Tras el fracaso de las Metas de Aichi, necesitamos medidas que impidan una nueva ‘década perdida’ para la biodiversidad

Tras el fracaso de las Metas de Aichi, necesitamos medidas que impidan una nueva ‘década perdida' para la biodiversidad

El nuevo marco para proteger eficazmente la biodiversidad, a adoptar en 2021, debe suponer un punto de inflexión en la lucha por la conservación de las especies y contra el cambio climático. En la imagen, un elefante frente a un gran incendio en la sabana de la Reserva Savuti, Botswana, en septiembre de 2018.

(iStock/John Ceulemans)

El ecosistema natural del planeta va mal: el 66% de la vida marina se encuentra amenazada debido a la contaminación por plásticos o a la sobrepesca; un millón de especies animales están al borde de la extinción, según un informe de IPBES, la Plataforma de la ONU sobre la diversidad biológica. En todo el mundo, las áreas urbanas han aumentado más del doble desde 1992, provocando una pérdida sin precedentes de bosques y zonas naturales. Al comenzar esta nueva década, tres cuartas partes de la superficie de la Tierra han sido modificadas por los humanos: cambios decisivos y profundos que hacen temer una ruptura peligrosa e irreversible del frágil equilibrio que rodea a los ecosistemas del planeta. A pesar de que el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad son ya patentes, el mundo sigue remiso a tomar medidas.

En 2010, por iniciativa de las Naciones Unidas, la lucha por la biodiversidad recibió un tremendo impulso gracias a las 20 Metas de Aichi –el equivalente para la biodiversidad al Acuerdo de París para el clima–. Diez años más tarde, sólo queda la decepción, a pesar de que la historia pintaba bien. En 1992, en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro (Brasil), 168 países firmaron el Convenio sobre la Diversidad Biológica y prometieron poner remedio al declive de los sistemas vivos de la Tierra. Dieciocho años más tarde, estos 168 Estados adoptaron en Aichi (Japón) el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, que incluía objetivos ambiciosos e iniciaba el “Decenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica”.

A la hora de hacer el balance, la ONU ofrece una dolorosa constatación del fracaso en su 5º informe acerca de la Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica.

Ninguno de los 168 signatarios de Aichi ha logrado alcanzar ni una de sus metas: como eliminar o reformar los subsidios que perjudican la biodiversidad, reducir a la mitad el ritmo de pérdida de todos los hábitats naturales o preservar mejor la diversidad de los cultivos, para 2020.

Un balance amargo y una nueva década perdida. A pesar de que el 4% de los mamíferos terrestres salvajes podrían desaparecer en los próximos años, los humanos siguen deforestando a toda máquina, criando demasiado ganado o asfaltando demasiado suelo. Las poblaciones de animales, mamíferos, aves, anfibios, peces y reptiles siguen disminuyendo a un ritmo aterrador. Un informe de WWF estima que estas poblaciones disminuyeron hasta un 68% entre 1970 y 2016.

La pandemia causada por el nuevo coronavirus debería también servir de llamada de atención, porque este fenómeno está directamente ligado a la pérdida mundial de biodiversidad. En un texto publicado en la web de IPBES, 22 científicos internacionales advierten de que “sin estrategias claras de prevención, las pandemias surgirán con mayor frecuencia, se propagarán con más rapidez, matarán a más personas y tendrán efectos devastadores sin precedentes en la economía mundial”. Para Elizabeth Maruma Mrema, secretaria ejecutiva del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CDB), “la humanidad se encuentra en una encrucijada respecto al legado que deseamos dejar a las generaciones futuras”.

Un problema complejo y polifacético

Estas cifras, más allá de la ansiedad que suscitan, deben empujar a los actores internacionales a dar un giro de 180 grados. Según el secretario general de la ONU, António Guterres, “los esfuerzos [desde 2010] no han sido suficientes. Se necesita mucha más altura de miras”. El CDB se dispone a celebrar una nueva reunión por videoconferencia, el 22 de noviembre, para preparar la nueva hoja de ruta del período 2021-2030. Este nuevo decenio debe ser distinto: es preciso que los Estados se conciencien de que las cuestiones relacionadas con la Naturaleza permean toda la problemática global vinculada al cambio climático y a las desigualdades que reinan en el planeta. Los próximos seis meses serán decisivos para el establecimiento del nuevo marco mundial sobre la biodiversidad por parte de los 168 signatarios del CDB, marco que se adoptará en la COP15 para la Diversidad Biológica de Kunming (China), en mayo de 2021 (fecha provisional).

La biodiversidad es uno de los problemas más complejos y polifacéticos a los que se enfrenta la humanidad. Será imposible preservar las especies y espacios naturales sin medidas concretas contra el cambio climático que amenaza los hábitats y sin la lucha contra la pobreza, que aboca a muchas comunidades a entrar en conflicto con el mundo salvaje. “No estamos ante una cuestión superficial o de especies carismáticas en tierras lejanas. Todas las cuestiones relacionadas con la alimentación, el agua, el desarrollo o la salud dependen de un entorno saludable”, dice Anne Larigauderie, secretaria ejecutiva de la IPBES.

Pero a medida que pasa el tiempo, el problema se vuelve cada vez más irresoluble. Esta es la dura realidad de la lucha que le espera a la humanidad. El cambio climático multiplica las amenazas y exacerba los retos que el mundo debe enfrentar.

A medida que las temperaturas aumentan y sube el nivel del mar, los fenómenos meteorológicos extremos asolan la biodiversidad mundial. Los devastadores incendios ocurridos en 2020 en la Amazonia, Australia, Siberia y California son ejemplos alarmantes de la amenaza que estos graves sucesos suponen para las especies silvestres.

La lenta agonía de los arrecifes de coral por el calentamiento de los océanos y la desaparición de los bosques, resultan también catastróficos para los hábitats de las especies animales. Por ejemplo, según la evaluación anual de Global Forest Watch, la cubierta forestal mundial se redujo en 24 millones de hectáreas en 2019. Casi un tercio de esta disminución se produjo en bosques primarios tropicales, que desempeñan un papel fundamental en la regulación del clima y sirven de hogar a muchas especies animales que hoy se encuentran al borde de la extinción.

¿Cómo podemos combatir un fenómeno directamente vinculado a nuestras sociedades y economías actuales, si siguen fomentando el consumo y el crecimiento demográfico, dos grandes amenazas para la biodiversidad en todo el mundo? Desde la década de los setenta, la fecha en la que alcanzamos el “día de la sobrecapacidad de la Tierra” se adelanta cada vez más. Esta fecha la calcula cada año la ONG Global Footprint Network y representa el día del año en el que la huella ecológica supera la “biocapacidad” de nuestro planeta. En 1998, “agotamos” los recursos que el planeta Tierra es capaz de producir en un año, el 30 de septiembre. Once años después, en 2019, “consumimos” todos los recursos del planeta el 31 de julio, dos meses antes.

Esto es fruto de la constante globalización de la economía. La deforestación descontrolada en Brasil tiene su principal origen en la creciente demanda mundial de carne y alimentos para animales. La pérdida de 7,5 millones de hectáreas de bosques en el sudeste asiático se debe al uso cada vez mayor del aceite de palma, que es responsable del 80% de esta deforestación. La sobrepesca que está vaciando los océanos es resultado directo del creciente apetito de los países, en particular de los Estados Unidos y Europa, por los productos del mar, mientras que muchas especies en peligro de extinción se ven directamente afectadas por el comercio ilegal de especies salvajes, alimentado en gran medida por la demanda en Asia y Europa, donde los amantes de los animales exóticos son cada vez más numerosos.

Un gran impulso para la conservación de los hábitats

Sin embargo, y a pesar de estos hechos preocupantes, no es momento de fatalismos. Los Estados deben ahora tomar decisiones valientes, porque aún hay esperanza: una crisis provocada por los humanos puede ser resuelta por los humanos. Es una pugna contra nosotros mismos, que sin duda requerirá sacrificios, cambios en los hábitos de consumo y el fomento de economías más sostenibles y orientadas territorialmente.

Las soluciones para invertir las tendencias son conocidas por los científicos, pero requieren medidas “audaces y frontales” en varios ámbitos, según Paul Leadley, miembro de IPBES. El 13 de enero de este año, el CDB publicó un texto preliminar que servirá de base a las futuras negociaciones. Dicho texto incluye unos veinte objetivos cuantificados y plantea como medida clave la protección, de aquí a 2030, de al menos el 30% del planeta y la protección estricta de al menos el 10%. Estos porcentajes están aún por negociar. Entre otros objetivos, destaca el de la “pérdida neta cero” de superficie y el uso sostenible de todos los recursos para 2030, además de la reducción del porcentaje de especies amenazadas de extinción y un mejor equilibrio entre la lucha por la conservación de la naturaleza y la lucha contra el cambio climático.

“Estamos tratando de establecer objetivos realistas, factibles y, esperamos, dotados de medios financieros suficientes, con un sistema de ajuste rápido de las medidas y, sobre todo, con el compromiso de todos los actores –no sólo de los Ministerios de Medio Ambiente, sino de todos los Gobiernos y demás agentes socioeconómicos–”, afirma Basile van Havre, uno de los copresidentes de la COP15.

Hay destellos de esperanza aquí y allá. En las regiones donde la voluntad política y la movilización de las comunidades locales y de los agentes medioambientales van de la mano, hay resultados palpables. En Canadá, iniciativas como la creación de zonas marinas protegidas en el Gran Norte, han permitido mejorar la protección de los océanos. El Gobierno de Ottawa ha invertido 25 millones de dólares en capacitar a guardas de los Territorios Autóctonos.

La preocupación por la biodiversidad, expresada por los jóvenes de todo el mundo a través de varias huelgas de estudiantes en 2019, suscitó un pequeño sobresalto político y, el 29 de septiembre, 77 líderes mundiales se comprometieron a frenar el declive de la biodiversidad de aquí a 2030. Además, algunos esfuerzos realizados en el marco de las Metas de Aichi han contribuido a limitar la pérdida de la biodiversidad. Por ejemplo, se ha alcanzado parcialmente una de las metas, la que pretende proteger el 17% de los hábitats terrestres del planeta y el 10% de los océanos: a día de hoy, están protegidos el 15% de los entornos terrestres y de agua dulce, así como el 7,5% de los océanos.

2020, un contexto más difícil aún debido la pandemia

¿Acelerará la pandemia mundial de coronavirus la transición de nuestras sociedades hacia estilos de vida más sustentables? Los vídeos de animales retomando los espacios urbanos inundaron las redes sociales durante el confinamiento y se han multiplicado los llamamientos a un mayor acercamiento a la naturaleza. Sin embargo, el esperado “gran despertar de las consciencias” parece desvanecerse a medida que se acentúan los efectos económicos de la pandemia. Lamentablemente, la pandemia ha relegado a segundo plano la lucha contra el calentamiento del planeta –a lo largo de 2020 se aplazaron varios eventos cruciales– y ha distanciado a los más frágiles y más afectados por la pandemia de los problemas medioambientales. Luego de meses de parálisis, las economías del mundo parece que van retomar con más fuerza.

Las Metas de Aichi ya han fracasado debido a la falta de voluntad política, a las dificultades para adoptar decisiones valientes y a la insuficiente movilización de las poblaciones. ¿Qué sucederá mañana? “Es posible revertir la curva de la pérdida de biodiversidad con gran amplitud de miras, pero no hay una solución milagrosa”, insiste Paul Leadley en el periódico francés Le Monde.

“Si al concluir la COP15 dicen: ‘El problema está resuelto: nos hemos comprometido a proteger el 30% del planeta’, la cosa no funcionará. Se necesitan otros cambios profundos”.

La pérdida de biodiversidad es como un “asesino silencioso”, advierte Cristiana Pașca Palmer, directora de la Secretaría General del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Sin abejas, no puede haber reproducción de las plantas, que son esenciales para nuestra producción alimentaria y, sin plantas, no puede haber sumideros de CO2, que son esenciales para limitar los gases de efecto invernadero y el calentamiento global. Aunque resulta difícil medir las consecuencias exactas de la extinción masiva de especies, todos los informes coinciden en subrayar que la diversidad de la naturaleza nos permite vivir y desarrollarnos. En resumen, gracias a ella tenemos aire limpio, agua fresca, suelo de calidad y la polinización de nuestros cultivos.

En resumen, y como subraya António Guterres, ya es hora de “ofrecer una respuesta política al mensaje de los científicos”. Todo un desafío, teniendo en cuenta la escasa atención que los medios están prestando a la COP15 de Kunming y a su posposición, a pesar de ser una cita crucial para nuestro futuro. El aplazamiento (debido a la pandemia) de los principales eventos deportivos, como los Juegos Olímpicos de Tokio de 2021, fue noticia en todo el mundo, pero la COP15 apenas se ha mencionado, a pesar de que la cita de Kunming es una de las ocasiones históricas más señeras. Deberá servir llamar, finalmente, a la movilización general, a superar las promesas vacías de los Estados y a resistir la acidez de las negociaciones.

Porque nuestro planeta no puede permitirse otro decenio perdido.

Este artículo ha sido traducido del francés.