Cada año, decenas de miles de personas arriesgan su vida abandonando Senegal. Sin embargo, cierto número de ellas regresa al país tras pasar algunos meses o años en el extranjero.
La realidad encontrada en el camino del exilio no siempre se corresponde con las expectativas. Su viaje de vuelta suele ser complicado, se deba ya a una repatriación forzosa o a una decisión voluntaria. En un contexto en el que la elevada tasa de desempleo sigue llevando a muchas familias a ver en la migración a Europa un rayo de esperanza para un futuro mejor, la vuelta de estos hombres y mujeres suele sumirlos en una compleja mezcla de sentimientos, entre ellos la vergüenza y los remordimientos. Cargan con el peso, a veces todavía años después, de no haber estado a la altura de las esperanzas de sus familias y comunidades.
Pasan de ser una solución para alimentar a sus seres queridos, a convertirse en un problema. También se sienten desgarrados entre la búsqueda de la reinserción y la esperanza de construir una nueva vida. Les resulta difícil convertirse en una carga financiera, ya que a menudo tienen una “deuda moral” con sus familias, quienes muchas veces han invertido en su partida
La fotoperiodista Jennifer Carlos exploró estos diversos aspectos a través de encuentros y testimonios de Macoumba, El-Hadj y Moustapha. Esta serie pretende mostrar los retos a los que estos se enfrentan y los sueños que les impulsan, revelando una fuerza interior que sigue brillando.
En Thiaroyes-sur-Mer, un suburbio de Dakar de 80.000 habitantes, el tema de la migración clandestina está omnipresente. La ciudad es más conocida por el número de vidas perdidas en el mar que por la calidad de su pescado. El antiguo pueblo de pescadores casi ha desaparecido.
El-Hadj intentó hacer el viaje a Canarias en 2006, con la ayuda económica de su madre. Pero su sueño se truncó cuando fue repatriado a los 42 días. De vuelta en Senegal tras este primer intento, El-Hadj se encontró endeudado. Gracias al apoyo de un amigo pescador, encontró un trabajo e ingresos, y consiguió casarse y fundar una familia con dos hijos.
Lamentablemente, su situación financiera seguía siendo crítica, lo que le obligó a probar suerte de nuevo. En 2009, El-Hadj decidió hacer otra travesía a través de Marruecos. Fue detenido por la policía marroquí y deportado al desierto, cerca de la frontera argelina. De vuelta en Senegal, su sentimiento de vergüenza y culpa se intensificó con este segundo fracaso. Cuenta que en ese momento se hundió en la depresión.
“La gente me mira con dureza y hay muchos rumores. Mucha gente dice que me he ido a despilfarrar el dinero de mi madre. Me siento culpable porque he causado mucho estrés a mi madre. Tuvo un derrame cerebral y parte de su cuerpo está paralizado”.
Con el paso de los meses, El-Hadj reanudó la pesca y poco a poco consiguió ganarse la confianza de sus allegados.
Como él, muchos pequeños pescadores senegaleses luchan ahora por sobrevivir al verse confrontados con las consecuencias de los acuerdos internacionales de pesca que autorizan a los arrastreros extranjeros explotar las aguas senegalesas.
“Me siento impotente porque no tengo dinero suficiente para vivir, y mucho menos para cuidar a mi madre enferma. Mi hijo tiene una hernia y operarlo costaría 250.000 francos CFA. A pesar de todo lo que ha vivido y de las deudas que tiene todavía, su familia le insta a marcharse de nuevo, porque la situación financiera sigue siendo demasiado difícil.
Al igual que El-Hadj, Moustapha ha vivido el difícil regreso de Canarias en dos ocasiones, en 2006 y 2019. Las expectativas financieras de la parentela pueden generar tensiones familiares, a las que Moustapha ha tenido que hacer frente, haciendo malabarismos entre la decepción y la necesidad de reintegrarse en su comunidad.
Hoy, como presidente de la Asociación de Jóvenes Repatriados de Thiaroyes-sur-Mer, Moustapha se ha dado por misión la sensibilización. Informa a la juventud local sobre los riesgos de la emigración, al tiempo que le facilita el acceso a la formación profesional.
Moustapha intenta forjar alianzas para financiar diversos cursos de formación, apoyados en particular por las organizaciones GIZ y Cáritas, que abarcan ámbitos como la pastelería, la construcción y la electricidad.
A pesar de sus esfuerzos, Moustapha permanece al margen de su pueblo. Sus iniciativas en el seno de la asociación no siempre consiguen retener en el país a los jóvenes locales que buscan trabajo. Sin embargo, persiste en su compromiso con la esperanza de obtener más fondos para contrarrestar la emigración en su pueblo.
En 2002, a la edad de 19 años, Macoumba fue enviado a Francia por su padre para mejorar las condiciones de vida de su familia. Poco después de llegar a Francia con un visado de turista, viajó a Granada (España), a una casa de migrantes, con el objetivo de vender esculturas de madera a los turistas como vendedor ambulante. No tuvo éxito.
Cuando su visado estaba a punto de caducar, Macoumba decidió alistarse en el ejército francés, en la Legión Extranjera, como último recurso para permanecer en Francia. Sus excepcionales condiciones físicas le distinguieron rápidamente, convirtiéndole en uno de los mejores tiradores de su promoción. Durante varios años, formó parte de unidades militares desplegadas en diversas zonas de conflicto, como Costa de Marfil, Yibuti y la República Centroafricana.
En 2008, durante una operación, un accidente le lesionó la columna vertebral, dejándole las piernas paralizadas. A pesar de este revés, sigue manifestando un optimismo irreductible. “Di parte de mí por Francia. Cuando me desperté en el hospital, me reía, estaba tan feliz de estar vivo. Tenía tanta suerte de estar vivo”.
En 2011, tomó la valiente decisión de regresar a Senegal, a pesar del estigma asociado a su discapacidad. Al final, se dedicó al negocio inmobiliario, se implicó en labores humanitarias y ahora compite profesionalmente en carreras de bicicleta de mano o handbike.
Actualmente ocupa el 8º puesto mundial en paraciclismo, y su objetivo final es representar dignamente a Senegal en los Juegos Paralímpicos de 2024. “En mayo sabré si me seleccionan”, añade.
Macoumba recuerda: “Durante mi rehabilitación, tuve que volver a aprender lo básico, y a menudo me preguntaba cómo reaccionaría frente a la forma en que me miraría la gente. Fue entonces cuando me entraron ganas de volver a Senegal, pero me preocupaba la accesibilidad y el estigma que pesa sobre las personas con discapacidad. Afortunadamente, mi regreso salió muy bien y conté con un apoyo inestimable.