Miseria e inseguridad, el temido regreso a Siria

Miseria e inseguridad, el temido regreso a Siria

Speaking from Frankfurt by video call, Muhammad Fawzi Akkad explains how Turkey illegally expelled him from its territory to send him back to his (unrecognisable) home country. Here, he shows one of the photos that served as evidence in his case.

(Marga Zambrana)

Mohamed Fawzi Akkad fue detenido por la gendarmería turca, maltratado y deportado desde Turquía a Siria en 2018, donde sobrevivió durante dos semanas en una zona controlada por grupos yihadistas.

El pasado 21 de junio, este joven de Alepo se convirtió en el primer refugiado sirio en ganar un caso contra Turquía, al considerar el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) que el país euroasiático lo había deportado ilegalmente, degradado y forzado a firmar un documento en el que declaraba que regresaba a su país por voluntad propia.

Cuatro años antes de su deportación, en 2014, Akkad –entonces adolescente– había huido del conflicto en dirección a Turquía, país éste con el mayor número de refugiados sirios del mundo, con 3,6 millones, según cifras del Alto Comisionado de las NNUU para los Refugiados (ACNUR).

La guerra, que estalló en 2011 con un levantamiento popular contra el régimen alauita, desencadenó una crisis de refugiados al desplazar a la mitad de una población de 24 millones de sirios, de los que 5,6 huyeron a países vecinos como Turquía, Líbano, Jordania, Egipto, y al continente europeo.

El conflicto ha dejado un país dividido y en la ruina, más de 130.000 sirios permanecen desaparecidos, y al menos 306.887 muertos.

Su carácter alegre y abierto, su dominio del inglés y el turco, y su pasión por la música le granjearon a Akkad sólidas amistades durante sus cuatro años en Estambul. En junio de 2018 intentaba por enésima vez cruzar la frontera con Grecia para desde allí viajar a Alemania y reunirse con su familia. Como decenas de miles de sirios, había pagado los servicios de un traficante ilegal turco.

Desde Frankfurt y ya con 25 años, Akkad explica a Equal Times su atropellada y casi tragicómica detención de hace seis años en Edirne, ciudad fronteriza con Grecia.

“Nos quitaron los móviles y nuestra documentación. Nos llevaron a unas dependencias policiales en la frontera donde nos retuvieron por dos días. Dormíamos en un contenedor y nos daban de comer alubias y agua. Tenía el estómago destrozado”.

Cuando por fin recuperó su celular, Akkad, un entusiasta de las redes sociales, contactó a sus amigos extranjeros en Estambul y empezó a grabar todo lo que le sucedía, pruebas que han sido fundamentales para ganar el caso en el Tribunal de Estrasburgo.

Trasladado el grupo a una comisaría en la ciudad de Edirne, dos policías exigieron a Akkad que les diera su documento turco de identificación de protección temporal. “Les pregunté que por qué la querían, y me abofetearon en la cara. Me gritaron, ‘¿quieres irte de Turquía? ¿Quieres irte a Grecia? ¿No te gusta Turquía? ¡Turquía tampoco te quiere a ti!’. Me quitaron mi ID turca, la rompieron y me dijeron que estaba cancelada. ‘Te vamos a enviar con Bashar al-Assad, de regreso al régimen’, y yo pensé que allí se acabaría mi vida”.

La docena de sirios del grupo fueron esposados y obligados a subir a un autobús que los llevaría desde Edirne a Hatay, en la frontera con Siria. En Hatay, las autoridades turcas lo amenazaron para firmar un documento asegurando que su regreso a Siria era voluntario. “Me dijeron que si no firmaba, me dejarían durante meses en ese centro de detención con miembros de Estado Islámico”. Tras la firma, fue trasladado al paso fronterizo de Bab Al-Hawa, donde se hizo unos selfis bajo el cartel en el que se leía “Welcome to Syria”.

Desde allí, fue trasladado a Sarmada, en la provincia septentrional siria de Idlib, controlada por grupos radicales islámicos vinculados a Al Qaeda. “En cinco minutos apareció una furgoneta y los de dentro empezaron a gritarnos. Eran soldados de Jabhat al-Nusra que llevaban kalashnikovs. Les preguntamos que quiénes eran, y nos dijeron ‘callaros la boca y entrad en la furgoneta’. Y pensé, ‘oh mierda’”, recuerda al reconocer al grupo islamista yihadista, que en esas fechas se rebautizó como Hay’at Tahrir Al-Sham (HTS) para intentar desvincularse de Al-Qaeda, sin éxito, ya que está considerado un grupo terrorista por el Departamento de Estado de EEUU.

Los miembros del HTS “con largas barbas y vestidos de blanco” que se encargaron de registrarlos a su llegada bromearon sobre su peinado a la europea y sus tejanos rasgados. “Uno se aguantó la risa y me preguntó si pensaba ir con esa pinta por Idlib. Salí a fumar un cigarrillo, pero me dijeron que estaba prohibido en su territorio”. Cuando por fin se alojó en un lugar seguro y a la mañana siguiente salió a la calle sintió que aquel ya no era su país. “No podía creer lo que estaba viendo. Todo el mundo hablaba en inglés, algunos con acento británico, eran blancos, había hasta chinos”, recuerda al referirse a los combatientes extranjeros que se habían unido a grupos radicales.

“No había sirios. Esos extranjeros prohibían a los locales que fumaran sus pipas de agua”. Apenas había electricidad un par de horas al día. A las seis de la tarde empezaban los bombardeos, y a medianoche los disparos.

Durante dos semanas se escondió en su habitación de alquiler, y observó a otros sirios y traficantes que cruzaban la frontera, hasta que dio con los que parecían más de fiar. Sus amigos de Estambul le ayudaron a contratar al traficante. Y así consiguió regresar a la ciudad del Bósforo. A pesar del pánico por haber aterrizado en manos de radicales islámicos, Akkad celebra, por su integridad física, no haber acabado en áreas controladas por Assad.

El régimen sirio –con apoyo ruso– continúa bombardeando en Idlib tanto a grupos radicales como a objetivos civiles tras haber recuperado y apaciguado con mano de hierro la mayor parte de un país hoy devastado y dividido. Pero eso no significa que sea seguro regresar.

La historia de Akkad es uno de los escasos testimonios directos de deportados a zonas donde resisten grupos opositores, y una aventura comparada con la situación de quienes vuelven a territorio del régimen, donde se arriesgan a morir torturados.

Opciones: miseria, morir en un bombardeo o desaparecer a manos del régimen

Un informe de Human Rights Watch (HRW) recoge el testimonio de 65 sirios que regresaron a estas áreas entre 2017 y 2021. De esos entrevistados, 21 relataron arrestos y detenciones arbitrarias (propias o de familiares), torturas (13), asesinatos extrajudiciales (5), desapariciones (17) y violencia sexual (1). Los retornados encuentran sus viviendas convertidas en escombros y sus propiedades requisadas. Y un país sumido en una miseria tan profunda que es imposible subsistir.

“Algunos casos han quedado grabados en mi cabeza”, explica a Equal Times Nadia Hardman, responsable de la investigación de HRW. “Había un hombre con una discapacidad, había perdido su pierna en un bombardeo, y huyó a Jordania. Luego decidió regresar e intentó conseguir una exención del ejército, porque lo iban a reclutar, pero puedes evitarlo si tienes esa discapacidad”, recuerda al referirse a Shadi, un hombre de Daraa de 31 años. “Le dijeron que fuera a la oficina principal en Damasco. Pero lo arrestaron en un puesto de control, lo humillaron y torturaron en diferentes centros de detención. Estamos hablando de alguien que tenía una discapacidad obvia. No sé muy bien qué nivel de depravación hay que alcanzar para hacer algo así. Era una persona extremadamente humilde”.

La investigación de HRW se centra en sirios que han regresado de forma voluntaria desde Líbano y Jordania. Líbano es el segundo mayor país de acogida de estos refugiados, con 831.000, seguido de Jordania, Irak y Egipto. Los países productores de petróleo del Golfo Pérsico prácticamente no han acogido a refugiados sirios, pero han sido generosos con ayuda humanitaria para quienes huyeron a países vecinos. En Europa, los principales países de acogida han sido Alemania, Suecia, Austria, Grecia y Holanda.

Los motivos para volver a Siria oscilan entre el deseo de reunirse con la familia, las presiones en el país de acogida y el encarecimiento de la vida, así como la recuperación de tierras o de la vivienda. Mientras que el principal motivo para no regresar es la falta de seguridad y de marco legal; seguido de carencia de sustento, servicios básicos y vivienda, y el riesgo de reclutamiento.

Así lo indica el último informe de ACNUR (de agosto de 2022), donde se documenta un total de 336.496 sirios que han regresado de manera supuestamente voluntaria entre 2016 y 2022 desde los países vecinos de acogida.

“Siria no es segura para que los refugiados regresen”, concluye Hardman, de HRW. “Las condiciones que obligaron a estos sirios a abandonar su país siguen ahí. El presidente Bashar al-Assad sigue en el poder, sus agencias de seguridad siguen cometiendo graves abusos de derechos humanos, y actúan con impunidad y sin rectificación”. Tampoco hay un perfil de la víctima, “no hay predictibilidad sobre quién puede desaparecer o ser torturado. Mucha gente con la que hablamos tenía autorización de seguridad del régimen cuando regresaron, no tenían vínculos con la oposición, y aun así, fueron detenidos, torturados o asesinados”.

En el caso de Akkad y a pesar de las pruebas, las autoridades turcas niegan haberlo deportado de forma ilegal, aunque casos similares han sido publicados por la prensa internacional, y una ONG siria afirma que la mayoría de los retornados desde Turquía son obligados. ACNUR indica en su informe que más de 146.000 sirios han regresado desde Turquía, aunque Ankara asegura que son 500.000.

Si bien el presidente Recep Tayyip Erdogan apoyó a la oposición siria y mantuvo una política de puertas abiertas con los refugiados desde el principio del conflicto, algunos observadores critican al mandatario turco por usar a estos como moneda de cambio en función de sus intereses, después de que en 2015 negociara con la UE una ayuda de 3.000 millones de euros tras amenazar con permitir que los refugiados cruzaran al viejo continente.

La aguda recesión económica ha exacerbado el sentimiento xenófobo contra los sirios y la oposición lo está aprovechando de cara a las elecciones presidenciales de junio de 2023. Erdogan –que está en su peor momento en cuanto a intención de voto– se ha sumado a esta baza, y espera recuperar su frágil mayoría con anuncios como el envío de un millón de refugiados al territorio controlado por Turquía en el norte de Siria.

La recesión económica tras la pandemia y la crisis energética en los países de acogida en la región es tan grave que un 90% de los refugiados sirios en Líbano no pueden satisfacer sus necesidades básicas. A esta situación se añaden una serie de medidas de presión indirecta que fuerza a estos sirios a intentar regresar a su país, también por parte de países europeos (como Dinamarca y Suecia), que han anunciado la retirada de la protección temporal de los refugiados sirios.

La ironía política para estos gobiernos es que para deportar oficialmente a los refugiados sirios es necesario tener vínculos diplomáticos con Damasco, rotos cuando el régimen de Al-Assad decidió sofocar de forma violenta las protestas prodemocráticas al inicio de la revuelta. Los líderes de varios países receptores, entre ellos la Turquía de Erdogan, tantean ahora esa posibilidad.

El joven Akkad no cree que el gobierno turco llegue a pagarle la multa de más de 12.000 euros impuesta por el Tribunal de Estrasburgo. Pero está satisfecho con la sentencia porque “cada día se deporta a sirios y nadie tiene la valentía de hablar de este tema”. “Si he sido el primero en denunciar estas deportaciones, más gente lo hará. Los sirios necesitamos justicia”, concluye.

This article has been translated from Spanish.