Tras las barricadas: La oposición turca emergente

 

Hileras de barricadas improvisadas bloquean todos los accesos a la Plaza Taksim en Estambul.

Jóvenes enmascarados frente a los obstáculos recién levantados custodian las calles para prevenir los avances de la policía, enfrentándose regularmente a los agentes policiales en feroces batallas en un intento por extender las protestas por toda la ciudad.

 

Junto a una de estas barricadas de ladrillos que se levanta de un lado a otro de la calle en el bohemio barrio burgués de Cihangir, figura una pintada en turco.

Garabateado en un poste de alumbrado emplazado en un bloque de hormigón sobre el que una vez hubo una acera, figura la traducción del eslogan de París 1968: “Bajo los adoquines, la playa”.

Lo que se inició como una pequeña protesta medioambiental oponiéndose a que se arrancasen árboles para construir un centro comercial, ha crecido hasta convertirse en una revuelta urbana en distintas ciudades de Turquía, azuzada por la durísima represión policial y una respuesta intransigente por parte del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan.

Tres personas han perdido la vida y miles han resultado heridas o han sido detenidas por la policía en todo el país, desde que los activistas comenzasen la sentada en el Parque Gezi el 28 de mayo.

Ahora, los manifestantes protestan contra lo que la población considera cada vez más como un arrogante giro hacia el autoritarismo e integrismo religioso por parte del Gobierno del partido neoliberal, Justicia y Desarrollo (AKP), tras diez años en el poder.

En respuesta, Erdogan ha desprestigiado a los manifestantes, calificándolos de simples vándalos y ha acusado a Twitter – utilizado por muchos respondiendo a la falta de cobertura en la prensa local – de constituir una amenaza para la sociedad.

Frente a un café Starbucks cerrado a cal y canto, encontramos un puesto médico voluntario al lado de una caseta que reparte comida gratis.

Entre medias de las tiendas de campaña que ocupan el parque circulan vendedores ambulantes que ofrecen de todo, desde bocadillos de carne hasta gafas de protección o máscaras antigás.

Cada día, al caer la noche, decenas de miles de personas pueblan la plaza y el campamento en el Parque Gezi, justo detrás de Taksim, en una constante atmósfera festiva.

Banderas turcas e izquierdistas de todo tipo adornan las estatuas y los edificios mientras que los restos calcinados de automóviles, autobuses, camionetas de los medios de comunicación y vehículos blindados de la policía yacen desperdigados por la zona como monumentos de la táctica de tierra quemada tras la retirada de la policía luego de los enfrentamientos callejeros el último fin de semana.

Este lugar de protesta popular constituye una novedad en un país donde la policía es bien conocida por emplear mano dura contra kurdos e izquierdistas, y de dispersar hasta la más pequeña e inocua manifestación.

Ocupar Gezi, como se denomina muchas veces este movimiento, contrasta enormemente con el entorno de hoteles caros y tiendas de lujo, y las protestas están generando una incipiente contra-cultura que guarda considerables similitudes con el campamento Ocupar Nueva York de 2011 en el Parque Zuccotti.

Al mismo tiempo, el enfoque político hacia el control estatal y la represión de las fuerzas de seguridad alude al descontento que propulsó las revoluciones árabes.

Con todo, aunque las protestas reúnen todos los signos distintivos de la juventud desencantada que ha ocupado plazas públicas en el mundo entero recamando reconocimiento y compromiso, la oposición social en Turquía es el resultado del paisaje político local.

No encaja muy fácilmente en el marco de descontento económico occidental ni en las peticiones de pan y libertad en el mundo árabe.

 

“Soldados de Kemal”

En las barricadas, izquierdistas republicanos, miembros de la comunidad LGBT, nacionalistas y un puñado de kurdos constituyen un frente común para enfrentarse a la policía mientras que en el parque beben (en parte para desafiar los planes de AKP de restringir la venta de alcohol) y debaten sobre las divisiones políticas en Turquía.

Al estallar los enfrentamientos en las inmediaciones del estadio de fútbol, cuando se dirigían a las oficinas de Erdogan la noche del martes, los jóvenes empezaron a corear a la policía: “Somos soldados de Kemal [Atatürk]”.

Es un eslogan que suele escucharse en las manifestaciones, haciendo referencia al fundador de la Turquía moderna, y su modelo particular de republicanismo secular y etno-nacionalista.

Irritado, Emre Elmekci, un activista curdo veinteañero portando una máscara antigás y que se encuentra a pocos metros de un cañón de agua preparado para disparar, se vuelve hacia mí y me dice: “No puedo tomar parte en esto, yo no soy un soldado de Kemal”, haciendo referencia a la ideología que deniega la existencia de la identidad kurda.

No obstante, pocos momentos después los cánticos cambian pasando a “hombro con hombro contra el fascismo”, y Elmekci se incorpora gritando como el que más.

Aunque el tema de la construcción de un centro comercial se vea eclipsada por la brutalidad policial y una generación que encuentra una voz colectiva de oposición tras haber pasado prácticamente la mitad de sus vidas con Erdogan en el Gobierno, el simbolismo estratificado del proyecto de construcción sintetiza el descontento.

“Lo que el centro comercial realmente viene a demostrar es la relación de corrupción existente entre este Gobierno y los poderosos hombres de negocios que le son afines”, afirma Burak Arikan con la vista puesta en el parque Gezi desde un café adyacente.

Arikan, un hombre alto y barbudo en la treintena, es un activista de Solidaridad Taksim, principal grupo de coalición que organiza las protestas.

Al mismo tiempo, la reminiscencia del Imperio Otomano, con el proyecto de reedificar la plaza tomando como base la reconstrucción del antiguo cuartel militar otomano ha irritado a nacionalistas y republicanos.

Para ellos, Taksim, sus estatuas y el parque Gezi constituyen un símbolo venerado de la República de la década de los 1920, que quiso reemplazar el legado de un imperio derrotado con la nueva identidad de un Estado republicano occidentalizado.

“Erdogan quiere dividir el país de la misma manera que ha ocurrido en el mundo árabe, para poder cambiar la Constitución”, indica Basak Ildiz, una joven republicana y laica que trabaja en la educación superior y que teme la influencia religiosa en el Estado.

Sentada en el parque Gezi mientras se dispersan por el aire los gases lacrimógenos lanzados desde un helicóptero de la policía, manifiesta su inquietud por el hecho de que Erdogan esté intentando utilizar la situación para imponer un programa religioso integrista y consolidar su poder.

 

Oposición abierta

Es esta mezcla de capitalismo turco que ha conducido a un boom económico duradero para las élites ricas del país y a un conservadurismo religioso y cultural histórico – impuesto gracias a la dura intervención policial – lo que ha instigado una oposición tan amplia y tan explosiva en Taksim. Entre tanto, la atmósfera de revolución en ciernes proporcionó una vía de apertura para grupos anteriormente reprimidos que ahora expresan abiertamente sus reivindicaciones.

Como resultado de ello, el movimiento sindical se ha sumado activamente a las protestas y los principales sindicatos del sector público y privado en Turquía – Devrimci Isçi Sendikalari Konfederasyonu (DISK, confederación de sindicatos progresistas), Kamu Emekçileri Sendikalari Konfederasyonu (KESK, confederación de sindicatos de trabajadores del sector público) – convocaron una serie de huelgas el martes y el miércoles, generando una dinámica inter-clasista entre la oposición.

El lugar donde el 1 de mayo de 1977 se produjo una masacre de docenas de sindicalistas y activistas de izquierdas, en un ataque que muchos piensan fue orquestado por las entonces denominadas fuerzas de seguridad anti-guerrilla turcas, la plaza Taksim es un icono para el movimiento sindical turco.

Tras los eventos de 1977, los sindicatos tuvieron prohibido manifestarse en la plaza durante tres décadas, hasta 2007, cuando estallaron intensas batallas con la policía para tomar Taksim.

Este año, una vez más, los sindicatos organizaron una marcha con ocasión del Primero de Mayo reclamando el respeto de los derechos de negociación colectiva y la libertad sindical.

Tuvieron que hacer frente a cerca de 20.000 agentes de la policía que los esperaban en la plaza y que emplearon cañones de agua y gases lacrimógenos para intentar impedir que los manifestantes entrasen en Taksim.

Aunque el AKP tiene el crédito de haber salvado a Turquía de la situación de casi implosión económica que afecta al resto de Europa, los sindicatos se han opuesto desde hace tiempo a las políticas neoliberales del Gobierno, aduciendo que los trabajadores/as no han visto los beneficios de una fuerte economía turca.

Según Arzu Cherkezoglu, Secretario General de DISK – que representa a cerca de 400.000 trabajadores del sector privado y funcionarios públicos – ahora se presenta una oportunidad para lanzar las reivindicaciones silenciadas hace un mes.

Sentados en un café de una bocacalle de la lujosa arteria comercial Istiklal, donde las tiendas de lujo alternan con bancos con las fachadas destrozadas y edificios parcialmente ocupados, nuestra conversación es interrumpida cuando el reloj marca las 21:00.

Estalla por todas partes el ruido de matracas y la gente por la calle se para para jalear y corear eslóganes de protesta, en lo que se ha convertido en una tradición popular descentralizada de desafío.

“Este es un movimiento popular y queremos formar parte de él”, comenta Cherkezoglu, una médico de formación de unos 45 años.

“Las libertades políticas y sociales por las que está luchando la gente – terminar con la represión policial, el derecho a reunirse libremente y a organizarse, la reasignación del Gobierno – son cosas que hemos venido exigiendo desde hace mucho tiempo”, añade.

En el centro del descontento entre los trabajadores y trabajadoras está el continuo aumento del costo de la vida, que no se equipara con incrementos salariales comparables, la escasa protección y seguridad en el lugar de trabajo, y una estricta legislación laboral que restringe la posibilidad de que los sindicatos organicen a los trabajadores fuera de sectores estrechamente establecidos.

En respuesta, las huelgas y protestas han dirigido la ira y la condena hacia un Gobierno que ahora deberá hacer frente a una oposición cada vez mayor por primera vez desde que fuera elegido para asumir el poder.

Conforme los manifestantes fluyen entrando y saliendo de la plaza, una multitud cada vez más diversa acampa en el parque Gezi, hablando y tuiteándose entre ellos y al mundo. Aislados tras un laberinto de barricadas, están iniciando libremente una discusión social largamente aplazada sobre una Turquía floreciente en transición.