectual.

Lamentablemente, y bajo la presión de un Banco Central Europeo que identificó la crisis de la deuda soberana como una estupenda oportunidad para imponer sus propias y tendenciosas prioridades políticas de libre mercado, la política fiscal por toda Europa se volvió restrictiva.

De España al Reino Unido, de Grecia a Letonia, de Hungría a Irlanda, de Rumania a Francia, los Estados miembros se sumergieron en unos programas de reducción del déficit a largo plazo, basados esencialmente en recortes al gasto y en subidas de los tipos del impuesto sobre el valor añadido.

Una vez adicionados todos estos programas, los ahorros fiscales ascienden a cientos de miles de millones de poder adquisitivo extirpados de la economía europea en un breve período de tiempo.

Este tipo de política ha sido desastroso.

Lo que los fanáticos de la austeridad han conseguido es provocar un cortocircuito en la recuperación y volver a empujar a la economía a la recesión.

La actividad económica en Europa se ha reducido un 0,3% este año.

Además no se espera que se produzca una recuperación real en 2013.

Para próximo año la Comisión solo espera un crecimiento del 0,1% en la zona euro.

Un rendimiento tan penoso deja mucho que desear y debe percibirse no como una “recuperación tardía” sino como una continuación del estancamiento económico.

Y con la actividad económica de capa caída, pocas esperanzas hay para los que no tienen trabajo: el desempleo, que ya alcanza el máximo histórico del 11,6% en la zona euro (en octubre de 2012), va a seguir aumentando.

 

¿Más austeridad?

A pesar de los desastrosos resultados, la respuesta básica de la elite financiera y política en Europa es no cambiar de rumbo y continuar con la política de austeridad.

Según los análisis de la Comisión, la economía vuelve a estar en recesión no porque haya habido demasiada austeridad fiscal ¡sino muy poca!

Para llegar a esta conclusión, la Comisión se apoya una vez más en el viejo y desgastado argumento de la confianza.

Su razonamiento es que los recortes fiscales no han sido suficientes puesto que no han logrado restablecer la confianza de los mercados financieros y los flujos crediticios en la economía real, dificultando así la inversión y la actividad económica.

Es decir que, según la Comisión, si los Gobiernos hubieran optado por más austeridad, los mercados financieros se habrían estabilizado y los flujos crediticios se habrían restablecido. Y entonces (a pesar de la austeridad fiscal) la economía habría empezado a expandirse de nuevo.

Un examen de los hechos y las cifras permite percibir con claridad lo absurdo de este argumento.

Según el último Monitor Fiscal del FMI, los Gobiernos de la zona euro se implicaron en programas de consolidación que ascendían al 3 ó 4% del PIB entre 2010 y 2012-2013.

Hablando en plata, al recortar los salarios del sector público, el empleo, las inversiones y el gasto social, los Estados miembros han exprimido entre 300 y 400 mil millones de euros de demanda y poder adquisitivo de la economía en apenas dos años.

La cuestión radica entonces en que, si 400.000 millones de euros en ahorros y recortes no bastan para tranquilizar a los mercados financieros, ¿con 600.000, 800.000 ò 1 billón de euros se conseguirá solucionar el problema?

¿No es hora de que la elite política europea se plantee que si el paciente se está muriendo quizás no sea por no haber recibido medicina suficiente sino porque se le haya dado un tratamiento completamente equivocado e incluso fatal?

La realidad es que a los mercados no sólo les importa los indicadores financieros – les importa la economía real, porque saben muy bien que el riesgo del impago de la deuda aumenta si el empleo y la inversión disminuyen.

En definitiva, y reflexionando en un viejo proverbio alemán, “si el Gobierno no está de acuerdo con el pueblo, que elija a otro pueblo”, la discusión está adquiriendo una dimensión absurda y peligrosa.

Por ejemplo, a lo largo del verano de 2012, un primer ministro de un gran Estado miembro (que nunca fue de por sí elegido), declaró públicamente que, después de haber convenido decisiones políticas en Bruselas, los Gobiernos tienen la responsabilidad de educar a sus parlamentos nacionales sobre la necesidad de dichas decisiones políticas.

Peor aún es la nueva expresión “democracia de mercado” que el primer ministro lanzó recientemente a la opinión pública alemana.

Lo que estos responsables políticos están diciendo en realidad es que la competencia de las democracias nacionales debería estar subordinada a lo que la elite económica y financiera considere necesario para salvar la moneda única.

Hoy, los trabajadores y trabajadoras de Europa no sólo lucharán contra la política de austeridad o por salvaguardar la dimensión social.

Los trabajadores lucharán también para salvar la esencia de la democracia en Europa de unas reglas limitadas y desequilibradas impuestas y dictadas por determinada elite.