Un memorial pone los puntos sobre las íes al recordar la historia trágica de Ota Benga

Un memorial pone los puntos sobre las íes al recordar la historia trágica de Ota Benga

On 16 September 2017 in Lynchburg, Virginia, a memorial plaque was dedicated to Ota Benga, a man brought to the United States from what is now the Democratic Republic of Congo in 1904 and exhibited in the Bronx Zoo.

(Ann van de Graaf)

Dos placas conmemoran la trágica estancia en Estados Unidos de un migrante originario del Congo del rey Leopoldo. La primera se colocó en el exterior del recinto para primates del zoológico del Bronx en la ciudad de Nueva York en un día de otoño de 1906:

“El pigmeo africano Ota Benga. Edad: 23 años. Altura: 1,50 metros. Peso: 46 kilogramos. Trasladado del río Kasai (Estado Libre del Congo, África central del Sur) por el Dr. Samuel P. Verner. Exhibido todas las tardes durante el mes de septiembre”.

Para satisfacer su propio ego, Verner mintió asegurando que había rescatado a Benga de los caníbales o que era un salvaje al que había que civilizar. Estas falsedades y omisiones de la historia oficial suelen revelar la renuencia de Estados Unidos a hacer frente al racismo y sus consecuencias.

La segunda placa pretende honrar la memoria de Benga. Varias semanas después de que los supremacistas blancos violentos utilizaran los planes para derribar los monumentos dedicados a los héroes que lucharon por el Sur en la Guerra Civil Estadounidense con fines políticos, ciudadanos de todos los orígenes étnicos en otra zona del estado de Virginia erigieron un monumento conmemorativo en honor a Benga en la localidad que este eligió para suicidarse. La ceremonia de inauguración fue sencilla y su placa conmemorativa es muy simple si se compara con las imponentes estatuas de la Guerra Civil Estadounidense diseminadas por todo el país. Sin embargo, el momento era muy significativo.

La placa conmemorativa de Lynchburg reza:

“Mbye Otabenga, más conocido como Ota Benga, nació en la actual República Democrática del Congo. En 1904, el reverendo Samuel P. Verner, aventurero y antiguo misionero presbiteriano, trasladó a Benga y a otros ocho congoleños supuestamente ‘pigmeos’ a Estados Unidos para exhibirlos en la Exposición Universal de Saint Louis. Dos años más tarde, el zoológico del Bronx en Nueva York exhibió a Benga en su ‘Recinto para primates’ junto a un orangután”.

“Los pastores afroamericanos indignados consiguieron sacarle del zoológico y le hospedaron en un orfanato de Brooklyn. En 1910, Benga fue trasladado a Lynchburg para asistir a la Universidad y Seminario Teológico de Virginia. Deprimido por no poder regresar a África, se suicidó en 1916”.

La lucha por la memoria histórica

La escritora y periodista Pamela Newkirk, que ayudó a redactar la placa de Lynchburg, publicó en 2015 el libro Spectacle: The Astonishing Life of Ota Benga, en el que nos recuerda que mientras se exhibía a Benga en Nueva York, los restos de Sara Baartman (una mujer de la etnia khoikhoi procedente de la actual Sudáfrica a la que exhibieron en Londres y París entre 1810 y 1815) estaban expuestos en el parisino Musee de l’Homme. La mentalidad que hizo posible el que occidentales que se consideraban superiores exotizaran a seres humanos fue la responsible de la aparición de “zoológicos humanos” en lugares como Hamburgo, Milán y Bruselas en el siglo XIX y principios del XX.

Benga formó parte de una ambiciosa muestra etnográfica en la Exposición Universal de Saint Louis en la que también incluyeron a compatriotas congoleños, ainu de Japón, patagones, filipinos e incluso al jefe apache derrotado Gerónimo. Al menos en Saint Louis Benga compartió la humillación con otros hombres y mujeres. Al colocarle junto a un orangután en Nueva York, el zoológico del Bronx cuestionaba su humanidad.

Newkirk, profesora de la Universidad de Nueva York, acudió a Lynchburg para la inauguración de la placa en honor a Benga y participó en una ceremonia donde hubo música, rezos y discursos de la alcaldesa de Lynchburg Joan Foster; James E. Coleman Jr., director del doctorado en ministerio del seminario donde Benga estudió durante un breve período (actual Universidad de Virginia en Lynchburg); y François Nkuna Balumuene, embajador del Congo en Estados Unidos.

“Un grupo variado y multirracial de ciudadanos consiguió esta placa porque cree que es importante recordar este episodio no solo para su historia, sino para la historia de Estados Unidos”, explicó Newkirk a Equal Times. “Casi es lo que necesitamos oír en esta época oscura”.

Ngimbi Kalumvueziko, un científico político congoleño que vive en EE.UU., se desplazó desde la zona de Washington D.C. para la ceremonia en Lynchburg. “Tenemos la obligación de recordar y luchar contra el racismo, la injusticia y la intolerancia”, afirmó Kalumvueziko, cuyo libro Le pygmée congolais exposé dans un zoo américain: Sur les traces d’Ota Benga se publicó en 2011. “Cuando sacamos a la luz estas historias, estamos dando pasos para asegurarnos de que esas cosas no vuelvan a suceder”.

El interés que muestran los forasteros es uno de los motivos por los que la artista y activista por los derechos civiles Ann van de Graaf (que vive en Lynchburg desde hace décadas) luchó para que los funcionarios del estado colocaran una placa en honor a Benga. Al igual que Benga, Van de Graaf es una inmigrante nacida en África (en la actual Tanzania), de madre surafricana y padre inglés. Conoció a su marido, un ingeniero electrónico, en los Países Bajos y vivió en Beirut antes de mudarse a Lynchburg en 1959 por motivos laborales. Esta cosmopolita pareja también hubiera llamado la atención, incluso si no se hubiera opuesto con tanta firmeza al racismo institucional del sur de Estados Unidos conocido como régimen de Jim Crow.

“Los afroamericanos [en Lynchburg] conocían a los blancos. Trabajaban en sus casas. Pero los blancos no sabían nada sobre la comunidad negra”, explica Van de Graaf, que es blanca. Por eso mismo se dedicó a concienciar a los estadounidenses blancos sobre las aportaciones de sus vecinos negros, incluyendo lo que estos hicieron por Benga.

Van de Graaf formó parte del consejo de administración de la Universidad de Virginia en Lynchburg, fundada en 1886 para educar a la población afroamericana. Asimismo, fue la guía oficial de un académico congoleño que se puso en contacto con la universidad en 2005 para buscar información sobre Benga.

El académico, Dibinga wa Said, pidió a Van de Graaf que le ayudara a organizar una conferencia internacional sobre Benga. La conferencia, que también pretendía crear conciencia sobre la lucha de los actuales cazadores y recolectores indígenas que son discriminados en África central, se celebró en Lynchburg en 2007.

Gente de todo el mundo interesada en Benga seguía visitando la población y a menudo preguntaba sobre su tumba. Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta dónde le enterraron en Lynchburg. “Quizá este podría ser un lugar de peregrinación”, propone Van de Graaf mientras señala el lugar que eligió para el monumento.

Samaritanos contra oportunistas

La placa de Benga está situada en el lugar donde se erigía el hogar del reverendo Gregory Willis Hayes, que nació esclavo y llegó a convertirse en presidente de la Universidad y Seminario Teológico de Virginia y en un sólido defensor nacional de los derechos y oportunidades para los afroamericanos.

Obviamente, Hayes ofreció un refugio a Benga, cuya trágica situación en el zoológico había indignado a los afroamericanos de todo el país gracias a las redes académicas, periodísticas y eclesiales. Hayes falleció de forma inesperada después de que Benga visitara el campus en 1906. Cuando Benga regresó en 1910, la viuda y los hijos de Hayes le hospedaron en su hogar, que fue demolido hace pocos años.

La vida de Benga en Lynchburg está documentada en obras como Ota Benga Under My Mother’s Roof, un poema largo escrito por una mujer que nació de la unión entre la viuda de Hayes y su segundo marido. Carrie Allen McCray, que tenía tres años cuando Benga llegó a vivir con su familia, escribió que su hermanastro Hunter le contaba historias sobre el congoleño. Hunter Hayes consideraba a Benga como una figura paterna que “sabía más sobre lo que significa la humanidad que el misionero que le trajo aquí”.

Verner viajó al Congo por primera vez en 1895 como pastor y misionero presbiteriano. Regresó a Estados Unidos en 1899 con un verdadero tesoro de objetos y piezas de arte para vender e historias que darían vida a sus escritos. Se presentaba como un científico y convenció a los organizadores de la Exposición Universal de Saint Louis de 1904 de que le financiaran para regresar al Congo en busca de “algunos pigmeos africanos y otros especímenes antropológicos”.

El rey belga Leopoldo II había ganado una fortuna explotando la región mediante el trabajo forzoso y la represión violenta de cualquier rebelión. Aunque otros misioneros denunciaron al régimen, bajo el cual murieron millones de congoleños, Verner colaboró con el monarca para intentar conseguir riquezas y labrarse una buena reputación.

Es posible que Benga fuera el único superviviente de una incursión en su pueblo de la Fuerza Pública del rey. O quizá fue capturado por traficantes de seres humanos. Phillips Verner Bradford, el nieto de Verner, fue uno de los autores de un libro publicado en 1992 en el que asegura que el misionero convertido en explotador empezó pronto a “inventarse” su primer encuentro con Benga.

En Estados Unidos, los visitantes blancos de la exposición universal y el zoológico se burlaban de Benga. Durante los 20 días que estuvo en el zoológico del Bronx a veces le persiguieron grupos hostiles. Newkirk, que analizó correspondencia, periódicos y publicaciones científicas para reconstruir la experiencia de Benga para su libro, también hizo hincapié en el trauma que sufrió el congoleño y pidió a sus lectores que reflexionaran sobre cómo la vergüenza y la humillación de ser exhibido pudieron haber desmoralizado a un hombre que probablemente fuera testigo del asesinato, esclavización, violación y mutilación de su pueblo bajo el régimen del rey Leopoldo.

Después de que le rescataran del zoológico y ya una vez en Lynchburg, Benga asistió a clases de primaria durante varios años y luego pasó a trabajar en una fábrica de tabaco. También le acogieron y aceptaron Hunter Hayes y otros jóvenes afroamericanos.

“Con sus jóvenes compañeros, Benga podía rememorar de un modo desinhibido la vida perdida que añoraba y retirarse a los bosques que le recordaban a su hogar”, escribió Newkirk.

Allen McCray, la poetisa de Lynchburg, nos presenta a Benga como un personaje solitario que vive “donde nadie sabe su nombre”. Se pregunta por qué los adultos no buscaron un modo de mandarle de vuelta al Congo. Quizá no le escucharon atentamente cuando cantó un salmo espiritual que rezaba: “Sé que volveré a casa”.

El 19 de marzo de 1916, los jóvenes amigos de Benga le vieron recoger madera para hacer una hoguera y luego bailar y cantar alrededor de la misma. Cuando los chicos se fueron a casa a dormir, Benga se disparó en el corazón. Newkirk encontró un artículo en el Boletín de la Sociedad Zoológica en el que Verner, que no había visto a Benga durante años, comparó su muerte con la de Skeletu, uno de los compañeros de David Livingstone que saltó de un barco mientras viajaba con el explorador. Skeletu, según Verner, “al parecer sufrió una demencia repentina ante las maravillas de la civilización…”.

Enfrentarse a la historia

La añoranza de un pasado mítico a veces puede dejar a la gente sin preparación para afrontar las tensiones raciales reales del presente. La escritora Newkirk asegura que el vínculo entre los supremacistas blancos que enjaularon a Benga en el siglo XIX y sus actuales herederos está claro. “Todavía estamos luchando contra esas tendencias de considerar a los africanos y sus descendientes como inferiores”, explicó Newkirk a Equal Times. “Todavía tenemos que enfrentarnos a eso. Esas ideas siguen presentes”.

“Tenemos que enfrentarnos a la verdad de lo que ocurrió”, añadió. “Muchos estadounidenses blancos no quieren enfrentarse a esta historia. Y hasta que no lo hagamos tendremos que soportar este ciclo continuo de disturbios raciales”.

Van de Graaf y los que le ayudaron a conseguir el monumento en honor a Benga no son los únicos que intentan contar una historia común más cercana a la realidad.

En septiembre, varios días después de la ceremonia en honor a Benga, una multitud se reunió cerca del ayuntamiento de Filadelfia para inaugurar una estatua de Octavius Valentine Catto, un maestro afroamericano y activista de los derechos del voto que fue asesinado en 1871 por un estadounidense de origen irlandés durante unos disturbios que se desencadenaron después de que el estado de Pennsylvania ratificara la décimoquinta enmienda que otorgaba el sufragio a los afroamericanos.

Un mes después, unos padres en el estado de Mississippi votaron a favor de quitar el nombre del presidente de los Estados Confederados secesionistas Jefferson Davis de la escuela pública mayoritariamente afroamericana a la que acuden sus hijos y de darle el nombre del presidente Barack Obama.

En el estado de Virginia, los legisladores e historiadores llegaron a la conclusión de que Nat Turner, el líder de una revuelta de esclavos con víctimas mortales acaecida en el siglo XIX, sería uno de los homenajeados en el proyecto de monumento en contra de la esclavitud.

“Parece que ahora nos encontramos en pleno proceso de sanación”, declaró Van de Graaf. Asimismo, duda que lo que denomina “estallidos” de los supremacistas blancos supongan un obstáculo para el progreso hacia una sociedad multirracial en la que todos los ciudadanos sean tratados por igual.