El litio, ¿nuevo oro blanco de la transición energética?

El litio, ¿nuevo oro blanco de la transición energética?

Lithium mining in Salinas Grandes, on national route 52 in the province of Jujuy (Argentina). Eighty-five per cent of the world’s lithium supply found in salt flats, from which it is easiest to extract, is concentrated in the Salar del Hombre Muerto in Argentina, the Salar de Uyuni in Bolivia and the Salar de Atacama in Chile.

(Sub Cooperativa)

Cien segundos después de la gran explosión que conocemos como big bang, en la que tuvo lugar el origen del universo, se formaron parte de los núcleos de litio que hoy están presentes en los salares, en nuestra sangre y en todo el cosmos; fue, junto con el helio y el hidrógeno, uno de los primeros tres elementos químicos que se formaron en el universo, recuerda Martina Gamba en el libro Litio en Sudamérica, de próxima aparición en Argentina.

Hoy, 13.800 millones de años después, el litio está llamado a jugar un lugar central en la llamada transición energética, esa que nos permitirá trascender la actual dependencia de los combustibles fósiles, que no sólo son altamente contaminantes, sino que están próximos a su extinción.

El litio es el elemento químico fundamental en las baterías que utilizan nuestros teléfonos móviles, ordenadores portátiles y tabletas, pero también de las baterías de un nuevo paradigma de electromovilidad, en el que destacan los coches eléctricos. Ahora que los hidrocarburos tienen los días contados, el poder económico admite algo que los ecologistas llevan décadas advirtiendo: que es insostenible un modelo de producción, distribución y consumo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles. Pero, al igual que los hidrocarburos, el litio también es finito.

“El litio es estratégico en un contexto de creciente electrificación de las matrices energéticas y de gran demanda de almacenamiento de energía”, afirma el argentino Bruno Fornillo, doctor en Ciencias Sociales y en Geopolítica y coordinador de los libros Geopolítica del litio y Litio en Sudamérica.

“Se ha consolidado el mercado de los autos eléctricos, con China a la cabeza: China no podía competir con la industria motriz estadounidense o alemana convencional, pero sí puede liderar por esta vía la que es la mayor industria del mundo”, añade el investigador, y recuerda que, gracias a este paradigma energético en ciernes, China espera que entre 2025 y 2030 sus exportaciones –en el sector ligado a las renovables– alcancen un valor de 400.000 millones de dólares UDS (unos 357.000 millones de euros).

En este contexto, el litio se configura como el nuevo “oro blanco”. Y el 85% del litio alojado en salares, donde el mineral es más fácil de extraer, se encuentra en el triángulo compuesto por el Salar del Hombre Muerto, en Argentina; el Salar de Uyuni, en Bolivia y el Salar de Atacama, en Chile.

En cada uno de estos tres países, los Gobiernos están siguiendo estrategias muy diferentes para la explotación del recurso.

En el salar boliviano, el recurso está bajo control estatal a través de la empresa pública Yacimientos Litíferos Bolivianos (YLB); el Gobierno de Evo Morales busca no sólo garantizarse las regalías del litio, sino también “avanzar en la cadena de valor agregado a través del desarrollo de una planta industrial de baterías de litio y potasio”, argumenta Fornillo. Para ello, YLB se ha asociado con la empresa alemana AC System.

En Chile, el litio se considera un recurso estratégico desde tiempos del dictador Augusto Pinochet, que valoró el rol de este mineral en la energía nuclear. Actualmente, dos empresas, SQM y Rockwood, explotan el Salar de Atacama; en la última revisión de esos contratos, el Estado se garantizó un aumento sustancial de las regalías y la provisión local del 25% del litio extraído, a fin de generar en el país andino una economía del litio a través de un modelo de asociaciones empresariales público-privadas. “Se pretende crear una incubadora de empresas, con inversión de las universidades privadas; la idea-fantasía es que puede haber una minería sustentable”, afirma Fornillo.

En Argentina, por último, el modelo es “un desastre total”, asegura este académico. El código minero garantiza a las empresas privadas exenciones impositivas, hasta el punto de que sólo pagan el 3% de lo que declaran extraer. Existen en la actualidad dos proyectos en producción, ubicados en el Salar del Hombre Muerto, en la provincia de Catamarca, y en el Salar de Olaroz, en Jujuy. Pero hay más de 50 proyectos, en diferentes etapas, relacionados con la obtención de litio, según un informe del Servicio Geológico de los Estados Unidos realizado en colaboración con el Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) en 2017.

“El devenir de este sector sirve como indicador de la geopolítica global”, concluye Fornillo. Crucial es, en este sentido, el papel de China: el gigante asiático “es el primer comprador mundial de soja, cobre, petróleo y otras materias primas. Su estrategia es controlar a los formadores de precios, a través del control simultáneo de la oferta y de la demanda; se invierte en la extracción para controlar la oferta del recurso”, explica Ariel Slipak, investigador especializado en China y miembro del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes.

Los impactos para las comunidades locales

En los salares, el litio se acumula en las salmueras, que es la capa que hay debajo de la costra salina, donde se acumulan los minerales. El método de extracción ‘evaporítico’ es el más sencillo tecnológicamente y el más barato, pero, en palabras de Slipak: este método “provoca sequías en las napas, lo que genera desequilibrios hídricos en las regiones afectadas”. Según las investigaciones del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes, la extracción del litio emplea anualmente más de 50.000 millones de litros de agua dulce en Argentina, lo que equivale al consumo anual de una ciudad de 350.000 habitantes.

“Ante la falta de certezas que tenemos sobre la afectación del equilibrio hídrico de los salares, las decisiones para llevar adelante los proyectos deberían basarse plenamente en el principio de precaución”, concluye el investigador Gustavo Romeo. Sus estudios estiman en 4.200 litros de agua por segundo el consumo del sector minero en el Salar de Atacama, en una región donde la cuenca de las aguas del Loa ha sido declarada en riesgo hídrico.

Las comunidades locales ya están sintiendo el impacto del estrés hídrico en sus territorios. A Jujuy llegaron las empresas en 2010 “con la promesa de empleo, progreso y desarrollo”, nos explica Melisa Argento, académica e integrante del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes: “El primer impacto se traduce en división al interior de las comunidades, porque la extracción del litio crea ganadores y perdedores. Hay grupos que rechazan la minería, pero otros creen que les conviene, porque tienen un hotelito o harán el servicio de catering” en una región empobrecida donde el trabajo escasea.

“Las comunidades aseguran que no se les da información que ellos puedan entender. Lo que nosotros vemos es la falta de compromiso por parte de la empresa: no priorizan a los trabajadores locales ni les dan voz a las asambleas”, explica la investigadora. A pesar del escenario de división, emerge un proceso de organización comunitaria. “Las comunidades quieren saber qué químicos se usan para inyectar agua a las salinas, qué pasa con el agua, y qué cantidad de litio y otros minerales se saca”, añade Argento. La mayor preocupación es por el agua: “La pregunta es qué pasará con los ojos de agua de las vegas donde emerge el agua dulce que ellos utilizan para regar los cultivos de los que depende su economía local”.

El pasado febrero, una veintena de comunidades indígenas kolla de la provincia de Jujuy manifestaron, con un corte de carretera, su rechazo a los proyectos litíferos. “El Gobierno jujeño autorizó el estudio de suelos para la futura explotación del litio en las cuencas de la región sin consulta previa, libre e informada a las comunidades, como lo establece el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo”, declaró en aquel momento a la agencia Telam la activista kolla Verónica Chávez. Estas explotaciones “están destruyendo el medioambiente y poniendo en peligro las pocas fuentes de agua que tenemos en esta zona”, añadió Chávez.

Transformar el sistema y no sólo la matriz

Es también cuestionable si la crisis energética y climática a la que nos enfrentamos puede resolverse sustituyendo la quema de combustibles fósiles por energía eléctrica –obtenida, al menos en parte, a través de fuentes renovables como la eólica y la solar– almacenada en baterías de litio. “La pregunta es si está mutando la industria automotriz o el modelo del transporte”, expone el académico Pablo Bertinat, especialista en cuestiones energéticas.

“La legislación europea prevé el abandono de los motores de combustión interna, primero en sustitución por híbridos y después por los eléctricos, pero no está claro si eso va a cambiar el modelo de transporte. Hay 1.200 millones de autos particulares en el mundo; si no cambia esa escala [y resulta que el actual parque automovilístico se sustituye por coches eléctricos, sencillamente] no alcanza el litio”, añade.

La transición energética no requiere únicamente modificar la matriz energética, sino modificar profundamente nuestros hábitos de vida. “Lo que hay que discutir es el sistema de transporte, de lo contrario, el modelo basado en energías no convencionales será tan inviable como lo es el modelo de desarrollo basado en energías fósiles”, subraya Bertinat.

En otras palabras: no hay soluciones fáciles ni simples para los complejos problemas que enfrentamos. La actual crisis civilizatoria requiere colocar en el centro la justicia social, y reconocer que “hay gente que vive en los territorios de los que extraemos los recursos”, sentencia Melisa Argento.

“Se trata de pueblos que nada tienen que ver con la transición energética, porque sus modos de vida no son contaminantes: ellos no tienen por qué tener en la agenda nuestra transición energética, y sin embargo pretendemos que sus cuerpos y territorios sean sacrificados para que nosotros podamos sustentar nuestros niveles de consumo”, concluye la académica.

This article has been translated from Spanish.