Expuestos a situaciones de extrema pobreza, muchos niños afganos trabajan para ayudar a sus familias. Según la Organización Internacional del Trabajo, el trabajo infantil incumbía a un 29% de los niños entre los 5 y 17 en 2018. Aun cuando está prohibido por el derecho nacional e internacional, el trabajo infantil es una realidad presente en la sociedad desde hace muchos años. Debido a la falta de recursos y a la corrupción endémica, las autoridades públicas nunca han conseguido poner coto a este fenómeno.
Con la toma del poder por los talibanes el 15 de agosto de 2021 y la violenta crisis humanitaria que asola el país desde entonces, cada vez es mayor el número de niños afganos que se ven obligados a trabajar, como lo constataron para Equal Times la periodista Inès Gil y el fotoperiodista Florient Zwein, en su viaje a Kabul, en noviembre de 2021, para entrevistarse con los niños en las calles de esta ciudad.
Este reportaje gráfico va acompañado de un artículo completo sobre el trabajo infantil en Afganistán que puede leerse aquí:
Ahmad Zia ejerce la actividad de “girador de fuego” desde hace un año. Afirma estar escolarizado y efectuar paralelamente este trabajo por voluntad propia: “Tengo dos hermanos y cuatro hermanas. Pero no todos pueden trabajar porque algunos están enfermos. Gano un poco de dinero para poder alimentar a mi familia”.
La mayoría de los niños que trabajan fuera del hogar son varones. En medio del bullicio general que invade el mercado de aves de Kabul, el joven Omid deambula con una jaula en la que lleva siete periquitos. Omid vende los pájaros por necesidad, pero a diferencia de la mayoría de los niños que trabajan, también es una pasión: “Lo hago para ayudar a mi familia, porque los tiempos son difíciles. Pero también gano dinero de bolsillo. Voy a la escuela, y de vez en cuando vengo al mercado. Me gusta este trabajo”.
En las calles comerciales del barrio de Sharenaw, Mashal deambula entre los transeúntes. Lleva una bandeja donde ha dispuesto una docena de vasos llenos de granos de granada, una fruta muy popular en Afganistán. Vende cada vaso a 10 afganis y gana 200 afganis al día (es decir, 1,8 euros). “Debido a la crisis, ya no entra dinero en casa. Tengo una hermana y un hermano más pequeños. Mi padre está viejo, ya no puede trabajar. Soy el mayor, así que soy yo el que tiene que cuidar de mi familia”.
El trabajo empuja a algunos niños a abandonar su escolaridad. Entre dos puestos de venta, en el mercado Pul-Khashti en Kabul, la pequeña silueta de Hekmat apenas sobresale entre los puestos. Todavía muy pequeño, Hekmat es vulnerable: “varias veces, la gente que pasa me ha robado mercancía. No puedo defenderme”. Comenzó a trabajar hace un año. Hekmat tiene tres hermanas y un hermano. “Mi padre y yo somos los únicos que trabajamos. Gano 400 afganis (3,5 euros) al día. Por ahora, nos estamos arreglando. Pero tenemos miedo para los próximos meses”.
A menudo responsables de mantener a su familia, los hijos mayores tienen que ponerse a trabajar desde muy temprano. En el mercado de Pul-Khashti, Ahmad permanece detrás de un pequeño puesto. Según la legislación afgana, tiene derecho a trabajar dentro de un determinado marco, ya que tiene 15 años. Sin embargo, lleva siete trabajando: “Vivo con mi madre y mis cuatro hermanas. Mi padre murió. Soy el único que mantiene a mi familia. Al mismo tiempo, asiste a la escuela. Le quedan dos años de estudios para poder acceder a la educación superior. “Todavía no sé si podré ir a la universidad. Todo depende de la situación económica”.
Los niños varones tienen dos veces más probabilidades que las niñas de efectuar un trabajo en público, según un informe publicado por la Autoridad Nacional de Información y Estadísticas (NSIA) en abril de 2021. Sin embargo, no es raro ver niñas ocupadas en actividades relacionadas con la mendicidad, la venta o limpiando zapatos.
En el barrio de Dasht-e-Barchi, encontramos una niña sentada en un puente sobre el río Paghman. Con dos trenzas y grandes ojos brillantes, Hosna limpia zapatos por unos pocos afganis. “Con el dinero que gano, traigo cinco hogazas de pan al día. Cuando se puede, tratamos de comer otra cosa. Pero en los últimos meses, a veces nos saltamos las comidas. En 2021, ingresó en una escuela pública local. “Prefiero estudiar. Es difícil, soy muy pequeña para trabajar”.
El trabajo infantil suele ser pesado y peligroso. Vestida con un velo marrón y ropa modesta, una pequeña figura deambula entre las tumbas del cementerio chií de Karte Sakhi con dos pesados botes llenos de agua en sus manos. En la tradición chiíta, las familias de los difuntos limpian las tumbas de sus seres queridos.
La pequeña estudia al mismo tiempo. Muzghan quisiera llegar a ser “pintora o médica”. Sin embargo, en el Afganistán de los talibanes no podrá continuar sus estudios más allá del sexto grado, el equivalente a la enseñanza secundaria.