Europa se juega más de lo que parece en unas elecciones ensombrecidas por la extrema derecha

Europa se juega más de lo que parece en unas elecciones ensombrecidas por la extrema derecha

In the 6 to 9 June elections, Europeans are staking much more than it seems: with unprecedented support for the far right, between high levels of discontent and disinformation, they risk condemning themselves to losing social rights and legitimising a divided and ineffective European Parliament.

(José Álvarez Díaz)

Aún no han pasado 80 años desde el final de la II Guerra Mundial, y apenas tres generaciones después, la Unión Europea, que nació bajo el ideal de que nunca volviera ocurrir nada parecido, afronta sus décimas elecciones al Parlamento Europeo ensombrecida por un apoyo creciente, sin precedentes en la política comunitaria, a los partidos de extrema derecha.

En seis países, cuatro de ellos fundadores de la UE, los ultraderechistas ya encabezan los sondeos, desde Letonia (con un 8,1% en intención de voto) a Holanda (22,4%), Italia (27,2%), Bélgica (27,4%), Austria (28,2%) y Francia (30,7%). En otros ocho, las derechas radicales están entre las tres primeras en las encuestas (en Suecia, Polonia, Rumanía, Bulgaria, Finlandia, Alemania, España y Portugal). Además, hasta hace unos meses han gobernado en Polonia, y ahora mismo forman parte de los gobiernos de Italia, Hungría, Finlandia y Letonia, y dan un apoyo parlamentario vital al gabinete conservador de Suecia.

Las encuestas para junio prevén una victoria del centro-derecha en la Eurocámara, pero los partidos populistas, antiinmigración y filofascistas están recabando un apoyo en las urnas que podría hacer mucho más difícil la toma de decisiones ante los grandes desafíos de los próximos años, desde la guerra en Ucrania al cambio climático, la desinformación y la inteligencia artificial.

Allí donde la ultraderecha influye en el poder se empiezan a ver retrocesos en derechos sociales, en educación y en memoria histórica, mientras su obsesión con la inmigración y la normalización de sus posturas demagógicas están agrietando los pilares democráticos del continente.

La propia fe en las instituciones europeas se vio desgastada por una década de recortes sociales, paro, inflación y precariedad, tras las medidas de austeridad adoptadas en casi toda la UE ante las crisis de deuda desde 2009, y en los últimos años se ha visto afectada por el impacto económico de la invasión rusa de Ucrania, la normalización de la ultraderecha en el debate público y la desinformación rampante. Con todo, el gran logro de la extrema derecha ha sido sembrar su propia controversia sobre la identidad de los europeos (“blanca y cristiana”), y aprovechar el descontento coyuntural para canalizarlo contra la inmigración en todas partes.

“La inquietud ante los migrantes (que no sean europeos ni blancos) es, de hecho, el principal motor del voto de extrema derecha”, señala a Equal Times Kai Arzheimer, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Maguncia, que lleva tres décadas estudiando este fenómeno y es uno de los grandes expertos europeos en la materia. “En las últimas cinco o seis décadas, y sobre todo en las dos últimas, casi todas las sociedades europeas se han vuelto mucho más diversas en términos étnicos y culturales, y este cambio tan rápido genera ciertos niveles de ansiedad que no tienen mucho que ver con las consecuencias económicas de la inmigración, que según la mayoría de los estudios son inmensamente beneficiosas” .

La inmigración, explica, es un tema “asimétrico”, porque preocupa mucho más a los votantes que están en su contra que a los que la defienden, con la complicación de que “la extrema derecha ‘es dueña’ de este tema, de manera parecida a como los partidos verdes ‘son dueños’ de los asuntos medioambientales” . De esta forma, los grupos de centro-derecha o centro-izquierda que endurecen su postura sobre inmigración con la esperanza de captar votos “lo que hacen es mantener el asunto como una prioridad en el debate público, lo que tiende a favorecer a la extrema derecha”.

En lo que se refiere a la “normalización de la extrema derecha por los partidos de centro-derecha (y a veces centro-izquierda, esta) empezó en los años noventa en Austria, Italia, Holanda y Escandinavia”, recuerda, aunque más allá de las coaliciones interesadas, “en algunos casos han llegado a tomar prestada una página (o más) del manual ultraderechista y se han convertido en ‘grandes partidos radicalizados’ (como los conservadores británicos o el ÖVP austríaco con Sebastian Kurz)”. El problema, asegura, es que “una vez que el genio sale del frasco es muy difícil revertir esta normalización”, por lo que “mantener un cordón sanitario en torno a la extrema derecha requiere siempre de la buena voluntad del centro-derecha, o al menos su certeza de que, a largo plazo, les irá mejor si ayudan a contenerla” .

En ese sentido, la memoria de las sociedades europeas que han vivido décadas de dictadura influye en cómo reaccionan los grandes partidos y en los propios ultraderechistas. “El comportamiento de las elites es crucial para la movilización de la extrema derecha”, agrega Arzheimer, como demuestran los ejemplos del FPÖ austriaco en los noventa o la AfD alemana actual, mientras los casos de Vox (España) y Chega (Portugal) “demuestran que el efecto vacuna no dura indefinidamente” .

Ultraliberalismo y xenofobia en el paraíso nórdico

En el norte de Europa, la ultraderecha llevaba tiempo presente en la vida política de Dinamarca y Noruega, pero más recientemente se ha extendido a Finlandia y Suecia. “La extrema derecha ahora triunfa también en los países nórdicos: países que encabezan los índices mundiales de felicidad, que están entre las primeras democracias parlamentarias con sufragio universal, con un alto nivel de confianza de sus ciudadanos”, reconoce a Equal Times Pekka Ristelä, jefe de asuntos internacionales de la central sindical finlandesa SAK.

El radical Partido de los Fineses gobierna en coalición con los conservadores desde 2023, cuando logró un 20,1% de los votos, y ocupa un Ministerio de Finanzas “muy agresivo con los sindicatos”, sindicatos que han tenido un papel “absolutamente esencial” en hacer frente a los recortes sociales en los últimos años, “con varias oleadas de huelgas políticas” . Los ultraderechistas los califican de “mafia” para deslegitimarlos, explica Ristelä, y aunque los sindicatos retienen “un apoyo de más del 50% de la población” por “sus posturas y huelgas”, asume que es necesario mejorar en el diálogo político e ideológico con sus bases.

Entretanto, en Estocolmo, el populista Demócratas de Suecia (SD), cofundado por un veterano de las Waffen-SS nazis, es desde 2022 el gran aliado del gobierno conservador. Tiene ya el apoyo de uno de cada cinco suecos, aunque el estratega de la confederación sindical nacional LO, Johan Ulvenlöv, asegura a Equal Times que los sindicatos y los socialdemócratas están haciéndoles retroceder entre los trabajadores, por su manera de abordar sus preocupaciones en temas como sanidad, criminalidad, desprivatización de los servicios públicos, infraestructuras y educación.

“Esto tiene mayor impacto [a la hora de generar apoyo para los socialdemócratas] que unas manifestaciones”, indica, ya que “si los sindicatos hacen bien su trabajo tendrán más afiliados, y eso fortalece la democracia y crea resiliencia frente a la extrema derecha” .

Eso también funcionó durante un tiempo en Alemania. “El legado del nazismo y la ineptitud y obsesión por el pasado de los políticos de extrema derecha facilitaron que se quedaran en el ostracismo”, indica el politólogo Arzheimer, pero todo cambió con la llegada de Alternativa para Alemania (AfD), un partido xenófobo “que pasó del euroescepticismo moderado a la derecha-radical de manual en apenas unos años, y ahora se dirige hacia el extremismo ultraderechista tradicional” .

Manifestaciones antifascistas en Alemania, ¿un ejemplo para Europa?

En el país que más ha mirado de frente a su pasado, cuya dictadura nazi fue responsable de la muerte de al menos 18 millones de civiles europeos, AfD aumentó levemente en abril su intención de voto en los sondeos hasta un 16,3%. Esto a pesar del reciente escándalo que salpicó a su cabeza de lista para estas elecciones, el eurodiputado Maximilian Krah, acusado de haber aceptado sobornos de China y Rusia para influir en su actividad en Bruselas, aunque sus partidarios consideran el caso un montaje para desacreditarlo. Y todo eso, sobre todo, meses después de revelarse que miembros de AfD participaron meses atrás en una conspiración internacional ultraderechista para llevar a cabo un “plan maestro” de “remigración” que supusiera la expulsión de Alemania de residentes de origen extranjero en el país, incluidos ciudadanos con pasaporte alemán, siguiendo criterios racistas.

La respuesta de la sociedad civil dio lugar a uno de los momentos más poderosamente simbólicos de la política europea reciente. Decenas de miles de alemanes salieron a las calles durante los fines de semana siguientes, para mostrarse unos a otros su rechazo como sociedad a las posturas de AfD, en defensa de la democracia alemana y los valores de integración y respeto de los Derechos Humanos que se supone que representa.

En la ciudad de Bonn, cerca de 30.000 personas se congregaron bajo la consigna “Nie Wieder ist Jetz!” (“¡Nunca más es ahora!”), con lemas en sus pancartas como “nazis fuera” y “el odio no es una opinión” . De pronto, al final de acto, la multitud empezó a cantar la Oda a la alegría de Ludwig van Beethoven, un pasaje de su Novena sinfonía, sobre versos de Schiller, que celebra la alegría fraternal entre los seres humanos, y que miles de voces corearon espontáneamente en la cuna del genio de Bonn. Esta música, una de las mayores contribuciones de la cultura alemana a la Humanidad, y de la que este mismo 7 de mayo se cumplieron 200 años exactos desde su estreno, es el himno de la UE desde 1972, lo que dotó al momento de un simbolismo estremecedor para muchos demócratas europeos dentro y fuera de Alemania.

“Soy algo optimista, y no deberíamos pecar de ingenuos, pero sólo el 20% o 25% de nuestros ciudadanos ha perdido la confianza en el gobierno”, comenta a Equal Times Reiner Hoffmann, que hasta hace un par de años presidió la Confederación Sindical Alemana (DGB) y ahora es vicepresidente de la Fundación Friedrich Ebert (FES), decana de las instituciones de estudios políticos germanas.

“La confianza se puede perder muy rápido, y recuperarla requiere tiempo y que la gente vea y sienta que hay un cambio”, asegura .

“Yo al principio era un poco escéptico con estas inmensas manifestaciones de 100.000 personas, porque ¿hasta cuándo se podían mantener? No puedes estar organizando convocatorias masivas cada dos fines de semana, así que hay un montón de cosas más que tienen que pasar, sobre todo a nivel local”, donde la ultraderecha está especialmente presente, “y en otoño hay también comicios en tres Länder alemanes [Sajonia, Turingia y Brandemburgo] donde AfD está bastante fuerte” .

Hoffmann recordó que en Alemania la ultraderecha tiene tintes violentos (el propio cabeza de lista socialista, Matthias Ecke, fue hospitalizado hace unos días tras ser atacado mientras pegaba carteles electorales en Dresde, en uno de los casi 2.800 delitos contra políticos alemanes registrados en lo que va de año). Parte del apoyo que cosecha AfD, asegura, viene de la incertidumbre de los ciudadanos. Muchos temas, como las políticas de sostenibilidad medioambiental, son percibidos “como una amenaza, y no como una oportunidad”, por una mala comunicación desde el gobierno, lamenta, que no ha explicado a los alemanes cómo afectará a sus bolsillos hacer la “transición verde”. Enfrente aparece una AfD negacionista del cambio climático, que rechaza la inmigración que tan calurosamente acogió la sociedad alemana en 2015, y que explota los problemas logísticos que surgieron a nivel local para integrar a los refugiados.

Desde gobiernos y sindicatos “no hemos sido lo suficientemente sensibles para abordar esos problemas, que eran reales”, señala Hoffmann. “Los ciudadanos no están de por sí contra la inmigración, pero AfD logró cambiar la narrativa, y pasamos de hablar de una integración social inclusiva a una solidaridad exclusiva, es decir, solidaria sólo con nuestros parados, que sufren el encarecimiento de la vida: utilizaron a las personas más vulnerables de nuestra sociedad para enfrentarlas contra los inmigrantes, y nunca contrarrestamos ese debate, en el que los sindicatos no estuvimos a la altura” .

En efecto, coincide Arzheimer, históricamente la participación sindical y la educación han sido factores excluyentes del voto de extrema derecha en toda Europa, y “aunque este efecto tal vez se haya debilitado, y aunque los sindicatos tienen sus propios problemas, creo que los sindicatos y sus redes son indispensables para una respuesta eficaz de la sociedad civil ante la ultraderecha” .

Las manifestaciones en Alemania “han sido algo muy importante, porque han matizado las narrativas populistas y han lanzado un mensaje muy fuerte a los grandes partidos”, añade, y recuerda que varios estudios en Francia e Italia indican que manifestarse contra la extrema derecha, incluso semanas antes de unas elecciones, les suele restar varios puntos de intención de voto. Para Hoffmann han sido una “llamada a despertar”, pero queda mucho trabajo por hacer a nivel municipal, regional y en el marco sindical para evitar que la situación no siga degenerándose. Si no la cuidamos, advirtió, “nada nos garantiza que la Unión Europea vaya a durar para siempre” .

“Nuevas ‘Hungrías’”: el riesgo de más palos en las ruedas por todas partes

Para Elena Ventura, coordinadora de varios proyectos de estudio de la extrema derecha para la fundación Carnegie en Europa, las manifestaciones por ahora no se han extendido a otros países, así que parecen “muy específicas de Alemania”, donde hay “mucha vergüenza colectiva por el Holocausto”, en contraste con Italia o España, donde emerge una “nostalgia” radical, más explícita, de Mussolini y de Franco.

En cualquier caso, concuerda con Hoffmann: la ultraderecha es muy eficaz conectando con sus seguidores en las elecciones locales, en la calle y en internet, y en general los grandes partidos tienen mucho que mejorar en esos terrenos, así como en su lenguaje y en su mensaje, ya que “no están explicándole a la gente por qué la inmigración es útil” para su país.

Entretanto, los populistas radicales se expresan de manera simplista y directa, pero que “conecta muy bien con sus votantes, y usan las redes sociales muy bien, aunque las dirigen de maneras que deberían ser ilícitas, como la desinformación” . La mayoría de los europeos no es necesariamente consciente de lo que está en juego en estas elecciones, advierte Ventura, pero es probable que salga de ellas una Eurocámara mucho más dividida e ineficaz, con nuevos palos en las ruedas de su funcionamiento como “repeticiones de Hungría”. Pese al gobierno de Giorgia Meloni, tal vez Italia no se comporte así, pero es posible que ocurra desde este verano con países como Eslovaquia, Bulgaria, Rumanía y, “de fijo, Francia”.

This article has been translated from Spanish.