De Woolwich y otras tierras

 

“Tenemos que combatirlos”, espetó Michael Adebolajo, al tiempo que blandía un par de ensangrentados cuchillos de carnicero.

“Pedimos perdón porque las mujeres hayan tenido que ver esto hoy, pero en nuestra tierra nuestras mujeres tienen que ver lo mismo... hagan que regresen nuestras tropas para que todos puedan vivir en paz”.

Captado en vídeo por el celular de un peatón, el ahora tristemente célebre discurso, que tuvo lugar cerca del cuartel de la Real Artillería británica en Woolwich, Londres, por un británico de origen nigeriano y aspecto inconstante que dejaba oír un acento del sur de Londres, fue impactante.

No solamente por el asesinato del soldado Lee Rigby que acababa de cometer con su cómplice, Michael Adebowale, sino también por al sentido de desplazamiento que comunicaba su mensaje.

¿Qué quería decir con “nuestra tierra”?

Otro habría sido el sentido si fuera originario del sur de Asia, como tres de los cuatro terroristas del 7/7, ocho años antes (una, Germaine Lindsay, era de ascendencia jamaiquina).

Pese a que también eran británicos, resultaba más fácil hacer rápidas y superficiales conexiones entre sus antecedentes paquistaníes y la Guerra contra el Terror.

A pesar de las alusiones al Islam en la declaración de Adebolajo, resulta un poco más difícil de entender.

Los periodistas se apresuraron a atribuir la violencia de Woolwich a la influencia de Al-Qaeda.

Los musulmanes no están seguros en las sociedades no islámicas, por lo que deben vivir entre los suyos, regidos por la sharia, o ley religiosa, o según su ideología.

Todo lo comprensible que sea esta idea (los atacantes resultaron ser musulmanes) algo faltaba en estos análisis, como si la conexión bastara por sí sola.

Para este periodista, sin embargo, no lo era. Como israelí, de origen europeo (mi familia es de origen ítaloeslava), no pude evitar remitirme al lamento familiar de que nosotros los judíos somos en última instancia los mejores garantes de nuestra propia seguridad, que, para todos los efectos, nuestro bienestar se encuentra dentro de nuestras propias filas, en el Medio Oriente, no en Europa.

Los paralelismos, al imaginar que las utopías minoritarias se dan en otros lugares, son inconfundibles.

Al esbozar estas analogías, no me refiero a confundir el sionismo con Al-Qaeda. Uno es europeo, el otro es del Oriente Medio.

Uno revela los fallos de Europa para garantizar la tolerancia de las minorías, mientras que el otro se ve a sí mismo como una fuerza contra el imperialismo occidental.

Sin embargo, ambos comparten una desconfianza fundamental hacia Occidente, una desconfianza que hunde sus raíces en la dificultad de Europa a aceptar lo que se ha dado en denominar “el Otro”, ya sea en casa o en el extranjero.

En particular, en el caso de los británicos.

De ahí que Adebolajo utilice el término “nuestra tierra”. Si bien se refiere al territorio “musulmán”, lo que quiere decir es un lugar de justicia e igualdad, no un Estado distante gobernado por islamistas hollywoodenses de kefia y kalashnikov en mano que disparan citando el Corán.

Aunque bien puede ser parte de lo que estos individuos tenían en mente, no es eso lo que debemos entrever en sus declaraciones.

Razón por la cual, lo que toca a Al-Qaeda no nos es, en última instancia, de utilidad. Sus conceptos pueden ser un vehículo, pero están apuntando a algo más.

La pregunta es a qué apuntan.

¿De qué otra forma podríamos saber a qué se referían en realidad los atacantes de Woolwich?

Aun cuando provienen de familias de migrantes nigerianos, siguen siendo, no obstante, británicos, no africanos ni tampoco mediorientales. No hay otro lugar al que puedan llamar con toda razón “su casa”.

“Nuestra tierra” también significa el Reino Unido. Un lugar muy real, en el norte de Europa, que no requiere necesariamente retirarse de ningún lugar (metafóricamente hablando), sino más respeto por su creciente diversidad étnica y su carácter cada vez más interreligioso.

Sin embargo, a pesar de ello, muchas minorías británicas se sienten cada vez más hondamente extranjeras.

De ahí la facilidad con que asumen identidades que las marcan como lo más indeseable, aunque sea islamistas violentos.

No es de extrañar que piensen que su destino parece estar en otro lugar. La sociedad británica ha hecho un nimio esfuerzo para que se sientan como en su tierra.