¿Hacía falta más fuego para la ‘tormenta perfecta’ en la que nos encontramos?

Cualquier conflicto armado debería preocuparnos. Independientemente del continente en el que tiene lugar, independientemente de los países a los que afecta, independientemente de las razones en las que se apoya. ¿La guerra que se libra en Ucrania debería preocuparnos más que otros conflictos armados? ¿Más que el de Yemen, Siria, Etiopía, el Sahel… Palestina, Birmania o Camerún?

Estamos en un momento clave en nuestra historia. De entrada, seguimos inmersos en la crisis sanitaria generada por la covid-19; el punto de no retorno para evitar el calentamiento del planeta en 1,5°C es ahora, es 2022 y los 8 años próximos; el sistema financiero global acelera y profundiza la desigualdad entre países y entre personas, de modo que los llamados a revertir la situación están traduciéndose en medidas concretas que deben continuarse; la tecnología, concretamente la digital, se nos está escapando de las manos: ni tenemos el tiempo de entenderla ni los que la crean saben a dónde nos puede llevar (en el mejor de los casos). Y más preocupante a corto plazo: no hay instrumentos internacionales para frenar los abusos (a nuestros derechos y nuestras instituciones democráticas) o para regular el creciente poder de las tecnológicas. Finalmente, a estas cuatro crisis se une el hecho de que el número de conflictos violentos es el mayor desde 1945, y el número de armas nucleares es el más alto en décadas, pudiendo superar las 13.000, clamaba António Guterres en un reciente discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

Solo para hacer frente a la crisis sanitaria (y sus efectos secundarios) y a la emergencia climática se necesita buena parte de nuestra atención, además de ingentes recursos, pero atención y recursos son elementos limitados. La pregunta más inmediata es ¿cómo va a afectar la guerra de Ucrania en el orden de prioridades?

¿Cuánta atención y recursos se van a desviar en el corto, medio y largo plazo a ese esfuerzo bélico? ¿Cuántos fondos necesarios para mejorar la sanidad, la investigación y la educación en todo el planeta se congelarán o recortarán?

En el frente laboral, si tenemos en cuenta las cifras de la Confederación Sindical Internacional sobre la necesidad de crear 575 millones de nuevos puestos de trabajo en todo el mundo, así como pasar de la economía informal a la formal a 1.000 millones de personas y eliminar el trabajo infantil –todo ello para lograr la recuperación económica, la sostenibilidad, la resiliencia y en última instancia la paz–, ¿cómo ralentizará y durante cuánto tiempo el presente conflicto estos objetivos?

¿Se profundizará ahora (ya definitivamente) en la transición energética, con miras a la descarbonización de la economía… pero también para lograr una mayor independencia energética de países terceros?

En el capítulo de armas nucleares, ¿qué será del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares aprobado en 2017 y en vigor desde 2021 (que no han firmado ni ratificado las naciones que poseen arsenal nuclear), y de otros instrumentos para la eliminación de armas nucleares y la no proliferación? ¿Si la Crisis de los Misiles en Cuba (1962) y las tensiones de la década de 1980 entre EEUU y la Unión Soviética resultaron en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio (INF), respectivamente, ¿podría el actual conflicto armado resultar en un instrumento vinculante para China, Corea del Norte, EEUU, Francia, India, Pakistán, Reino Unido, Rusia (e Israel), así como para países que albergan armas nucleares en sus territorios, para aquellos que podrían estar desarrollando armas nucleares, y para aquellos con la capacidad de desarrollarlas?

Si estamos asistiendo a la reconfiguración de un nuevo orden mundial, ¿qué debemos esperar de este nuevo orden y del rol de cada potencia y socio en todos los continentes? ¿Qué cabida y cómo se definirá la democracia y los derechos humanos en este? ¿Habrá un lugar para el respeto y la generosidad en las relaciones internacionales? ¿Se reforzarán, consolidarán y mejorarán las democracias, los Estados de derecho, allá donde existen o todo lo contrario? En última instancia, y en pos de la seguridad, ¿cuántas limitaciones a nuestros derechos humanos y libertades fundamentales estaremos dispuestos a aceptar? ¿Cuánto de lo que está aconteciendo en Ucrania podría replicarse en Taiwán (democracia) en un futuro no muy lejano? De momento, tanto Pekín como Taipéi están tomando nota.

Vladimir Putin contaba con que occidente no querría participar directamente en el frente. ¿Pero contaba con que sus conciudadanos –con la información suficiente y contrastable– tal vez tampoco? ¿Qué podemos esperar de la sociedad civil y todas las organizaciones de base en Ucrania, en Rusia y en el resto del mundo… periodo de renacimiento en el horizonte (espoleado en el caso de Rusia por la mella que puedan hacer las duras sanciones económicas en este país)?

Y como todo conflicto armado genera un flujo migratorio, ¿quién, cómo y durante cuánto tiempo acogerá a los refugiados del conflicto? Si hay un trato desigual en Europa respecto al trato de estos refugiados y los procedentes de países extraeuropeos, ¿cómo se justificará tal diferencia? ¿Y cómo aprovecharán los partidos de la extrema derecha esta nueva calamidad humanitaria para reivindicar su existencia y crecer?

El potencial disruptivo de esta guerra es extremadamente alarmante. En pocos días de combate ya se ha mencionado la opción nuclear (por parte de Rusia), Finlandia y Suecia han reafirmado su derecho a entrar en la OTAN si así lo desean (paso que Moscú les conmina a no dar). Alemania ha decidido rearmase, destinando más del 2% anual de su PIB a defensa. La UE, por primera vez en su historia, ha acordado financiar con 500 millones de euros el aprovisionamiento de armas para una guerra en un país tercero. Y Taiwán ordenó la semana pasada a su ejército mantenerse en “alerta”. Incluso los programas espaciales se ven impactados: la Agencia Espacial Europea anunció que veía “muy improbable” el lanzamiento previsto para septiembre de la misión de exploración de Marte ExoMars, en la que coopera con la rusa Roscosmos. ¿Y qué decir de la propaganda y la desinformación? Nunca ha habido tanta tecnología y tan asequible para destinarse a una contienda.

La guerra (que nunca debía haber comenzado, como ninguna otra en estos tiempos) ha comenzado. Aunque las partes implicadas barajen múltiples escenarios, difícilmente pueden prever cuántas vidas humanas se llevará por delante (en un primer momento de ucranianos y de rusos). Como tampoco pueden prever cuántos futuros truncará, dentro y fuera de las fronteras de Ucrania, ni cuánto retraso generará en las respuestas a problemas que acucian a toda la Humanidad.

Como periodista se me ocurren más preguntas que respuestas. Las respuestas, mejores o peores, las iremos encontrando en las próximas horas, días y semanas de la mano de nuestros gobiernos y representantes, sociedad civil, prensa, académicos y analistas. Entretanto, y como siempre, mantengámonos informados (es nuestro derecho y deber como ciudadanos). Fiscalicemos a nuestros líderes y grandes empresas. Tomemos decisiones informadas y defendamos nuestras democracias. A lo mejor no podemos hacer mucho, pero seguramente podemos hacer mejor lo que sí está en nuestras manos.

Toda mi solidaridad con el pueblo ucraniano y con los ciudadanos rusos contrarios a la invasión (… primeros también en sentir el peso de las sanciones de EEUU y la UE).

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This article has been translated from Spanish.