El movimiento Slow Food apoya en África el “poderoso acto político” de la agricultura agroecológica

El movimiento Slow Food apoya en África el “poderoso acto político” de la agricultura agroecológica

Although agriculture accounts for about a quarter of Uganda’s GDP, agroecological produce, particularly in the commercial sector, is in the minority. Slow Food Uganda is one of the organisations trying to change that.

(AFP/Isaac Kasamani)

El amaranto rojo, que aporta un refuerzo proteínico a las embarazadas; la planta araña, que podría tener la facultad de inhibir el crecimiento de las células cancerígenas; y el caupí, al parecer eficaz para tratar la diabetes y la hipertensión.

Estos son solo algunos de los productos frescos, como frutas, verduras, lácteos, carne, etc., vendidos por agricultores y ganaderos en un reciente “Mercado de la Tierra” en Nkokonjeru, un núcleo comercial situado al este de Kampala, la capital de Uganda. El mercado semanal (que en el momento de publicar el presente artículo se encuentra suspendido) permite a los agricultores locales vender directamente a los compradores sus productos agroecológicos, en particular aquellos que están en peligro de extinción, que son más raros o autóctonos.

Los Mercados de la Tierra fueron establecidos por todo este país del África oriental gracias a Slow Food, una organización comunitaria mundial que promueve los “alimentos buenos, limpios y justos para todos”. Fundada en 1989, esta red promueve la biodiversidad, el activismo alimentario y la conservación de las tradiciones alimentarias locales, así como el cultivo de productos tradicionales que están desapareciendo lentamente debido a la creciente homogenización de los alimentos. Con sede en Bra, al noroeste de Italia, Slow Food se está extendiendo por toda África, y desde 2011 ha puesto en marcha más de 3.600 huertos.

La impronta de Slow Food en África se consolidó el año pasado, cuando la organización eligió a Edie Mukiibi, agricultor, activista alimentario y agrónomo ugandés, de 36 años de edad, como director de Slow Food a escala mundial.

“Con el nombramiento de un joven agrónomo ugandés para dirigir el movimiento, Slow Food ha querido llamar la atención sobre el continente africano como expresión de las mayores contradicciones y retos medioambientales a los que se enfrenta la humanidad”, explica Mukiibi a Equal Times. Según él, también existe el deseo de “reconocer los logros de la red africana con el nombramiento de un africano al más alto nivel, desplazando así el peso del Norte al Sur”.

Con la grave sequía en el Cuerno de África, la inflación mundial de los precios de los alimentos, la crisis de los cereales provocada por la guerra en Ucrania, las polifacéticas repercusiones del cambio climático, por no mencionar los persistentes efectos de la pandemia de coronavirus, se calcula que el 20% de la población del África subsahariana (cerca de 282 millones de personas) se enfrenta a inseguridad y desnutrición, según el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, lo que supone más del doble que cualquier otra región.

“Estas crisis y conmociones representan una importante advertencia en cuanto a la fragilidad de nuestros sistemas alimentarios”, afirma Mukiibi. “Y cada vez son menos resilientes: la biodiversidad en la alimentación y la agricultura está disminuyendo, la crisis climática se está agravando, mientras que las enfermedades relacionadas con la alimentación se están convirtiendo en epidemias”. La clave para revertir esta situación, y, de hecho, la única manera de modificar radicalmente el sistema alimentario, es la agroecología, insiste Mukiibi, lo que básicamente significa unos sistemas agrícolas y alimentarios sostenibles y socialmente equitativos.

Biodiversidad: la base de un sistema alimentario saludable

Según la última Encuesta Agrícola Anual de Uganda, en 2020 algo más de 7 millones de hogares (lo que representa cerca del 80% del total nacional) cultivaban tierras o criaban ganado. Pero el sector agrícola ugandés se enfrenta a muchos de los retos que afectan a los sistemas alimentarios de todo el mundo.

“Una de nuestras principales tareas es proteger la biodiversidad como base de nuestro sistema alimentario. Numerosas variedades locales de cultivos están desapareciendo, y el uso generalizado de productos químicos está provocando la extinción de muchas especies”, afirma Mukiibi. Según él, el movimiento Slow Food en Uganda está formado por “ugandeses de a pie que se preocupan por el futuro de la alimentación en este país y por la salud de sus ciudadanos, así como por el medio ambiente, amenazado a diario por la expansión de los monocultivos”.

Defienden a “los más afectados por las injustas políticas de semillas, a quienes les arrebatan sus tierras, envenenan sus aguas con la proliferación de explotaciones de aceite de palma en las islas del lago Victoria, sustituyen sus especies alimentarias autóctonas por semillas híbridas de un solo uso controladas por grandes corporaciones, y cuyos hijos corren el riesgo de alimentarse con huevos, pollo y maíz contaminados por aflatoxinas”.

En Uganda, el nuevo Mercado de la Tierra de Nkokonjeru eleva a 5 el número total de mercados de este tipo en el país y a 94 el total mundial. La idea de los mercados surgió de una serie de productores locales que querían ampliar el acceso a sus productos y garantizar la preservación de los conocimientos tradicionales sobre especies alimentarias autóctonas que estaban desapareciendo gradualmente.

Así pues, en Nkokonjeru, los compradores pueden adquirir la fruta de la pasión mirandano, que crece bien en entornos hostiles y es muy resistente a las enfermedades; la antigua variedad kisansa de granos de café; y los plátanos nakitembe, utilizados en el plato básico de Uganda, el matooke, y también como ofrenda ceremonial durante las bodas.

Todos estos alimentos pertenecen al Arca de Sabor, que Slow Food describe como un “catálogo viviente de alimentos deliciosos y distintivos en vías de extinción” que puede consultarse en línea.

Samuel Mwebe, agricultor y padre de cinco hijos, que vive cerca de Nkokonjeru y vende sus productos en el Mercado de la Tierra, empezó ejerciendo de profesor, pero en 2008 lo dejó. “Había más dinero en la agricultura”, afirma. Actualmente gana cerca de 1,5 millones de chelines UGX (aproximadamente 370 euros al mes), bastante más que los 300.000 UGX (cerca de 74 euros) que ganan de media los agricultores locales, según Slow Food Uganda.

El oro verde y el futuro

Un poco más al sur de Uganda, Theresa Bwalya coordina la red de jóvenes Slow Food Youth Network en Zambia, que cuenta con 115 miembros con edades comprendidas entre los 18 y 26 años. El grupo ha trabajado en diversas iniciativas, desde la creación de huertos alimentarios en escuelas, hasta el establecimiento de un banco de semillas para conservar variedades autóctonas de semillas de cultivos.

Los organismos modificados genéticamente (OMG) están prohibidos en Zambia desde hace mucho tiempo, y la agricultura ha sido siempre un pilar de la economía del país. Slow Food colabora con agricultores locales para mejorar la producción de cultivos como el maíz, el sorgo y el mijo. Según Bwalya, en Zambia –donde la agricultura representa alrededor del 20% del PIB y da trabajo a más de la mitad de la población activa del país– el maíz “es como el nuevo oro verde”. “A lo largo de los años, la economía de Zambia ha dependido de las industrias extractivas, de la minería del cobre y otros minerales, pero ahora tenemos la oportunidad de dejar de depender de los minerales y virar hacia la agricultura. Es uno de los motores económicos que, en mi opinión, tiene potencial para impulsar la economía de Zambia”, añade Bwalya.

De cara al futuro, Slow Food quiere crear miles de huertos en escuelas y comunidades africanas para sensibilizar a las generaciones más jóvenes sobre la importancia de la biodiversidad y el acceso a alimentos sanos y frescos. Esto implicará la creación de nuevos Baluartes (comunidades de Slow Food que trabajan para preservar razas de ganado autóctonas, frutas y verduras locales, panes, dulces y mucho más) y de nuevos Mercados de la Tierra. Esperan que estas asociaciones ayuden a los agricultores, pastores y pescadores africanos a organizar actividades educativas en las escuelas, así como a conseguir que las comunidades locales participen activamente en la agroecología, en particular los jóvenes y las mujeres.

Pero no apoyarán el uso de OMG para conseguir nada de esto. Con una población en rápido crecimiento, cada vez son más los países africanos que se están planteando la adopción de los OMG para impulsar la producción de alimentos y abordar la inseguridad alimentaria.

A finales del año pasado, la vecina Kenia aprobó los cultivos transgénicos tras 10 años de prohibición, mientras que Uganda es el país africano con mayor número de cultivos transgénicos en fase de prueba, según la prensa. Pero el presidente de Uganda todavía no ha firmado una ley que autorice los OMG, y, al parecer, varios legisladores están planeando introducir una ley para prohibirlos.

En cuanto a la postura contraria a los transgénicos de Slow Food, Mukiibi afirma que África no debe ser tratada “como un conejillo de Indias para el ensayo de métodos experimentales, ni como un vertedero de tecnologías que han fracasado en otros lugares”. En su opinión, la agroecología y la conservación de la biodiversidad son las “únicas soluciones viables” al cambio climático, a la degradación del medio ambiente y a cualquier intento de “romper con los sistemas de producción imperialistas y extractivos”. Y concluye: “Poner en marcha un huerto agroecológico es un poderoso acto político”.