Transnistria, el precio de la independencia unilateral

Transnistria, el precio de la independencia unilateral
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Hace algo más de 28 años (el 3 de septiembre de 1990), Transnistria, una región encajonada entre el río Dniéster y Ucrania, declaró su independencia. Su separación unilateral de Moldavia, no reconocida por ningún miembro de Naciones Unidas –y seguida de una guerra civil–, creó una especie de burbuja en la cual los alrededor de 500.000 transnistrios de la autoproclamada república viven hasta hoy.

Además de población y unas fronteras que vigila activamente, Transnistria cuenta con un gobierno propio y unas fuerzas armadas; cuenta con moneda y pasaportes propios, que nadie reconoce. El de Transnistria es uno de los múltiples “conflictos congelados” de la región (que podría enfrentar a Rusia, la UE y la OTAN), de modo que la república, de cara al exterior, no existe.

“Cuando declararon la independencia, nos prometieron que íbamos a construir aquí una pequeña Suiza. Nos lo creímos, ¿por qué no? Teníamos potencial”, dice Svetlana (nombre cambiado a petición de la entrevistada), una vecina de Tiráspol.

Antes de la secesión, Transnistria era la parte más próspera de la República Soviética de Moldavia. Aquí fue concentrado el potencial industrial que suministraba electricidad a todo el territorio y generaba aproximadamente el 40% del PIB moldavo. De aquí provenían las élites políticas y aquí estaban acuarteladas las tropas soviéticas. En Besarabia, la parte rumano-hablante de Moldavia, la economía se concentraba en la agricultura, especialmente en la producción de vino. En la víspera de la caída de la URSS el nivel de vida en Transnistria era dos veces más alto que en el resto de Moldavia.

 

Commemoration in Tiraspol of the USSR’s victory in World War II. After separation, the government of Trasnistria decided to keep Soviet symbols in opposition to the new symbolism of Moldova.

Photo: Hanna Jarzabek

“¿Vosotros también tenéis oligarcas?”, me pregunta Svetlana. Profesora de bioquímica, hoy ya jubilada, Svetlana trabaja a tiempo parcial para ayudar a su hija y nietos. El hijo mayor, también universitario, se resignó –tras una larga e infructuosa búsqueda de empleo– a hacer un curso de electricista y ahora trabaja en Polonia por temporadas.

Svetlana recuerda los tiempos de la Unión Soviética como “buenos”. Los problemas empezaron cuando la caída de la URSS suscitó reclamaciones nacionalistas. “De repente, los vecinos empezaron a disparar uno contra otro. Nadie entendía nada; los de arriba hacían su guerra, y nosotros abajo pagábamos el precio”, dice.

“Este conflicto no tenía bases étnicas como tal, incluso si la identidad y el idioma fueron componentes importantes para ambos lados”, explica Gilles-Emmanuel Jacquet, profesor en la Escuela de Diplomacia de Ginebra e investigador en el Instituto Internacional por la Paz en Ginebra. “En realidad, las élites transnistrias y moldavas trataban más bien de mantener o ganar el poder. Los problemas lingüísticos, culturales o étnicos sirvieron como pretexto”, añade.

 

Local producers and farmers sell their goods at Tiraspol’s Green Market. The land and infrastructure belongs to the private conglomerate, Sheriff.

Photo: Hanna Jarzabek

Después de la separación, el Gobierno transnistrio privatizó el grueso del parque industrial de la región. La mayoría de las empresas pasó a manos de oligarcas rusos y ucranianos, o se convirtió en propiedad del Estado ruso. Apareció también Sheriff, un conglomerado privado, creado por dos exmiembros de los servicios secretos de la República Soviética de Moldavia. Cercano a la familia de Smirnov –primer presidente de Transnistria– hoy el holding controla prácticamente toda la vida política y económica de la región. Entre sus haberes: supermercados, bancos, refinerías, destilerías, farmacias, telefonía, una fábrica de ropa y un equipo de fútbol.

La declaración unilateral de independencia sumió a la región en el aislamiento situándola en un limbo legal que abrió paso a la pobreza y al desarrollo de desigualdades.

 

A match between local team FC Sheriff Tiraspol and FC Milsami Orhei, from Moldova. Both the football stadium and the FC Sheriff team belong to the Sheriff conglomerate. However, FC Sheriff is registered as a Moldovan team, as this is the only way for it to participate in international competitions.

Photo: Hanna Jarzabek

“En realidad deberíamos llamarnos ‘la República de Sheriff’”, bromea, no sin amargura en la voz, Antón, un emprendedor de 38 años (que también nos ha pedido no utilizar su nombre real). “Son ellos quienes deciden todo aquí. En teoría puedes desarrollar tu negocio, pero siempre existe el riesgo de que vengan a decirte que no te metas en su terreno”.

Antón trabajó durante años en Europa, economizando para comprar un piso en el centro de Tiráspol. Hoy este apartamento funciona como un pequeño hostal en el que las estatuas y retratos de Lenin son elementos básicos de la decoración. “A la gente le gusta”, dice Antón sonriendo, “si vienen aquí es para ver el último rincón soviético de Europa”.

 

The parliament of Transnistria in Tiraspol, with a statue of Lenin in the foreground. The current government celebrates its Soviet past, but in reality pursues free market economic policies.

Photo: Hanna Jarzabek

“¡Es un país normal, no un museo!”, exclama Kira, una emprendedora de Tiráspol. “¡Ni vamos por las calles con los caballos, ni nos pasamos el día mirando a Lenin! Para nosotros es simplemente parte de la historia”.

Kira, de 24 años, vive en un piso cuyos estándares no están lejos de los europeos. El amplio salón con sillones de piel y los electrodomésticos de alta gama en la cocina indican un buen nivel de vida. Kira estudió marketing y economía en Odesa (ciudad del sur de Ucrania) y Francia, pero prefirió volver a Transnistria. “Aquí tenemos de todo y todo es más fácil que en Europa. Si alguien quiere se pueden conseguir muchas cosas”.

Ella misma se pone como ejemplo: a los 22 años abrió un café en el centro de Tiráspol. Para empezar necesitaba cerca de 5.000 dólares, cantidad que corresponde a tres años de sueldo medio en Transnistria. “El dinero lo recibimos como regalo de boda. Una parte fue para el viaje de novios y el resto para el negocio. Mi marido sabía que yo no me iba a quedar con el niño en casa. Hemos hecho la decoración nosotros y ahora en el café trabaja mi tía”.

 

Kira at home with her husband, Alex, and their son in Tiraspol.

Photo: Hanna Jarzabek

Alex, a sus 28 años, dirige ya una empresa de plásticos y embalajes. Su cliente principal es la red de supermercados de Sheriff y la empresa está registrada en Moldavia. “Así tiene acceso a un mercado más amplio. Business is business (los negocios son los negocios)”, añade Kira.

Kira se considera patriota y habla con orgullo de los logros familiares: su abuelo, Siergiej Leontiev, uno de los actores principales de la lucha por la independencia, fue vicepresidente entre los años 2001 y 2006; su padre, Oleg Leontiev, es diputado de Renovación, partido actualmente en el poder. Kira sonríe cuando le pregunto si piensa involucrarse en la política: “Ahora tengo mucho trabajo con mi negocio. Quizá en el futuro”.

 

The kitchen of an orphanage for children between 6 and 17 years old, Parkany, close to Tiraspol. Many parents who decide to emigrate leave their children with relatives or in orphanages.

Photo: Hanna Jarzabek

Sin embargo, la mayoría de los habitantes de Transnistria percibe la realidad en tonos más grises y la falta de trabajo empuja a muchos a buscarse la vida fuera. Segúnun estudio realizado por la Organización Internacional de Migración, sólo en 2015 cerca del 15% de la población activa dejó la región de manera permanente: la mayoría son jóvenes que eligieron Rusia como destino. Poco a poco el país se va despoblando, dejando atrás niños y ancianos.

“No me voy a sacrificar por un país que no tiene nada que ofrecerme”, dice Olga, de 22 años, que sueña con ser actriz en Europa (y que tampoco emplea su nombre real). “Aquí no hay nada, la cultura independiente no existe y la que tenemos está en manos del Gobierno”.

Actualmente Olga busca trabajo, esperando mientras tanto un pasaporte rumano. “Me siento transnistria, pero con los papeles de aquí no puedo ir a ningún lado”, explica. “Ya tengo un pasaporte ruso pero el rumano me permitiría vivir en Europa”. Como dice, se tiene que armar de paciencia. Teniendo en cuenta el número de solicitudes presentadas, puede esperar hasta tres años para obtener una cita previa en el consulado.

Muchos jóvenes en Transnistria quieren vivir “normalmente”: poder viajar, tener diplomas reconocidos, acceder a universidades extranjeras o simplemente comprar bienes, como cualquier otro europeo.

“Amo este país, pero nos faltan muchas cosas. Mira, lo que me encantaría es que abriese aquí un IKEA; podríamos comprarnos muebles normales sin tener que ir a Moldavia o a Ucrania”, reflexiona Sascha, de 24 años.

 

Sascha, like many of her fellow citizens, has more than one passport: Transnistrian, Russian and Moldovan (from left to right).

Photo: Hanna Jarzabek

Sascha procede de una familia en la que hablar de Moldavia era delicado. Su padre luchó por la independencia y en la escuela a los moldavos se les definía como enemigos. Los viajes le hicieron cuestionarse muchas cosas. “Me di cuenta de que no todo era tan blanco y negro y que cada uno tiene su versión de la historia. Si hubiera podido, habría hecho todo lo posible para evitar la guerra. Las separaciones no traen nada bueno”.

Los políticos sin embargo optan por un discurso mucho más identitario.

“El eslogan Maleta – Tren – Rusia resuena en mis oídos hasta ahora” dice Marina Kovtun, presidenta del partido Renovación, en la ciudad de Grigoriopol. “Querían echarnos de aquí y mira, no sólo nos hemos quedado sino que también hemos mostrado al mundo que somos capaces de sobrevivir solos. ¡Los políticos europeos dicen que no nos reconocen, pero vienen aquí para hacer negocios y exportamos a varios países de Europa!”.

 

The ODEMA garment factory in Tiraspol. During the Soviet era, this factory employed 7,000 people and supplied the whole of the USSR. Today only 530 people work there.

Photo: Hanna Jarzabek

En realidad las mercancías locales pueden venderse fuera a condición de estar etiquetadas como productos moldavos. Las transacciones financieras tienen que realizarse a través de bancos rusos o directamente en Moldavia, ya que la moneda local no está reconocida. La falta de regularización política desanima a muchos inversores extranjeros; mientras que algunas empresas locales pueden ofrecer únicamente mano de obra barata a las marcas europeas.

“El 85% de nuestra producción son pedidos realizados para empresas extranjeras; sobre todo alemanas”, explica Aleksander Swiderski, director de ODEMA, una fábrica textil situada en Tiráspol. “Nos envían materiales, modelos y maquinaria y tenemos que entregarles el producto terminado, etiquetado como suyo y realizado en Moldavia. La fábrica sigue funcionando pero ni la empresa ni la población local se desarrollan realmente”.

 

Like many other veterans of World War II, Sergei Nikolaievich receives his pension from Russia, a pension that is three times higher than what the Transnistrian authorities pay.

Photo: Hanna Jarzabek

“Si hasta ahora Transnistria ha podido mantenerse es gracias al apoyo económico ruso”. explica G.E. Jacquet. “Putin nunca la reconoció como Estado, pero queriendo mantenerla bajo su control, proporciona muchas ayudas”.

Un buen ejemplo de ello es el suministro de gas, a través de un acuerdo ruso-moldavo, que el Gobierno de Transnistria no paga desde hace años. A mediados de 2014 la factura ascendía ya a 4.000 millones de dólares USD (unos 3.513 millones de euros). Al mismo tiempo, los principales consumidores –y deudores– del gas son las plantas industriales, propiedad de los oligarcas o del Estado ruso. El Gobierno de Putin apoya también el desarrollo de pequeñas empresas, renueva y construye edificios públicos y hospitales, ofrece becas para estudiantes y paga gran parte de las pensiones a los jubilados.

 

Vadim Krasnoselsky (pictured right, talking) won the presidential election in 2016 with the support of the oligarchs and the Sheriff conglomerate. He seeks closer economic ties with Moldova while at the same time maintaining a separatist discourse.

Photo: Hanna Jarzabek

Todo esto refuerza el sentimiento de pertenencia a la órbita rusa, muy presente ya entre la población de Transnistria, lo cual nunca fue del agrado de la minoría moldava.

“¡Esta es también mi tierra!”, dice Verónica, maestra en uno de los pocos liceos moldavos en Transnistria. “Toda mi familia nació aquí y ahora los que se fueron tras la independencia tienen que pedir visado si quieren venir a vernos. Aquí por todas partes ondean banderas rusas y transnistrias pero, si yo saco la moldava, me tachan de nacionalista”.

Para muchos, sin embargo, la cuestión identitaria empieza a pasar a segundo plano. Los políticos, incluso si mantienen el discurso separatista, prefieren más bien reforzar los intercambios económicos entre ambos lados. Como me dijeron algunos de los entrevistados: “La identidad no te llena el estómago”.

This article has been translated from Spanish.