Una UE con ventajas que deben ser más y mejores

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El referéndum celebrado en el Reino Unido sobre su permanencia en la Unión Europea (UE) ha tenido muchos defectos y, al menos, una virtud: mostrar a las claras, como nunca se había hecho en ese país, las ventajas de pertenecer a la Europa Unida.

No es poco si tenemos en cuenta que ese mensaje está siendo escuchado con atención al otro lado del canal por unas opiniones públicas que, durante los últimos años, han recibido continuas señales en sentido contrario al hilo de la crisis económica y del crecimiento de todo tipo de movimientos populistas antieuropeos.

La primera ventaja es crucial: no quedarse aislado. En un mundo en el que la globalización se expande sin un gobierno transnacional digno de tal nombre –ni el G-8, ni el G-20 ni, por supuesto, las Naciones Unidas lo son–, poder afrontar los grandes problemas de nuestro tiempo en compañía de otros países similares por historia, geografía, cultura, política –la democracia y el respeto de los derechos humanos como el incuestionable modelo europeo de convivencia–, economía y sociedad es una ventaja fundamental.

Imaginemos que cada uno de los miembros de la UE tuviera que negociar acuerdos internacionales de comercio: sin duda, sería más débil.

La segunda ventaja es la del crecimiento que por sí mismo aporta el mercado único, incluso aunque no esté culminado al cien por cien. Sin la libre circulación de mercancías, capitales, servicios y personas existente en el mismo, el desarrollo económico de los miembros de la Unión hubiera sido mucho más lento, con consecuencias directas para el empleo.

La tercera ventaja es la de poder cobrar, pagar y ahorrar en una moneda única –el euro– que es una de las principales divisas internacionales y que disfruta de una indudable fortaleza. No olvidemos, en ese sentido, que pertenecer a la Unión Económica y Monetaria es tanto un derecho como una obligación de todos los estados miembros de la UE, a no ser que hayan obtenido una excepción explícita (como es el caso del Reino Unido y de Dinamarca). Para los miembros de la Eurozona, el Banco Central Europeo es un agente clave frente a la inestabilidad económica y financiera y la recesión, como demuestran día a día sus actuaciones.

La cuarta ventaja es la de la cohesión económica, social y territorial que acompaña al mercado único desde el Tratado de Maastricht: miles de proyectos que han aportado un sensible valor añadido en el campo de las infraestructuras de transporte, el medio ambiente, la regeneración urbana y la formación profesional hubieran sido imposibles, lo que hubiera perjudicado notablemente la calidad de vida de los países menos pudientes de la Unión.

La quinta ventaja es la de ser sujetos de una incipiente Europa social destinada a favorecer los derechos de los trabajadores, fomentar sus derechos (como los de la negociación colectiva europea) y prevenir cualquier tipo de discriminación por razón de género, orientación sexual, edad, origen, raza, creencias o discapacidad física o psíquica.

La sexta ventaja es la garantía que ofrecen las políticas comunitarias en ámbitos tales como la agricultura, la protección del medio ambiente, la seguridad alimentaria y, en general, los derechos de los consumidores. Como ciudadanos, hoy tenemos la certeza de que la UE es capaz por sí misma de asegurar sus suministros alimentarios gracias a la PAC –en la que, sin embargo, muchas cosas pueden y deben ser mejoradas; de que los niveles de contaminación ambiental o acústica en las ciudades no pueden sobrepasar niveles determinados independientemente del grado de compromiso de la administración local correspondiente; de que lo que comemos o bebemos responde a una estricta trazabilidad que previene cualquier riesgo para nuestra salud; o de que, si una línea aérea practica una sobreventa o uno de sus aviones sufre un retraso injustificado seremos indemnizados debidamente.

La séptima ventaja es la de beneficiarnos del apoyo y el impulso a la investigación que lleva a cabo la UE a través de su presupuesto en terrenos que nos afectan tan directamente como la investigación sobre el cáncer y otras enfermedades de relevancia. Muchos proyectos son viables y están en marcha gracias al dinero comunitario, porque la iniciativa nacional de carácter público o privado no hubiera podido financiarlos.

La octava ventaja es la de ser ciudadanos europeos, con todo lo que ello implica: desde el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo o en las municipales de nuestro país de residencia, aunque no seamos nacionales del mismo, hasta el derecho de petición ante la Eurocámara, la cobertura por el Defensor del Pueblo Europeo frente a actuaciones inadecuadas de la administración europea o la protección consular. Una ciudadanía, además, que valora alta y justamente la excelencia de programas como el Erasmus, del que ya han sido protagonistas decenas de miles de jóvenes de los países miembros de la Unión.

No cabe duda de que la actual UE no es perfecta y tampoco cuenta con las políticas y los recursos suficientes para responder a las legítimas demandas de la ciudadanía europea. Pero para mejorarla es preciso estar dentro de ella y trabajar para conseguirlo a través de grandes acuerdos europeístas transversales de países, instituciones, familias políticas y sociales y entidades ciudadanas.

En ese sentido, la culminación de la unión política europea requiere de grandes pasos en dos terrenos esenciales que, una vez dados, serán percibidos nítidamente como mejoras en su calidad de vida por los ciudadanos:

* - el primero, el perfeccionamiento de la unión económica y monetaria, a través de un Tesoro Europeo con recursos suficientes para un presupuesto que a día de hoy se ha quedado pequeño si se quiere influir en el ciclo; una mutualización de la deuda pública a través de la emisión de eurobonos y una armonización fiscal que evite el dumping en ese terreno. Esos útiles, junto con el abandono de la austeridad por la austeridad como política única y el paso a otra orientada al crecimiento y el empleo, son imprescindibles para el futuro a corto y medio plazo;

* - el segundo, la edificación de una verdadera Europa social que evite el dumping en condiciones laborales y de remuneración y cuente, para ello y otros fines, con herramientas como un salario mínimo europeo y una prestación europea complementaria de desempleo que, además de ser algo solidario, alivie el peso de la deuda en los países más golpeados por la crisis, haciendo posible afrontar con garantías los choques asimétricos de futuras coyunturas de recesión o estancamiento.

Recuperar el apoyo de los trabajadores europeos a la UE, que siempre ha contado con el concurso activo de las centrales sindicales representativas en todos los avances registrados durante seis décadas, es esencial para fortalecer el proyecto comunitario y responder con argumentos y hechos a los populistas que desean disolver la mejor obra colectiva de la historia de nuestro continente.

This article has been translated from Spanish.