En directo desde la Plaza Taksim

 

Los esfuerzos por contener las protestas antigubernamentales en Turquía se han intensificado hasta convertirse en una represión a gran escala, cuando el lunes se desencadenó una batalla campal que se prolongaría día y noche entre los manifestantes y la policía, por el control de la Plaza Taksim.

Apenas eran las 7 de la mañana cuando recibí una llamada de un fotógrafo comunicándome que se había iniciado una acción policial para intentar despejar la plaza icónica que los activistas ocuparon durante la última semana.

 

Me vestí precipitadamente y tomando mi improvisada máscara antigás, salí disparado por la puerta; al dar la vuelta a la esquina me topé con un grupo de jóvenes del Partido Socialista Democrático (PSD) que, portando cascos amarillos de obreros de la construcción, máscaras de gas y suéteres azules, luchaban por reforzar sus barricadas mientras las granadas de gases lacrimógenos llovían a su alrededor.

Llegando al centro de la plaza, conforme pelotones de policías antidisturbios apoyados por un escuadrón de camiones con cañones de agua se alineaban en torno a Taksim, los jóvenes que acampan en el Parque Gezi adyacente intentaban desesperadamente organizarse para responder.

Nuevas barricadas improvisadas se levantaron y cuando la policía cargó con cañones de agua, gases lacrimógenos y balas de goma, los intrépidos jóvenes se agazaparon y respondieron arrojando cócteles molotov, fuegos artificiales y piedras.

Nadie estaba dispuesto a entregar la Plaza que habían conseguido arrebatar a la policía la semana anterior durante las confrontaciones callejeras en respuesta al violento desalojo por parte de la policía del Parque Gezi.

Serían esos enfrentamientos los que provocaron protestas en todo el país y convirtieron una pequeña protesta medioambiental en una revuelta nacional contra el gobierno.

Luchando por cada centímetro de la plaza, la enajenación de los jóvenes en el parque se profundizó y se lanzaron llamamientos a través de las redes sociales para que la gente acudiera en masa para apoyarles.

Pocos mejor organizados que la juventud del PSD, y cuando se estaban haciendo firmes durante el ataque inicial, rápidamente corrió la voz sobre una redada policial en las oficinas del partido, con la detención de 70 dirigentes y miembros en el edificio.

“Hombro a hombro contra el fascismo”, coreaban frente a la policía, puntuando sus cánticos con bombas incendiarias arrojadas contra los cañones de agua, obligando a los vehículos en llamas a retroceder brevemente, aunque únicamente para volver a apuntar a las barricadas lanzando chorros de agua a presión emponzoñada con spray pimienta.

“Esto no es sino una lucha por la libertad, por nuestro derecho a congregarnos públicamente y dar a conocer nuestras reivindicaciones”, me comenta Arda Tasci, un joven de 25 años, desempleado, recién graduado de la universidad con un diploma en economía del trabajo.

“Lucharemos hasta el final, no vamos a dejarles que nos hagan callar”, afirma con determinación.

Entre tanto, el Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan calificaba a los manifestantes de radicales, y la policía procedía a detener a docenas de abogados que apoyaban el movimiento de protesta dentro del tribunal.

Constituye una experiencia surrealista caminar entre los gases lacrimógenos por una plaza que el día anterior tenía todos los edificios circundantes cubiertos por banderas de la oposición y eslóganes de todo tipo.

Parecía como si la contra-cultura incipiente y el nuevo debate que se abrió en Turquía hubiesen sido extinguidos por los cañones de agua y acallados por las balas de goma.

Conforme cae la oscuridad, los miles de manifestantes congregados en el centro de Taksim volvían a recibir una descarga de gases lacrimógenos y una lluvia de balas de goma.

Los auxiliares sanitarios circulaban entre la multitud, tratando a los afectados rociando sus ojos con antiácido.

Una vez más la gente se agrupó, saliendo de las calles laterales para volver a la plaza, en lo que se convertiría en un patrón que se reprodujo durante toda la noche.

Por la mañana, Taksim aparece firmemente ocupada por la policía, custodiada amenazadoramente por gigantescos camiones con cañones de agua, mientras el Parque Gezi continúa en manos de los activistas.

Lo que está en juego va mucho más allá de la logística del tráfico bloqueado en el centro de Estambul.

La Plaza Taksim se ha convertido en el símbolo de la expulsión de las protestas pro-democráticas de las calles, mientras que la reconquista por parte del gobierno representa una señal de su inquebrantable autoridad, derivada de sucesivas victorias electorales. Como la lucha por la dirección de un país polarizado, el combate por Taksim continúa.