Inmigrantes senegaleses luchan por su supervivencia en España

 

En Sant Pere, el barrio medieval antiguo de Barcelona (cerca de los callejones que los turistas recorren a diario para encontrar el museo Picasso), un torrente de senegaleses se dirige lentamente a un centro social.

La Asociación Catalana de Residentes Senegaleses (Associació Catalana de Residents Senegalesos; ACRS) celebra el día de Eid al-Adha, una fiesta musulmana que conmemora la voluntad de Abraham de sacrificar a su hijo como un acto de obediencia a Dios.ç

“También usamos estas celebraciones para organizar sesiones informativas”, explica Omar Diatta, el Secretario General de la ACRS, mientras va sacando sillas para la gente.

Hoy, un abogado ha venido para informarles sobre las enmiendas a la ley de extranjería española.

Sin embargo, muchos parecen más interesados en la comida que se servirá más tarde. Durante la presentación del abogado sigue llegando gente y el señor Diatta saca sillas para que se sienten.

Oficialmente, en Cataluña viven 16.000 senegaleses; es decir, un tercio de los que residen en España. Aunque el señor Diatta calcula que la verdadera cifra asciende a unos 20.000, pues muchos de ellos son indocumentados.

“Vienen aquí para mejorar su calidad de vida. La mayoría pretende trabajar para ahorrar dinero y luego regresar e invertirlo en Senegal”.

“Pero la realidad a la que se enfrentan en España es muy diferente de la que esperaban.

No pueden ganar el suficiente dinero como para ahorrar. ¿Cuánto se paga a un inmigrante?”, pregunta retóricamente.

“Por tanto, acaban quedándose más tiempo”.

Entre el 2004 y el 2009, los senegaleses constituían la segunda nacionalidad africana más numerosa entre la población inmigrante de España, por detrás de los marroquíes, que cuentan con una larga historia de migración a este país.

Muchos trabajan en la economía sumergida y perciben sueldos muy bajos. El señor Diatta ha conocido a gente que trabajaba por solo 5 € al día.

“Aceptan cualquier trabajo. Muchos no tienen ningún tipo de formación, pero los que sí la tienen no consiguen que se la convaliden”, explica.

“No te contratan por tu formación. Puedes conseguir un trabajo como camarero o como obrero de la construcción y lo aceptas porque no te queda otra.

Y luego están los vendedores callejeros”.

En Barcelona es frecuente ver a jóvenes africanos vendiendo falsificaciones de productos como DVDs y bolsos de marca.

Sin embargo, cada vez son menos comunes, ya que la policía ha realizado grandes esfuerzos para frenar estas prácticas; según el señor Diatta, a veces mediante el uso de violencia y chantajes.

El señor Diatta aclaró que no apoya a los vendedores.

La ACRS informa a la gente del riesgo que supone este tipo de ventas e intenta que las eviten.

“Pero hay que entender su necesidad de sobrevivir”, matiza.

“Si no tienen papeles de trabajo, no cuentan con demasiadas opciones. La mayoría de la gente simplemente quiere trabajar y hacer dinero”.

 

La historia de un inmigrante

En el centro social ya se han acabado las formalidades y se empieza a servir una bebida de jengibre con especias.

Un joven llamado Fode me explica que se trata de un afrodisíaco. “Aunque solo funciona para los hombres”, añade.

Han retirado las sillas y personas de todas las edades se sientan en grandes círculos en el suelo.

Sirven cordero con arroz que se come con la mano en grandes platos.

Pero Fode no tiene tiempo para comer. Está demasiado ocupado hablando y asegurándose de que todo el mundo ha comido.

Fode es el encargado de las comunicaciones en la ACRS; le llaman “el embajador,” porque todo el mundo le conoce.

Después de estudiar alemán en la Universidad de Dakar, Fode llegó por primera vez a Europa para estudiar en Alemania.

Según cuenta, le interesaba el país germánico porque, aunque acabó totalmente destruido tras la Segunda Guerra Mundial, ha conseguido resurgir de sus cenizas en un tiempo relativamente corto.

“El hecho de que hayan llegado hasta donde están ahora en tan poco tiempo constituye un buen ejemplo para los países en vías de desarrollo”, afirma.

Tras finalizar sus estudios, Fode llegó a España para realizar unas prácticas y acabó quedándose.

Desde entonces, su visado ha expirado, por lo que ahora solo puede trabajar en el sector informal y voluntario mientras estudia un máster por internet.

Cuando le pregunto sobre su primera toma de contacto con Europa, se le ilumina la cara; es una historia que le encanta contar.

A diferencia de muchos de sus amigos (que llegaron a España en patera), Fode llegó en avión con un visado de estudiante.

De camino a la universidad en Alemania, tenía pensado visitar a un amigo en Barcelona haciendo antes una escala en Lisboa.

Aunque su visado de estudiante le permitía entrar a Europa por cualquier país de la zona Schengen, levantó sospechas en el control de pasaportes portugués, pues en su billete no aparecía Alemania como destino final. Comunicarse no resultó fácil.

“Tu parles français? Do you speak English? Sprechen Sie Deutsch?”, pregunta Fode, imitando cómo intentó comunicarse en todas las lenguas europeas que hablaba.

Sin embargo, el funcionario de inmigración solo hablaba portugués.

Fode acabó retenido varias horas y perdió su vuelo a Barcelona.

“Entonces fue cuando me di cuenta de cómo funcionaba la mentalidad europea. Todo fue por el color de mi piel”.

 

 

Un viaje peligroso

El estrecho de Gibraltar suele describirse como la frontera más desigual y mortífera del mundo.

La distancia entre la España peninsular y la costa norte de Marruecos es de solo 14 kilómetros, aunque para la mayoría de los inmigrantes es aún mayor.

El estrecho está tan vigilado que resulta casi imposible cruzarlo.

Por tanto, muchos africanos intentan alcanzar Europa viajando en patera hasta las islas Canarias o cruzando el desierto del Sáhara para saltar las vallas fronterizas que hay en las ciudades españolas de Ceuta o Melilla, situadas en el continente africano.

Según la ONG United for Intercultural Action, desde que se empezaron a registrar estos datos en 1993, más de 16.000 personas han muerto mientras intentaban llegar a la Europa continental.

Hoy en día, cada vez llega más gente en avión. Pero la vida que les espera en Europa es más dura que nunca.

Hasta los años setenta, Senegal era un país al que emigraba la gente.

Sin embargo, las secuelas económicas derivadas de las crisis petroleras de los años setenta provocaron la emigración de los senegaleses al extranjero en busca de mejores oportunidades.

En un principio, emigraban a países vecinos, pero en los años noventa cada vez más gente decidió elegir Europa.

En la misma época, España (una joven democracia que disfrutaba de un boom económico) empezó a convertirse en un destino popular entre los que emigraban en busca del éxito en Europa.

España se convirtió en uno de los países de más fácil acceso gracias a su ubicación, en especial por tener a las islas Canarias a tan solo 100 kilómetros de la costa occidental de África.

En Senegal (un país con una tasa de desempleo de alrededor de un 48%), la emigración a Europa se ha convertido en una especie de ritual.

“Barça mba Barzakh” (“Barcelona o el más allá”) es una conocida expresión en wolof que demuestra lo arraigada que está la voluntad de viajar a Europa y lo popular que es Barcelona como destino final.

Sin embargo, es difícil que los senegaleses consigan un permiso de trabajo en España.

La mayoría entran al país ilegalmente o con un visado de turista y se quedan después de que éste expire.

“No hay ningún otro modo. Así los abusos son fáciles de perpetrar.

Nos pagan sueldos miserables”, denuncia Fode.

Los que llegan por mar suelen ser interceptados por la policía y escoltados a los llamados “centros de internamiento”, donde se detiene a las personas indocumentadas.

La policía puede retenerles allí durante 40 días, pero luego deben liberarles si no consiguen determinar su nacionalidad.

En el 2006, el Gobierno senegalés firmó un acuerdo con el Gobierno español en el que permitía la deportación de todos los senegaleses que residieran en España sin documentación.

Un fin de semana antes de Navidad, Fode tiene el ánimo por los suelos, pues se encuentra en la oficina de la ACRS arreglando los últimos trámites del año.

Un avión con senegaleses deportados acaba de despegar de Barcelona.

Aunque lo intentó, la ACRS no consiguió salvar a ninguno.

Fode afirma que la policía a veces pide a la embajada de Senegal que le ayude a identificar a los detenidos.

Existen dos modos de deportarles: con un pasaporte provisional que la embajada expide si pueden identificar a la persona o con un salvoconducto si saben que la persona es senegalesa pero no pueden determinar su identidad.

“La embajada debería proteger a su gente.

Pero a veces parece que trabaja para los Gobiernos europeos”, se queja Fode.

Además, no cree que un control fronterizo y unas leyes de extranjería más estrictas vayan a detener la migración a España o Europa.

“La migración es algo humano. Algo normal. Todo consiste en ser capaces de gestionarla. Pero primero hay que ser humanos. Si estoy lo suficientemente cualificado como para conseguir un trabajo, entonces eso significa que probablemente soy lo suficientemente competente como para desempeñarlo”, explica.

”Lo de que los inmigrantes venimos a quitarles el trabajo a los españoles creo que es un rumor.

Las que realmente están robando al Estado son las empresas que pagan salarios ínfimos bajo mano”.

A Fode le gustaría conseguir un trabajo fijo en Europa para poder volver a visitar su país sin problemas.

”Los europeos vinieron a África sin que les invitáramos y se llevaron todo.

Además, nunca pidieron permiso”.