Tras Fukushima, Japón se obstina en la defensa del carbón

Sacudida por el accidente nuclear de Fukushima, Japón tiene previsto abrir 49 nuevas centrales eléctricas de carbón en la próxima década para sustituir a las centrales nucleares, a pesar de la caída de la demanda de electricidad y de la transición que otros países desarrollados están haciendo hacia las energías renovables.

Japón está intentando, además, exportar su tecnología de carbón: una grave amenaza para el medio ambiente y la economía de Asia.

Según un informe publicado en marzo de 2017 por CoalSwarm, Sierra Club y Greenpeace, Japón tiene previsto generar unos 22.000 megavatios (MW), y ya ha comenzado la construcción de algunas centrales. Las ONG y sindicatos están desplegando una campaña para intentar frenar estos proyectos.

El bum del carbón cuenta con el apoyo decidido de Schinzo Abe, primer ministro de Japón. Sus motivos están ligados al terremoto de Tohoku de 2011, que dañó gravemente la central nuclear de Fukushima Daiichi y provocó el abandono nacional de la energía nuclear, una de las principales fuentes de electricidad.

Si bien los pronósticos catastrofistas tras este desastre —que auguraban cortes eléctricos continuados y escasez de electricidad— no se hicieron realidad, gracias a un esfuerzo nacional por ahorrar energía, el Gobierno central y la industria eléctrica decidieron que Japón necesitaba una alternativa: el carbón.

“La prioridad del primer ministro Abe consiste en... minimizar el impacto económico de la desaparición de la energía nuclear”, explica a Equal Times Yuri Okubo, investigador jefe del Renewable Energy Institute, un instituto de energías renovables radicado en Japón. “Su preferencia y apoyo se basa en las compañías de electricidad y en la preferencia por el carbón de sus grandes clientes”.

Poco después de convertirse en primer ministro, en 2015, Abe anunció su intención de relanzar algunas centrales nucleares y de expandir el uso nacional del carbón. Esto implica que, a pesar de haber firmado el Acuerdo de París y, no hace tantos años, de haber sido el país anfitrión de la conferencia que culminó con la firma del acuerdo precedente, el Protocolo de Kioto, Japón es uno de los pocos países desarrollados que continúa desplegando planes de producción eléctrica que dependen de combustibles fósiles.

Todo ello sin tener en cuenta el hecho de que vecinos como China y, más recientemente, Corea del Sur, están abandonando el carbón y optando por las energías renovables.

“[Abe] no tiene el menor interés en la energía o el clima, sólo está pensando en el impacto para la economía japonesa”, afirma Kimiko Harata, que trabaja en la ONG medioambiental KIKO Network.

“Hay fuertes vínculos entre la industria y el Gobierno, y este protege del riesgo a las compañías”, añade Hirata. “Por eso, a pesar de que el carbón no tiene sentido económicamente, en la práctica, el Gobierno lo apoya mediante subsidios”.

Y lo hace no sólo en Japón, sino también en el extranjero.

Los planes de Japón en el extranjero

Los bancos japoneses son los principales acreedores de las centrales eléctricas de carbón en países como Indonesia y Filipinas.

En 2015, un informe del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales reveló que Japón fue la principal fuente de financiación de proyectos de carbón en todo el mundo entre 2007 y 2014. La brecha en este sector se ha ampliado, principalmente porque China está reemplazando el carbón, por el aluvión de bancarrotas ocurridas en los Estados Unidos y porque cada vez más bancos europeos se comprometen con proyectos sin carbón.

“Me preocupa que Japón esté haciendo que otros países más vulnerables al clima inviertan en algo que lamentarán en un futuro próximo”, afirma Okubo. “Las centrales eléctricas de carbón contribuirán a aumentar [las emisiones de] los gases con efecto invernadero y a consolidar fuentes de energía inflexibles”.

Hirata ve también una relación directa entre los planes nacionales de Japón y lo que está sucediendo en el extranjero.

“Si el Gobierno de Japón apoya la tecnología del carbón dentro del país, es difícil que cambie su política crediticia en el exterior”, afirma Hirata.

De hecho, el objetivo de Japón es exportar su tecnología del carbón, vendiéndola como “limpia”, a países asiáticos en desarrollo con más demanda de energía. Sobre todo a Indonesia, donde los bancos japoneses, y en concreto el Japan Bank for International Cooperation (JBIC), que cuenta con el respaldo del gobierno, son los principales inversores en varios proyectos gigantes de centrales eléctricas de carbón.

El país ha intentado incluso presentar estas inversiones como “respetuosas con el clima”, porque utilizan tecnologías de combustión supuestamente más limpias. Pero la realidad, según Okubo, es otra.

“Decir que la tecnología del carbón japonesa reducirá las emisiones de CO2 es anacrónico, visto que los precios de las energías renovables están desplomándose hoy en día”, afirma Okubo. “Incluso la mejor tecnología de carbón emite el doble de CO2 que el gas”.

La lucha más encarnizada se libra en Indonesia, donde se ha previsto la construcción de 117 nuevas centrales de carbón en todo el país, y, para las cuales, el principal inversor no es otro sino Japón.

Esto supondría una capacidad de generación eléctrica total de 10.000 MW y emitiría a la atmósfera inmensas cantidades de emisiones de gases con efecto invernadero, además de peligrosos contaminantes.

Se estima que 20.000 personas mueren cada año debido a la contaminación procedente de las centrales eléctricas de carbón en Asia, una cifra que podría aumentar a 70.000, según Greenpeace, si se construyen todas las centrales previstas en Japón, Indonesia y varios países más.

Alternativas

Tras el desastre de Fukushima Daiichi, el Gobierno entonces en el poder, del centroizquierdista Partido Democrático, puso en práctica unas tarifas de consumo para promover la producción eléctrica descentralizada y responder a la demanda. Esto propició un mini bum de la energía solar en aquella época.

Sin embargo, en 2015, poco después de que Abe se convirtiera en primer ministro, varias compañías eléctricas japonesas frenaron la incorporación de la energía solar en sus redes y Abe procedió a una revisión de la política de energías renovables. Las compañías eléctricas argumentaron que el rápido crecimiento de las renovables estaba provocando problemas de exceso de capacidad en las redes eléctricas descentralizadas del país.

Para Nicole Ghio, representante principal de la Campaña Internacional por el Clima y la Energía del Sierra Club, estamos ante una gran oportunidad perdida, que podría perjudicar a Japón durante años.

“Japón debería estar invirtiendo en el pujante sector de las energías limpias, en lugar de apostar de manera empecinada por el carbón”, afirma Ghio. “La nueva infraestructura del carbón es muy costosa… Japón está básicamente despilfarrando el dinero”.

“El problema se complica por el hecho de que Japón tendrá que importar carbón para suministrar a las nuevas centrales eléctricas que construya, lo cual contribuirá a mayores costes en las próximas décadas”, explica.

ZENROREN, la confederación sindical japonesa que cuenta con más de 1,2 millones de miembros entre sus 21 sindicatos afiliados, pertenece a la Red de Japonesa de Protección Medioambiental (RJPM) y se ha alzado en contra la producción de electricidad dependiente del carbón.

“Los planes del gobierno convertirían a Japón en una de las naciones que más emisiones de CO2 emiten en el mundo. RJPM y ZENROREN creen que esta forma de generación de electricidad a partir del carbón no es sostenible y es contraproducente para el Acuerdo de París. Estamos luchando por cambiar la política energética del Gobierno”, afirman en su declaración conjunta RJPM y ZENROREN.

De hecho, está emergiendo un movimiento contra los planes de promoción del carbón en Japón. La presión pública tuvo su peso en la decisión de abandonar la construcción de una central eléctrica cerca de Osaka, prevista en 2015. También sacó a la luz numerosos problemas de derechos humanos y de propiedad en los proyectos financiados por Japón en Indonesia, como la central eléctrica de carbón de Batang.

Queda por ver si este movimiento puede resistir la apuesta de Abe por el carbón y suscitar un cambio significativo hacia alternativas más limpias.