Una doble crisis de empleo, en sus países y en el extranjero, acecha a los trabajadores migrantes del Asia meridional

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En febrero de 2020, PK Valsala, una mujer soltera de 45 años procedente de Kerala, en el sur de la India, se marchó a Omán para empezar a trabajar como empleada del hogar. Su empleador omaní la envió a la isla de Kish, en Irán, para que cambiara su visado de turista por uno de trabajo. Aterrizó el 22 de febrero y tenía previsto regresar a Omán el 26 de febrero.

“Pensaba que podría cambiar mi visado y volver a entrar en Omán en menos de una semana”, explica. Pero entonces irrumpió el coronavirus. “Al día siguiente, Omán cerró sus fronteras aéreas, y después Irán hizo lo mismo”.

Al principio no se alarmó demasiado. “Mi empleador me llamó y me dijo que no me preocupara. Envío algo de dinero al hotel donde me estaba hospedando, suficiente para cubrir mis gastos durante un par de semanas. Me dijo que todo se arreglaría en ese tiempo”. Pero no fue así.

Valsala se quedó 142 días bloqueada en la isla de Kish, una popular localidad turística en el Golfo Pérsico. Tuvo dificultades para conseguir comida e incluso terminaron por echarla del hotel donde se alojaba porque ni ella ni su empleador podían pagar los gastos de la habitación.

Afortunadamente, varias organizaciones sociales de Omán la ayudaron y finalmente pudo ser repatriada a la India en julio, junto con 700 pescadores indios que también se habían quedado bloqueados en la costa iraní en un barco de la Marina india.

Al regresar a la India, Valsala, que ya había trabajado en Arabia Saudí y Kuwait, pensó que podría regresar a Omán para trabajar, pero su empleador no consiguió volver a contratarla. Se calcula que antes del coronavirus había 23 millones de trabajadores migrantes en la región del Golfo.

El doble impacto de la pandemia del coronavirus y de la caída de los precios del petróleo llevaron al FMI a predecir que las economías de Bahréin, Kuwait, Qatar, Omán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (conocidos en su conjunto como el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, o CCG) sufrirían en 2020 una enorme contracción del 7,1%.

El de Valsala fue uno de los ocho millones de puestos de trabajo (es decir, el 13,2% de las horas de trabajo) que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que se perdieron en toda la región árabe durante el segundo trimestre de 2020.

“Muchos [trabajadores migrantes] se han visto confinados en dormitorios atestados en unas condiciones pésimas, se han quedado sin trabajo o sin sueldo, han sido obligados por los empleadores a tomarse permisos no retribuidos o a aceptar una reducción salarial, o bien han sido repatriados a su país con pocas o ninguna opción de trabajo alternativo”, afirma el Institute for Human Rights and Business respecto a los trabajadores migrantes que han conseguido quedarse en los países donde viven y trabajan.

Disminuye la emigración

Para los que se han visto obligados a volver a su país o que no han podido salir de su país de origen para empezar un nuevo trabajo en el extranjero, la situación ha sido desigual. Todavía no hay datos concluyentes sobre las repercusiones del coronavirus en la migración laboral en el sur de Asía (uno de los mayores núcleos de mano de obra migrante a escala mundial), pero las escasas estadísticas disponibles dibujan un panorama desolador.

Tanto la India como Bangladés, dos de los principales países emisores de la región, fueron testigos de un colosal descenso de la emigración en 2020. Según eMigrate, un canal creado por el Gobierno indio para garantizar una migración justa, 368.043 personas emigraron al extranjero en 2019 a través de dicho canal, mientras que en 2020 la cifra fue de apenas 88.694, lo que representa una disminución del 75%.

Al mismo tiempo, los datos oficiales de la Oficina de Recursos Humanos, Empleo y Formación de Bangladés revela una disminución del 74% en la emigración en 2020 (181.218 personas) en comparación con 2019 (700.159 personas).

La situación económica en Omán obligó a Valsala a buscar trabajo en Kerala, su estado natal. En septiembre consiguió un trabajo de 10 horas diarias por 245 dólares estadounidenses al mes, unos 100 dólares menos de lo que habría ganado en Omán. Además, la agencia de contratación le cobraba una comisión de 40 dólares mensuales. “La agencia nos explota y ni siquiera nos permite tomarnos una baja por enfermedad. Además, debido a las restricciones de la covid-19, resulta bastante arriesgado ir a casas desconocidas, quedarse allí y hacer el trabajo. Así que en noviembre lo dejé”, cuenta Valsala a Equal Times.

Está intentando a toda costa volver al Golfo. “Pero de momento no hay mucho trabajo allí. Y aunque lo haya, los sueldos son demasiado bajos. En febrero me ofrecieron 320 dólares por un trabajo en el Golfo. Ahora los agentes me dicen que solo ganaré 200 dólares”, se lamenta.

Moazzem Hossain es un trabajador bangladesí de 33 años que perdió su trabajo de albañil en Arabia Saudí el año pasado. Aunque fue enviado de vuelta a Bangladés debido a la crisis económica, también está intentando regresar al Golfo.

“Ahora trabajo en la construcción en Daca. Solo me pagan 170 dólares al mes y con eso tengo que mantener a los seis miembros de mi familia de. Es difícil sobrevivir. En Arabia Saudí conseguía ganar cerca de 350 dólares al mes”, explica Hossain a Equal Times.

“Me he puesto en contacto con un agente de Daca que me dice que las oportunidades de trabajo son actualmente demasiado escasas en el Golfo Pérsico”. Además está pidiendo una comisión de contratación más elevada. “Cuando fui en 2017, pagué 1.700 dólares de comisión. Ahora tendría que pagar 2.000 dólares”. Pero Hussain dice estar dispuesto a pagar la diferencia si eso le permite conseguir un trabajo en el extranjero.

Desarrollar un mejor proceso de contratación

A la pregunta de si es probable que el descenso de la migración se prolongue en el futuro próximo, Shabari Nair, especialista en migración laboral de la OIT para el sur de Asia, señala que es demasiado pronto para saberlo. Aunque constata una reanudación gradual de la contratación de extranjeros en determinados países de destino, Nair afirma que “sería mejor evaluar esta situación en función de la demanda de los países de destino, de los sectores específicos que necesitan a estos trabajadores y de las competencias que los trabajadores poseen”.

Él espera que los Gobiernos y los empleadores aprovechen la interrupción provocada por la pandemia como una oportunidad para desarrollar un mejor proceso de contratación de trabajadores migrantes que garantice la protección de los trabajadores desde el principio. Nair también predice que podría haber ciertos cambios en los sectores donde se encuentra la mayor parte de las vacantes. “Los trabajadores de la sanidad, por ejemplo, pueden estar muy demandados”, señala, añadiendo que los Gobiernos emisores también pueden empezar a buscar nuevos corredores de migración en África y Europa.

Al igual que en muchos países de ingresos bajos y medios, las remesas de los trabajadores migrantes desempeñan un papel importante en los países del sur de Asia: en India las remesas representan el 3% del PIB, mientras que en Nepal alcanzan el 27%.

Se predijo que la recesión económica provocada por la pandemia podría tener enormes repercusiones en el dinero que envían a casa los trabajadores en el extranjero, y en un informe de octubre de 2020 del Banco Mundial se calcula que las remesas en el sur de Asia se reducirán de 135.000 millones de dólares en 2020 a 120.000 millones en 2021.

Sin embargo, Nair afirma que el impacto de la covid-19 en las remesas mundiales no está todavía claro, puesto que algunos países del Asia meridional han informado que las cifras de las remesas procedentes del extranjero están superando las expectativas.

Shakirul Islam, presidente fundador de Ovibashi Karmi Unnayan Program, una organización comunitaria de migrantes con sede en Daca (Bangladés), también está evaluando detenidamente la situación. Explica a Equal Times que la investigación realizada por su organización con trabajadores migrantes potenciales y retornados (que se vieron obligados a volver durante la pandemia) muestra que más del 72% de ellos (de un total de 398 personas) sigue esperando a que la situación mejore antes de volver al extranjero.

Pero eso es una bomba de relojería económica, advierte. “Por el momento estos trabajadores no están consiguiendo buenos trabajos... Si la situación no mejora en un año, todos los países asiáticos que normalmente envían migrantes se van a enfrentar a una situación muy complicada. No debemos olvidar que, de momento, en los países de origen no hay trabajo. Si estas personas tampoco pueden trabajar en los países de destino, entonces todo va a ser un problema”.