Transformación o destrucción: el incierto futuro del trabajo en la cuarta revolución industrial

Transformación o destrucción: el incierto futuro del trabajo en la cuarta revolución industrial

Según el economista australiano Steve Keen, los únicos puestos que van a mantenerse son los de diseño y mantenimiento de alto nivel, que requerirán de una inteligencia extraordinaria. El resto de la gente no tendrá trabajo. Foto de diciembre de 2017 del centro de producción de ArcelorMittal en la ciudad polaca de Dąbrowa Górnicza.

(European Commission – Audiovisual Services/Bartosz Siedlik)

Digitalización, automatización e inteligencia artificial están cambiando la forma de producir, trabajar e interactuar. En la cuarta revolución industrial la protagonista es la tecnología, y los datos, la materia prima del denominado “capitalismo de plataforma”. El trabajo en línea, cada vez más generalizado, aporta flexibilidad e independencia, pero también incertidumbre, precariedad y ausencia de derechos laborales.

El futuro del trabajo es un interrogante abierto, como lo demuestra el actual debate mundial auspiciado por la OIT, y cuyas conclusiones se presentarán en 2019. “Estamos analizando las tendencias derivadas de la tecnología, pero también de la evolución demográfica, los movimientos migratorios y el cambio climático que obligan sí o sí a cambiar la forma de producir y de consumir”, avanza a Equal Times Joaquín Nieto, director de la Oficina de la OIT en España. “Las anteriores revoluciones industriales no acabaron con el empleo: lo transformaron. Hoy hay 3.100 millones de trabajadores en todo el mundo, más que nunca, aunque no todo es empleo decente”, matiza.

Para comenzar, hasta 2020 van a desaparecer siete millones de empleos “de oficina” en todo el mundo, y países como Brasil o China –dos de las 15 mayores economías del mundo (que reúnen el 65% de la fuerza laboral)– estarán entre los más afectados, advirtió ya en 2016 el Foro Económico Mundial en su cita de Davos.

A cambio, se crearán 2 millones de puestos relacionados con las matemáticas, la ingeniería y la informática.

Los trabajos relacionados con la manufactura y la producción también tocarán fondo, si bien se espera una recuperación de los mismos gracias a la mejora de las cualificaciones profesionales, la reubicación y el aumento de la productividad, preveía su informe final. Una visión que Ryan Avent, editor de The Economist y autor de La riqueza de los humanos, no comparte.

“Tenemos una masa enorme de trabajadores, algo que crea muchos problemas que no podemos resolver como se hizo en la primera revolución industrial, llevándolos a zonas más productivas o formándolos, ya que el 90% de la población de los países desarrollados tiene estudios secundarios y cerca del 50% posee un postgrado universitario”, explica.

Automatización y ausencia de trabajo

El profesor de Económicas de la universidad australiana Western Sydney University, Steve Keen, tiene una opinión similar. “En las revoluciones industriales previas la formación se adquiría como aprendiz en una industria específica. Ahora, la tecnología camina a la automatización. Los únicos puestos que van a permanecer son los de diseño y mantenimiento de alto nivel que requerirán de una inteligencia extraordinaria. El resto de la gente no tendrá trabajo”, explica a Equal Times.

“El número de trabajadores que se necesita para crear la tecnología que viene –como buscar minerales en asteroides– es insignificante: los humanos apenas son necesarios”, añade. Al Igual que Avent, Keen es de los que defiende la implantación de una renta básica universal. “Para que todo el mundo tenga ingresos con los que subsistir”, afirma. “Si usáramos la tecnología solo para vivir, podríamos hacerlo extraordinariamente bien, pero para ello necesitamos democratizar la economía y las reformas actuales van justo en sentido contrario. Tecnológicamente es posible, pero políticamente no”, denuncia este profesor.

Para el autor de Debunking Economics, la cuarta revolución industrial está materializándose en un escenario de precariedad y bajos salarios –previamente dibujados por las políticas de austeridad–.

“Los economistas creen que los mercados funcionarán mejor sin sindicatos ni monopolios estatales, pero así solo debilitan el poder negociador de los trabajadores, su capacidad para organizarse, algo que explica en parte por qué los salarios están cayendo: están destruyendo las estructuras que ayudan a los trabajadores a establecer la subida salarial como prioridad”, relata a este medio.

“Si seguimos por este camino –el de la austeridad– nos convertiremos en una sociedad fúnebre”, sentencia.

Trabajadores digitales: precariedad y falta de organización sindical

A esto hay que sumar la incertidumbre generada por el carácter “disruptivo” de esta revolución, apunta Nieto desde la OIT. “Posee características propias, como la digitalización y que sucede en un mundo económicamente globalizado, por lo que la velocidad de los cambios es muy superior a las anteriores”. Esa naturaleza global lleva a millones de personas en Kenia, Nigeria, Sudáfrica, Vietnam, Malasia y Filipinas a registrarse en sitios web que les pagan para introducir datos, transcribir o diseñar, según un informe del Oxford Internet Institute.

Presente en la conferencia africana de la unión sindical UNI en Dakar en marzo de 2017, uno de los autores de este estudio, Mark Graham, concluía que la mejora de las condiciones laborales de esta nueva mano de obra dependía de cómo fuera su organización sindical. “Un rol explícito para un sindicato de trabajadores digitales podría ser construir conciencia de clase entre los diferentes tipos de empleados –a tiempo completo, parcial, temporal–, resaltando su precariedad”.

Otro punto clave para Graham es el control democrático de las plataformas de trabajo online. “Su dispersión geográfica ha hecho que sean extremadamente difíciles de regular. Una solución puede ser que el estado de empleo se establezca en el lugar donde realmente se presta el servicio. ¿Por qué un empleador con sede en Alemania o en Estados Unidos podría evitar adherirse a las leyes laborales y los estándares mínimos [del país donde se encuentra el profesional] solo porque usan una plataforma digital para conectarse con un trabajador?”, afirma.

Freelancers, iPros, mechanical turks y crowdworkers

La UE no vive ajena a este aumento mundial de autónomos (o freelancers), mechanical turks (realizan pequeñas tareas imposibles para las máquinas, como una descripción o una selección en función de criterios estéticos o emocionales) y crowdworkers (trabajadores sin conexión entre sí que completan tareas que les son remitidas). Los profesionales independientes o iPros (en inglés), nueve millones de europeos que “trabajan para clientes” en lugar de “tener un empleo”, según el informe Future Working del Foro Europeo de Profesionales Independientes, son la nueva categoría profesional de la gig economy (también conocida como economía del mercado informal o economía de trabajos temporales, entre otras).

Para expertos como la presidenta del Consejo Francés de Orientación para el Empleo, Marie-Claire Carrère-Gée, y el director de Análisis de Políticas de Empleo del IZA alemán, Werner Eichhorst, la gestión de esta “nueva economía” implicará “cambios en los contenidos de las futuras reformas laborales, en los sistemas de Seguridad Social y en las categorías profesionales”. Mientras, sindicatos como la UGT española denuncian que podría dar lugar a un nuevo modelo de economía sumergida y una “nueva precariedad laboral digital, con salarios muy bajos y escasa o nula protección social”.

En Italia, más de seis millones de trabajadores están “disponibles” a través de una aplicación, según el estudio de FEPS sobre crowdworking. El texto recoge además que, quienes buscan vivir de esto, “deben estar preparados para ofrecer tantos servicios como sea posible y puede, de hecho, ser un indicador de desesperación para encontrar trabajo”, por lo que desarrollan entre cuatro y ocho tipos de trabajos diferentes.

Solo en Reino Unido, entre 2008 y 2015, el número de freelances ha subido un 36%, casi dos millones de trabajadores. Bajo el discurso de la flexibilidad, la libertad y la conciliación, el 80% de ellos es pobre, según el blog Tax Research UK.

Un estudio del think tank británico Social Market Foundation asegura que los ingresos mensuales del 55% de los freelances de Reino Unido son inferiores a los dos tercios del salario medio británico.

La tendencia mundial parece resumirse en peticiones como la de la Asociación Española de Economía Digital, Adigital, que reclama “la adaptación del marco normativo laboral a las plataformas digitales” y defiende “la existencia de una relación mercantil representada mediante la figura del autónomo” pero “con formas mínimas de protección social, seguros y salarios mínimos”. El objetivo final es “favorecer la transición de la ‘economía de empleo’ actual a una ‘economía de trabajadores autónomos’”.