Tener en cuenta la diferencia de género en la economía digital

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En los debates actuales, a menudo se discute sobre si la digitalización es buena o mala para los trabajadores. Algunos esperan que con la denominada revolución digital, el trabajo trascienda aún más que ahora a otros ámbitos de la vida. La autoorganización de los trabajadores, destinada a aumentar debido a la digitalización, amenaza con abrumarlos y provocar problemas de salud tales como el agotamiento, así como conflictos entre vida laboral y familiar.

Otros, por el contrario, ven el lado positivo de la revolución digital en lo que se refiere al aumento de la soberanía laboral de los trabajadores, una mayor satisfacción laboral y un mejor equilibrio entre trabajo y vida familiar. Aun cuando son muchos los procesos de trabajo ya digitalizados en el sector de servicios, el sector industrial está por utilizar cada vez los dispositivos digitales. Una conciliación adecuada entre vida laboral y familiar podría dejar de ser una meta inalcanzable para todos aquellos que trabajan por turnos en la industria manufacturera.

Pero, ¿qué es en realidad la digitalización? Cuando se habla de digitalización, muy a menudo lo que realmente queremos decir es trabajo flexible en el espacio y el tiempo. Sin embargo, la “flexibilización” de la organización del trabajo no es un fenómeno nuevo. Efectivamente, esta flexibilidad está en plena expansión debido a la digitalización y están surgiendo nuevas formas de trabajo flexible, tales como el denominado trabajo en la nube o cloud-working y plataformas de trabajo colectivo, conocidas como crowd-working.

Sin embargo, en muchos lugares de trabajo, las formas de trabajo flexible, tales como el realizado a domicilio y la organización de horarios laborales flexibles, se practican ya desde hace mucho tiempo, con diferentes resultados para los trabajadores. Sus beneficios dependen en gran medida de los intereses a los que obedece esta mayor flexibilidad: ya sea a los intereses de los trabajadores o de los empleadores.

Los empleadores, por ejemplo, a menudo ponen en práctica una organización del tiempo de trabajo flexible para poder adaptar los procesos laborales a las fluctuaciones de sus actividades comerciales. En este caso, el trabajo flexible redunda principalmente en desventajas para los trabajadores, traduciéndose en horas extraordinarias y la intensificación del trabajo con efectos negativos sobre la salud y el equilibrio entre la vida laboral y familiar de los trabajadores.

La enseñanza que deja esta práctica es que los beneficios para los trabajadores derivados de la flexibilidad laboral dependen de la forma en que se aplique la organización flexible del tiempo de trabajo. La digitalización no concilia automáticamente la vida laboral y familiar de los trabajadores, como suele proclamarse.

 

La brecha de género de la revolución digital

Cuando se habla de los pros y los contras de la revolución digital, también tiene que tenerse en cuenta que las repercusiones del trabajo flexible son diferentes para la vida de las mujeres, que en el caso de los hombres. En el marco del tiempo de trabajo flexible, los hombres suelen invertir más tiempo en el trabajo. Las mujeres, por el contrario, utilizan la flexibilidad de su jornada para incrementar sus actividades y tareas fuera del trabajo.

Una de las razones que explica esta utilización diferente de la flexibilidad es que las mujeres todavía asumen la mayor parte de las tareas domésticas y de los cuidados familiares. Por lo tanto, son las mujeres las que tienen que lidiar más a menudo que los hombres con las limitaciones horarias impuestas por otras esferas de la vida.

Estas limitaciones en materia de horarios se materializan, por ejemplo, en la apertura y cierre de las guarderías infantiles, las vacaciones escolares o el horario laboral del personal de enfermería que visita a domicilio a los familiares que requieren de cuidados.

Aquellos que afirman que la digitalización conducirá a la disolución de los límites de tiempo tradicionales se refieren principalmente a los que rigen la esfera del mercado de trabajo. Los límites de tiempo que afectan a las esferas de la vida fuera del trabajo remunerado suelen ser pasados por alto.

Las normas y expectativas del lugar de trabajo también juegan un papel crucial en la forma en que la mujer y el hombre emplean la flexibilidad laboral. En el lugar de trabajo, prevalece la norma del “trabajador ideal”. El “trabajador ideal” es aquel que trabaja a tiempo completo, no tiene deberes fuera del lugar de trabajo y, por tanto, está disponible para satisfacer las necesidades del empleador en todo momento.

Aun cuando los trabajadores organicen su trabajo y sus horarios de trabajo por sí solos, tienen que seguir cumpliendo con esta norma, al menos cuando desean cumplir con las expectativas del empleador y de sus compañeros de trabajo. Dado que las mujeres asumen la mayoría de las tareas del hogar, tienen menos posibilidades que sus compañeros varones de convertirse en “trabajadoras ideales”.

Además, los empleadores y compañeros ven más a los hombres como “trabajadores ideales” que a las mujeres, especialmente con respecto a la maternidad. Se espera que las madres utilicen la flexibilidad de los horarios de trabajo para dedicarse al cuidado de su familia, mientras que los padres se ven estigmatizados por ello. Por lo tanto, el riesgo de hacer horas extraordinarias y la intensificación del trabajo es ante todo una cuestión que afecta al sexo masculino.

La digitalización, es decir, el trabajo flexible en el espacio y el tiempo, corre el riesgo de agravar los roles de género tradicionales; el de los hombres que invierten más tiempo en el trabajo, mientras que las mujeres asumen, como se ha comentado, deberes fuera del trabajo. La digitalización podría agravar la actual asignación desigual del trabajo remunerado y no remunerado entre mujeres y hombres en lugar de disolver los límites “tradicionales” entre el trabajo y todos los demás ámbitos de la vida personal.

O más precisamente: las fronteras tradicionales se evaporan principalmente para un determinado grupo de trabajadores, es decir, los hombres. Las mujeres, entretanto, suelen seguir supeditadas a las restricciones de tiempo impuestas por las demás esferas de la vida.

 

El factor de la educación

Resulta sorprendente constatar que los costos y beneficios de la digitalización en relación con el género no son reconocidos en los debates que actualmente tienen lugar sobre la revolución digital. La digitalización se discute como si el mercado de trabajo y el lugar de trabajo fueran completamente neutros desde el punto de vista del género. Esta situación se hace especialmente evidente cuando se discute la necesidad de formación continua y aprendizaje permanente.

La expectativa general es que los trabajadores deban recibir constantemente formación con el fin de mantenerse al día de las innovaciones digitales. Sin embargo, no se habla de cómo pueden combinarse las necesidades de formación continua de los trabajadores dentro y fuera de tiempo de trabajo con las exigencias de la jornada laboral para otras tareas distintas, tales como las de los cuidados familiares.

Debido a que la educación se considera una consecuencia inevitable de la revolución digital, cabría incluso esperar que la “norma del trabajador ideal” se extendiera a un ámbito más amplio.

En el lugar de trabajo digitalizado, el “trabajador ideal” no solamente podría trabajar a tiempo completo y satisfacer las necesidades del empleador, sino también participar constantemente en la formación continua. Dado que los hombres disponen de más tiempo que las mujeres para invertir en la formación y el aprendizaje permanente, este tipo de norma laboral agravaría la desigualdad de género en todo lugar de trabajo digitalizado.

Es preciso tener en cuenta los riesgos implícitos en la división del trabajo y el recurso a horarios laborales flexibles para la cuestión de género a la hora de hablar de las consecuencias de la revolución digital. Para la consecución de la igualdad de oportunidades para todos los trabajadores y las trabajadoras, la flexibilidad del trabajo en el espacio y el tiempo tiene que ponerse en práctica de manera que reconozca la diferencia de exigencias en materia de tiempo que existe en la vida de las mujeres y de los hombres.

La digitalización no debe entenderse como un proceso neutro desde el punto de vista del género naturalmente beneficioso para todos los trabajadores. Las persistentes desigualdades sociales no desaparecen como por encanto gracias a la digitalización, más bien se corre el riesgo de que aumenten. Es de esencial importancia tener presente este riesgo en la gestión activa del proceso de digitalización de manera a fomentar la disminución de las desigualdades sociales en el lugar de trabajo.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.

Este artículo fue publicado por primera vez en Social Europe.