Tras huir de los conflictos en sus países, los refugiados africanos luchan contra el racismo en Jordania

Tras huir de los conflictos en sus países, los refugiados africanos luchan contra el racismo en Jordania

Un joven refugiado de Darfur se divierte en el parque de patinaje 7Hills en la capital jordana de Amán.

(Marta Vidal)

“En Sudán hay guerra. Están matando a mucha gente, violando a las mujeres y golpeando a los hombres. En Jordania nos quedamos metidos en casa pero también se siente como una guerra. La discriminación. No poder trabajar. Es como una guerra”, denuncia Abdul*, que huyó de Darfur en 2010.

Abdul es uno de los más de 4.000 sudaneses que, tras huir de la guerra y la persecución, han encontrado refugio en Jordania. La mayoría vienen de Darfur, una región donde al menos 300.000 personas han sido asesinadas y tres millones desplazadas desde que estalló la violencia en 2003. Los habitantes de Darfur han sido víctimas sistemáticas de asesinatos, violaciones y desplazamientos forzados a manos de las milicias janjawid apoyadas por la élite que gobierna el país desde Jartum. Las organizaciones de derechos humanos siguen manifestando su preocupación por las constantes violaciones de los derechos humanos en la región.

Para Abdul y muchos otros que huyeron de la violencia en Sudán, Jordania no constituye un lugar seguro para vivir. Los refugiados africanos en Jordania aseguran que son sometidos con frecuencia a discriminación por motivos raciales y que son ignorados por las organizaciones humanitarias y las autoridades locales.

“Aquí a los refugiados africanos no nos consideran seres humanos normales”, afirma Gasem, que huyó de Darfur de niño, cuando empezó la guerra. Sentados en el Centro Jesuita de Amán, un grupo de hombres jóvenes sudaneses comparten sus experiencias cotidianas relacionadas con ser negro en la capital jordana.

“Los jordanos son racistas pero no lo admiten. Y si no lo admiten, ¿cómo se puede solucionar el problema? Seguiremos sufriendo la discriminación a diario”, explica Gasem a Equal Times.

Sentado a su lado, Abdul asiente con la cabeza. “Los sudaneses nunca se integrarán en la sociedad jordana porque existe mucha discriminación”, concluye.

Menos numerosos, pero con las mismas necesidades

Jordania alberga al segundo número más alto de refugiados per cápita del mundo y la mayor parte de las ONG destinan sus recursos a apoyar a los más de 650.000 refugiados sirios registrados. Como la comunidad internacional está centrada en la crisis de los refugiados sirios, miles de refugiados procedentes de Sudán y Somalia se sienten ignorados en Jordania, pues la mayoría no recibe ayuda humanitaria de las ONG ya sobrecargadas.

“Solo porque seamos menos no significa que nuestras vidas sean menos valiosas”, declara Gasem. Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hay 4.211 refugiados sudaneses y 819 somalíes registrados en Jordania.

Debido a la gran afluencia de sirios, los refugiados de otros países son menos visibles y a menudo se les excluye de los programas de ayuda humanitaria cuyo objetivo principal consiste en abordar la crisis siria.

Algunos refugiados sudaneses y somalíes reciben una ayuda mensual del ACNUR y cupones de alimentos de otras ONG, pero la cantidad es tan pequeña que no es suficiente para cubrir el alquiler, la comida y los gastos médicos en Amán, considerada una de las ciudades más caras de Oriente Medio.

Aunque no pueden trabajar en Jordania, muchos refugiados africanos no reciben ayuda material y quedan desamparados.

En 2016, un acuerdo entre el Gobierno jordano, el Banco Mundial y la Unión Europea contempló la concesión de permisos de trabajo a cientos de miles de refugiados sirios. Conocido como el Jordan Compact, el acuerdo tenía como objetivo permitir a los refugiados el acceso al mercado laboral. Sin embargo, excluía a los refugiados no sirios.

“En otros países, los refugiados pueden trabajar y estudiar. Pueden desarrollarse y contribuir a la sociedad. Pero aquí no podemos hacer nada”, denuncia Gasem. “Tengo un montón de amigos que tienen mucho talento, pero que no tienen ningún espacio para hacer nada”.

La mayoría de los refugiados sudaneses y somalíes se ven obligados a aceptar trabajos ilegales, precarios y mal pagados.

“Algunos estamos tan desesperados que aceptaríamos cualquier salario”, asegura Gasem. “Entonces la policía nos detiene porque no tenemos papeles. No hemos cometido ningún delito. Solo estamos intentando sobrevivir, pero nos meten en la cárcel con los delincuentes”.

Como no pueden obtener permisos de trabajo, muchos refugiados africanos son explotados por sus empleadores. A veces los contratistas se niegan a pagarles la cantidad acordada y les amenazan si se quejan.

“Lo de que no me paguen lo que me habían prometido me ha ocurrido más de tres veces”, nos cuenta Ahmed, un refugiado de Darfur. “Si nos quejamos simplemente nos despiden, porque no tenemos un permiso de trabajo”.

Asimismo denuncia que, como están trabajando sin permiso, a los refugiados suelen pagarles menos que a sus colegas jordanos. Además cree que la policía es más estricta con los refugiados africanos, pues les identifica más fácilmente que a los sirios cuando trabajan ilegalmente.

Sentados en círculo en el Centro Jesuita, donde el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) es una de las pocas organizaciones que trabajan con los refugiados africanos, los jóvenes sudaneses comparten sus historias de acoso y discriminación. Se sienten ignorados por las organizaciones humanitarias y acusan a algunos trabajadores humanitarios de tener prejuicios contra los refugiados africanos.

“Ayudan a los sirios y a los iraquíes, pero no a los africanos. Cuando voy a contarles mis problemas no les importa. No quieren escuchar”, asegura Mustafa, que huyó de Darfur en el punto álgido del conflicto.

Deportados por manifestarse contra la discriminación

En noviembre de 2015, los refugiados sudaneses organizaron una acampada de protesta frente a la oficina del ACNUR en Amán para manifestarse contra lo que consideraban discriminación en la prestación de la ayuda humanitaria.

“Mujeres y niños acamparon frente al ACNUR a pesar del frío durante un mes, entre noviembre y diciembre”, nos cuenta Aaron Williams, el cofundador estadounidense de Sawiyan, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a los refugiados marginados en Jordania.

“La protesta la desencadenó la discriminación que sufría la comunidad sudanesa, pero también sentían que les habían olvidado y que las ONG no se tomaban sus problemas en serio. Al igual que otras poblaciones de refugiados, sufrían problemas médicos graves y traumas por lo que habían vivido en Darfur, pero contaban con ayudas reducidas y programas limitados para sus necesidades”, nos explica Williams.

Según la organización Human Rights Watch, el 16 de diciembre de 2015 las autoridades jordanas detuvieron a alrededor de 800 hombres, mujeres y niños sudaneses que participaban en la protesta de un mes de duración. Obligados a embarcar en los aviones, cientos de ellos fueron deportados de vuelta a Sudán.

Cuando se estaban llevando a cabo las deportaciones, un portavoz del Gobierno jordano declaró ante la prensa que los deportados estaban en Jordania ilegalmente porque habían entrado al país bajo el pretexto de recibir tratamientos médicos. Dicha alegación fue desestimada por el ACNUR, ya que la mayoría de los manifestantes estaban registrados como solicitantes de asilo o refugiados y el modo en que un individuo entra a un país no invalida su solicitud de asilo.

“Cuando se estaban llevando a cabo las deportaciones, mucha gente contactó con nosotros”, afirma Williams. “Muchos de ellos eran extranjeros que trabajaban con ONG, pero también jordanos que no podían creer lo que estaba sucediendo y que consideraban que las deportaciones eran en esencia contrarias a lo que solían defender las tradiciones jordanas”.

Aunque no firmó la Conveción sobre el Estatus de los Refugiados de 1951, Jordania está obligada por el principio de no devolución del Derecho internacional, que prohíbe a los gobiernos devolver a personas a lugares donde corren el riesgo de ser perseguidos o sometidos a un trato inhumano.

Un grupo de aproximadamente 35 voluntarios empezó a reunirse con refugiados sudaneses que estaban tan asustados que no se atrevían de salir de sus casas en Amán después de las deportaciones. Les llevaron comida, ropa de invierno y mantas y se sentaron con ellos a escuchar sus historias.

“A medida que nuestro grupo de voluntarios empezó a aceptar más y más casos, empezamos a reconocer patrones en los problemas a los que se enfrentan y en las necesidades de la comunidad. Descubrimos quién necesitaba comida, quién había sido acosado, quién había abandonado sus estudios debido al acoso, quién necesitaba terapia o asesoramiento”, nos cuenta Williams. Él fue uno de los voluntarios que coordinó los esfuerzos para ayudar a los sudaneses que seguían en Jordania.

“Empezamos a remitir a gente a los servicios de ayuda y asesoramiento de otras organizaciones”, explica Williams. Esta iniciativa de base creció hasta convertirse en una organización sin ánimo de lucro que se dedicaba a ayudar a los refugiados marginados en Jordania.

Sawiyan, que significa ‘juntarse o fomentar la comunidad y la igualdad’, defiende a los refugiados africanos en Jordania. “Nuestro objetivo es la inclusión social, romper los estereotipos, promover una mayor capacidad de la comunidad de acogida para abordar los asuntos más acuciantes y brindar asistencia a los que la necesitan”, declara Williams.

Los proyectos de esta organización animan a los sudaneses y a los jordanos a reunirse y compartir sus experiencias. Asimismo, Sawiyan firmó un acuerdo de colaboración con 7Hills, un parque de patinaje que se convirtió en un lugar donde los jordanos y los diferentes grupos de refugiados se pueden reunir.

“Se habla mucho de los sirios, pero también hay muchos refugiados sudaneses, somalíes y yemeníes en Jordania. Queríamos crear un proyecto que les incluyera a todos”, revela Mohammed Zakaria, el fundador del parque de patinaje.

A través de la microfinanciación colectiva, los voluntarios jordanos y extranjeros recaudaron más de 20.000 dólares USD (unos 17.600 euros) para construir el parque. En 2016, 7Hills inició un programa para jóvenes refugiados y permitió que el parque de patinaje se convirtiera en un espacio seguro para los jóvenes africanos, pero también en un lugar donde las familias pudieran reunirse para hacer picnics. Poco a poco, este espacio está empezando a cambiar el modo en que los jóvenes jordanos interactuan con los refugiados africanos.

“Hay mucha discriminación en Amán. Este es uno de los pocos lugares donde todo el mundo es bienvenido, siempre y cuando respeten al resto de las personas”, nos cuenta Zakaria.

Con la ayuda de los voluntarios, los niños sudaneses con cascos aprenden a mantener el equilibrio en los monopatines. A menudo se caen, pero rápidamente vuelven a ponerse de pie.

Este artículo ha sido traducido del inglés.

*El apellido de Abdul, como el de todos los refugiados citados en este artículo, se ha eliminado por motivos de seguridad.