A diferencia de Putin, los pensionistas rusos no tienen nada que celebrar

 

El 7 de octubre, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, cumplió 60 años. Por fin podía recibir su pensión del estado.

Sin embargo casi ningún ruso calificaría a Putin de pensionista. Y no solo por su imagen de macho.

En Rusia la mayoría de los pensionistas se asocian con la pobreza y el aislamiento; sin duda no se pueden permitir el tipo de lujosos relojes de pulsera que forman parte de la colección de Putin (dicha colección tiene un valor de 700.000 US$).

A decir verdad, en la Rusia post-soviética hay muy poco que un pensionista medio pueda permitirse.

“Es un modelo cruel para envejecer”, afirma Eduard Kariukhin, un gerontólogo que también dirige Kind Deed, una organización benéfica que ayuda a los ancianos.

“Este sistema está diseñado para aislarles de cualquier recurso de ayuda”, denunció en una entrevista con Equal Times.

La pensión media de jubilación asciende oficialmente a 9.800 rublos (315 US$) al mes, aunque en muchas regiones casi ni llega a los 6.000 rublos (193 US$).

Sin embargo, los veteranos de las fuerzas armadas, en especial los que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial, reciben una pensión superior a la media.

El año pasado, el número de pensionistas en Rusia alcanzó un récord histórico: más de 40 millones.

Con aproximadamente 140 millones de ciudadanos, constituye una considerable proporción de la población rusa y se espera que siga aumentando.

Sin embargo, muchos pensionistas se tienen que enfrentar a unas penosas condiciones.

Por ejemplo, según Kariukhin, los pensionistas no tienen acceso a la asistencia médica a menos que vayan ellos mismos a un hospital y hagan cola durante varias horas.

Muchos de ellos también viven por debajo del umbral de la pobreza, por lo que no pueden permitirse frutas o verduras frescas, medicinas ni ropa.

A sus 84 años, Galina Fiodorova es una de estos pensionistas. Aunque ha criado a varios hijos, se ve obligada a mendigar para sobrevivir cerca de la estación de trenes de Belorusskaya, en el centro de Moscú.

“Mis hijos no trabajan y mi pensión no basta para mantenernos a todos”, murmuró mientras agarraba las monedas con sus pequeñas manos atrofiadas.

“Tengo que pagar 2.500 rublos (aproximadamente 80 US$) mensuales por el piso y no hacen descuentos a pensionistas”, se quejó Galina tras añadir que era diabética.

Costurera de profesión, trabajó durante 48 años en la fábrica de Vympel y le concedieron la honorable medalla soviética de “Veterana del Trabajo”.

Su marido también trabajaba en una fábrica y murió de cáncer de garganta hace unos 20 años. Ninguno de sus hijos trabaja.

Por todo Moscú se pueden ver ancianos como Galina, mendigando o vendiendo calcetines de lana hechos a mano, agrupados alrededor de iglesias y céntricas estaciones de metro.

Sin embargo, a pesar de su desesperada situación, de hecho el apoyo financiero a los pensionistas rusos ha mejorado enormemente en los últimos años.

En 1999, la pensión media era de solo 750 rublos (una cantidad entre 33 y 36 US$ si se tiene en cuenta el tipo de cambio de dicho año).

Durante los dos anteriores mandatos presidenciales de Putin, las pensiones aumentaron rápidamente, pero también lo hizo el coste de la vida.

“Es cierto que la situación es diferente que en la década de 1990, pero ha influido muy poco en sus vidas, ya que los servicios públicos también han aumentado los precios de las medicinas y los servicios médicos”, agregó Kariukhin.

En el período previo a su campaña presidencial de este año, Putin prometió que su Gobierno seguiría aumentando las pensiones estatales.

Sin embargo, todavía no se ha llegado a una decisión unánime en el Gabinete sobre cómo hacer frente al déficit anual de las pensiones, que actualmente asciende a 1,3 billones de rublos (42 mil millones de US$).

En numerosas ocasiones, los analistas han insistido en que Rusia tendrá que aumentar la edad de jubilación (en la mayoría de los casos fijada en 55 años para las mujeres y 60 años para los hombres) en el futuro para hacer frente a las pérdidas.

Además de a sus dificultades financieras, muchos pensionistas se tienen que enfrentar a problemas generalizados, como la depresión, que frecuentemente tiene como resultado el suicidio.

Casi ningún pensionista es capaz de encontrar trabajo, incluso si así lo deseara. Muchos menos pueden permitirse un descanso y viajar como sus homólogos europeos, por lo que muchos pensionistas viven prácticamente como prisioneros.

En agosto salió a la luz un claro ejemplo de la dura situación de los pensionistas.

En la región de Perm estalló un escándalo cuando unos blogueros escribieron que 19 pensionistas seguían viviendo en una residencia de ancianos aunque estaba cerrada oficialmente desde el 2009.

Ubicada en el recinto de un antiguo colegio, ya no quedan enfermeros/as ni personal médico en la residencia.

Sin embargo, como muchos de los ancianos no tenían dónde ir, se quedaron allí, pagando los servicios públicos y organizando el cuidado de los más vulnerables.

Varios reportajes de los medios locales de comunicación afirmaron que muchos no querían irse por miedo a quedarse solos, ya que esa es la situación a la que tienen que enfrentarse a diario numerosos pensionistas rusos.